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31 agosto, 2015

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Plaza del Triunfo nocturna (Fotografía de MB)
El principal mes del verano también es aquel donde la gente disfruta de sus vacaciones frecuentemente; nosotros, sin embargo, hemos seguido al pie del cañón, echando de menos vuestras visitas. No ha sido nuestro agosto con más entradas, quedándonos en la cifra habitual de las 15 mensuales y con visitas mensuales en torno a las 11.000, como viene siendo frecuente en los últimos meses. También aumentamos poco a poco en seguidores, con 1 más en Blogger, alcanzando los 169, 3 me gustas en Facebook, con 163 totales, y nos mantenemos en Twitter con 532 totales.

Rodaje de Campanadas a medianoche en Ávila
La literatura ocupa un importante espacio en nuestro blog, así tenemos ejemplos de clásicos como La vida es sueño o Tiempo de silencio, buenos ejemplos de ciencia ficción, con La Fundación, e interesantes obras, como las del gran Zweig y sus Momentos estelares de la humanidad.

También en su traslado al cine, nos acercamos al final de las adaptaciones del célebre y joven mago literario más popular de los últimos años, con Harry Potter y las Reliquias de la Muerte - Parte 1. Además, el western ha contado este mes con dos ejemplos, Caravana de mujeres y El Dorado.

Nos hemos vuelto a adentrar en el mundo de la animación japonesa con Gosho Aoyama y su Detective Conan, Y, por supuesto, la psicología prosigue su camino por nuestro blog con un nuevo artículo con el título Emociones racionales. Hemos estrenado una página donde hemos recogido todos nuestros ciclos especiales, así como por países, estudios de cine y fechas concretas, accesible ahora desde el primer menú, con el enlace Ciclos.

Esperamos superarnos en septiembre con más entradas. Se acerca la conclusión de las adaptaciones de Harry Potter, una nueva entrega de La Caja de Psique, más clásicos literarios, películas que han marcado historia, incluyendo una aventura galáctica, y más libros, más cine, más música, más publicidad. Como siempre, contando con vosotros.

Un saludo,
Luis J. del Castillo

PD: Concluiremos el verano el próximo mes y ya empieza la cuenta atrás para el esperado retorno de Star Wars. Os recordamos el trailer de la próxima entrega, que disfrutaremos en cines durante el mes de diciembre.


"El placer de leer es doble cuando se vive con otra persona con la que compartir los libros"

                  -Katherine Mansfield



Caravana de mujeres, de William Wellman

30 agosto, 2015

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El emprendedor ranchero Roy Whitman (John McIntire) tiene una propuesta muy especial para el guía de caravanas profesional Buck Wyatt (Robert Taylor). 

Consiste en trasladar a aquellas mujeres que lo deseen desde Chicago hasta el valle donde él y otros hombres “lo bastante locos como para levantar su casa junto al desierto” tratan de salir adelante, edificando un futuro. Un compromiso adquirido por ambas partes que se convertirá en todo un viaje iniciático para esas mujeres pioneras.

La necesidad de echar raíces tarde o temprano es algo que forma parte de los anhelos humanos. Pese a situarse cerca del desierto, el valle es muy fértil y constituye un lugar nuevo donde intentar asentarse, más allá de disponerse a “pasar el rato” con unos colonos: el viaje exige una mentalidad bien distinta. 

De este modo, Caravana de mujeres (Westward the women, MGM, 1951) desarrolla una historia de Frank Capra (1897-1991), a su vez, inspirada en hechos reales (que al parecer tuvieron por escenario el istmo de Panamá), de la mano del guionista Charles Schnee (1916-1962), bajo la producción del siempre relevante Dore Schary (1905-1980) y con una fotografía en blanco y negro de William C. Mellor (1903-1963) capaz de acentuar la rudeza y aridez del espacio geográfico, y por consiguiente, el esfuerzo de todos los componentes de la caravana.

Se trata de un recorrido de cinco mil kilómetros cuajado de inconvenientes, como Buck advierte a las mujeres que finalmente deciden tomar parte en la arriesgada aventura. 

Entre ellas se encuentran Fifí Danon (Denise Darcel) y Laurie Smith (Julie Bishop), dos muchachas que aseguran estar dispuestas a cambiar su anterior forma de vida, conocida por ser “la más antigua del mundo”. Se da la circunstancia de que Fifí no escoge ninguna de las fotografías que se muestran a las viajeras con el fin de seleccionar una posible pareja; aunque eso no quiere decir que no haya hecho su elección. Su intención de abandonar el oficio ya se manifiesta en un trueque de indumentaria (por mucho que, en principio, no se trate más que de un subterfugio para lograr ser admitidas en el grupo). 

Y del mismo modo que les sucede a los personajes que interpretan, las actrices fueron debidamente “prevenidas”, en previsión de las once rudas semanas de rodaje en las montañas de Utah y el californiano desierto de Mojave, además de adiestradas en toda suerte de habilidades con carros y animales.

También las miradas entre personajes forman parte de un diálogo que alcanza su mayor intensidad emocional tanto al inicio como al término del viaje. Mientras este tiene lugar, se produce la confraternización, el enfrentamiento, la empatía, la renuncia, la valentía, el descubrimiento, el sacrificio…


La dificultad de la empresa va pareja a la del terreno. El recorrido es un espacio despoblado al que se superpone la, con frecuencia, agreste parcela de los sentimientos. Significativamente, William Wellman (1896-1975) no sobredimensiona el relato con la incorporación de elementos como la música. Muchas secuencias transcurren en silencio o con el único acompañamiento del sonido del viento que azota el paraje. Únicamente, un himno a modo de tributo puntúa los títulos de crédito.

Además, en otra interesante resolución, el realizador no muestra el ataque de los indios cuando este finalmente se produce. El asalto tiene lugar en un momento en que Buck y Fifí se hallan fuera del campamento, aunque al regresar podrán comprobar sus consecuencias; una circunstancia que proporciona a la secuencia un mayor dramatismo si cabe: por medio de un elegante e individualizado movimiento, la cámara les irá mostrando los penosos resultados. Tanto el guión de Schnee como la realización de Wellman logran plasmar una contenida emoción que en todo momento evita el subrayado más sensiblero.


La puesta en imágenes tiene lugar, tal y como nos hace advertir un rótulo al inicio del relato, justo un siglo después de que acontecieran –o hayan sido situados- los hechos. Destaca especialmente la estampa de aquellas mujeres que contemplan el desierto que tienen por delante. Una imagen que podemos considerar épica por parte del realizador, que las filma a través de un simbólico contrapicado.

De igual modo que han dejado atrás las que hasta ahora han sido sus vidas, las expedicionarias también se verán obligadas a abandonar una serie de objetos antes de atravesar ese espacio desolado. En tan breve aunque intenso periodo de tiempo, también tendrán ocasión de familiarizarse tanto con la llegada de una nueva vida como con la pérdida que conlleva la muerte. Incluso con algún que otro renacimiento, tal como le sucede a la madre italiana (Renata Vanni).

Para concluir, quisiera recordar el plano con la imagen de la carreta que queda varada en dicho desierto, mientras al fondo avanza la caravana, trabajosa pero resueltamente, hacia el horizonte.

Escrito por Javier C. Aguilera


Otros mundos (XIII): El síndrome Ovni, de Fernando Jiménez del Oso

28 agosto, 2015

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A Fernando Jiménez del Oso (1941-2005) siempre le interesó todo lo relacionado con el ser humano. Como psiquiatra de profesión y divulgador e investigador de adopción, enseñó a toda una generación de televidentes y lectores a interesarse y recapacitar, siquiera por unos instantes dentro de la ajetreada jornada, acerca de los aspectos más atrayentes de lo misterioso, con una honestidad que nunca tuvo reparos en matizar o cambiar aquello que debía ser corregido, sin dejar por ello de ser consciente de que la historia de nuestra existencia, y nuestra existencia misma, ha sido encorsetada en nombre de hallazgos tan escasos como fortuitos.

