Hace algunos meses dedicamos varias entradas al cineasta Jack Arnold (1916-1992), entre las que se contaban el comentario a la jubilosa Vinieron del espacio (It came from outer space, 1953), y a la rotunda El increíble hombre menguante (The incredible shrinking man, 1957). Ya entonces me rondó la idea de concentrar otros títulos del género de ciencia ficción bajo el paraguas de un epígrafe general, que bien podría titularse “El Autocine”, en homenaje a toda una época, la de los Drive-In, y a unos productos específicos y entretenidos, pero en los que también cupieran otros títulos, tanto anteriores como posteriores.
Me ha parecido entonces oportuno retomar para esta inauguración, otras dos realizaciones señeras del cine de Arnold en particular, y logros muy destacables del género en su conjunto.
Bajo el mecenazgo del productor William Alland (1916-1997), y con guión de Harry Essex (1910-1997) y Arthur Ross (1920-2008), La mujer y el monstruo, o El monstruo de la Laguna Negra (The creature from the Black Lagoon, 1954, Universal), muestra en su inicio una imagen del planeta Tierra en formación, a la que sigue el momento del “milagro de la vida” emergiendo de las aguas. Ya en nuestro presente (histórico), un paleontólogo descubre en un estrato perteneciente al devónico, cuarto periodo de la era paleozoica, una garra fosilizada. Estamos en el Amazonas.
El sorprendente descubrimiento convoca a un grupo de colegas formado por geólogos, ictiólogos (Kate: Julie Adams) y biólogos marinos (David: Richard Carlson), a los que inevitablemente se sumará el potentado financiador, un tipo obsesivo y contumaz, Mark (Richard Denning). Representante por antonomasia del éxito comercial y mediático a cualquier precio, Mark se enfrenta al resto de sus compañeros, es decir, a la visión que fija su interés en esa “otra” forma de adaptación al, in illo tempore, nuevo medio terrestre.
La narración va al grano, tras el ataque al campamento que custodiaba el perímetro del descubrimiento, por parte de una de las criaturas antediluvianas, que aún sigue viva, arriba la expedición científica por vía fluvial. Junto al dueño de la embarcación, Lucas (Nestor Paiva), el equipo toma contacto con ese otro mundo que es la Laguna Negra; curiosamente, un lugar tan inexplorado en la ficción como –casi- en la vida real (se trataba de una zona privada de los Everglades de Miami, Florida).
De modo que tenemos a unos expedicionarios que regresan al medio acuático, y que quedan retenidos por un obstáculo (el ramaje que obstruye el paso). Como saben los aficionados, Kate decide refrescarse en el agua, lo que da pie –y brazos-, a unas tomas acuáticas que logran transmitir el suficiente misterio y valor telúrico como para crear un rico suspense.
Una bella idea jalona este encuentro postergado durante eones. Durante el ballet de la bella y el monstruo, este último no se atreverá sino a rozar el objeto de su interés. Y tras este cortejo paralelo, acabará por ocultarse, momentáneamente.
Auténtico precedente en su concepción de Aliens y Predators, o en general, de la estupenda Parque Jurásico (Jurassic Park, Steven Spielberg, 1993), prístino homenaje literario y fílmico al cine de Arnold, el “Monstruo de la Laguna Negra” fue diseñado por Milicent Patrick (1915-1998), y vestido para la ocasión por los especialistas Ben Chapman (1925-2008), en tierra y Ricou Browning (1930-), bajo las aguas.
No podemos dejar de señalar el excelente plano que muestra a la “criatura” observando desde su prisión acuática. Su inteligencia es basta, pero el humano, más favorecido, suele sin embargo emplear la suya para ser el primero en atacar.
Entre el balance positivo de Tarántula (Tarantula, Universal, 1955), escrita por Martin Berkeley (1904-1979) y Robert M. Fresco (1930-2014), destaquemos que, nada más arrancar el relato, cuando aparece en pleno desierto una figura humana y la cámara nos la muestra de cerca, Jack Arnold evita el tópico inserto de un acompañamiento musical estridente (el típico susto). La música se incorpora poco después, cuando llegan los títulos de crédito.
Poco después sabremos que esa figura monstruosa que fenece bajo los rigores del desierto, es un biólogo, compañero de investigaciones del doctor Deemer (el siempre eficaz Leo G. Carroll), y más interesante aún, que las causas de su muerte se las infligió él mismo (aunque no lo veamos, resulta lógico por lo que sí hemos visto).
“La historia de la medicina es la historia de lo inusual”, comenta el doctor Deemer ante el sheriff Andrews (Nestor Paiva) y Matt Hastings (John Agar), el otro médico del pueblo. Al doctor no le mueven intereses egoístas, aunque egoístas acaben siendo -¿por naturaleza?- muchos de los actos de los seres humanos. Realmente, en su ánimo está el poder combatir la escasez de alimentos que, cada vez más, amenaza al mundo.
Previamente, ha tenido lugar una conversación entre Andrews y Hastings, que Arnold no filma de forma estática –en un decorado fijo-, sino mientras ambos personajes caminan por la calle, rumbo a la morgue. Y aún hoy, sigue siendo espeluznante contemplar a Deemer cuando pone las inyecciones a sus “pacientes”, momento que, además, se beneficia de un espléndido acompañamiento musical. El cuadro de personajes se completa con la resuelta Stephanie “Steve” Clayton (Mara Corday).
De nuevo encontramos el desierto como parte de un escenario tan enigmático como traicionero. Los personajes recuerdan que esa reseca pero milenaria tierra de Arizona, fue hace tiempo océano, aunque aún es huella de todo lo que fue. Y es que, como sucediera en la previa Vinieron del espacio, Jack Arnold reserva al lugar otro instante bien llevado, el de la parada –no premeditada- de Matt y Stephanie ante un roquedal.
Tras su derrumbe parcial, el suspense dará paso a una acción que se va encadenando sin descanso: la muerte del ganado, el análisis e implicaciones científicas del veneno hallado, el regreso al hogar de Tarántula… la lógica movilización general. Junto a ello, sobresale la feliz idea de la casa-laboratorio, aislada en ese vasto desierto.
Tras su derrumbe parcial, el suspense dará paso a una acción que se va encadenando sin descanso: la muerte del ganado, el análisis e implicaciones científicas del veneno hallado, el regreso al hogar de Tarántula… la lógica movilización general. Junto a ello, sobresale la feliz idea de la casa-laboratorio, aislada en ese vasto desierto.
También podemos considerar Tarántula como un magnífico ensayo previo con las proporciones, luego aplicadas a la soberbia El increíble hombre menguante (los animales mostrados a escala, Tarántula observando detenidamente por la ventana de la casa…). De igual modo cabe señalar el excelente trabajo con el sonido, que no se limita exclusivamente a la banda sonora -en la que, como en el título anterior, intervino Henry Mancini (1924-1994)-, sino al sonido del propio arácnido. Toda la cinta posee un estupendo acompañamiento musical.
Por otra parte, que el presupuesto no diera para que la tarántula destruyera la población -como prometía el cartel-, no nos debe hacer lamentar todo lo (eficazmente) mostrado hasta entonces.
Escrito por Javier C. Aguilera
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