La épica y la espiritualidad se dan la mano en Hojas de hierba (Leaves of Grass, 1855-1892; Austral, 1999), del ensayista, periodista y poeta norteamericano Walt Whitman (1819-1892). Un poemario orgánico, pues creció, maduró y se transformó como la propia vida.
La filosofía de Whitman se adscribe al llamado trascendentalismo, afín al pensamiento intuitivo y a un dios personal (calificativo que me parece más correcto que el de “interior”, por denotar este último cierta negación de la posibilidad de una realidad “exterior”), así como al realismo filosófico, por el cual todos los objetos disponen de una existencia independiente del observador (existencia que va más allá del mero error de percepción por los sentidos, apuntando más a la insuficiencia de los mismos).
Con ello pretendió Whitman dar testimonio de un tiempo como principio motor de una épica nacional, a la par de trascender el momento histórico concreto, rebasando las fronteras visibles del localismo, por vía de un principio existencial e iniciático (en absoluto hermético, puesto que está al alcance de quien lo desee), que equipara el saber del alma con el del mundo (entendido este como el universo, o universos). Una propuesta para el individuo, no impositiva a nivel grupal, que permite acceder y conocer nuestra alma particular tanto como la del país que se afana en afianzar su identidad (en este caso, EEUU). No en vano, al contrario que en otras latitudes, la unión hace la fuerza y no la disgregación.
En este escenario, la conciencia individual prevalece sin jerarquías religiosas o políticas, esto es, sin que ninguna influencia externa a mi alma me hiciera parar ni me indujera al compromiso (Una mirada retrospectiva a los caminos recorridos). De forma que, una vez cumplida su función dinamizadora, las hojas, componente primordial que permite la respiración y el embellecimiento estético, se vuelven a mezclar con la tierra, el sustrato que las ha visto nacer y desarrollarse. En puridad, lo que ha sucedido siempre con la poesía de Walt Whitman y de otros autores relevantes, engendradores de poetas.
La épica norteamericana, como hemos tenido ocasión de comprobar en multitud de ocasiones, se cimienta y da a conocer gracias a la literatura y el cine, muy particularmente, a través del género western, que es donde se recrea y se fija, podríamos decir, dicha épica, de raigambre totalmente clásica.
José Antonio Gurpegui (1958) toma para su edición de Austral la versión inicial de 1855, con traducción de José Luis Chamosa (-) y Rosa Rabadán (-), pero incorpora en un anexo varios de los imprescindibles poemas que, con posterioridad, se fueron añadiendo a la obra, hasta su edición definitiva de 1892. Como recuerda Gurpegui en su estupenda introducción, los trascendentalistas fueron los primeros en valorar el peligro de renunciar a los valores espirituales (en compensación de los materiales, no en sustitución de estos). Por lo que, la de Whitman será una filosofía donde se armonice lo físico con lo anímico, dos parámetros considerados antagonistas (Introducción). De hecho, lo uno no existe sin lo otro, porque las dicotomías planteadas por Whitman no son tales (y ahí me permito matizar a Gurpegui), sino una simbiosis que no se puede deslindar, aunque solo una parte pueda ser percibida por las sensaciones más comunes. De forma que, aunque ambos aspectos nos parezcan separados, el uno cultiva el siguiente, siendo dos fases de un mismo proceso de crecimiento, que va de lo material a lo espiritual. Un desarrollo que no eleva al ser humano a la categoría de dios, sino que lo hace partícipe de su esencia.
En esta postura son fundamentales dos conceptos planteados por Whitman respecto al curso de la historia y del ser humano que la dignifica, expuestos en un prólogo que solo apareció en la edición primigenia. En él insta el autor, en primer lugar, a construir una América que no rechace el pasado, sino que construya a partir de él, pues pasado, presente y futuro no están descoordinados, sino sincronizados. Lo cual se refiere al conjunto de todo un país, por descontado. Como recuerda Gurpegui con gran acierto, la filosofía social del XVIII representa la antítesis del puritanismo del XVII, en un intento de racionalizar tanto ciencia como religión, en tanto que al XIX lo caracteriza, fundamentalmente, la búsqueda de la plena definición como nación. Añadiendo que, en la obra de los grandes maestros, la idea de la libertad política es indispensable (Introducción y Prólogo).