Para Jiménez del Oso valía la pena zambullirse en este continuo aprender que es la vida. O lo que es igual, prestar atención a todos aquellos fenómenos fascinantes, y muchas veces aterradores, por indescifrables y desestabilizadores, que han tenido y siguen teniendo por objeto a ese ser humano. No sin dificultad, dada la generalizada soberbia antropomorfa, lo considerado como marginal ha dejado de serlo y la ciencia ya admite aspectos teóricos que hace tan solo unos años seguían perteneciendo al especulativo mundo de la ciencia ficción. Quién sabe hasta donde nos conducirán todos estos nuevos avances y qué lugares será capaz de alcanzar el ser humano.

Fernando Jiménez del Oso fue parte de esa ecuación fundamental en la que al interés popular se sumó el rigor divulgativo y una innegable personalidad, en su empeño frente al lugar común, abriendo camino en la espesura de lo fenómeno(i)lógico. Porque en esto, como en casi todo, se puede estar informado o formado desinformativamente. Un singular proceso de estímulo y de búsqueda que se refleja en el primer capítulo de El Síndrome Ovni (Planeta Documento, 1984), titulado De este y otros hombres.

No es el más extenso pero sí intenso y, desde luego, su redacción va más allá de la mera escritura alicorta y reporteril. Por todo ello y pese al tiempo transcurrido (perpetuamente relativo), el legado de Fernando Jiménez del Oso sigue suscitando un vivo interés (al margen de que siempre es preferible acudir a las fuentes originales). Ajeno a los interminables proemios que casi abarcan un programa entero, con su labor precisa demostró que no es lo mismo ser mediático que divulgador.

Pintura de Ingo Swann
Un escalofrío nos recorre al enfrentarnos a determinadas posibilidades (¿realidades?). Por ejemplo, ante la antigüedad de algunos restos fósiles, cuyo análisis estratigráfico invita a reescribir bastantes capítulos de la historia de nuestra presencia y evolución en el planeta. El maestro divulgador siempre tuvo claro que en un universo cambiante, “transformar la teoría en dogma es una estupidez, puesto que siempre partimos de una determinada realidad que nos circunda”. Realidad que, en cualquier caso, ha de consistir en “un proceso de búsqueda individual, alejado de imposiciones que promueven el borreguismo”.

Y así llegamos hasta el meollo de un absurdo llamado OVNI, capítulo en el que el autor da cuenta del fértil y mítico año de 1947; importante, sobre todo, porque la gente decidió volver a mirar al cielo, concediéndole una importancia mayor a la que generalmente le adjudicamos. La consecuencia, claro está, fueron los múltiples avistamientos que, por las razones que fuera, se produjeron en aquellos días, y que fueron recogidos por los aún no tan prejuiciados medios de comunicación.

Aspecto último que nos conduce, indefectiblemente, al nacimiento del secretismo oficial. Jiménez del Oso hace hincapié en el hecho de saber diferenciar entre el escepticismo y el dogmatismo de la negación (venda no solo aplicable a los sabelotodo de la ciencia o a fanáticos religiosos, sino también a comentaristas – poco investigadores- de lo paranormal).

Pintura de Dezsö Sternoczy
Como sucede con el arte, disponemos de una máquina del tiempo para lo insólito de manos de material como el que hoy rescatamos. De hecho, ¿qué pensaría cualquiera de aquellos muchachos que logró captar de improviso la imagen de algún objeto extraño en el cielo con su cámara portátil? “O somos el espectáculo más interesante de la galaxia o el espacio tiene puertas secretas por las que apenas cuesta ir de un sitio a otro”, como evidencian los testimonios de personal tanto aéreo como civil. Más aún, “a mí siempre me resultó entrañable la definición de Platillo Volante…”.

Luces sobre la superficie lunar, la presunta exploración del medio terrestre por sectores (las clásicas líneas ortoténicas), probables bases ocultas en mares y océanos… De todos estos fenómenos o posibilidades, el autor aporta las declaraciones de pescadores, pilotos y astrónomos, diferenciándolos muy bien de los nuevos apóstoles, sección en la que se aborda el espinoso asunto de los “contactados”, no por difícilmente objetivable por la ciencia menos interesante a un nivel psicológico.

Experiencias de primera mano (o mente) como la de Julio F. -otro clásico-, junto a una nueva distinción entre el presunto -una vez más- contactado y su humana actitud frente al contacto y la interpretación de su mensaje, caso de haberlo. Tres factores que el autor examina detenidamente; y ámbito en el que su experiencia como psiquiatra le faculta para comprender y enfrentarse a la posibilidad de una serie de delirios o fenómenos psíquicos, como las tan traídas y llevadas “alucinaciones colectivas”, simpática aunque cansina excusa de aquellos que no entienden los mecanismos de la mente a un nivel patológico. Todo ello, no hay que dudarlo, frente a visionarios y demás redentores, tan dispuestos siempre a captar adeptos para su misión.


Jiménez del Oso aborda esta cuestión sin esconder su desconfianza ante casos nada claros -o demasiado claros-, como corrobora su desencuentro cercano del primer tipo con el célebre contactado Eugenio Siragusa (1919-2006); lo que sirve al autor para reflexionar de forma aguda y atemporal acerca de la condición del ciudadano medio: “la sumisión intelectual ha sido una constante a lo largo de toda la historia”, situación que le hace ser presa de los fundamentos más instintivos y facilones de esta y cualquier otra realidad.

Como en toda circunstancia relacionada con lo antropológico, esta presenta dos facetas, ya que con las denominadas pseudo-ciencias pasa como con la economía; parece más fácil de lo que en realidad es y todos se sienten legitimados desde sus respectivas tribunas para hacer comentarios de forma superficial. Por ello, Jiménez del Oso también alerta de la pérdida de capacidad crítica cuando se enjuician dichos “contactos” y “mensajes” -redentoristas o no- desde dentro, es decir, por el contactado mismo; sin dejar de tener en cuenta que junto o frente a estos, se encuentran los “contactados discretos”, aquellas personas anónimas, trabajadoras, anti-grupales y nada mesiánicas, que sobrellevan su experiencia, sea esta lo que sea, con reserva y sin el menor deseo de trascender a los medios. A estos otros contactados, el autor les dedica su comprensión y simpatía.

Pintura de Ingo Swann
La prehistoria de los no identificados y su captación por los primeros medios mecánicos centran el apartado Ahora y siempre, donde no deja de llamar la atención el “usual” pero fascinante recurso del camuflaje, contemplado en algunos avistamientos e inmortalizado por alguna que otra cámara fotográfica. De entre los testimonios más venerables de la antigüedad que se han conservado, destacan los expuestos por el genial Diego de Torres Villarroel (1694-1770), autor del que alguna vez espero poder comentar su inigualable Vida, junto a los de Cicerón (107-44 A.C.) o Tito Livio (59 A.C. - 17 D.C.), el sorprendente Libro de los Prodigios de Giulio Ossequente (c. siglo IV) y los conocidos Vedas.

Cierra el ensayo Dios nos libre de los dioses, acerca de las posibles raíces comunes de los mitos de distintas culturas, y su relación con el fenómeno. En estas páginas se especula con el presunto origen de tales dioses… Un último capítulo en el que, nuevamente, el autor advierte del peligro de la pérdida de la libertad individual en un futuro y una galaxia para nada lejanos.

