La figura
del rebelde, cuya etimología latina rebellis procede del vocablo bellum
(guerra), nos recuerda a aquel que planta batalla. El concepto fue ampliándose,
aunque en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española predomine la
acepción del que se rebela u opone resistencia. En el cine clásico se trata de un
ente distintivo, versátil, recurrente y empático para el espectador. Un
personaje venido a más en circunstancias adversas, con o sin causa.
Nos
identificamos con él, en efecto, sobre todo si introduce algún matiz, escapando
a la normativa del estereotipo. Verbigracia, una sensibilidad especial. Soñadores
que no dejan por ello de tener los pies en la tierra, represaliados por la
sociedad y sus leyes ajenas a la justicia, bizarros amantes del hipismo, luchadores
de su identidad, visionarios creativos, inadaptados e inconformistas silenciosos,
o en fin, esclavos y oprimidos en un entorno hostil. Estos siempre serán
distintos a los meros rompecoches, incendiarios, analfabetos funcionales o troles
del deporte y la política que hoy enarbolan la bandera de la rebeldía.
Lo que sí
parece muy necesario para poder empatizar con el rebelde es conocer sus
motivaciones; sin necesidad de justificar sus actos, en los casos más
extremados. Ponyboy Curtis se presenta a sí mismo y a sus amigos, o mejor
habría que decir compañeros greasers
(grasientos, en la película), de forma muy personal en Rebeldes (The Outsiders,
1967; Alfaguara, 1985-2011),
de la precoz y estimulante Susan E. Hinton (1948). Y lo hace por su forma de
escribir, en primer lugar. Es decir, Ponyboy se identifica a través de su escritura,
noble y sincera, con la que expone en primera persona su modo de ver las cosas.
Más tarde conoceremos sus particulares querencias afectivas y situación
familiar.
El grupo de
greasers se completa con sus dos
hermanos, Darryl (Darry) y Sodapop (Soda). No son apodos, sino nombres que
constan en el registro civil, y que expresan en primera instancia una singularidad
en el estatus de rebeldes que comparten con los demás. Porque formar parte de
una pandilla es sentirse integrado, casi bajo el lema de los mosqueteros, sin
merma de la propia personalidad (los protagonistas no paran de asumir que
fulano es de esta u otra manera). Por ejemplo, a Ponyboy le gusta el cine, y estar
solo cuando conviene. Su hermano mayor, Darry, le recrimina que camine solo por
la calle. Se está más arropado por el grupo, aunque a veces se corra el riesgo
de ver diluida la identidad individual.
No
obstante, esta es una banda que, bajo las distintas individualidades, posee su
propia idiosincrasia, enfrentada a la de los socs (dandis, en la traslación cinematográfica). No están
supeditados a lo comunal, de hecho, se hayan al margen, en tanto que los socs sí se imbrican mejor en el sistema
social (lo que no los hace peores necesariamente). Ponyboy especifica que, si no actuamos como hermanos, ya no es una
pandilla, es una manada (capítulo II).
Todos hacen alarde de su independencia. Por eso son capaces de formar dicho
grupo. En el cual, el destino de cada uno no es el mismo.
La acción
arranca cuando, a la salida de un cine y de vuelta a casa, algunos socs intentan zurrar a Pony, por el mero
hecho de ser un greaser (I).
Pero esta acción es tanto extrovertida (los sopapos) como introvertida (las
reacciones y pensamientos de Ponyboy), lo que adscribe al protagonista a otro
conjunto: el de los narradores de las novelas psicológicas, donde lo que prima
es la profundidad analítica interna por encima de la acción exterior. Sin
embargo, la novela de la autora no es netamente psicológica, porque sabe
entreverar ambas acciones. Como en toda determinación que se evidencia de forma
física y psíquica, el protagonista y voz narrativa sabrá cambiar (o se verá abocado
al cambio), alcanzando una mayor madurez. Inevitable en el caso de un adolescente,
en función de las circunstancias que lo rodean.
Mientras el
sentido de Ponyboy se define, si es que alguna vez se logra la plenitud en la
vida adulta, y pese a ser el vehículo narrador de este relato de urdimbre coral,
lo cierto es que su amigo Johnny Cade es el favorito de la banda, porque es el
más vulnerable. Su situación familiar es desastrosa, y su complexión física, la
menos ostentosa. Pero en la pandilla saben cómo arroparse unos a otros. Determinante,
además de símbolo de toda una época que se fue, es la escena, literaria y
cinematográfica, que se ambienta en un autocine (el Admiral Twin de Oklahoma),
donde se establecen esas maneras de ser, y se produce el encuentro entre
Ponyboy, Johnny y Dallas, con las socs
Cherry y Marcia, que tratan de ver una de
esas películas playeras (II).
