Para el sábado noche (CXXXIV): El último de la lista y El hombre de Mackintosh, de John Huston

02 diciembre, 2023

| | |
Las dos películas que voy a comentar hoy tienen en común no solo a su realizador, el cada vez más reivindicable John Huston (1906-1987), sino la idea del juego. Uno con aspecto más lúdico, pero igual de peligroso que el otro; ambos mortales, en definitiva. Y los dos toman como base argumentativa las falsas apariencias, el artificio con la identidad. Ese hacernos pasar por otros, o descubrir que quienes nos rodean no son lo que dicen ser. Las películas de espías toman esta característica como inevitable y humana referencia. Pero en cada buena historia, el resultado es distinto y sorprendente. Dentro del ámbito de la comedia, del que participa nuestro primer título, estamos en la línea de las posteriores La huella (Sleuth, Joseph L. Mankiewicz, 1972), El fin de Sheila (The Last of Sheila, Herbert Ross, 1973), Un cadáver a los postres (Murder by Death, Robert Moore, 1976), El juego de la muerte (Deathtrap, Sidney Lumet, 1982) o Cluedo, el juego de la sospecha (Clue, Jonathan Lynn, 1986), por citar las más reseñables.


Un hombre pasea solo por una calle de cualquier ciudad centroeuropea, de noche. Atisbando. Muere en un desgraciado accidente de ascensor. ¿Casualidad o un acto premeditado? Se trataba de una persona normal, pero la esencia de El último de la lista (The List of Adrian Messenger, Universal, 1963), es la convención narrativa del whodunit (¿quién lo hizo?), característico de un tipo de novela policiaca, donde nada es lo que parece. La historia fue muy bien escrita por Anthony Veiller (1903-1965), en torno a un relato de Philip McDonald (1901-1980). Veiller volvería a trabajar para Huston en la adaptación de La noche de la iguana (The Night of the Iguana, 1964), pero anteriormente ya había demostrado su valía con la escritura de Damas del teatro (Stage Door, Gregory LaCava, 1937), Gunga Din (íd., George Stevens, 1939), El extraño (The Stranger, Orson Welles, 1946), Forajidos (The Killers, Robert Siodmak, 1946), El estado de la Unión (State of the Union, Frank Capra, 1948) o Salomón y la reina de Saba (Solomon and Sheba, King Vidor, 1959). De nuevo, por citar algunos ejemplos. Aparte su notabilísima labor de productor. Un currículum envidiable. A su vez, Philip McDonald no se quedó atrás, firmando trabajos como La patrulla perdida (The Lost Patrol, John Ford, 1934), Ladrones de cadáveres (The Body Snatcher, Robert Wise, 1945) y Rebeca (Rebecca, Alfred Hitchcock, 1940).


Filmada en escenarios naturales, a pie de calle o en pleno campo, y con el apoyo de unos decorados magníficos, en El último de la lista destaca así mismo la labor de maquillaje -de ocultación- de los rostros de una serie de artistas invitados, por parte de John Chambers (1922-2001) y Bud Westmore (1918-1973). Westmore participó en películas como Tarántula (Tarantula, Jack Arnold, 1955), Escrito sobre el viento (Written on the Wind, Douglas Sirk, 1956), El hombre de las mil caras (Man of a Thousand Faces, Joseph Pevney, 1957), El increíble hombre menguante (The Incredible Shrinking Man, Jack Arnold, 1957), Sed de mal (Touh of Evil, Orson Welles, 1958), Espartaco (Spartacus, Stanley Kubrick, 1960), El mundo está loco, loco, loco (It´s a Mad, Mad, Mad World, Stanley Kramer, 1963), la mítica serie La familia Monster (The Munsters, CBS, 1964-66), El señor de la guerra (Lord of the War, Franklin J. Schaffner, 1966), Brigada homicida (Madigan, Don Siegel, 1968), y cien mil más. Y Chambers es recordado por Silbido de muerte (Sssssss, Bernard L. Kowalski, 1973), El fantasma del paraíso (Phantom of the Paradise, Brian de Palma, 1974), El planeta de los simios (Planet of the Apes, Franklin J. Shaffner, 1968), Matadero cinco (Slaughterhouse Five, Herbert Ross, 1972). En fin, para qué seguir.