Estremece, cuando no repugna, contemplar una manifestación de masas; saber que cada uno de aquellos miles de puntos negros ha perdido su individualidad para transformarse en célula de otro animal distinto, al que solo manejan unos cuantos (…) Cualquiera medianamente hábil es capaz de movilizarnos a través del sentimiento”.


Nos sorprende la gran variedad de estructuras químicas que puede proporcionar un elemento en apariencia simple como el carbono, tal y como se ha puesto de manifiesto en nuestro planeta.

¿Qué habría pensado en estos momentos el insustituible Fernando Jiménez del Oso al saber que ya ha sido confirmada la presencia de alguno de esos otros mundos hermanos a la Tierra en nuestra galaxia? ¿O que el primer alimento cultivado y consumido en pleno espacio exterior ha sido la entrañable lechuga? Casi con toda seguridad que ya lo había visto venir.

Escrito por Javier C. Aguilera


Clásicos Inolvidables (LXX): La vida es sueño, de Pedro Calderón de la Barca

27 agosto, 2015

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Segismundo: [...] Con cada vez que te veo
nueva admiración me das,
y cuando te miro más,
aún más mirarte deseo.
Ojos hidrópicos creo
que mis ojos deben ser,
pues cuando es muerte el beber
beben más, y desta suerte,
viendo que el ver me da muerte
estoy muriendo por ver. [...] (pg. 94)

Aunque llamado Siglo de Oro, las delimitaciones de esta etapa de nuestra literatura son confusas y abarcan, sin duda, más de un siglo. A esta etapa que tantos buenos escritores españoles nos ha legado nos acercamos con uno de sus principales dramaturgos, Pedro Calderón de la Barca (1600-1681), cuya muerte ha servido a algunos estudiosos para fechar el final de nuestra literatura aúrea. Como autor barroco supo crear una identidad propia, diferente a la del Félix de los Ingenios, Lope de Vega (1562-1635), el otro gran dramaturgo de este periodo. 

Procedente de una familia hidalga, Calderón tuvo una vida relativamente tranquila, especialmente a partir de 1651, cuando, ya ordenado sacerdote y viviendo en la corte, tan solo se dedicó a la escritura y a ver cómo aumenta su fama; a pesar de quedar huérfano relativamente pronto, a la edad de 15 años, o de ser acusado de asesinato en 1621. A pesar de reducir el número de escenas, tendiendo a la síntesis, o el repertorio métrico, su carácter perfeccionista, su preocupación por los elementos escenográficos, su carácter perfeccionista para con su obra, la creación personajes razonadores o su completa fusión con el espíritu de su época, incluyendo argumentos que sirvieran para el cuidado de la moralidad, lo convierten en uno de los maestros de nuestro teatro. 

Pedro Calderón de la Barca
No obstante, debemos tener en cuenta que este dramaturgo madrileño resulta distante a las ideologías de nuestro siglo. Dentro de la literatura, el teatro resulta ser uno de los géneros más fieles al pensamiento generalizado de la época en tanto que su éxito dependía del público. Este hecho crucial puede ocasionar una gran distancia entre el lector de hoy en día con la obra teatrla clásica. Algo que , sin embargo, no debería servir de excusa para no acercarse a una de las obras de Calderón más célebre y que todavía puede contarnos mucho: La vida es sueño (1635).

La obra da comienzo con la llegada de Rosaura, vestida de hombre, y Clarín a Polonia. En su camino, se encuentran una torre donde está cautivo un misterioso hombre llamado Segismundo, encerrado allí desde su nacimiento. Allí ambos son apresados por violar las leyes del rey Basilio; sin embargo, una serie de circunstancias relacionados con la sucesión harán que el rey revele al pueblo que Segismundo es el príncipe heredero, nacido bajo malos augurios celestiales según pudo vislumbrar su padre.

Para comprobar tales designios, Basilio procura una estratagema por la que hará que su hijo crea ser quién debería para probar su valía y, en caso de no actuar como un buen monarca, devolver a su prisión haciéndole creer que ha sido un sueño. Durante los dos siguientes actos, seremos testigos de cómo transcurre la artimaña y las consecuencias que para todos los personajes tendrá la presencia de Segismundo. Así pues, la trama principal versa sobre el príncipe dentro del supuesto sueño creado por su padre, pero también encontramos dos subtramas vitales para la obra: el desagravio a Rosaura, que marca la presencia de este personaje en Polonia, y la posible herencia dinástica de Estrella y Astolfo si Segismundo se revela como un hombre violento, más similar a una fiera.

La vida es sueño resulta ser una obra profunda y cargada de distintos sentidos, algunos de los cuales pasarán desapercibidos por haberse perdido los códigos sociales, pero siguen estando presentes por ser comunes con otras obras artísticas de la época. Hay, sin embargo, temas clave, como la predestinación, el valor del honor o la duda sobre la verdad de nuestra realidad, que siguen afectando a nuestro pensamiento y es por ello que resulta, en cierto sentido, más contemporánea de lo que podría parecer. No en vano películas como El show de Truman (Peter Weir, 1998), Matrix (Lana y Andy Wachowski, 1999) u Origen (Christopher Nolan, 2010) han retornado al tema de la vida como ficción (o sueño en el caso de la última), un tópico que proviene de la filosofía platónica.

Representación de La vida es sueño protagonizada por Blanca Portillo
Así pues, la obra se refiere continuamente a dualidades: la vida o el sueño, el hombre o la fiera, el hombre o la mujer, el destino o el libre albedrío, el rey o el sabio, pero entiéndase esta "o" de la misma forma que se debe entender en La destrucción o el amor (1935), de Vicente Aleixandre, es decir, como una equivalencia, una fusión de contrarios. El rey Basilio se dedica a la ciencia de los astros, no ocupando realmente su cargo como debiera según la costumbre de otros reyes, es un sabio, pero esa también es su condena. Ante el nacimiento de Segismundo, predice para su hijo el futuro de un hombre violento y, por tanto, incapaz de gobernar; por ello, por nacer, como referirá el protagonista en uno de los diálogos, es condenado a la prisión y al anonimato. Sin embargo, de esta forma Basilio está cumpliendo precisamente con su propia profecía, pues evita con esta acción que Segismundo sea educado en sus deberes como príncipe heredero. A fin de evitar lo predestinado, origina su futuro, como sucediera en Edipo rey, de Sófocles.

No obstante, el príncipe será quien pueda romper con lo predestinado actuando con juicio y razón, algo que no sucederá en un origen, donde se desvelará como un ser vengativo, por lo que será devuelto del sueño a la realidad. Ahora bien, como el lector puede apreciar desde el primer acto, hay en este personaje atisbos de ser capaz de razonar, especialmente ante el encuentro con Rosaura. En este sentido, se puede deducir que ante la visión de la belleza su actitud se equilibra y se convierte en un hombre justo. Para Calderón de la Barca, siguiendo el pensamiento eclesiástico, cada ser ocupa un lugar en el mundo para el que ha sido designado, por lo que a pesar de que Rosaura se vista de hombre, convirtiéndose finalmente en mezcla de ambos sexos cuando vistiendo de mujer, empuñe armas de hombre (como señala la propia obra), Segismundo es capaz de apreciar su belleza. 

The Little Page, de Fortescue-Brickdale
Se puede apreciar en la combinación de Rosaura como mujer-hombre ciertas señales de una mujer independiente y fuerte, pero para Calderón su auténtica naturaleza está marcada indistintamente de su función en la obra, aunque pendule entre ambas. Incluso podemos ir más allá, su presencia en Polonia sirve para recuperar su honor perdido por Astolfo y, bajo las consideraciones de la época, quien vivía sin honor, que era dado por Dios, realmente no vivía (este hecho conduce precisamente a un diálogo de carácter filosófico y existencial entre Clotaldo, sirviente del rey, y ella).

