En El extraño (The stranger, RKO, 1946) confluyen varios talentos, orquestados por el genio de Orson Welles. Por ejemplo, la personalísima fotografía de Russell Metty, la labor impecable de todos los intérpretes, la producción de Sam Spiegel (bajo el acrónimo S. P. Eagle), la música de Bronislaw Kaper o el montaje de Ernest Nims. Además, parece ser que parte del guión fue escrito por John Huston (no acreditado). Todos estos elementos se cohesionan para ofrecernos un más que disfrutable relato de intriga en la línea de la caza del gato y el ratón (perfecto para nuestros fines de semana cinéfilos).
Del Comité Aliado de Crímenes de Guerra parte Mr. Wilson (Edward G. Robinson) con el fin de desenmascarar a un peligroso criminal del que se conoce su destino, pero no su aspecto (no han sobrevivido documentos gráficos del mismo). Las pesquisas de Wilson le conducen hasta Harper, en Connecticut, donde el policía y miembro de la comisión tratará de averiguar bajo qué identidad se esconde el homicida evadido.
Y es que dicha población tiene, como suele decirse, al enemigo en casa. Concretamente se trata del criminal de guerra e “ideólogo” Franz Kindler, ahora Charles Rankin (Orson Welles), que ejerce como profesor en la escuela pública: qué mejor lugar para moldear a capricho la historia; en efecto, el adoctrinamiento es siempre el primer paso, y en este sentido, resulta modélica la definición del nazismo que el propio Ranking ofrece a la familia Longstreet y a Wilson. Estamos, por tanto, ante un relato sobre personajes infiltrados entre nosotros, con el fin de minar la convivencia, o en el peor de los casos atentar; asuntos de triste actualidad.
El extraño supone un auténtico festival Welles: desde el sincretismo marca de la casa, como el detalle de la pipa rota que en un principio identifica al Sr. Wilson, pasando por travellings y grúas (juntos o por separado), el empleo del fuera de campo, expresivos picados y contrapicados, claroscuros y proyección de sombras (impecable labor de Metty), planos cenitales, y el sabio manejo de la elipsis, por el cual somos testigos, más que de la rapidez, de la facilidad con que Kindler se desenvuelve / introduce dentro de la comunidad en la que se desarrollará la acción. La familiaridad mostrada en el drugstore-cafetería del pueblecito será buen escenario de ello.
Orson Welles no desperdicia una sola imagen, proporcionando toda la información posible en un plano, sin necesidad de fragmentarlo (entonces se tenía al espectador como alguien inteligente). Un buen ejemplo lo hallamos en la entrevista que Charles mantiene con Konrad Meinike (Konstantin Shayne) en el bosque, o también durante el (segundo) juego de damas con el señor Potter (Billy House) en el drugstore: la mirada de Kindler lo abarca todo, especialmente la entrada a la iglesia que tiene en frente y que puede controlar a través de una ventana.
Otros momentos excelentes a destacar son el descubrimiento de Red, el perro, en el bosque, el cual coincide con un sobresalto de Wilson, como si ambos “sabuesos” estuviesen conectados. O el encadenado que muestra a Charles cavando en el jardín tras la ceremonia nupcial, que a su vez muestra el estado de excitación y paranoia del criminal. O la conversación con Mary (Loretta Young) en el interior de la iglesia, donde se juega con el referido fuera de campo, denotando que las afinidades de los Rankin están ya tan separadas, que no aparecen juntos en el plano hasta el final, y en penumbra. Además, junto a los elementos cinematográficos anteriormente citados, destaca de igual modo el empleo del sonido por medio del viento o el “implacable” mecanismo de un reloj.
Tal y como está narrado El extraño, se establece un juego de complicidades que se traslada al público: al presentar desde un principio la verdadera identidad de Charles Rankin (ergo Franz Kindler), el espectador es participe de las estrategias y dobles sentidos que les acontecen a los principales protagonistas. Este novedoso punto de vista se centra, por tanto, no en descubrir la identidad del asesino, sino en dilucidar cómo será atrapado, si es que lo es. Un suspense cuyo desenmascaramiento tendrá por responsable, irónicamente, a un prejuicio (que naturalmente no desvelaremos). En El extraño, Orson Welles demuestra continuamente que acción no es confusión visual.
Escrito por Javier C. Aguilera
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