Este trastoque del rostro de algunos de los actores célebres que participan en la trama es parte del gracejo de la propuesta, pero es algo que siempre queda en un segundo plano. Lo fundamental está en la investigación policial. Las respectivas identidades se desvelan al final de la película.


Entre los decorados naturales sobresale una hermosa mansión en plena campiña inglesa. La solariega y ancestral vivienda de la familia Barrett (Bruttenholm en el original), Gleneyre, que data del siglo XV. El cabeza de familia, por así decirlo, es el marqués Lewis Barrett (Clive Brook), que dice tener un hermano desaparecido en América. El cual dejó descendencia en George Barrett (Kirk Douglas). Allí también viven el joven lord Derek (Anthony Huston), heredero al título, y cuya vida va a estar en peligro a tenor de los acontecimientos, y su hermana mayor, Jocelyn Barrett (Dana Wynter), casada con un escritor de cierto éxito, Adrian Messenger (John Merivale). Parece que este se ha librado de un extraño accidente tras la no menos ancestral cacería del zorro. Pero antes de rendir cuentas con su destino, consigna en una meticulosa lista a sus compañeros desaparecidos en tan variopintos infortunios, esto es, a los ya fallecidos. Es la única pista que tiene la policía. Diez nombres, diez ocupaciones distintas, diez direcciones. Sin aparente relación entre sí.

El general Anthony Gethryn (George C. Scott) es comisionado para resolver el misterio de estas muertes, en apariencia inconexas. Este contará con la ayuda del superintendente francés Raoul Le Borg (Jacques Roux), que es además uno de los supervivientes de un atentado perpetrado por el desconocido criminal; en cuanto a su identidad real se refiere. Accidentes en los que no solo salen perjudicados los implicados en el asunto (sea el que sea), es decir, los integrantes de la fatídica lista, sino otras personas inocentes, en lo que es un rasgo de crueldad inédito. A Gethryn y Le Borg los visita la esposa de Adrian, lady Jocelyn, que les proporciona ayuda. También cuentan con la del inspector Pike (Bernard Archard), mano derecha del comisario sir Wilfrid Lucas (Frank Herbert).


Es George C. Scott (1927-1999) quien sostiene el argumento con su excelente interpretación. Hasta la fecha, Joe Slattery (no podemos desvelar su identidad), un modesto ultramarino, es el último nombre de la lista que aún sigue con vida. Pero el asesino enseguida se pone al día. No pretendo adelantar más de la cuenta, pero los investigadores policiales logran descubrir que el responsable de estos asesinatos tan crueles como imaginativos es un antiguo sargento canadiense que vendió a los demás cuando estaban a punto de escapar de un campo de concentración en Birmania, durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Lo extraordinario del caso es que, en lugar de ocultarse, procede con la eliminación de los posibles testigos molestos, habida cuenta del futuro cara al público que le aguarda (que tampoco revelaré). Quiero decir que, a partir de ahora, se puede convertir en una figura más conocida. A lo largo de dicha investigación, cobran significativa importancia detalles tan caros al género detectivesco, como el tipo de letra de una máquina de escribir. Entre los invitados que asisten a la cacería final, en toda la extensión de la palabra, distinguimos, esta vez sin que medie disfraz alguno, sino a modo de cameo, al realizador John Huston, interpretando a lord Ashton. Resulta inolvidable, más allá de lo sencillo, el mortífero ardid, disfrazado nuevamente de accidente, que emplea nuestro asesino con la ayuda de sus múltiples caracterizaciones, a fin de asegurarse un futuro sin complicaciones.


