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31 enero, 2014

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Granada nevada (Fotografía de MB)
Comenzamos este nueve año tras dejar atrás un año de crecimiento que esperamos superar. No empezamos mal en números, quizás menos entradas por cuestiones académicas, como es habitual enero, pero mucho mejor que el año pasado, donde tuvimos un enero paupérrimo. Hemos tenido, pues, 16 entradas, dentro de la media que tuvimos en 2013, y unas visitas que prosiguen la tendencia de noviembre y diciembre, rondando las 13.000 visitas tras una caída en los primeros días de enero, pero una buena subida en el último tercio, donde hemos alcanzado una media de 450 visitas diarias. En seguidores nos mantenemos en números similares, subiendo en Blogger a 129 y manteniéndonos a 86 en Facebook y 241 en Twitter.

Seguimos prefiriendo el cine en cuanto a reseñas, continuando con la saga X-Men con la segunda entrega como con adaptaciones, tanto de nuestro célebre y habitual detective Sherlock Holmes por séptima ocasión como de una de las principales obras literarias de fantasía, La historia interminable, del que también reseñó MB el libro de Michael Ende en su trigésimo quinto aniversario de publicación. En la literatura, observamos un libro ejemplar de la edición renacentista, el Sueño de Polífilo junto a novelas de ciencia ficción, como Cita con Rama o el juvenil La caja de historias. Además, también estrenamos sección, Animando desde Oriente, con la fabulosa obra fílmica El viaje de Chihiro.

Para febrero guardamos aún muchas entradas, volviendo también a hacer un pequeño ciclo para San Valentín, además de continuar con nuestras secciones, nuestras reseñas y críticas tanto cinematográficas como literarias.

Un saludo,
L.J.

PD: Un vídeo para concluir este resumen: la canción Chim Chim Cheree, del film Mary Poppins, que últimamente vuelve a estar en el aire con el estreno de Al encuentro de Mr. Banks.



"Lo peor es cuando has terminado un capítulo y la máquina de escribir no aplaude."

                  -Orson Welles

Para el sábado noche (XXIX): Horizontes azules, de Rudolph Maté

30 enero, 2014

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Horizontes azules (The far horizons, Paramount, 1955), es el relato de una expedición asombrosa, destinada a alcanzar la costa del Pacífico norteamericana por vez primera. De un lado, William Clarke (1770-1838), de treinta y cuatro años, tan buen cartógrafo como inconstante “en amores”, encargado de los así llamados Asuntos Indios y general del ejército; de otro, el capitán Meriwether Lewis (1774-1809), de veintinueve, secretario y “hombre de confianza” del presidente Thomas Jefferson (1743-1826), y del que no se ha llegado a saber con certeza si acabó quitándose la vida tras una deslucida andadura como gobernador del estado de Luisiana.

Lewis y Clarke
Los aspectos más espinosos de ambas personalidades -por otra parte tan “humanas”-, más que omitidos, son sugeridos. Con todo, la película de Rudolph Maté (1898-1964), retrata a dos personas de “carne y hueso” desde el principio, y no estrictamente a dos “mitos”; además de que la película detiene su andadura poco después de la expedición, un hito tanto geográfico como científico. Y en cualquier caso, la honestidad en ambos retratos parece superar con creces biopics tan recientes y maniqueos como el de cierto gurú informático.

Bien, el caso es que, auspiciados por el Presidente (Herbert Heyes), los expedicionarios atravesaron todo el agreste noroeste del país, valiéndose de la vía natural que les proporcionaba el bello río Misuri. Esto sucedió tras consumarse la compra del estado de Luisiana en 1803, un terreno vendido por los españoles a los franceses, y estos a los E.E.U.U. Que Jefferson es tenido por un Presidente “cercano” lo confirma su encuentro con Lewis, en el que el segundo es recibido en las dependencias privadas del primero, mientras se afeita.

En Horizontes azules, Lewis es Fred McMurray, y Clarke, Charlton Heston. De forma concisa pero bien contada, participamos de la aventura siguiendo el curso fluvial del río, y a un “cuerpo expedicionario” que se va abasteciendo a través de los puestos fronterizos. Así, tras recorrer once mil kilómetros en dos años y medio, desde un 14 de mayo de 1804 en que se inicia de forma oficial el viaje, hasta un 23 de septiembre de 1806, día del regreso a San Luis, y contando con solo una baja -un sargento muerto por apendicitis-, quedó debidamente documentado todo el territorio de los E.E.U.U. La llegada a las costas del Pacífico se produjo el quince de noviembre de 1805.

Como era usual, en Horizontes azules se incluyen personajes femeninos, pero su relevancia es mayor de lo que pudiera pensarse. Julia Hancock (Barbara Hale) y la india Sakajawea (Donna Reed) son, de igual modo, “personajes de carne y hueso”, por más que el papel de la segunda sea más extenso. Pero esta rivalidad de corte amoroso está bien servida; como luego Clarke se queda prendado de la joven india, la cosa tendrá su suspense…


Tratándose de una producción con medios limitados (y recordemos que medios y resultados cinematográficos no son sinónimos necesariamente), Horizontes azules se centra en las relaciones de los principales artífices, también en su contacto con los distintos pueblos nativos (sioux, principalmente). Unos pueblos en absoluto unidos, sino escindidos en facciones, por lo que se ha hecho necesario el establecer alianzas con otras tribus.

Y es que el mundo indio es un universo tan primordial como complejo, con sus propias normas y ritos. Por eso resulta tan interesante el personaje de la raptada –por otra de las tribus- Sakajawea (ella pertenece a los shoshone); ya que su personaje es el eje entre las costumbres de su pueblo y el idealismo y romanticismo -con las dosis de fatalismo que conlleva- del hombre occidental de la época. Su arrojo es mostrado sin ambages, y en otro momento de la película, descubrirá con horror que su propio hermano es el responsable de una de las facciones belicosas. Este episodio se ejemplifica, a su vez, con el rechazo de unas medallas, antiguo símbolo de entendimiento (o sometimiento), que el jefe indio acaba arrojando al suelo.


Por supuesto, los exteriores de la película se filmaron en escenarios naturales. Rudolph Maté demuestra su capacidad de síntesis, no solo como condición de un tipo de producción, sino como virtud de la misma.

Horizontes azules lega buenas imágenes, como la de los expedicionarios remontando una montaña con la barcaza a cuestas. En su tercio final, de regreso a la civilización, la resolución del “conflicto amoroso” no se centra únicamente en Clarke, Lewis y Julia, sino en Clarke y Sakajawea. La joven india no desea ser una “pertenencia” ni comprometer el estatus de Clarke; pese a recibir un discreto respeto, entre ella y Julia pesa en todo momento la relevancia social, y la india será consciente de ese “abismo” al poco de su llegada a la ciudad. De hecho, le preguntará a Julia si no es suficiente con amar al marido.