Así, el autor llama al poeta a no moralizar ideológicamente, en un marco en el que las leyes vitales lo incluyen todo, lo natural y lo sobrenatural (Prólogo). En este sentido, recalca Whitman que Todo es Uno, un principio trascendente donde solo faltaría añadir aquello de lo que es arriba es abajo. Más aún, todo lo que una persona hace o piensa tiene unas consecuencias, recuerda Whitman (Op. Cit.), lo que enlaza con ese segundo fundamento, ya referido, en virtud del cual cuerpo y alma deben permanecer como un todo. Razón por la que señala el poeta que creo plenamente en una clave y un propósito en la Naturaleza (Una mirada retrospectiva a los caminos recorridos).
En Hojas de hierba el espacio territorial parece afianzarse mientras que el temporal se difumina. Por algo la independencia política y la estabilidad social se fueron armonizando hasta quedar definitivamente garantizadas a lo largo siglo XX. Entre tanto, solo faltaba la emancipación cultural.
Es por ello que Whitman se compromete con la construcción de un país, y por lo que Hojas de hierba se convierte en un libro de difícil clasificación, en el que, para su autor, prevalecía su “poder sugestivo” (Introducción). De tal modo que forma y espíritu son constituyentes fundamentales del poema. Un espíritu tan libre que hasta encuentra la independencia cultural y la del propio poeta en la ausencia de forma (métrica y rima), y en una temática novedosa, incluso insólita y escandalosa para la época, recalca Gurpegui, donde el ritmo métrico no obedece a patrón alguno (Op. Cit.).
Narrando en primera persona, Walt Whitman es el poeta de la libertad ideológica, en su más amplio espectro, y el del interés por las posibilidades expresivas de un idioma -o de todos los idiomas, por extensión-, que muestra la flexibilidad creativa del instrumento lingüístico en su conjunto. A este respecto, llaman la atención en Hojas de hierba esas frases largas y serpenteantes como ríos, bregando en todo momento con el sincretismo léxico del inglés.
Respecto al segundo de los aspectos motrices, abundo en la circunstancia de que Whitman invita a saber prescindir de los intermediarios espirituales. Cada hombre será su propio sacerdote, confiesa (Prólogo). Para el autor, el intermediario es uno mismo, algo que irá refrendando a lo largo de todo el poemario con pensamientos y versos tales como la lógica y los sermones nunca convencen; no tengo silla, ni iglesia ni filosofía o, estamos en un camino que nadie puede recorrer por ti, has de recorrerlo tú mismo (Canto a mí mismo). No es descreimiento, sino independencia de espíritu: Dios estará allí y esperará a que lleguemos (Op. Cit.).
Una invitación, por tanto, a pasear juntos, aunque cada persona porte su hatillo indescifrable. No digo que las religiones no sean divinas, sino que han surgido de vosotros y que pueden seguir surgiendo de vosotros (Canto de las ocupaciones). Esto es, que han de seguir en movimiento como un organismo vivo, en lugar de permanecer estancadas.
Entre la luz de estas hojas se trasluce una visión que procura amplitud. Más que cualquier sacerdote, alma, creemos nosotros en Dios (Viaje a la India). Whitman se postula así frente a los fundamentalistas de retórica gruesa que toda religión tiene, y que consideran un oprobio el prosperar económicamente, pese a que alguno se dedica, curiosamente, a la escritura. Pontífices de tertulias para los que Walt Whitman viene a ser la antítesis (Gracias a Dios).