John Huston compone una puesta en escena ejemplar a través de escenas largas, gratificantes para el actor, que se ve libre de vivir su interpretación y diálogos, y para el espectador, que asiste a la continuidad del misterio, casi al modo de planos-secuencia. El ambiente inglés también queda muy bien retratado. Lo cual incluye todo “lo inglés”, como el particular y flemático sentido del humor. En los decorados y exteriores destaca la fotografía en blanco y negro de Joseph Mc Donald (1906-1968), auspiciado por Edward Ted Scaife (1912-1994) en las tomas filmadas en el resto de Europa, y por supuesto, la música del irrepetible Jerry Goldsmith (1929-2004).

La mencionada caza del zorro depara un momento sostenido de tensión, e incorpora al personaje de una activista defensora de los animales (identidad que tampoco hemos de desvelar). Sin duda, fue la posibilidad de plasmar en imágenes este curioso deporte, un poderoso aliciente a la hora de que John Huston se decantara por el material. Por otra parte, nada más agradable –y simbólico- que una velada de juego de cartas en la mansión de los Barrett, junto a la chimenea, mientras se saborea un oporto en grata compañía, y alguien toca el piano al otro extremo del salón. Figura a la que se añade otra, para interpretar la pieza a cuatro manos. Una de las muchas formas de hacer el amor para Jocelyn y George.


De nuevo en tierras inglesas, John Huston realiza la igualmente notable El hombre de Mackintosh (The Mackintosh Man, Warner Bros., 1973), una película mezcla de género de espías y thriller policiaco, que se ha revalorizado con el tiempo, y que a mí me trae particulares recuerdos de la infancia. Durante años estuve tratando de averiguar el nombre de la película en la que, tras una sugestiva persecución, uno de los coches se precipita al vacío. Aunque no he localizado la fecha, el pase de TVE debió de ser a finales de los setenta o inicios de los ochenta.

Pues bien. La acción comienza con un desatado sir George Wheeler (el fenomenal James Mason) en pleno Parlamento inglés. Es el corazón y cerebro de la nación. Que no siempre bombea o transmite de forma adecuada al resto de organismos. Podemos describir a George como un político taimado, carente de escrúpulos y, nuevamente, portador de una doble faz. De carácter más reaccionario que conservador, es en realidad un revolucionario en los métodos que emplea, haciendo de su forma de pensar y actuar, la coartada de aquellos a quienes representa. En su vida pública muestra una de las caras, mientras esconde la verdadera. Toma el nombre de su patria en vano, y convierte los valores de la nación en intereses personales (cámbienlo por uno de los auto proclamados mesías progresistas de la actualidad y ya lo tienen). El enemigo a combatir es nuestra transigencia, señala. Él es el elegido, principalmente por él mismo, para liderar los futuros y trascendentales cambios del país. Por algo es todo un Sir.


Entre esos organismos señalados, está la Sociedad Anglo Escocesa (Anglo-Scottish LTD), una tapadera dirigida por Angus Mackintosh (Harry Andrews) y su secretaria, la señorita Smith (Dominique Sanda). El norteamericano Joseph Rearden (Paul Newman, en su segunda colaboración con Huston), acude allí para que se le encargue un trabajo relacionado con el tráfico de piedras preciosas; en concreto, de diamantes. El trabajo responde a un plan preestablecido que, sin entrar en detalles, acaba con Rearden como huésped de la prisión de Chelmsford, en Essex (en realidad, se trata de la entonces clausurada Kilmainham, la misma penitenciaría de Un trabajo en Italia [An Italian Job, Peter Collinson, 1969]). Allí el protagonista entra en contacto con Ronald Slade, un espía comunista (Ian Bannen), que será el segundo fugado de la cárcel, aunque el primero en interés de los traficantes (esta vez de poder, no de diamantes). A ello les ayuda el versado preso Soames Trevelyan (un estupendo Nigel Patrick), que está en contacto con esa otra organización experta en fugas y trasvase de espías. Producida la escapada, Rearden recala en un caserón reconvertido en pabellón psiquiátrico, a las afueras de no se sabe dónde (luego averiguaremos que se trata de Irlanda, a donde los contactos de sir George llegan). Es decir, que pasa de un encierro a otro, barrotes incluidos. El lugar, totalmente aislado, está regentado por el doctor Brown (Michael Hordern), y sus ayudantes, los enfermeros Taafe (Percy Herbert) y Gerda (Jenny Runacre). Bajo esta nueva cobertura, Brown es además el responsable de la red de fugas. Es decir, de sacar del país a los personajes útiles a los manejos del gobierno, o de introducirlos, según haga falta.