Otros buenos detalles los encontramos en esas semillas para el invierno que Sakajawea quiere hacer llegar a su pueblo “para que dejen de ser ignorantes y cultiven la tierra”. O el nombre con que Lewis y Clarke bautizan cada meandro de la bifurcación del río. Como curiosidad, destacar que la música fue compuesta por Hans J. Salter (1896-1994), músico por excelencia del fantastique.




Adaptaciones (XXIII): La historia interminable, de Wolfgang Petersen

29 enero, 2014

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Si el libro de Michael Ende ha pasado a ser considerado una de las mejores novelas juveniles del siglo XX, pese a las reticencias del autor en encasillarlo para un determinado público, también pese a la consideración del autor, su adaptación cinematográfica está unida inevitablemente a una época, los ochenta, y, en cierto sentido, a su gran expansión. 

Cinco años mediaron entre la publicación de La historia interminable (1979) y la producción estadounidense-alemana dirigida por Wolfgang Petersen en 1984, y esta última se relaciona indudablemente con toda una serie de películas, hoy ya tradicionales en la historia del cine, dirigidas al sector juvenil, imbuidas de una gran imaginación combinada con técnicas artesanales de recreación de esas fantasías: E.T., el extraterrestre (Steven Spielberg, 1982), Cristal Oscuro (Jim Henson y Frank Oz, 1982), Los Goonies (Richard Donner, 1985), Dentro del laberinto (Jim Henson, 1986) o Willow (Ron Howard, 1988). El director Petersen ha continuado su carrera con obras como Air Force One (1997) Troya (2004) o Poseidón (2006), que distan bastante del género al que esta pertenece, imbuida de magia y simpatía a partes iguales gracias a que toma el espíritu de la obra literaria.

Sin embargo, a pesar de que hoy podríamos considerarla un clásico, ya hemos comentado que Ende mantuvo su repudio hacia la adaptación durante toda su vida, algo que se debe, sin duda, a la mutilación que se realizó al material original. Desde los ojos de un espectador que no haya leído la novela original así como de quienes sean capaces de distinguir entre adaptación y traslación literal, la cuestión puede salvarse perfectamente, dado que este recorte no es notable ni afecta al desarrollo de la obra cinematográfica. Sin embargo, es una carencia importancia para la fidelidad del sentido del texto original, dado que al no adaptarse la mitad de la novela se desaprovechó el potencial de interpretaciones de la obra completa y el mensaje completo que Ende ofrecía en su historia.


Al menos ese es el recorte más relevante, más allá de cuestiones estéticas como pudiera ser el aspecto del dragón, que decepcionó a muchos al parecer más un perro que un auténtico dragón, aunque precisamente se haya convertido en un icono inconfundible del film. Por otra parte, podríamos considerar que la suerte de esta adaptación hubiera sido distinta en la actualidad. En esta época donde segundas partes, reboots, remakes y demás formas de llamar a la creación de productos normalmente con un fin comercial basado en la fama o rentabilidad de otra creación anterior, no hubiera resultado extraño que La historia interminable se hubiera dividido en dos partes, ¡aún mejor para los productores! Sobre todo cuando este film incompleto fue un éxito en taquilla. Con esto, sin embargo, no defendemos, ni podríamos, los intentos de Warners Bros. por continuar la saga con La historia interminable: el siguiente capítulo (George T. Miller, 1990) o La historia interminable III (Peter McDonald, 1994), dado que ambas no solo son malas adaptaciones con respecto a la trama y al espíritu de la novela, sino también películas con una calidad más que dudosa.

Regresando a la primera entrega, sin duda la más valorada y siempre considerada como una gran película fantástica, nos encontraremos con Bastian, un chico que sufre el acoso de compañeros de su colegio y que, huyendo de ellos, se adentrará en una librería peculiar, donde se encontrará con un libro inquietante. Decidido a leerlo cuanto antes e intentando evitar otros conflictos en su clase, se refugia en la buhardilla del colegio y comienza la aventura de las letras, la aventura de Atreyu para buscar la salvación de la Emperatriz Infantil y, por tanto, de su mundo, Fantasía. 


En ese viaje no se dejan atrás a criaturas fabulosas recreadas no por ordenador como ahora estamos acostumbrados, sino por creaciones mecánicas reales, hechas a mano. Mucho nos podremos quejar del aspecto de Fujur, el dragón de la suerte, pero debemos reconocer igualmente el trabajo que hay detrás de cada una de esas construcciones, como también es visible en la tortuga Vetusta Morla. Quizás el mundo de Fantasía peca de oscuridad, pero en el tramo de la novela que adapta, consideramos que es un tono adecuado, especialmente en las escenas clave relacionadas con el principal antagonista junto a la Nada, G'mork, o con el caballo de Atreyu, Artax.


En cuanto a los actores, predominan los tres protagonistas jóvenes frente a breves apariciones de algunos personajes adultos. Bastian Bux, desde la buhardilla leyendo su libro, es interpretado por Barret Oliver, que por entonces contaba con diez años y que un año más tarde recibiría el Premio Saturn por protagonizar D.A.R.Y.L. (Simon Wincer, 1985) y siguió en tramas de ciencia ficción con Cocoon (Ron Howard, 1985) y su segunda parte, Cocoon: el regreso (1988). Pese a sus inicios prometedores y a sus papeles protagonistas, bien interpretado en el caso que nos ocupa, abandonó el mundo de la actuación como sus compañeros, dedicándose finalmente a la fotografía profesional.

El otro peso de la película, Atreyu, es interpretado por Noah Hathaway, quien sufrió bastante durante la grabación, especialmente en las escenas que realizó junto al caballo o en el combate contra el lobo, muestra de entrega para un muchacho de trece años que, tras otras interpretaciones en films como Troll (John Carl Buechler, 1986) o Casebuster (Wes Craven, 1986), se acabó dedicando a varios deportes, aunque precisamente ganó el Premio Saturn por Atreyu en 1984 y parece haber intentado regresar tanto como doblador en Mondo Holocausto o actuando en Sushi Girl (2012), en esta última junto a otro actor muy popular en los ochenta, Mark Hamill, el sempiterno Luke Skywalker de la saga Star Wars.


La otra protagonista, que, como sucede en los libros, tiene una presencia referencial más que física, es la Emperatriz Infantil, es interpretada por Tami Stronach, que cumple con sus breves apariciones gracias a su apariencia en la que fue su única participación en un film, dedicándose posteriormente a la danza. De entre los adultos, quizás podemos destacar al señor Koreander, el librero del film, interpretado por Thomas Hill, habitual en series televisivas como Newhart (1982-1990) o V: The Final Battle (1984), y el único del reparto que volvería a su papel en La historia interminable: el siguiente capítulo (1990).