Rosaura rehúsa su destino como mujer sin honra y luchará por recuperarla, siendo así el equivalente femenino de la obra a Segismundo, quien combatirá contra el destino al que le ha condenado su padre para ocupar su papel en el mundo: ser rey de Polonia tras su padre.

Para ello, tendrá que hacer frente a su segunda naturaleza, la de fiera, la de ser no educado, algo que en principio no resultará sencillo, pero contra lo que podrá luchar tanto por la presencia de la belleza (Rosaura en el primer acto, Estrella más adelante) como por ser su destino como príncipe, algo que asumirá conforme se revele la verdad del supuesto sueño. De esta forma, observamos cómo el libre albedrío de los personajes les lleva precisamente a cumplir con los ideales preestablecidos.

Porque privado de esa libertad y de su autodominio, Segismundo queda reducido a un ser implacable y violento, permitiendo que el instinto gane a la razón. Una vez liberado, pude volver a retomar su papel como hombre y, sobre todo, como príncipe, siendo capaz de ir contra el destino marcado por los astros. En esta defensa de la libertad, aún entendida como libre albedrío, encontramos semejanza con lo escrito por Cervantes en la segunda parte de su Don Quijote (1615): "La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; [...] por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres" (capítulo LVIII). En efecto, Calderón muestra en La vida es sueño cómo Rosaura y Segismundo lucharán tanto por su honra, en el primer caso, como por su libertad, en el segundo.

Precisamente, sobre el tema del albedrío de Segismundo entra en cuestión el sueño, de raíz platónica, pero también religiosa. La temática del sueño había sido abordada anteriormente y fue frecuente desde la Edad Media, empleada generalmente como un recurso de verosimilitud, dado que al no ser real todo aquello que se sueña, otorgaba sentido a lo que atentara contra el sentido común y, en este caso, contra el cristianismo, escapando de la posible censura. Además, el sueño podía permitir al autor crear una completa alegoría, como sucedía en el Sueño de Polífilo (1499). Aunque nunca se perdió la tradición de este tema, se recuperó con más fuerza con el barroco, esencialmente debido al aumento de la represión por parte de la Iglesia Católica a raíz de la Contrarreforma, aumentando su censura; dentro de esa lógica, por ejemplo, Quevedo realizó sus Sueños y discursos (1621).

Clotaldo: ¿Qué intentas?
Rosaura:                         Mi muerte.
Clotaldo:                                              Mira 
                 que eso es despecho.
Rosaura:                                            Es honor.
Clotaldo: Es desatino.
Rosaura:                         Es valor.
Clotaldo: Es frenesí.
Rosaura:                        Es rabia, es ira.
[...]
Clotaldo: Pues si has de perderte, espera,
hija, y perdámonos todos.
(pg. 183-184)

El sueño de la razón produce monstruos, de Goya
La vida es sueño remite a la lógica del pensamiento medieval que se recupera con la Contrarreforma, según la cual, y siguiendo el platonismo, existen signaturas terrenales, existencias, que son a la vez falsas por su apariencia mundana, y verdaderas, por ser reflejo directo del orden de Dios. Por ello, no se puede alterar el papel a desempeñar por cada ser: el rey debe ser rey en tanto que dure su vida, o su sueño, hasta morir, o hasta despertar. Esto sirve para justificar la inmovilidad de los estamentos medievales y también sirve para comprender cómo el pueblo se alza en favor del desconocido Segismundo, siendo inconscientes de su comportamiento cruel durante la segunda jornada, por ser el auténtico heredero.

El célebre soliloquio de este personaje en torno a la vida y al sueño es el debate existencial clave para la época: la realidad como una ilusión de la vida real, que dentro de la lógica cristiana se corresponde con la vida eterna dada por Dios. Por tanto, mientras permanezcamos al mundo terrenal, nuestro comportamiento debe ser afín al papel que se nos otorga, ya sea para cumplir con la moral o, como comentará Segismundo, para actuar como corresponde si esta fuera la realidad y no el sueño.

La idea del rol asignado a cada individuo en su vida mundana también la representa Calderón en su obra El gran teatro del mundo (1655) de forma más explícita, aunque las líneas del monólogo de Segismundo dan buena fe de cómo debe asimilar cada ser el papel que le ha tocado vivir.

Por otra parte, cabe mencionar al resto de personajes de la obra. Basilio, del que ya hemos nombrado su dualidad como sabio científico y rey, aunque este último papel, así como el de padre, lo realiza de una forma irresponsable, en tanto que se afectado por los designios celestes que conoce como sabio. Él debía haber educado a su hijo para impedir su posible brutalidad, pero decide encerrarlo privándolo de esa educación y, por tanto, condenándolo a aquello que quería evitar. Sobre esta cuestión, podemos recordar el proyecto educativo fallido que Unamuno muestra en su obra Amor y pedagogía (1902), donde también un padre está empeñado en cumplir un objetivo con su hijo, pero yerra precisamente por evitar aquello que desechó de su proyecto.

La vida es sueño (Fotografía de LJ)
Clotaldo es el otro padre de la obra, sirviente del rey y maestro y cuidador de Segismundo durante su cautiverio. Un personaje que pese a sus esfuerzos y consejos, es observado como un hombre víctima de las decisiones de su alrededor, especialmente las de Basilio, Segismundo y, finalmente, Rosaura. No obstante, su presencia es decisiva en la trama de esta última. En menor medida, Astolfo y Estrella sirven de representantes de la nobleza. Astolfo funciona en base a la ambición, malograda por Segismundo, mientras que Estrella funciona como la doncella, aunque sea un personaje fuerte, como le permite su posición. Clarín, el compañero de Rosaura y siervo, funciona como el personaje cómico de la obra, pero también como representante del lugar que ocupa su estamento. 

En conclusión, una obra ejemplar del teatro barroco español, en preciso verso que va más allá del popular, que no por ello malo, monólogo de Segismundo, punto álgido de la obra en su reflexión. Una comedia, no por su humor, sino por su final, que sigue remitiéndonos a la reflexión sobre nuestra existencia, sobre la ambigüedad de la condición humana y sobre la existencia del destino o de la libertad. Una pieza accesible cuya experiencia siempre será completa viéndolo en escena.

Escrito por Luis J. del Castillo

Puedes leer también la cara B de esta reseña


Para el sábado noche (XLV): Campanadas a medianoche, de Orson Welles

24 agosto, 2015

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El personaje de John Falstaff, modelo de cierto oportunismo afable y víctima de la ingratitud, fue empleado en la lírica por autores como Antonio Salieri (1750-1825) o Giuseppe Verdi (1813-1901). Campanadas a medianoche (Falstaff / Chimes at Midnight, Alpine/Sirius, 1965) retomó este personaje creado por William Shakespeare (1564-1616), recurrente desde c.1597 a 1602 en obras como Enrique IV, Enrique V o Las alegres comadres de Windsor, en esta ocasión para el cine y bajo la dirección de Orson Welles (1915-1985).

Filmada en España, con producción de Emiliano Piedra (1931-1991) y el auspicio en la distribución de Harry Saltzman (1915-1994), productor de la saga de James Bond, la película contó, además, con la música de Angelo Francesco Lavagnino (1909-1987), la fotografía de Edmond Richard (1927), en un acertado empleo del blanco y negro, siempre dispuesto a contrastar con un mayor realismo los aspectos más dramáticos; y la edición de Fritz Muller (-). Todos ellos bajo las correspondientes indicaciones del realizador, pendiente en cada momento de las labores de iluminación, fotografía y montaje (el ritmo de la película), como elementos cinematográficos imprescindibles y definidores de una determinada personalidad.