Francis Ford Coppola (1939) especifica más, y
en su adaptación incluye metraje de las desopilantes, y así mismo definidoras, Locas por Míster Universo (Muscle Beach Party,
William Asher, 1964) y Diversión en la playa (Beach Blanket Bingo, William Asher,
1965), serie de películas a las que ya dediqué un extenso artículo. Más allá de
este escenario donde se entremezclan realidad y ficción (adaptación
cinematográfica basada en una historia real donde se asiste a la proyección de una
película), campa una realidad donde el fingimiento también es material de
supervivencia, y donde a uno le puede asaltar una paliza en el momento más
imprevisto, caso de Ponyboy, o en el pasado narrativo, de Johnny, que además es
maltratado por sus padres.
Con esto,
Susan Hinton hilvanaba en su novela una serie de experiencias, particulares o
compartidas -es decir, de otros-, siempre en primera persona. Incardinándolas a
través de su personaje o alter ego de distinto sexo, Ponyboy Curtis. Con esos
matices que declaran la originalidad de una pieza literaria o cinematográfica por
vía de sus portavoces. Así, al estilo de lo que sucedía con los protagonistas
de West Side Story (íd., MGM,
1961), Pony y Cherry establecen un vínculo pese a pertenecer a bandas -a
mundos- rivales. Quizá los distintos
mundos en que vivíamos no fueran tan distintos (III),
sugiere Pony. Pero a diferencia de lo que sucedía en la obra maestra de Robert Wise (1914-2005) y Jerome Robbins (1918-1998),
los personajes no consolidan su acercamiento (al menos, de cara a la galería). Prevalece la división.
Una noche
aciaga, Johnny apuñala a Bob, un soc
que trataba de ahogar a Pony en la fuente de un parque (IV).
Asustados, ambos chicos piden ayuda a Dallas (Dally) Winston, un muchacho
proveniente de Nueva York que ya es ex convicto, pues ha estado en prisión.
Este les recomienda que acudan a un lugar tranquilo que conoce, la iglesia
abandonada de Jay Mountain, en lo alto de una colina. Tras un trayecto repleto
de incertidumbres, como casi todo recorrido en la vida, allá se refugian
Ponyboy y Johnny (IV).
Una de las
ideas más interesantes es la de procurarse un cambio de aspecto, nuevo
derrotero del fingimiento, con el objetivo de pasar desapercibidos o, de alguna
manera, tratar de aparentar ser otras personas. Algo similar a lo que ocurre
cuando se forma parte de una banda, pero sin la voluntariedad. Otra acertada
idea es la lectura de Lo que el viento se
llevó (Gone with the Wind, 1936; Reino
de Cordelia, 2022), de Margaret Mitchell (1900-1949),
que emprenden ambos muchachos, mientras dura su confinamiento. A pesar de tan
grata compañía, no estarán solos por mucho tiempo. El futuro les aguarda (V).
Así
describe Ponyboy a su mejor amigo. Johnny
era un buen luchador (…), pero era sensible, y esa no es una buena
manera de ser cuando se es un greaser. En estas palabras creo que también
se observa a sí mismo. A continuación, sobreviene el incendio de la desvencijada
iglesia, tan abandonada como puedan sentirse los chavales. En realidad, no lo
están. Cuando se produce el reencuentro de la pandilla (VI),
volverán a demostrar que son duros pero con sentimientos. Excelente es, en este
sentido, la charla de Pony en el coche del soc
Randy (VII), así
como la posterior visita a Johnny, postrado en el hospital, y el agridulce reencuentro
con Cherry (el asesinado era su novio) (VIII).
Siguiendo el hilo de los acontecimientos, Pony le habla al lector, se confía a
él (en realidad, a su maestro, IX),
con un ánimo muy distinto al del perverso Alex en La naranja mecánica (A Clockwork Orange, 1962; Minotauro
1976-1994), de Anthony Burgess (1917-1993). Sus afinidades electivas son muy diferentes.
Inevitable
es referirse a la cercanía de la muerte. La del soc Bob, y la que se reviste de suicidio sobre el césped a la luz
de la luna, por parte de uno de los miembros de la banda de Ponyboy. A esta
terrible cercanía se ha sumado el trágico destino de Johnny. La poética de estos
dos últimos sacrificios es intensa, por constituir una certera plasmación del
célebre aserto vivé deprisa, muere joven
y haz un cadáver bonito; sentencia originaria de Llamad a cualquier puerta (Knock
on Any Door, Nicholas Ray, 1949).