Aunque haya quienes afirmen que ha envejecido mal o que es una mala adaptación, no podemos negar que como film dirigido para niños puede seguir funcionando, sorprendiendo a estos con sus escenas, sus criaturas y su fantasía desbordante, así como avivando la nostalgia de aquellos ochenta y de aquella manera artesanal de hacer realidad los sueños a través del cine. Una aventura que ha perdido la filosofía y el contenido que Ende quería transmitir a través de su novela, pero que como película sigue teniendo un valor apreciable, no falto de todo ese contenido que muchos le han querido restar. Al final, sirve como puente tanto para futuros lectores de la obra como hacia una época de artesanía fílmica y buenas e inolvidables películas juveniles, que más allá de sus defectos y virtudes, hicieron mella en toda una generación.


Última mención también a la banda sonora, que acompaña inevitablemente al recuerdo de esta película y que fue trabajo de Giorgio Moroder y Klaus Doldinger, con la conocidísima canción de Limahl, NeverEnding Story. Como curiosidad final, un director también arquetipo de los ochenta, Steven Spielberg, tiene en su posesión el AURYN que se empleó en la grabación debido a la admiración que sintió por la película, y como petición, una revisión no solo de esta película, sino de la novela íntegra, que podría dar pie a una gran adaptación con los medios actuales, pero sin la magia de los ochenta.

Escrito por Luis J. del Castillo



Adaptaciones (XXII): Sherlock Holmes (VII) Miscelánea

28 enero, 2014

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George C. Scott, Gene Wilder, Roger Moore, Nicol Williamson, Nicholas Rowe, Michael Caine y Charlton Heston

Antes de acercarnos a la conclusión de esta especie de dossier que he venido elaborando para Baúl del Castillo acerca del personaje literario, y por ende cinematográfico, de Arthur Conan Doyle (del que siempre animamos a descubrir el resto de su obra, incluida la vertiente histórica), nos ocupamos en la siguiente entrada de varias películas que, o bien fueron destinadas a un formato televisivo o doméstico -en el más respetable de los sentidos-, o bien son digresiones que se valen del personaje para alcanzar otros fines.

Cronológicamente, comenzamos con El detective y la doctora (They might be giants, Anthony Harvey, Universal, 1971). ¿Un tipo ataviado como Sherlock Holmes en el presente? Como vemos, la idea de trasladar al peculiar detective a la siempre cambiante “actualidad” -en detrimento de un universo más connatural, que por pasado permanece menos mutable-, no es en absoluto nueva, y no hay más que recordar la etapa en que Basil Rathbone encarnó al personaje para Universal. Generalmente recibida con indiferencia, considero que El detective y la doctora, problemas de producción aparte -lo que cuenta es lo que queda-, es un estupendo cuento, hermoso y bien narrado.

Nos presenta al maduro Justin (George C. Scott), hombre tremendamente culto y antiguo juez que -y perdón por el chiste fácil- ha perdido el juicio, y en su condición de inadaptado se cree y actúa como la legendaria creación del escritor escocés, en un entorno claramente hostil y alienante: la ciudad de Nueva York, por entonces bastante sucia; un escenario tan psíquico como físico, donde los villanos ya no se desenvuelven con malignidad versallesca, sino a tiros, y donde ya no queda lugar para la fantasía. Una identificación que llega a su paroxismo en el divertido momento en que un guardia saluda a nuestro hombre diciendo: ¡Hombre, el señor Basil Rathbone!


Justin es analizado por la doctora Mildred Watson (una eficaz Joanne Woodward, que se asemeja bastante a la Barbara Bel Geddes de Vértigo), la cual trata de que el hermano del magistrado no lo declare incapacitado para poder apoderarse de todos sus bienes.

Justin / Holmes, por contra, y en comparación con la jungla humana que le rodea, acabará ganando, simplemente siendo feliz al poder vivir su “fantasía” y contar con la (esporádica) aquiescencia de algunas personas, tan “alienadas” como él; algo que llamará la atención de la doctora, una profesional solterona y sin amigos. En un momento, Holmes llega a convocar, cual flautista de Hamelín, a todos aquellos a los que de algún modo ha tocado con su varita mágica; un curioso grupo de “irregulares de Baker Street” -como Holmes motejaba a la chiquillería que le echaba una mano-, entre ellos Jack Gilford y Rue McClanahan (la Blanche de Las chicas de oro), a los que muestra que puede haber paraíso entre la mugre.

Prueba de que eso, y no otra cosa, es lo que importa, es el hermoso aunque abierto final: no sabemos cómo acabará el asunto familiar, solo que Holmes parece que ya no se encontrará solo. Razón por lo cual pienso que, más que descompensado del resto, el último tercio resulta coherente a su manera. Además, los apuntes contra el psicoanálisis son brillantísimos.

En suma, El detective y la doctora es un considerable y bien argumentado ejercicio de imaginación (la relación de Holmes con el universo del western es otro magnífico apunte), donde se valora la magia de poder ser el que se quiere ser, junto a la propia “magia” del cine: no es extraño que Holmes termine en uno, aunque, signo de los tiempos, el escenario acabe convertido en una sala de películas eróticas: es uno de sus encontronazos con el mundo real. Por otro lado, George C. Scott está excepcional.

La historia interminable, de Michael Ende

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Para saber realmente lo que es Fantasía hay que leer este libro. El que tienes en tus manos. La Emperatriz Infantil está mortalmente enferma y su reino corre un grave peligro. La salvación depende de Atreyu, un valiente guerrero de la tribu de los pieles verdes, y Bastián, un niño tímido que lee con pasión un libro mágico...

Con un contexto así de atrayente y una trama llena de fantasía y magia, nos adentraremos en la historia de un joven protagonista que nos hará transportar a un mundo tan único y curioso como él mismo. Y es que poco iba a imaginarse Bastián que encontrar un libro, aparentemente especial, le iba a llevar a vivir una vivencia inolvidable. Huyendo de los típicos abusones de su colegio, se esconde en la librería del señor Koreander. Allí encontrará dicho libro, La historia interminable, con un diseño llamativo y el símbolo de un ÁURYN en la portada. Tanta es su curiosidad y fascinación que no duda en tomarlo prestado para poder leerlo tranquilamente. Y aquí comenzará su aventura, en el desván del colegio donde Bastián abre el libro y se sumergiría en su lectura por primera vez.