A ello podemos sumar la colaboración del espléndido Ralph Richardson (1902-1983) como narrador, el cual nos pone en antecedentes acerca del derrocamiento y posible asesinato del rey Ricardo II de Inglaterra (el 14 de febrero de 1400) a manos de su primo, el duque de Lancaster, coronado rey con el nombre de Enrique IV (1367-1413; el siempre sólido John Gielgud).


El nuevo monarca tiene un sucesor en la figura del Príncipe de Gales, el despreocupado y mundano príncipe Edward, conocido como Hal (Keith Baxter), que malgasta el tiempo junto a su colega –de abolengo más que de amistad- Ned Poins (Tony Beckley).

Ambos frecuentan la compañía de John Falstaff (Orson Welles), considerada perniciosa en la corte pero tolerada por su apoyo a la causa del rey, por escuálido que este sea. Todos son cobijados por una posadera (la genial Margareth Rutherford), en un fresco tan azaroso como naturalista, que se completa con los lores Northumberland (José Nieto), su hermano, el taimado Worcester (Fernando Rey), y el hijo del primero, Harry Percy (Norman Rodway).

Un ritmo endiablado acompaña a un texto rotundo como certeras descargas, y el deambular de los personajes por un escenario que -como el castizo bollo- solo pertenece a los vivos, aunque a veces los difuntos aviven las conciencias. Así le sucederá al rey usurpador, que tras todos sus esfuerzos anhela un descanso (eterno) que no termina de llegar, agotado por las luchas con los rebeldes; en tanto que el príncipe, en su cómoda adversidad, encuentra con facilidad amigos que, finalmente, habrá de considerar como perjudiciales o comprometedores, por mor al invisible pero implacable decreto que establecen las clases sociales. “El honor es un escudo funerario”, le comenta Falstaff.


Capturados rostros (almas), conversaciones o pensamientos seccionados en dos o más planos, miradas sostenidas, cambios de perspectiva por medio de encuadres picados o contrapicados… Welles emplea todo el arsenal visual cinematográfico, aprovechando los medios de que dispone. Cualidad frente a cantidad. Ejemplo de ello es la estupenda batalla, adecuadamente caótica y enlolada. Naturalista ejemplo de otros recursos igualmente físicos, como esos chorros de luz que se derraman por los interiores –físicos o espirituales-, los planos poblados por lanzas y espadas, o colmados de nubes o neblina, y la fisicidad de la piedra (de los escenarios reales, en su doble acepción), del suelo, la techumbre o una corona…

También distinguimos el travelling que persigue a los personajes por el bosque, junto a la utilización de árboles y otros soportes de madera, destinados a hacer montar a los combatientes, enfundados en sus armaduras, sobre sus caballos. Y es que la planificación sardónica del director toma como base una elocuente oratoria, no por preciosa menos corrosiva; soporte, a su vez, del deseo –o necesidad- de querer aparentar, de la hipocresía y de todo un desfile de amistades en pos del interés, sustrato de la vida como espectáculo trágico y esperpéntico.

Welles presta su puesta en escena a la capacidad de Shakespeare de convertir en palabras el pensamiento de los seres humanos, en una perfecta y sincronizada representación del logos -como verbo y entendimiento-. Significativas y bellas metáforas que declaman la futilidad ante el paso del tiempo; puesto que El Bardo fue ante todo poeta, consciencia que prevalece, muy acusadamente, en sus obras teatrales.


Falstaff tampoco escapa a dicha pose. Como un soberano en su particular trono, es un personaje que trata de sobrevivir por medio de la astucia y la picaresca; él y sus allegados, en compañía del príncipe. Hasta organizan un simulacro, que también es una anticipación, entre “rey” y “heredero”, con la única diferencia de que un cojín y un cazo suplen a la corona. Al fin y al cabo, todo cachorro acaba por crecer…

Cuando seas rey no ahorques a los ladrones”, le pide al futuro Enrique V el curioso sir John Falstaff, líder de un ejército de harapientos, “desperdicios de una larga paz…”, en una coyuntura que se complementa con la divertida selección de los más “aptos” para entrar en batalla, en la vivienda del hidalgo y juez de paz Robert Shallow (Alan Webb). Humor en el que se inscribe el elogio al jerez por parte de Falstaff o el uso de los “lavabos” en la posada.

Otras presencias estimulantes parecen, sin embargo, más anecdóticas, como la incorporación de la meretriz Dora (Jeanne Moreau), aunque el eximio Falstaff-Welles también se las ingenia para dedicarle, siquiera de pasada, una reflexión: “tú también me olvidarás cuando me haya ido”. El deseo de amar es tan eterno como el deseo de poder.

Escrito por Javier C. Aguilera


Boquitas pintadas, de Manuel Puig

23 agosto, 2015

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La literatura hispanoamérica dio un golpe de efecto en los años 60 a través de lo que se conoció como el boom latinoamericano con autores capitales como Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar o Carlos Fuentes. En gran medida, tratar de igualar o superar el éxito de las obras de estos autores era una tarea compleja, por lo que los autores de la época post-boom (y también aquellos que lo vivieron, pero que prosiguieron su carrera literaria) empezaron una corriente literaria distinta a lo marcado anteriormente.

Se alejaron en gran medida de argumentos ambiciosos para sus novelas, descendiendo el simbolismo y la carga psicológica de sus personajes, concentrándose en cuestiones de índole cotidiana, sin heroicidad, sin representar grandes ideas. También se fueron despojando de la experimentación, aunque aún autores de esta etapa la seguirán realizando.

Sin embargo, no todas las diferencias se basan exclusivamente en la cuestión literaria. La política, eterna fuente de problemáticas, motivó ciertos cambios de perspectiva. A finales de los sesenta se dan una serie de circunstancias que propician el cambio: la decepción ante la Revolución Cubana (1959), la caída del Muro de Berlín, la vivencia directa de las dictaduras por parte de los autores, así como la presencia dominante de los medios de comunicación de masas, esto último clave para entender cómo la sociedad, aunque aumentó el número de lectores, se hizo menos exigente con la literatura, o poco interesada en la misma. Todo ello provoca también el retorno al tono cotidiano, pero también a la parodia, empleando el humor sarcástico frente a la grandeza anteriormente imperante. Incluso se recurre a lo que se había considerado como subliteratura (término al que nos oponemos) hasta el momento, como los géneros de la novela negra o, en el caso que nos ocupa, la novela sentimental.

A mitad de camino entre el boom y el post-boom, encontramos a Manuel Puig (1932-1990), autor bisagra entre ambas etapas. Aunque alcanzó cierta experimentación, sus características como autor lo hacen más cercano al uso de las estrategias de los medios de comunicación. No en vano, Puig era un gran cinéfilo, pasión procedente de su infancia, que llegó a escribir para el cine a la par que el cine estaba presente en sus novelas, como muestra el título de La traición de Rita Hepburn (1968) o en el argumento de El beso de la mujer araña (1976). Además, las adaptaciones de sus películas han sido frecuentes a lo largo de su vida, participando activamente en las mismas. En Boquitas pintadas, sin embargo, el autor recurre a todo el bagaje de la novela sentimental, de los boleros, del tango o de la radio novela para crear una deconstrucción de la novela o teleserie sentimental, consiguiendo criticar toda una estructura ideológica sin que lo parezca directamente.