Mencionaba
antes a un maestro. La de Ponyboy es una redacción extendida, destinada a su
profesor de lengua, además de una confesión que necesita ser escrita. El
destino de Pony no es ser un rebelde quinqui, sino un rebelde intelectual.
Relatar lo que ha vivido, exorcizando la muerte de sus padres y amigos (XII).
Frente a un destino marginal, está el esfuerzo y conocimiento que proporcionan
los estudios, o la especialización en un puesto de trabajo. Única tabla
salvavidas para quienes están dispuestos a salir de un agujero al que, tan injustamente,
han sido arrojados.
La
adaptación cinematográfica de Rebeldes
(The Outsiders, Warner
Bros.-Zoetrope, 1983), cuenta con el aliciente de
unos exteriores reales, en la medida de lo posible. La fisicidad del Instituto
Will Rogers, en Tulsa, Oklahoma, y otros entornos contenidos en la novela. A
ello añade Coppola su particular puesta en escena, fijando planos con distinta
profundidad de campo, pero idéntica nitidez espacial, gracias a la labor en la
fotografía del espléndido Stephen H. Burum (1939). Otros detalles materializan la
trama literaria, como Johnny (Ralph Macchio) y Ponyboy (C. Thomas Howell) durmiendo
en el duro suelo de la iglesia; por parte de un Coppola con un pie en cada
estrato del cine, el tradicional (clásico), y el que se desarrollaba
técnicamente a lo largo de la imprescindible década de los ochenta. Esto, tras
experimentos no por frustrados y frustrantes, menos logrados a un nivel
fílmico, como son El hombre de Chinatown
(Hammett, Wim Wenders, 1982) y Corazonada (One from the Heart, Francis Ford Coppola, 1982).
En Rebeldes, una cosa es proceder de un barrio deprimido,
y otra ser un mal educado sin conciencia y sentimientos. Por eso algunos de estos duros encuentran
satisfacción en la lectura de Lo que el
viento se llevó, como modelo de comportamiento antes de la tele y otros
artilugios con cable o inalámbricos. La película es rigurosamente fiel a la
novela, a cuya autora se reserva un pequeño papel de enfermera. Con muy escasos
pero llamativos matices. Aquí, Ponyboy no contempla la puesta de sol con Cherry,
antes de su forzada huida. Pony se lo propone a la vuelta de su destierro, pero
esta escena no se lleva a cabo (o no ha sido incluida en el montaje final), tal
vez para no superponerla en el aspecto visual a la de Pony y Johnny en las
cercanías de la iglesia.
Por su
parte, otro vértice esencial está en Dallas (Matt Dillon). Dice lo que piensa,
incluso antes de haberlo pensado. Su personaje se humaniza mucho cuando, al
fin, antes de hablar, cavila lo que va a decir, y recupera el incómodo
ejercicio de sentir, de exteriorizar sus sentimientos. El más cercano a su modo
de ser es el hermano mayor de los Curtis, Darryl (Patrick Swayze), pero sin los
antecedentes conflictivos de Dallas; es alguien que ha debido hacer frente a
una situación muy traumática e inesperada, tratando de aunar a sus otros dos
hermanos menores tras la muerte de los padres, bajo una máscara de dureza que
Ponyboy confunde con animosidad y desapego. A su vez, Soda (Rob Lowe) se
muestra afectuoso, responsable pero desganado (ha dejado los estudios), noble
pero no siempre centrado. No posee las atribuciones de sus hermanos y lo sabe;
las suyas son otras, quizá menos vistosas, pero así mismo, leales y generosas, puestas
sus miras en un objetivo que potencie sus habilidades.
En un
territorio intermedio se encuentran los demás, aún por definir, como sucede con
la propia adolescencia. Todos saben atacar cuando son atacados.
Y yo me
pregunto, estos personajes -y nosotros mismos-, ¿sufren un desvío en el camino
de su destino, a través de un hecho imprevisible y desgarrador, o por el
contrario, es el destino el que nos conduce a veces por carreteras secundarias
y rutas alternativas que ni imaginábamos, siguiendo una trayectoria previamente
establecida?
Francis
Ford Coppola acometió en 2005 un metraje más completo de la película. Hasta
entonces, solo conocíamos el montaje del estreno y, en efecto, echábamos en
falta algunas de las escenas de la novela. La inclusión de estos descartes,
debidamente remasterizados para la edición en blu ray, proporciona solidez y pulcritud al argumento, y reafirma el
buen hacer de su director tras las cámaras, de modo imperativo. Solo cabe
lamentar que, en el proceso, las voces originales del doblaje en español no se
hayan mantenido; sacrificadas -ya que de muertes hablábamos- en favor del
típico redoblaje, de mermada personalidad y escaso aliento romántico.
Escrito por Javier Comino Aguilera
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