Tras empezar a leer y conocer la sorprendente historia del reino de Fantasía, nada sería lo mismo para Bastián. Aunque Atreyu haya sido el guerrero elegido para encontrar la cura de la Emperatriz atravesando los lugares más recónditos, es Bastián quien se convertiría en la persona responsable en salvar esta comunidad mágica, repleta de extraños personajes que solamente podrían residir en nuestra imaginación. Es por ello que la aventura de Atreyu le tiene fascinado, además de darse cuenta de que no son tan diferentes como podría parecer.

Pero una evidente preocupación bombardea la mente de Bastián: ¿cómo se sumerge una persona en la historia de un libro? Aunque pueda parecer de locos, nuestro protagonista demuestra que con voluntad, valentía y fe podremos alcanzar lo que deseamos en lo más profundo de nuestro corazón. Sin duda, la novela de Ende derrocha inocencia, originalidad e imaginación desde la primera a la última página de nuestra lectura.


La historia se divide clara y gráficamente en dos partes, cada una dependiente de la otra, con una innovadora narración: dos colores, verde y rojo, para diferenciar las partes de la novela en las que nos encontramos en Fantasía y en la vida real. Nombres como Atreyu, Fújur o Bastián nos resultarán entrañables conforme avancemos en la lectura, permaneciendo en el recuerdo como personajes más allá del papel. Porque ¿quién no se ha sentido tan inmerso en una lectura que ha tenido ganas de formar parte de ella? Ende pretende crear ese efecto en el lector, imitando lo que le sucede a Bastián y haciéndonos partícipes de cada uno de los capítulos de la novela, en la que cada personaje tendrá un cometido y del que, además, recibiremos una enseñanza. Si bien es cierto que a veces nos resultarán repetitivos, sobre todo cuando la sucesión de aventuras pueda parecer interminable, estamos ante una obra muy bien estructurada, de corte juvenil pero que atraerá a un lector de cualquier edad que lo tenga entre sus manos, y con una clara dualidad fantasía-realidad con la que concluiremos en que ambas se necesitan para coexistir.

Porque para sobrevivir a los problemas del mundo real solemos recurrir a la fantasía, a la imaginación, a una vía de escape que nos proporcione soñar más allá de lo que vivimos cotidianamente, y esa resulta ser la salvación a la existencia de Bastián. Un equilibrio entre dos mundos en el que una realidad depende de una fantasía.

Michael Ende
Quien nunca haya llorado abierta o disimuladamente lágrimas amargas, porque una historia maravillosa acababa y había que decir adiós a personajes con los que había corrido tantas aventuras, a los que quería y admiraba, por los que había temido y rezado, y sin cuya compañía la vida le parecería vacía y sin sentido...

Adentrarse en La Historia Interminable no solo supone dejarse entretener por esa aventura, sino descubrir también las personas y los aspectos más importantes en la vida, y lo fundamental que es luchar por cada uno de ellos. Pese a que la historia de Bastian es pura fantasía, con ella es posible aprender a enfrentarnos a la realidad, pero también a soñar, a no abandonar la imaginación por la vida cotidiana, porque a veces es esa creatividad la que nos puede infundir el valor para afrontar nuestra vida real.

Esta novela es, probablemente, una de las obras que mejor transmite la magia de leer, ya sea con metáforas, con juegos o a través de leyendas. Ende habla al lector de la mentira y la verdad, de la importancia de ser fiel a uno mismo, del valor de la amistad y, por encima de todo, de lo importante que es la lectura a lo largo de nuestra vida.

Cartel de su primera adaptación al cine
Tres películas, dos series, una ópera, un ballet, más de treinta y seis traducciones, alabada por jóvenes, por adultos, por lectores y por escritores de todo el mundo... son algunos de los hitos logrados por esta gran novela de Michael Ende desde su publicación en 1979. La historia de cómo Michael Ende escribió su novela más famosa fue casi interminable en sí misma. Se inició en febrero de 1977 con la visita del editor Hansjörg Weitbrecht, y tan pronto como se abordó el tema del siguiente libro a publicar, Michael Ende comenzó hurgar en una caja de zapatos y a pensar en un montón de ideas. En un pedazo de papel escribió el siguiente resumen: Un niño toma un libro, se encuentra literalmente dentro de la historia y tiene problemas para salir. 

Una vez que Weitbrecht expresó su aprobación, Ende prometió entregar el manuscrito antes de Navidad. Asumió que el proyecto sería sencillo, y en privado se preguntó cómo podía estirar el material para llenar un centenar de páginas. Pero la lucha del autor para escapar del mundo que había creado se convirtió cada vez más intensa. A menos que Ende pudiera encontrar una manera de salir de Fantasia, Bastian quedaría atrapado en su interior. Al final del año, incluso circunstancias ambientales parecían conspirar contra él; y es que el invierno de 1978 fue uno de los más fríos que se recuerdan, con una temperatura que llegó a bajar a menos diez grados. Las casas en Genzano no estaban diseñadas para resistir a tales extremos, y la de Ende no fue la excepción. Aún así, el autor siguió trabajando sin tregua. A pesar de esas difíciles condiciones, pudo finalmente encontrar una solución: ÁURYN, la Alhaja, uno de los símbolos más prósperos de la novela.


Como vemos, no sería la única vez que La historia interminable demostraría ser un libro mágico. Una novela que muestra que los libros son puertas, entradas a otros mundos, a vivencias increíbles y a personajes inolvidables. Porque nunca hay que perder las ganas de cruzar esa frontera a una incansable búsqueda de aventuras. 

Quien no haya pasado nunca tardes enteras delante de un libro, con las orejas ardiéndole y el pelo caído por la cara, leyendo y leyendo, olvidado del mundo y sin darse cuenta de que tenía hambre o se estaba quedando helado.


Escrita por Mariela B. Ortega


Un cadáver a los postres, de Robert Moore

26 enero, 2014

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Neil Simon escribió Un cadáver a los postres (Murder by death, Robert Moore, Columbia Pictures, 1976), directamente para el cine, y el resultado, como cabía esperar, fue muy positivo –como todo, si se está dispuesto a entrar en el juego. La película resultante contó además con una entonada música de Dave Grusin y la magnífica labor del decorador Stephen Grimes, que proporcionó los excelentes decorados. En posteriores entrevistas, Neil Simon siempre ha recordado el placer que le produjo el poder contar con semejante reparto para la película.

Los dramatis personae se componen de un oriental tan práctico como sentencioso, Sidney Wang (Peter Sellers), remedo del Charlie Chan de E. D. Biggers; o del matrimonio Charleston (Maggie Smith y David Niven), en claro homenaje a las interpretaciones de William Powell y Myrna Loy de los Charles de Dashiell Hammet: en sus primeras apariciones siempre aparecen con una copa de Martini en la mano y acompañados de su fox-terrier Myron. Otro tanto sucede con las más populares creaciones de Agatha Christie, “Miss Marbbles” (Elsa Lanchester) y “Monsieur Perrier” (James Coco), acompañado de su fiel chofer (James Cromwell), una especie de trasunto venido a menos del capitán Hastings.