Manuel Puig
La historia nos traslada a Coronel Vallejos (trasunto de la auténtica localidad General Villegas, donde la obra sentó mal por tomar como referentes a personas reales), un pequeño pueblo de Argentina donde vivieron un grupo de jóvenes cuyas relaciones, en pleno momento de formación y diseño de su identidad, marcan la principal trama de la novela. Todos ellos conviven en ese mundo basado en las apariencias y la opresión social que se ejerce en base a los prejuicios. Sin embargo, esa opresión se cumple tan solo en base a aparentar que se cumple con lo establecido, como la honestidad o la virginidad de las mujeres.

Así pues, tenemos a Juan Carlos, el galán de la novela, que está enamorado en origen de Mabel, la joven de clase alta, aunque acaba en una relación con Nené, quien está realmente enamorado de él y que pertenecen a una condición social más humilde. Sin embargo, aunque esta fuera la historia esperada en la lógica de la novela sentimetnal, realmente el galán mantiene una actitud mujeriega y será infiel, igual que Mabel. Aún más, Juan Carlos, a pesar de su condición en la novela, no es un hombre perfecto ni cumple con las expectativas de serlo, sino que como única cualidad positiva solo tiene su belleza, con la cual satisfacer a las mujeres. Se trata de un chaval superficial, que se expresa mal como muestran sus faltas de ortografía y que no sabe medir las consecuencias de sus actos, por ello no se recuperará de su enfermedad y morirá, como se desvela al principio de la obra. En definitiva, un niño consentido y de cara bonita, pero que no es inocente ni honrado.


De forma paralela, Pancho funciona como una figura similar, pero de clase baja, que llega a dejar embarazada a Antonia La Rabadilla, aunque después le será infiel con Mabel, lo que le ocasionará una muerte por despecho. Precisamente, ninguna de las figuras masculinas cumple con el ideal del príncipe azul, pero tampoco se ven obligados a cumplirlo, mientras que las mujeres lo anhelan encontrar, sobre todo por cumplir con lo establecido.

La novela comienza con Nené, que ya siendo adulta y casada, escribe supuestamente cartas a la madre de Juan Carlos, donde cuenta toda su vida y se lamenta de su presente; sin embargo, de forma paralela, sabremos que está mintiendo con respecto a lo que realmente le sucede. La vida junto a Masa, un tipo normal y feucho, debería ser grata para Nené, aunque ella se muestra belicosa y lo desprecia, pese a los buenos cuidados de su marido en comparación al poco tacto del galán Juan Carlos. Como lectores, somos testigos del engaño que supone la ideología sentimental, destruida así por el autor no solo a través de Nené, sino también del resto de personajes femeninos.

Como mencionábamos, para las mujeres surge la frustración por no cumplir aquello que le imponía el engaño de esa ideología, que las manda a encontrar el amor de un hombre perfecto y virtuoso, el "príncipe azul", lo que las condena a la infelicidad. Una forma de pensar que se transmite no solo a través de las teleseries y novelas sentimentales, sino también en los tangos y los boleros, donde se señala que la mujer debe entregar toda su vida.


Si los hombres no cumplen con el ideal, ya sea por falta de belleza como en el caso del marido de Nené, o por falta de actitud, en el caso de Juan Carlos, las mujeres, a su vez, no se encuentran en la situación que les sería más favorable por su forma de ser. Todas ellas son infelices: Celina, la hermana de Juan Carlos, se mantiene solterona por no encontrar esos ideales (lo que la hace infeliz por quedar marcada), mientras que Mabel sí se casa, pero manteniendo su actitud infiel, por lo que hubiera sido feliz siendo soltera para poder mantener las relaciones que quisiera. Ni siquiera Nené, que sí podría tener una vida feliz según las exigencias de su rol, se conforma con lo obtenido.

De esta forma, la novela realiza una crítica feroz a la ideología sobre las relaciones de pareja que sostiene la novela sentimental. Lo hace a través de sus propios cauces, una inteligente forma de hacerlo a través de una estructura donde el narrador se convierte en un cotilla dentro de la novela sentimental, ya que precisamente accedemos a la historia a través de diarios y cartas íntimas, diálogos directos, incluyendo la confesión a un sacerdote, expedientes, publicaciones y hasta, como lectores, nos metemos en un álbum de fotos y nos permitimos arrancar una foto para ver su dorso. Es decir, nos permitimos meternos en la intimidad, en el dormitorio, en la vida íntima de los personajes, y esto lo hace el autor mediante su estrategia narrativa de realizarlo entrega por entrega, como un folletín y como si el narrador fuera un recopilador.

Con una adaptación cinematográfica estrenada en 1974 y dirigida por Leopoldo Torre Nilsson, la novela consigue mezclar todos los ingredientes de la novela sentimental: el amor, los celos, el asesinato o la mentira. Pero, a la vez, se consigue burlar del género, no tanto como parodia, sino como lamento y crítica hacia el mismo, sobre todo por el engaño que se intuye entre lo que conseguimos ver de los personajes. Una novela interesante en su forma y en la deconstrucción del género, con ritmo ágil e historia cerrada, que se aleja de la cosmovisión ambiciosa del boom para contar una historia más cotidiana, donde los personajes, como nos puede suceder a nosotros, caen en deseos alejados de la realidad.

Escrito por Luis J. del Castillo




El Dorado, de Howard Hawks

20 agosto, 2015

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Todos los personajes de El Dorado (Ídem, Paramount, 1966) están marcados por el peso del recuerdo. Todos ellos atesoran un pasado que les condiciona. Un ayer que no se explicita pero que está presente.

Por ejemplo, del pistolero Cole Thornton (un estupendo John Wayne) apenas sabemos que le unen fuertes lazos de amistad con el ahora sheriff John Paul Harrah (igual Robert Mitchum) desde antes de la guerra (civil); del mismo modo que también formará parte del pasado, por vía de la elipsis, el desengaño amoroso que sufre este último y que lo transforma en un ser vulnerable. Únicamente somos testigos de las consecuencias, que es lo que narrativamente le interesa a Howard Hawks (1896-1977).

El pretérito también afecta al joven Mississippi (James Caan), entregado a vengar el asesinato de la persona que se hizo cargo de él desde niño (otro lazo familiar no directo de los que se establecen en la película), de la misma forma que sabremos, por boca de la común amiga Maudie (Charlene Holt), que se trata de la viuda de un jugador. Como señalaba, todo lo demás está ahí sin necesidad de ser nombrado.

Igual de elocuente es la cicatriz que exhibe en el rostro el mercenario Nelse McLeod (Christopher George). Más aún, según se comenta, nadie sabe de dónde pudo sacar su dinero el terrateniente Bart Jason (Edward Asner).

Todas estas informaciones desgranadas en el guión de la estupenda Leigh Brackett (1915-1978) son como pinceladas impresionistas que, de alguna forma, nos acercan a los personajes, pero manteniendo el debido misterio que siempre proporciona la otra persona…


En esta última etapa de su carrera, Howard Hawks se mostró más interesado en profundizar en el estudio de caracteres que en renovar unos vericuetos narrativos de sobra conocidos por él. Como muchos aficionados saben, El Dorado es una paráfrasis de Río Bravo (Ídem, Warner Bros, 1959), en base a unas líneas argumentales propuestas o derivadas de esta. Ahora bien, por mucho que el excelente guion de Brackett (de la que celebramos el centenario de su nacimiento) tuviera como base la obra precedente o una novela de Harry Brown (1917-1986), titulada The Star in their courses, el resultado no deja de ser absolutamente personal.