Visión siempre en el marco de un país unido. Un individuo es tan excelso como una nación cuando tiene las cualidades que hacen a una nación excelsa, proclama (parte final del Prólogo). Para Whitman, el poeta es el inspirador de un ser humano que es deshonesto por conformismo o por miedo (Canto a mí mismo), pero que, en lugar de quedar atrapado en las redes de la culpabilidad y el remordimiento religiosos, se abre -si está abierto a ello- a la experiencia de experimentar cómo una hoja de hierba no es menos que el trabajo de las estrellas (Op. Cit.), o el hecho de que la tierra y la luna armonicen con el sol y las estrellas, algo igualmente prodigioso (Quién aprende mi lección completa).
En su célebre y ya mencionado Canto a mí mismo se desprende que cada átomo de mí también es parte de ti, un principio teórico vinculado con el taoísmo y el holismo epistemológico, desde el punto de vista trascendente. Ello, sin abandonar los aspectos más placenteros de la vida, bien en la quietud de la soledad o en el bullicio de la muchedumbre. Una percepción en la que creo conveniente dar toda la voz posible al autor, pues considera que nunca hubo más comienzo que ahora. En el sentido de que no creo que los años detengan algún día mi existencia o la de cualquier otra persona (Quién aprende mi lección completa). Es decir, la perpetuación espiritual en un tiempo sin tiempo, por el que cobra significado el aserto de que la muerte es tan grande como la vida (Grandes son los mitos); me hace realmente inmortal (Cantos de despedida). Al punto que, tal vez regrese (…) abandono lo material (Op. Cit.).
Aquí y ahora, la fuerza personal se encuentra detrás de todo, como de costumbre (Una mirada retrospectiva a los caminos recorridos).
La épica de los pioneros en Zion in Her Heart, de Clark Kelley Price |
Su Dios guía y no castiga, incluso aunque muchas personas aún no se percaten de toda la extensión de sus naturalezas. Ellos no saben cuan inmortales [son], pero yo sí lo sé (Canto a mí mismo). De tal modo que Whitman se torna mediador como el aire, pero fluido como el agua, en pos de un futuro y un pasado histórico que se dan la mano, pues la eternidad mora en los pantanos, lugares de visión dificultosa o engañosa que, no obstante, carecen de fondo (Op. Cit.). Un ciclo esencial donde, sin duda, yo mismo he muerto ya diez mil veces (Op. Cit.).
Para ello, se debe comenzar por buscar la felicidad (un destino sostenido por el libre albedrío) en este lugar, antes de alcanzar otros. Tú y tu alma contenéis todas las cosas, vuelve a manifestar (Canto de las ocupaciones). Testigos de todos nosotros, sabe que hay un equilibrio en una postura y en la opuesta (…) (Canto a mí mismo), donde cada fragmento de mí es un milagro (Op. Cit.). Como señalé igualmente, se trata de una disposición que va más allá del mero conformismo interior: soy divino en mi interior y en mi exterior (Op. Cit.).
Y ante tal perspectiva desfila toda una sucesión de imágenes. Una estructura repetitiva en la que cada situación, objeto o personaje es distinta pero afín. Todo converge en el excelente poema en prosa Pensar en el tiempo, donde Whitman asegura que de cada uno hay un minucioso informe. Más aún, en Yo canto al cuerpo eléctrico e Hijos de Adán, se sitúa el autor y partícipe en el escenario de los ciclos cósmicos del ser humano, sustanciados en los diversos rostros que se personan en ambos poemas. Para ellos y nosotros, todo parte de la Tierra.
No son estos pensamientos dispersos, sino la raíz de la que se nutre Hojas de hierba. En ellas, Walt Whitman no solemniza, sino que llama a las cosas y las personas por su nombre (motivo de púdico escándalo). Sus hojas eclosionan y maduran, se desprenden llevadas por el aire y, sin que llegue su final, se reincorporan. De esta forma, el poeta que fue y es Walt Whitman se posiciona más allá de las pasajeras glorias terrenales de la literatura. Esas que honran y condenan los seres humanos de forma tan arbitraria.
Escrito por Javier C. Aguilera
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