El cuadro se completa con el no menos icónico detective americano por excelencia, Sam Spade –también de Hammett-, aquí trasmutado en Sam Diamond (Peter Falk), el cual se hace acompañar de “la chica” (Eileen Brennan). Del primero al último están extraordinarios, y es razón más que sobrada para disfrutar de Un cadáver a los postres.


Como señalábamos, la ambientación está plenamente lograda gracias al espléndido decorado, de modo que la solitaria mansión donde se desarrolla el plot, puede considerarse un personaje clásico más. En ella también encontraremos a un flemático mayordomo ciego (Alec Guinness, igualmente magnífico) y a una cocinera sorda (Nancy Walker). El hecho es que el idiosincrático grupo de detectives, cada uno dentro de su esfera y circunstancias, ha sido convocado por un misterioso y adinerado personaje, Lionel Twain (el escritor Truman Capote), para premiar a quien sea capaz de resolver un crimen que aún no se ha cometido…

A su llegada a la casona, Sidney Wang advierte acerca de lo que promete ser un “fin de semana interesante”. A su partida, y contestando a la pregunta que le formula su hijo-adoptivo-número-tres (Richard Narita), acerca de quién resultó muerto, Wang responderá que “asesinado-fin-de-semana”.


Naturalmente, el guión propuesto por Neil Simon juega continuamente con las convenciones del género, como ilustra la manipulación de los goznes de las puertas para que chirríen, los “faroles” a la hora de ser el más avispado a la hora de deducir, la retahíla de los posibles sospechosos del crimen, finalmente cometido; los “pasados” que se descubren por medio de las relaciones ocultas de los personajes con su anfitrión, o el gag con el timbre de la mansión. Incluso en otro momento de la trama, el escenario se manifiesta como tal; los detectives averiguan que todo ha sido contratado.

De hecho, pese a seguir una estructura en actos, como en cualquier obra de teatro, la acción cuenta con la ventaja, reconocida por el propio Simon, de poder jugar con los decorados (haciéndolos desaparecer, comprimiéndolos) y el punto de vista (elemento cinematográfico por antonomasia, distrayendo la atención de personajes que van y vienen); cosas más complicadas de hacer sobre un escenario.


Como sucedía en nuestra previa –y la semejanza no ha sido premeditada- Bola de fuego (Ball of fire, Howard Hawks, 1941), Neil Simon propone en Un cadáver a los postres un juego repleto de slang (jerga) del mundo de las novelas y películas de detectives (así, the can por el retrete, o el conocido eufemismo acerca del silbar, extraído de Tener y no tener, -To have or have not, Howard Hawks, 1944-); juegos de palabras, intraducibles a veces por su carácter fonético -como el que ataña al apellido del mayordomo, Jamesir Bensonmum (por “madame”), buns (bollos) por bones (huesos), Wang’s wing (traducido como “un ala muy sabrosa”), o el juego con el verbo to fix (“operar al gato”), toda una labor de traslación que en español también se convierte, como en todo trabajo de traducción bien hecho, en otro juego metalingüístico, una sucesión de frases hechas y particulares del idioma, como la tela (por “el cambio”), o expresiones como “pincho moruno”, “estar como una cabra”, “encogerse el ombligo”, “qué callado te lo tenías”, “sentar cátedra”, “me tocó la china” y el no menos referencial “cómo está el servicio”. ¡Hasta Lionel Twain acusa a Wang de comerse los artículos y las preposiciones!

Otro –pertinente- cambio afecta al susodicho mayordomo, apodado por Sam como Jeeves, el famoso personaje de los relatos de Wodehouse, y traducido aquí por el metonímico y más popular nombre de Bautista. Junto al narrativo, se trata de otro disfrutable juego de referencias o cajas chinas.


Ambientada a finales de los cuarenta o primeros cincuenta, Un cadáver a los postres no solo es una parodia (en absoluto chusca: se notan los cimientos de un buen guión), sino una irónica semblanza. Finalmente, Twain se dirige al resto de personajes como si fueran los escritores de sí mismos, de sus propias novelas.

El producto resultante confirma a Neil Simon como uno de los más brillantes guionistas y dramaturgos contemporáneos; un autor que, además, siempre se llevó bien con el cine. Como curiosidad, entre los recuerdos que ha evocado Simon más de una vez, está el de contemplar durante las pausas de rodaje a Alec Guinness leyendo el guión de una cosa llamada Star Wars… “No está mal, ya veremos”, le decía el gran actor inglés.

Escrito por Javier C. Aguilera


X-Men 2, de Bryan Singer

25 enero, 2014

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Seguimos analizando las adaptaciones cinematográficas de los mutantes más conocidos en el mundo de los superhéroes con la segunda película que realizó el director Bryan Singer sobre este universo de Marvel tras su primer acercamiento con X-Men el año 2000. Median entre ambas tres años que se notan en el resultado final si las comparamos, incluso en esta segunda entrega se añade más metraje, media hora más, y, sin embargo, tiene mejor ritmo que la primera. Porque sin duda, lo que no le falta a esta entrega es acción y efectos especiales, un cine de entretenimiento habitual en las películas de superhéroes que resulta suficientemente rápido para no aburrir, pero lo necesariamente equilibrado para no resultar agotador, y todo ello sin perder el debate al que tantas veces hemos hecho referencia y que traspasa toda la saga. Si la primera entrega nos mostraba a los humanos temerosos de los mutantes y a unos mutantes liderados por Magneto intentando cambiar la raza humana, ahora observaremos cómo los humanos también tienen entre sus filas a quienes harán todo lo posible por exterminar a los mutantes, sin ninguna consideración. Hasta el momento, esta cuestión de los cuatro bandos se ha mostrado mejor en X-Men: primera generación (2011), es en el film de 2003 donde se muestra completa por primera vez.

La historia se centra de nuevo en esa convivencia cada vez más evidente entre seres extraños, los mutantes, y los seres humanos, con una tensión creciente y apreciable por todos. Comenzando con una primera escena que nos augura cómo va a ser el resto de la película, se deja claro que hay quienes ya están dispuestos a comenzar una guerra dando un paso firme, como intentar matar al presidente de los Estados Unidos. Partiendo de esta cuestión, comienza una investigación para buscar al culpable, una trama donde los mutantes deberán unirse contra una amenaza que atenta contra sus vidas. Todo ello a través de un villano que odia tanto a los mutantes como Magneto odia a los humanos, y que intentará emplear un arma que no fue creada como tal y que estaba en poder de quien menos la emplearía, aunque finalmente su existencia acabará siendo un peligro tanto para mutantes como para humanos.