Algo en lo que también tiene que ver la contrastada fotografía de Harold Rosson (1895-1988), capaz de pasar del naturalismo de los exteriores al efecto crepuscular y nocturnal del resto de secuencias; así como la bella y melancólica balada compuesta por Nelson Riddle (1921-1985), sustento de los excelentes títulos de crédito iniciales, que se componen de una sucesión de pinturas del espléndido Olaf Gieghorst (1899-1988); unas estampas no exentas de añoranza que son tanto el reflejo de una épica como el respetuoso canto al individuo en la figura del hombre del oeste, sea cowboy o no (por cierto que, en la película, el artista interpreta al armero apodado “el Sueco”). Tampoco andaba lejos en esta ocasión la imprescindible diseñadora de vestuario Edith Head (1897-1981).


En El Dorado, los paisajes reconocibles están al servicio del universo inconcreto y siempre en movimiento de los personajes (pistoleros, ganaderos, jóvenes impetuosos, mujeres de gran fortaleza, hasta unos conocidos “funcionarios de la ley” que Thornton encuentra en otra localidad). Personajes que, llegado el momento, están dispuestos a asentarse (casi definitivamente). Una fase vital que ya se anticipa en el comentario de Maudie cuando, al regreso de Thornton, esta comenta que se alegra de volver a tenerle cerca y que “John Paul parecía sentirse tan solo…

La soledad también se evidenciada por medio de la planificación. Frente a unos personajes que irán interactuando entre ellos dentro del plano, el encuentro de Thornton con Bart Jason, primero, y con el cabeza de familia Kevin McDonald, después (R.G. Armstrong), muestra al pistolero separado mental y físicamente de sus interlocutores –como ellos lo están de él-, gracias al correspondiente empleo del plano-contraplano. Las razones para estos desencuentros varían, pero la soledad es la misma. Poco después, Thornton sí que compartirá el plano con Maudie, durante su despedida hacia los territorios de la frontera.


Raíces antiguas y recientes se dan cita en la población de El Dorado; espacio físico y de resonancias míticas. En esa involuntaria determinación de “echar raíces” no pesa solo la edad, sino también las deudas contraídas (Thornton respecto a los McDonald; Harrah como sheriff de la comunidad; Mississippi tras haber “ajustado cuentas”).

Sin domicilio conocido, es el de estos personajes un viaje continuo hasta dar con esas raíces afectivas y geográficas que pronostica el poema de Edgar Allan Poe (1809-1849) que recita Mississippi, y que da nombre al pueblo y a la película. Un lugar para el que también se precisa de tiempo para poder olvidar. Pero la “sombra” del poema de Poe impele al jinete (al viajero) a que no cese nunca en su búsqueda de la felicidad.

Como jocoso preludio a esta disposición, a su (inicial) regreso a El Dorado, Thornton le comenta a su amigo, antes de fijarse bien en la estrella que luce, que “¡oí decir que te habían hecho Sheriff!”. Toda esta red de relaciones dará como resultado la formación de una peculiar familia, como anticipaba, no unida por lazos de sangre pero sí de camaradería y lealtad.


Por ello, los personajes acaban acompañados de alguna forma; hasta el doctor Miller (Paul Fix) encuentra a un colega más joven (Anthony Rogers).

No podemos dejar de retener algunos momentos divertidos, como la elaboración del engrudo anti-alcohólico que Mississippi prepara con ayuda de Bull (el excelente Arthur Hunnicutt, y otro personaje con un pasado a cuestas, en su relación con los indios); junto a otros instantes más dramáticos, entre los que se cuenta la muerte del joven Luke McDonald (Johnny Crawford). En la desafortunada refriega somos testigos de dos disparos, que acaban convirtiéndose en tres…

Los lugares de ese asentamiento físico y vital tienen su parangón en los escenarios no menos “míticos” de western, pese a las confrontaciones. Así sucede con el tiroteo en el interior de una iglesia, la detención de un asaltante en el saloon, o la comisaría que cobija a esa familia en formación…

Escrito por Javier C. Aguilera


Animando desde Oriente (V): Detective Conan, de Gosho Aoyama

18 agosto, 2015

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El mundo de la animación oriental, especialmente el denominado anime, en su versión televisiva, o manga, en su versión cómic, procedentes ambos de Japón, ha gozado de cierto éxito en nuestras tierras gracias, principalmente, a la llegada de algunos de sus seriales a nuestros países desde los años setenta y ochenta hasta la actualidad. Una muestra de algunas de las más populares en España son las siguientes: los trabajos de Isao Takahata, a quien ya nos hemos referido en esta sección, Heidi (1974) y Marco (1976); la célebre creación de Akira Toriyama, Dragon Ball (1986-1989) y su secuela, Dragon Ball Z (1989-1996); Los caballeros del Zodiaco (1986-1989, la primera serie de la franquicia), de Masami Kurumada; o la sempiterna Doraemon (1973-presente, con pausas), ideada por Fujiko Fujio y Hiroshi Fujimoto. En los años noventa, y también a principios ya del nuevo milenio, se siguió la tendencia de expansión, con otras series que han seguido marcando hitos entre las nuevas generaciones, que aún pudieron disfrutar de las animaciones antes mencionadas.


Gosho Aoyama
No es nuestra intención realizar una enumeración exhaustiva de las series más reconocidas, aunque cabe mencionar el hecho de que existe una gran diferencia entre la masiva producción japonesa y lo que llega a nuestras fronteras, que cada vez lo hace con menos fuerza. Como sucede con las series americanas, muchas son subtituladas o pirateadas por la red antes de su doblaje, por lo que ante su estreno en España no suele tener la audiencia correspondiente a su éxito, debido entre otras cuestiones al retraso con respecto al estreno original. Eso ha provocado que generalmente las empresas no se arriesguen a traer las grandes series, generalmente dobladas, o que su poco éxito o su excesiva duración haga interrumpir esta producción. Este último caso sea seguramente el que concierne a la franquicia a la que nos acercamos hoy: Detective Conan. Creada por Gosho Aoyama (1963-) como un manga en 1994 para la revista Shonen Sunday, ganó popularidad con rapidez y en apenas dos años consiguió su adaptación televisiva, que se iniciaría el 8 de enero de 1996. Ambas producciones siguen hasta la actualidad y no parecen tener fecha de finalización, pese a que su creador ya haya confirmado saber cómo quiere concluir su historia. Al haber continuado por más de veinte años con un ritmo corriente de producción, con algunas pausas comprensibles, les ha hecho superar los 700 episodios como anime y los 80 volúmenes (en torno a diez capítulos por cada uno) manga.

El argumento en que se asienta parte de una premisa peculiar para después adentrarse en una serie de aventuras de corte negro, es decir, detectivesco y policial, con carácter autoconclusivo en su mayoría, al estilo de seriales como Colombo (1968-2003), CSI (2000-) y derivados. Quizás la reciente Forever (2014-2015) sería más similar por partir también de la idea de un protagonista con una característica especial. El protagonista es un joven detective llamado Shinichi Kudo, que a sus 17 años se ha convertido en una eminencia, ayudando en muchas ocasiones a la policía con casos difíciles.


Desde pequeño ha estado vinculado al mundo del misterio, tanto por su padre, novelista de este tipo de historias, como por el tipo de educación que ha recibido, bastante relajada y muy cercana a la cultura, a los libros de suspense y crímenes así como a aprender diversas habilidades que resultarían extrañas para un adolescente normal, como saber disparar, conducir o pilotar aviones (en gran medida, excusas introducidas por su creador para permitirle salvar la situación). Sin embargo, nunca pierde oportunidad de mostrar sus grandes habilidades deductivas, por lo que resulta arrogante, y, por contrapartida a sus buenas habilidades tanto deportivas (en fútbol) e inteligencia, canta mal.