Rierden se ve obligado por las circunstancias a escapar de nuevo. Sobreviene la persecución antes citada. Después, el escenario cambia, y la acción se sitúa en Malta, donde está George Wheeler. Su propósito es completar la huida de Slade del país, por eso lo oculta en su yate, de nombre Antina. Sin salir del archipiélago, la trama confluye en una despoblada iglesia de la capital, Valletta. Allí quedarán al descubierto las distintas imposturas, y boca arriba las camufladas cartas de este peligroso juego de espías y política.


Uno de los mejores momentos de la película estriba en el plano final. La señorita Smith desaparece envuelta en las sombras de un callejón que no está muy claro a dónde conduce. El mismo camino que a continuación va a tomar Joseph Rearden. Ambos son personajes decididos. Quizá el destino que les aguarda no sea tan infeliz como parece.

El guión de El hombre de Mackintosh fue obra del futuro realizador Walter Hill (1940), que un año antes había entregado otro trabajo espléndido con La huida (The Getaway, Sam Peckinpah, 1972). El presente se basa en la novela The Freedom Tap (1971), de Desmond Bagley (1923-1983), no editada en español. La fotografía corrió a cargo de otro de esos nombres señeros en la historia de la cinematografía, que también me lleva a recuerdos infantiles, pues muy pronto averigüé que fue el responsable, en este apartado, de Cristal oscuro (The Dark Crystal, Jim Henson & Frank Oz, 1982), Oswald Morris (1915-2014). La música, estilo pizpireta y retentivo, la proporcionó el no menos destacable Maurice Jarre (1924-2009). Siempre fue de mis compositores favoritos, sobre todo desde que tuve constancia de que solía ser ninguneado por los críticos que menos me interesaban. Incluyo toda la época y textura del sintetizador, por supuesto. De todo ello, de proporcionar una película tan entretenida como personal, se encargaron tanto Huston como su productor, John Foreman (1925-1992).



0 comentarios :

Publicar un comentario

¡Hola! Si te gusta el tema del que estamos hablando en esta entrada, ¡no dudes en comentar! Estamos abiertos a que compartas tu opinión con nosotros :)

Recuerda ser respetuoso y no realizar spam. Lee nuestras políticas para más información.

Lo más visto esta semana

Aviso Legal

Licencia Creative Commons

Baúl de Castillo por Baúl del Castillo se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.

Nuestros contenidos son, a excepción de las citas, propiedad de los autores que colaboran en este blog. De esta forma, tanto los textos como el diseño alterado de la plantilla original y las secciones originales creadas por nuestros colaboradores son también propiedad de esta entidad bajo una licencia Creative Commons BY-NC-ND, salvo que en el artículo en cuestión se mencione lo contrario. Así pues, cualquiera de nuestros textos puede ser reproducido en otros medios siempre y cuando cuente con nuestra autorización y se cite a la fuente original (este blog) así como al autor correspondiente, y que su uso no sea comercial.

Dispuesta nuestra licencia de esta forma, recordamos que cualquier vulneración de estas reglas supondrá una infracción en nuestra propiedad intelectual y nos facultará para poder realizar acciones legales.

Por otra parte, nuestras imágenes son, en su mayoría, extraídas de Google y otras plataformas de distribución de imágenes. Entendemos que algunas de ellas puedan estar sujetas a derechos de autor, por lo que rogamos que se pongan en contacto con nosotros en caso de que fuera necesario retirarla. De la misma forma, siempre que sea posible encontrar el nombre del autor original de la imagen, será mencionado como nota a pie de fotografía. En otros casos, se señalará que las fotos pertenecen a nuestro equipo y su uso queda acogido a la licencia anteriormente mencionada.

Safe Creative #1210020061717