No podemos caer en el error, no obstante, de despojar a Magneto de su manto de malvado o villano principal, pues aunque haya alianzas temporales, solo un villano de sus características las aprovecha de la manera en que se muestra el film. Junto a él, todos los demás personajes principales están más trabajados, libres de la presentación que se les dio en la primera entrega, aquí existe una elipsis explicativa a favor de una muestra de los poderes de cada uno de los mutantes, a lo que se les ofrece mayor protagonismo. De esta forma, ahondamos mejor, por ejemplo, en la eficacia del poder cambiante de Mística (Rebecca Romijn), así como en su personalidad, más enriquecida si miramos al personaje desde la perspectiva de X-Men: primera generación, o los poderosos cambios de clima de Tormenta (Halle Berry), de los más trabajados en los efectos especiales.


De entre todos, el menos favorecido es Cíclope, tanto por el poco espacio que se le da en el metraje como por una interpretación vacía de James Marsden, pese a los intentos finales de darle peso a su personaje. El que fuera líder de los X-Men en los cómics es devorado, cinematográficamente hablando, por su sarcástica compañero, Lobezno (Hugh Jackman), que vuelve a ser una de las piezas fundamentales en la película y sobre el que descubriremos ciertos aspectos de su pasado, como el origen de su esqueleto de adamantium, aunque el resto de cuestiones se sugieran en lugar de mostrarse, dejando su historia para una posterior entrega que fue lanzada en 2009 bajo el título X-Men Orígenes: Lobezno. Aunque debemos admitir una evolución muy favorable de todos los personajes, una profundización en sus personalidades que faltaba explorar en X-Men (2000) y que aquí se solventa con algunas conversaciones clave donde se juega con un equilibro entre la acción, la tensión, el humor y el drama. Tanto Magneto como su rival y amigo, el profesor Xavier, vuelven a brillar, aunque en esta ocasión será Ian McKellen el que más oportunidad tenga, dando entereza a su personaje y la coherencia suficiente para comprender por qué es el principal enemigo de estos superhéroes. Su sarcasmo se iguala al de Lobezno y ofrece alguna de la frases más humorísticas en este sentido.


Al margen del humor, encontramos al personaje de Jean Grey, que interpretada por Famke Janssen, adquiere una mayor importancia en el film, mostrando desde el principio el augurio de alguna calamidad, como se va descubriendo según nos acercamos al final. El personaje queda como guiño para una futura trama de la franquicia, aunque el desarrollo de Jean Grey sea bastante aceptable en esta entrega. Siguiendo con esos malos presentimientos, tenemos a Stryker (Bryan Cox, en una excelente interpretación), el malvado de esta ocasión. A diferencia de la anterior entrega o como sucedía en X-Men: primera generación, en esta se ha optado por una reducción del número de enemigos, pero una mejor justificación de sus motivos, especialmente en el odio de Stryker hacia los mutantes o en el uso de una droga que domina la voluntad para los mutantes afines a su causa, aún cuando esta resulta perjudicial para su futuro. Otra consecuencia de esa cantidad menor de enemigos es la posibilidad de otorgarles mayor campo de acción y esa argumentación necesaria para comprenderles.

Dejamos aparte, por el poco metraje que se les presta, a los mutantes adolescentes, entre los que destacan tres: Pícara (Anna Paquin), Iceman (Shawn Ashmore) y Pyro (Aaron Stranford). Los tres ofrecen no solo la típica división de opiniones ya establecida entre los que no tienen nada en contra de los humanos y los que se sienten discriminados por ellos, sino la muestra del paso de la adolescencia a la edad adulta dentro de unas características tan especiales, perfilándose un debate interno en cada caso: la imposibilidad de contacto físico con las personas a las que se aman, el rechazo de la familia por miedo a la mutación o la envidia y la ira hacia el rechazo humano.


Sobre estas cuestiones también ahondan en sus conversaciones el personaje interpretado por Alan Cumming, Rondador nocturno, y Tormenta, donde se muestran dos posturas diferentes, pero posibles, en la convivencia con los humanos, como la ira o la piedad a través de la fe. No obstante, estas conversaciones, explotadas en dos puntos del film, parecen insertadas a la fuerza, quizás para otorgarle a Rondador nocturno un carácter más profundo, aportando además otro punto de vista en el encuentro entre humanos y mutantes por parte de uno cuya mutación es visible a simple vista. Lamentablemente, Rondador nocturno no ha tenido más espacio en otras entregas, pese al carisma del personaje y a haber protagonizado el acertado inicio del film.


Así pues, obtenemos una evolución considerable respecto a la primera entrega, con una película correctamente filmada y realizada con buen ritmo y equilibrio, centrado en el espectáculo, pero sin resultar excesivo, con briznas de humor y drama. Quizás su mayor defecto sea la necesidad de visionar la primera entrega para la introducción de los personajes y de las situaciones, precisamente la cuestión que más aletargó el primer film es lo que le falta a X-Men 2 para poder ser una película independiente en cuanto a su visionado.
 

Bryan Singer muestra cierta maduración, quizás al haber contado con más medios y mayor confianza de la productora, pudiendo desarrollar mejor su idea, teniendo en cuenta que formó también parte del equipo de guionistas junto a Zack Penn y David Hayter, este último único responsable del guión de X-Men y también posterior guionista de Watchmen (Zack Snyder, 2009). La música de John Ottman encaja bien con el film, pero no brilla, y toma ciertas melodías clásicas de la serie de animación, volveremos a oírlo en X-Men: Days of Future Past (2014), como en el caso de la dirección de Bryan Singer, que abandonó la franquicia para dirigir Superman Returns (2006) pese a que en esta segunda entrega dejó establecidas las bases para la futura entrega. Este honor recayó en Brett Ratner, que concibió X-Men: la decisión final (2006), film que cerraría esta primera trilogía y de la que hablaremos próximamente.

Escrito por Luis J. del Castillo


Cita con Rama, de Arthur C. Clarke

22 enero, 2014

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La acción de Cita con Rama (Rendezvous with Rama, 1973) transcurre, en primer lugar, en fecha tan señalada como un 11 de septiembre de 2077, cuando una serie de meteoritos ocasionan la destrucción de varias ciudades de la Tierra. Los meteoritos son ya descritos por Arthur C. Clarke (1917-2008) tanto en su condición de destructores como de portadores de vida, por vía de los componentes químicos que transportan. La acción se traslada entonces al año 2131.

