Para algunos era una revolucionaria muy peligrosa. Para otros, una heroína tenaz y valiente. En realidad, Catalina era solo una joven indefensa que deseaba entender lo que estaba pasando a su alrededor, en los duros años de la posguerra, y que lo arriesga todo para ayudar al chico que ama. Muchos años después de los hechos, durante una larga noche de insomnio, tendrá que enfrentarse a los recuerdos y revivir su amor adolescente.
Alfredo Gómez Cerdá nos explica en Noche de Alacranes cómo se siente Catalina, una anciana que, al volver del exilio, es considerada una auténtica heroína. Ésto le produce un profundo desasosiego, ya que ella sabe que nunca ha sido alguien valiente ni tampoco una peligrosa alborotadora. Catalina sólo era una cría asustada que se vio obligada a actuar siguiendo los dictados de su corazón, una persona atrapada por sus propias circunstancias.
Con más de 80 libros publicados, el madrileño Alfredo Gómez Cerdá es un reconocido escritor, sobre todo, dentro de la literatura infantil y juvenil. En 1982 ganó su primer premio al obtener el segundo puesto del premio Barco de Vapor, que ganaría en 1989. Además de escribir también varias novelas para el público adulto, ha elaborado varios guiones para cómic, ha colaborado en prensa y en revistas especializadas y ha participado en numerosas actividades relacionadas con la literatura infantil y juvenil. Todas ellas son muestras de una gran diversidad en el autor, ya que no quiere ser encasillado en ningún género concreto. Muchos de sus títulos abordan temas que invitan a los adolescentes a cuestionarse la realidad sin tapujos, como es el caso del tema de la posguerra tratado en Noche de alacranes. Esa constancia le ha hecho merecedor de reconocimientos y premios, consiguiendo el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil (2009) o, con Noche de alacranes, el Premio Gran Angular (2005).
En esta novela, el autor consigue perfectamente ahondar en el personaje para mostrarle al lector a una adolescente luchadora y capaz de acometer sus actos con valentía, pese a las voces que pretenden enmudecerla. Su fuerza voluntad, la valentía, el miedo, el deseo de sobrevivir, el terror ante lo desconocido y, sobre todo, el amor hacia Emilio, son los grandes sentimientos que podremos encontrar en Noche de alacranes. Todos ellos son propios del ser humano, sentimientos que además se acentúan en la adolescencia, esa etapa plena de sueños e incertidumbres sobre el futuro.
Para lograr una comunicación más eficaz con el lector, el escritor aborda los acontecimientos a través de saltos en el tiempo. Nos muestra, por ejemplo, a una Catalina siendo una adolescente a la salida del instituto en contraposición a una Catalina anciana que vive en la soledad de su habitación, frente a una caja de galletas que retiene sus recuerdos; y todos esos contrastes sin que esos momentos pierdan ni un ápice de su fuerza. Toda la noche la pasa en vela, en una auténtica noche de alacranes, y los objetos que va sacando de la caja trazan su terrible experiencia.
Para lograr una comunicación más eficaz con el lector, el escritor aborda los acontecimientos a través de saltos en el tiempo. Nos muestra, por ejemplo, a una Catalina siendo una adolescente a la salida del instituto en contraposición a una Catalina anciana que vive en la soledad de su habitación, frente a una caja de galletas que retiene sus recuerdos; y todos esos contrastes sin que esos momentos pierdan ni un ápice de su fuerza. Toda la noche la pasa en vela, en una auténtica noche de alacranes, y los objetos que va sacando de la caja trazan su terrible experiencia.
Todas aquellas personas de su infancia y adolescencia regresan y conversan con ella a través de sus recuerdos. Así, recuerda cómo su madre enmudecía paulatinamente con los infortunios y vejaciones sufridos en la guerra, revive la huída de su hermano o escucha la voz de Tirso, el profesor que pretende enseñarle a leer y escribir para que pueda enfrentarse con dignidad a la vida. Los hechos se deslizan a través de las emociones de la protagonista, siendo la más conmovedora su historia con Emilio, su gran amor, el chico con el que daba largos paseos en bicicleta y con el que sufrió lo indescriptible cuando fue secuestrado por los maquis. Sería ella la ocupada de cuidarlo y de devolverle una dignidad atormentada por la miseria de la situación. No le importa las consecuencias, porque el amor es el que impulsa sus actos y contra ese sentimiento no existe el miedo, por lo que nadie puede amilanarla ni acobardarla.
Alfredo pretende transmitir que cualquiera de nosotros hubiéramos hecho lo mismo si nos hubiésemos visto en esa situación, porque en nosotros prima más la fuerza de voluntad, el amor incondicional o el deseo de supervivencia frente a cualquier otra vicisitud.
Gracias a los cambios temporales ya nombrados, el autor consigue crear ciertos momentos de desahogo, en los que el lector puede reflejarse en las reflexiones de Catalina, y es ahí donde podemos sentir la historia como propia. El lenguaje es preciso, aunque a veces puede resultar lento debido a la multitud de descripciones que encontramos; pero, a la vez, podremos disfrutar de un lenguaje poético y cargado de sonoridad cuando retrata el interior de los protagonistas. No sólo reconocemos la voz de Catalina, sino que también nos aproximamos al alma del resto de los personajes a través de las pinceladas de sus actos. Al final de la novela encontraremos un mensaje lleno de esperanza, en el que los personajes retomarán las promesas que un día truncó cruelmente el destino. Nos hallamos, pues, ante un relato conmovedor que revela las atrocidades que se cometieron en la posguerra y para el que autor se documentó en manuales como Maquis, de Secundino Serrano, o El canto del búho, de Alfonso Domingo, una recopilación de testimonios narrados por sus protagonistas.
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Escrita por Mariela B. Ortega
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