Sin embargo, su vida se complica cuando un día, justo en el inicio de la historia de manga y anime, mientras estaba en una cita con Ran Mouri, la chica de la que está enamorado en secreto desde su infancia, se ve envuelto en una extraña transacción con hombres de negro que, al descubrirle, le obligan a tomar un veneno para acabar con él. Sin embargo, al despertar, Shinichi descubre que, lejos de haber fallecido, ha rejuvenecido diez años, convirtiéndose en un niño, pero manteniendo todas sus habilidades e inteligencia de adulto.


Con esta situación, decide adoptar una identidad falsa, Conan Edogawa (en honor a los autores Arthur Conan Doyle y Ranpo Edogawa), y de esta forma convivirá con Ran y su padre, Kogoro, un detective privado, con el fin de conseguir más pistas en torno a los misteriosos hombres de negro que le encogieron. No obstante, mantendrá su auténtica identidad en secreto para no implicar a las personas que quiere, ya que la Organización a la que se enfrenta debe creer que Kudo ha fallecido.

Con la ayuda de una serie de variopintos inventos, al estilo de los artilugios empleados por espías como en la franquicia de James Bond, creados por su vecino, el profesor Agasa (muy similar en aspecto al Watson clásico), conseguirá suplir las desventajas de su actual estado. De esa forma, comienzan toda una serie de casos, en su mayoría de asesinatos, donde se verán implicados a través de la agencia de Kogoro o de forma casual. A pesar de que el padre de Ran es inepto como investigador, Shinichi se encargará de resolver todos sus casos y encontrar siempre al asesino, mientras se mantiene atento a cualquier pista sobre los hombres de negro.

En esta larga historia, se avanzará de forma lenta en este argumento principal, el de la investigación de la misteriosa organización. Sin duda, lo mejor de la serie, en cuanto a que conlleva más esfuerzo por parte de Aoyama para sorprender, y de donde surgen también la mayoría de personajes nuevos que ganan frecuencia en la franquicia. No debemos olvidar que, quitando estos episodios, la mayoría son casos sueltos con personajes creados para la ocasión.

En este sentido, se puede notar el desgaste o la repetición de casos, como la predilección por aquellos en que la puerta donde se ha cometido un asesinato se ha cerrado desde dentro, o los homicidios con una planificación elevada. Sin embargo, para los amantes de este tipo de historias y del anime, es una historia entretenida, imaginativa y con algunos casos muy impresionantes.


Así pues, debemos destacar la buena preparación para los casos que continúan el argumento principal o aquellos que introducen nuevos personajes recurrentes a la historia, aunque estos se diluyen bastante en un conjunto de arcos autoconclusivos que conforman el grueso de la producción. Detective Conan bebe del misterio y de las figuras clásicas, destacando la de Sherlock Holmes desde el principio, tanto en el aspecto de los personajes como en algunas de las tramas o ciertas actitudes paralelas entre ambos personajes.

Podemos destacar como el primer capítulo del manga denominaba al protagonista, Shinichi, como el Sherlock Holmes de los 90, aunque Aoyama no podía prever que la historia tuviera el considerable éxito que ha obtenido y que ha provocado su larga duración. Este hecho también ha provocado la evolución social y tecnológica de los personajes, pero, a pesar de que se introducen avances como el predominio de la telefonía móvil (en un inicio, por ejemplo,Conan usaba una antigua cabina telefónica, mientras que en la actualidad tiene un móvil), realmente no hay una concreción del tiempo que ha transcurrido desde que se convierte en niño hasta la actualidad, algo que sí sucedía al inicio (con alguna mención a las semanas, por ejemplo).


No obstante, de corresponderse al número de casos, ya habría pasado demasiado tiempo como para mantener la misma edad. Ahora bien, sucede lo mismo en otras series de animación, ahí tenemos el claro ejemplo de Los Simpson. Al igual que la serie de Groening, el dibujo también se ha estilizado y se ha ido incorporando el uso del ordenador a la producción. En este sentido, incluso se ha comenzado una reedición de algunos capítulos clave para mejorar su aspecto en alta definición y nuevo dibujo.

En este nivel técnico, también podemos observar algunos cambios de perspectiva inadecuados, que ocasionan que los personajes niños, principalmente Conan, parezcan más grandes o más pequeños según la ocasión. Por otra parte, algo evidente en Gosho Aoyama es que crea a sus personajes principales muy similares entre sí. Aprovechando el éxito de Detective Conan, no dudó en incorporar o, incluso, relanzar a otros de sus personajes, como el mago-ladrón Kaito Kid (muy parecido físicamente a Shinichi, con historia propia en Magic Kaito), o alguna mención a Yaiba, que se incorpora como personaje de ficción dentro de la serie.

Evolución del dibujo desde el primer capítulo (arriba) y capítulos más actuales (abajo)
Como aspectos negativos, hay cierta carga de factor infantil por la evidente situación del personaje, al tener compañeros de clase que conforman una especie de club de detectives. Pero no nos podemos equivocar como sucede con estas series de dibujos animados, dado que no están destinados a niños, en todo caso su público objetivo son los preadolescentes o los adolescentes, por los temas que se tratan. Por ello, precisamente, la situaciones más infantiles pueden resultar más irritantes con el paso del tiempo. La reiteración continua de casos en lugar del avance argumental o el evidente parecido de Conan con Shinichi en su infancia, al ser obviamente la misma persona, que solo se disimula, al estilo Superman, con las gafas, dan cierta sensación irrisoria en cuanto a cómo no es reconocido, aunque Aoyama hace todas sus esfuerzos, enrevesados en mayoría, para impedirlo.

También se incluye esquemas que ya no resultan nada novedosos a nivel de entramado y que, incluso, pueden llegar a hastiar (la serie se burla de sí misma sobre estos aspectos): asesinatos allá por donde los personajes van, motivos poco convincentes para cometer un crimen o la evidente falta del paso del tiempo. Además, para los espectadores occidentales, hay cuestiones relativas a costumbres japonesas o al idioma japonés, como la mayoría de acertijos puestos a los niños para que también los resuelva el espectador, que resulta una barrera insalvable, salvo que se tengan suficientes conocimientos.


La fama de este personaje y sus historias siguen siendo rentables al estudio y a su creador, que no dudan en proseguir alargándolo y creando toda una serie de productos derivados año tras año. Además del manga, que en España ha sido publicado por Planeta DeAgostini hasta convertirse en la serie más larga, superando a Saint Seya, y del anime, que ha sido doblado en español hasta casi los cuatrocientos episodios y distribuido en distintas canales, también podemos encontrar toda una serie de películas que sirven para crear casos más amplios y con más ocasiones para la acción, menos usual en la serie; hasta el momento, se han producido 19 películas desde 1997.

Respecto a estos films, todos tienen la misma estructura técnica, con una presentación de personajes y situación general, aunque cada caso es distinto. También hay una película especial que realiza un crossover entre esta serie y Lupin III, así como algunas producciones con actores de verdad, denominadas Live Action. Además, también se pueden encontrar videojuegos y volúmenes especiales del manga realizados por colaboradores de Aoyama.


Ante una serie tan amplia, resulta muy complicado hacer un comentario exhaustivo, por lo que esta presentación puede servir para acercaros al personaje. Aunque no sea una producción excesivamente adulta, sino más bien adolescente, resultará atractivo para quienes sean aficionados a las historias de misterio detectivesco, en lo que más destaca Detective Conan. Nuestra recomendación es acercarse a su inicio y disfrutar de sus casos, y una vez satisfechos, se puede optar por buscar, dentro de su gran cantidad de capítulos, todos los referentes al avance de la trama, que además suelen ser los episodios más elaborados. El mundo al que os queremos abrir las puertas hoy es bastante grande, pero con la afición al género, no podéis perderos esta pieza de la animación japonesa.


Escrito por Luis J. del Castillo



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