Arthur C. Clarke
El informe técnico y periodístico del inicio del relato es una narración sobre lo que aconteció en el pasado; tal vez un informe de aquella época ya lejana. Pero en el “ahora”, la esperanza de vida se ha alargado, la sobrepoblación acucia a la Tierra (un tema recurrente en los setenta), y se han construido colonias en los planetas interiores del Sistema Solar y en Marte.

Junto a estos cambios técnicos, como la capacidad de poder trasladarse a velocidades antes tan solo imaginadas, Clarke no olvida los éticos; la Tierra de Cita con Rama es un mundo con una moral curiosísima, aunque ni mejor ni peor, solo diferente. De hecho, cuando los humanos del relato se las vean con el artefacto Rama, diseñado por unos seres tan adelantados como ellos lo están ahora de sus ancestros, “repensarán” muchos de sus criterios. Por otra parte, la exploración del anónimo visitante mecánico se asemeja a los descubrimientos históricos de Howard Carter o James Cook. El primer ser humano en poner el pie en un lugar totalmente nuevo y ajeno se llama Bill Norton.

La Tierra en el futuro
El autor de El centinela (1948), relato que dio pie a la conocida 2001: Una odisea del espacio (2001: A space odyssey, Stanley Kubrick, 1968), a la que nos referimos recientemente, tiene el acierto de no presentarnos de forma directa a los autores del inmenso ingenio espacial, sino tan solo a unos sirvientes o mantenedores, mitad animales, mitad mecanismos (lo que hoy entendemos por cíborgs). El visitante de las estrellas es, en este caso (¡y puede que haya ocurrido otras veces!), una máquina tan compleja –sin aparatos de propulsión conocidos- que queda fuera de la “actual” capacidad de sus exploradores. 

Se trata de un ecosistema propio y autosuficiente confinado en un enorme objeto circular. De hecho, el sol de Rama, es descrito “como si acabara de ser creado”, y en otra ocasión, los expedicionarios también serán testigos de la inmensa ola que provoca una sacudida. No en vano, el mar cilíndrico de Rama nos retrotrae al Mar de Lindenbrock de Julio Verne. Norton y su grupo se hallan a las puertas de una nueva física.

Ilustración artística de Rama
Al margen de su habitual y saludable optimismo en el ser humano como “ejemplar” galáctico, Clarke no olvida su compleja naturaleza, y en Cita con Rama presenta un conflicto entre dos poblaciones terrestres, la oriunda y la de los emigrados al agreste Mercurio (algo parecido a lo que sucedía en 2010: Odisea dos, 1982).

Al mismo tiempo, la evidencia de vida fuera del Sistema Solar, da pie a toda una serie de especulaciones jerárquicas, muchas veces “impracticables” para quienes detentan una visión más antropocéntrica del universo: incluso en Rama hay escaleras que hacen pensar en un tipo de vida humanoide o antropomorfa. Pero de entre todo el inevitable brainstorming, sobresale la certeza del capitán Norton de que no somos tan trascendentes en el cosmos, sino unos inquilinos más.

Cita con Rama (Ultramar editores, 1979 / Edhasa, 2010), dio pie a una secuela en forma de trilogía en la que la intervención de Clarke parece que se limitó más a una cuestión de derechos de autor que a la propia escritura. Es por ello que, pese a que el relato proseguirá con personajes diferentes, Cita con Rama puede disfrutarse como una obra independiente. Los títulos que se sucedieron fueron Rama II (1989), El jardín de Rama (1991) y Rama revelada (1993), “co-escritos” por Gentry Lee (1942).

Pero es en el original Cita con Rama donde prevalece claramente esa visión optimista de su autor acerca de la evolución del ser humano; ese ser con, según Clarke, un pie puesto en el futuro, pero también otro en el pasado.

Escrito por Javier C. Aguilera


La caja de historias, de Monica Hughes

20 enero, 2014

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Las noches de Etta están llenas de terroríficos monstruos con escamas y dientes afilados. La hermana de Colin es muy aficionada a dejar volar la imaginación. Pero imaginar, recordar, soñar, contar; son actos prohibidos en Ariban. Si las fantasías de la chica llegan a oídos de los ancianos que gobiernan la isla, la vida de Etta podría correr serio peligro, así que será Colin quien deberá acallar los rumores, ya que dicha isla está invadida por unos ideales que rechazan completamente el mundo de la imaginación y los sueños, prevaleciendo la racionalidad por encima de cualquier pensamiento. Sin embargo, la llegada de una extraña chica a la isla, Jennifer, cambiará radicalmente la vida de Colin y de todos sus habitantes. Su espontaneidad, su afán por las historias y el uso de la imaginación, además del secreto que esconde, serán cruciales en el devenir de los hermanos Colin y Etta.


La sociedad que La caja de historias (The story box, 1998) nos presenta podría ser un claro ejemplo de distopía, sin llegar a los extremos de, por ejemplo, 1984, pero sí coartando las libertades más subjetivas de la persona, llegando al punto de no poder ni siquiera soñar, leer o contar historias de fantasía o ciencia ficción. Jennifer, por el contrario, es una joven soñadora y amante de los libros que llega por accidente a Ariban, rescatada por Colin tras sufrir un naufragio. Desde ese momento surge una relación atípica entre ellos, un gran vínculo de unión que se ve afectado por muchos altibajos, debidos, en gran parte, a la inseguridad y desconfianza de Colin. Sin embargo, Etta considerará a Jennifer como la hermana que siempre quiso desde el primer momento en que la conoció, algo que traerá desafortunadas consecuencias para su familia, que acaba acogiendo a la forastera y que se convierte en el punto de mira de todo el pueblo.

Aunque Colin, en apariencia, sienta cierto rechazo hacia la chica que rescató, gracias a ella y al tesoro que trajo consigo en el naufragio, nace en él un deseo intrínseco por salir de la sociedad que le ahoga y del destino que su propio pueblo impone. Destinado a ser pastor, el joven ve en Jennifer la esperanza y la libertad que, en el fondo, ansía conseguir.

Imagen distópica representante de la novela La fuga de Logan (Logan's Run, 1976, William F. Nolan y George Clayton Johnson)
Por desgracia, conforme transcurre la novela, descubriremos que Colin no posee el valor suficiente para enfrentarse a esas circunstancias distópicas, defraudando tanto a su hermana como a su extraña nueva amiga y conformándose con lo que él cree que es correcto seguir y con las costumbres que él cree correctas adoptar.

No obstante, la trama dará un pequeño giro parar acabar en un final abierto, en el que no se sabe muy bien cómo continuará el destino de los tres protagonistas pero en el que sí quedará claro que logran vencer los prejuicios y las ataduras impuestas por esa sociedad tan autoritaria para el pensamiento humano. Porque la cobardía debe saber dejar paso a la valentía en los momentos más extremos y cruciales de nuestra vida.


Monica Hughes está considerada como una de las escritoras canadienses más importante de libros para niños y adolescentes. En la mayoría de sus libros el tema central es la ciencia ficción, como bien hemos descubierto en esta trama distópica. Nacida en Liverpool, en el año 1925, y fallecida en 2003, esta autora quizás no fue muy conocida en nuestro país, pero también escribió algunas novelas históricas y de aventuras, así como el texto para libros ilustrados. A pesar que nació en Liverpool, pasó gran parte de su vida en Canadá, y por ello es conocida como una de las mejores escritoras infantiles y juveniles de ese país, con novelas como Un puñado de semillas (Handful of seeds, 1993), El diablo en la espalda (Devil on my back, 1984), La cazadora de sueños (The dream catcher, 1986) o Trampa en el espacio (Space trap, 1983).

Escrita de manera amena, con personajes típicamente villanos frente a unos heróicos, y pensada para un público juvenil, Monica Hughes define a la perfección ese sentimiento moral entre seguir las normas impuestas, lo que se ha considerado correcto durante siglos, y romper con los esquemas autoritarios que prohíben toda muestra de expresión artística y sentimental del ser humano. Sin duda, una clásica disyuntiva entre guiarse por la racionalidad humana o seguir lo que dicta el corazón.


Escrita por Mariela B. Ortega


Jasón y los argonautas, de Don Chaffey

19 enero, 2014

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Hablar de Jasón y los argonautas (Jason and the Argonauts, Columbia, 1963) es hablar de Ray Harryhausen (1920-2013), pero también del productor Chales H. Schneer (1920-2009); en resumidas cuentas, de una de esas asociaciones fructíferas que de cuando en cuando se han dado en el cine. Cuando se le otorgó el Oscar Honorífico a Harryhausen en 1992, se concedió reconocimiento no solo a un maravilloso creador de ilusiones (los llamados efectos especiales), sino además a un tipo de cine que, pese a gozar del favor del público, no siempre había recibido los parabienes de la crítica (menos en los sesenta, la época del “arte y ensayo”, que la criba del tiempo ha venido desvaneciendo casi en su totalidad).

Harryhausen y Schneer

Jasón y los argonautas cuenta, además de la dirección de Don Chaffey (1917-1990), con la aportación del músico Bernard Herrmann (1911-1975), cuyo cometido no se limitó a la concepción de una sugestiva banda sonora, como era su costumbre, sino –como hiciera poco después en Los pájaros (The birds, 1963) de Hitchcock- a un cuidado trabajo con el sonido: todos recordamos el crujir de huesos de los esqueletos guerreros o los movimientos del Gigante de Bronce.

El oráculo proporciona al relato una estructura cíclica. El usurpador rey de Tesalia (Grecia), Pelías (Douglas Wilmer), temiendo una conjura, envía lo más lejos que puede al legítimo heredero al trono, Jasón (Todd Armstrong), en pos de un imposible: hallar el codiciado Vellocino de Oro, una piel de carnero con propiedades fabulosas y todo un macguffin mitológico. Desde el rey al resto de habitantes de Tesalia, todos se muestran sumisos ante unos dioses cuyos designios nos llevan a concluir, una vez más, que tenemos los dioses que nos merecemos. Una buena imagen ilustra la idea de la ausencia de albedrío, la de la estatua caída del dios Hermes, el inspirador de los sueños.


Pero hay hombres y hombres, y en este sentido, pese a que Jasón es mostrado como un héroe a la clásica usanza, sin fisuras, no está exento de otros rasgos “humanos” muy interesantes. En un principio, Jasón es agnóstico con respecto a los dioses, aunque como ver es creer, Zeus y Hera (reales en el relato) le han preparado un viaje tan repleto de contratiempos como de maravillas: es la metáfora clásica de la vida, revestida por la fantasía épica.

Por su parte, los compañeros que acompañan a Jasón en su aventura se muestran siempre resignados porque los dioses así lo disponen, e inútil es luchar contra lo que “está escrito”. Pero Jasón, pese a la dificultad de la empresa, rehúsa la ayuda de los dioses -salvo la de Hera (Honor Blackman), la más bondadosa-, apelando a los “corazones de los hombres”. En otra imagen ya icónica, Hera propiciará la intervención de Tritón.


Este pre-determinismo al que hacíamos referencia parece ser una cuestión de “creencias” personales en definitiva, pero no por ello deja de mostrarse gráficamente mediante una competición, en la que las personas son peones de un juego de ajedrez jugado en las alturas (recordemos, ejecutado por unos dioses revestidos de atributos humanos; en suma, una representación del abuso de poder).

Ante esta idea del hombre como juguete, Jasón antepondrá la lucha por su propio destino. En otro buen momento de la película, seremos testigos del terrible castigo impuesto a Fineo (Patrick Troughton), el ciego, por parte de los dioses y de las Arpías, que lo hostigan sin apenas tregua. Se trata de otro ejemplo de esa arbitrariedad.


El escenario entonces también es ético, es el destino frente a profecías y vaticinios, pero un destino forjado por la propia determinación. Jasón llega a decir que “con el tiempo, los hombres prescindirán de ellos”, refiriéndose a los dioses. Es consciente de que estos son algo, solo mientras se crea en ellos, como la propia Hera llega a reconocer. El mérito de Jasón y los argonautas es que maneja esta idea por vía del relato de aventuras y no mediante una apesadumbrada parábola existencial. Pero este sustrato no quita para que, como en todo buen relato de aventuras, estos Amadís no se las vean con hechos prodigiosos y seres míticos, como los habitantes de la Isla de Bronce, en cuyo interior, en lugar de sangre, fluye bronce líquido.

Además, dos personajes sobresalen de entre los expedicionarios, Hércules (Nigel Greene) y Medea (Nancy Kovack), a la que aguarda la “sorpresa” de descubrir cómo su diosa Hécate, significativamente, no le responde… no así a su rey. Lo que ha ocurrido es que ella ha dejado de creer, y por tanto no hay respuesta.


Un buen apunte de realización -o montaje- lo hallamos cuando Jasón se enfrenta a la temible Hidra, momento en que conoceremos paralelamente el destino que ha sufrido Acasto (Gary Raymond), el hijo de Pelías, y personaje que ha sido el primero en contemplar el Vellocino cara a cara. Por otra parte, la lucha con los esqueletos sigue resultando prodigiosa. Y curiosamente, esta se salda con la momentánea retirada de Jasón.

Escrito por Javier C. Aguilera


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