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30 septiembre, 2013

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Faro de la Sabina al atardecer en Formentera (Fotografía de MB&LJ)
Damos la bienvenida al otoño con esta última semana de septiembre, igual que nos despedimos de verano con una considerable lista de películas para disfrutar. El fin de semana que culmina septiembre ha sido un buen colofón con una subida considerable en las visitas, y aunque la media del mes vuelve a proporcionar unas 500 visitas diarias con un total de 16.000 mensuales, ayer alcanzamos las 880 y seguimos en alza. Gracias a vuestra confianza y vuestro seguimiento. En las redes, permanecemos con 127 seguidores en Blogger, pero subimos tanto en Twitter, donde alcanzamos los 232, con siete más, y en Facebook alcanzamos los 65 me gusta, subiendo también siete.

Hemos tenido más entradas, donde se han combinado reseñas cinematográficas, como Ahora me ves..., California Suite o Descubriendo Nunca Jamás, con reseñas literarias, como En los mares del sur, Brújulas que buscan sonrisas perdidas o Explosión en el corazón del diablo, una obra novel. Aunque, como siempre, hemos tenido una crónica musical y alguna entrada musical.

Ahora en octubre estamos preparando nuestro Halloween 2013, con películas y libros, así como clásicos, publicidad y, esperamos, también música. Aunque según se acerque febrero iremos disminuyendo, tanto Halloween como Navidad tendrán sus momentos especiales.

Un saludo,
L.J.

PD: Os dejamos con la canción Sense tu de Terapia de Shock, que apareció en un capítulo de la serie de Albert Espinosa, de quien hemos reseñado libros en algunas ocasiones.


"El mayor artista es aquel que en la suma de sus obras ha incorporado el mayor número de sus mejores ideas."

                  -John Ruskin

¡A ponerse series! (XI): Segunda Enseñanza (1986)

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De entre las series españolas de finales de los setenta y primeros ochenta que merece la pena rescatar (y son muchas), destaco hoy Segunda Enseñanza (TVE, 1986), cuyo artífice fue la guionista, dramaturga y actriz, Ana Diosdado (1938), que ya gozaba del favor del público gracias a Juan y Manuela (TVE, 1974), y sobre todo, la exitosa Anillos de oro (TVE, 1983).

Podemos decir que Segunda Enseñanza brilla por sus libretos y por las actuaciones principales, ya que –tristemente-, la realización de Pedro Masó (1927-2008) deviene funcional y poco sutil (pese a toda la buena voluntad: el lenguaje de la televisión ha dado un vuelco en los últimos años y el envejecimiento se hace notar). Pese a ello, Segunda Enseñanza se sostiene bien, y puede seguir encontrando “degustadores” entre el público actual (¡y no solo entre los antropólogos catódicos!). Su fuerte reside, como comentaba, en el trabajo de Ana Diosdado, en su descripción de ambientes y personajes (¡esa madre!) por medio del guión, todo un muestrario de vidas cruzadas y oportunidades perdidas –o retomadas-; en definitiva, en su conseguido retrato generacional (nada nuevo para la autora de Los Comuneros (1974): ese mismo año, 1986, se publica su novela, luego adaptada al teatro, Los ochenta son nuestros).


Pilar Beltrán (Ana Diosdado) lleva años a vueltas con su tesis y con la vida. Significativamente, su trabajo de investigación versa sobre la trágica figura histórica de Juana, llamada la Beltraneja (1462-1530), rival al trono de Isabel la Católica (1451-1504). Pilar, casi convertida en una anciana antes de tiempo, trabaja como profesora interina de historia, sin un destino fijo. Su hija, Elvira (Cristina Marsillach), trata de abrirse camino como modelo profesional, trabajando para distintas agencias, al menos hasta que sus encantos naturales se lo permitan. Elvira es su verdadero nombre, detalle nada baladí (no se habuscado un alias), y se conduce con cierta ética, aunque tenga claro que “si hay que competir, quiero ganar”. De hecho, su ambiente será igual de opresivo que el del proceloso mundo de la enseñanza, y no está exento de esas decisiones “trascendentes” que encaminan la vida de uno por un sendero u otro. El cuadro familiar se completa con una madre posesiva, de esas que tan bien le salían a Mª. Luisa Ponte (1918-1996).

Pero el referido “cuadro” pronto va a incrementarse, siquiera indirectamente, cuando a Pilar le surge la oportunidad (a partir del capítulo segundo) de conseguir un puesto en el “Colegio Santullano” de Oviedo (Asturias), dirigido por el hijo del fundador, Alejandro (o Jandro: Juan Diego). De este modo, Pilar podrá retomar el contacto con una rama lejana de la familia de su fallecido padre, el matrimonio formado por Lucía (Encarna Paso) y José Ramón (Héctor Alterio). Este cambio de “aires” la pondrá, además, en contacto con el viudo dueño de una librería, Alfonso Salas, interpretado por el malogrado Javier Escrivá (1930-1996).


En el episodio piloto, Los campeones, dice Elvira, refiriéndose a su madre, que “ojalá fuera fuerte, es muy débil”. Enseguida sabremos por qué. Pilar tuvo a su hija de soltera (tal vez la única vez que decidió por sí misma), sin revelar el nombre del padre, lo que causó estragos familiares, y para colmo de males, su insatisfacción actual la aboca a la bebida. Pese a todo, tuvo el coraje suficiente de terminar una carrera.

Poco a poco seremos testigos de los miedos e inseguridades (y del renacer) de este apesadumbrado personaje. Ya en ese primer capítulo, queda claro que la enseñanza puede ser un proceso pesaroso donde es fácil confundir la dedicación, o el esfuerzo personal, con la asfixia grupal; el nivel de exigencia con la doctrina, o la recompensa con el “regalo” (ya que a esa edad, “solo se piensa en los estudios”: estamos en 1986). Así, entre alumnos aplicados pero infelices, alumnos despiertos pero pasotas, más las relaciones dispares entre los compañeros docentes (si bien, el motor lo constituyan los otros adultos del relato), transcurre la rutina de Pilar, hasta que cesa en su puesto ante el numerario de turno.

Como Segunda Enseñanza es una serie que progresa dentro de una narrativa bien definida, es decir, que presenta una historia con principio y fin (con los vericuetos que sea entre medias), y no se prolonga formulariamente en interminables temporadas, Pilar aprende ya entonces algo importante de cara a su profesión: que la educación sigue siendo más necesaria que nunca, y que implica en parecida medida a alumnos, a padres y a docentes. Claro que todavía tendrá que enfrentarse al mayor de sus temores: el miedo a ser feliz.


El proceso será largo, y se desgrana a lo largo de los trece capítulos de la serie. Pilar es una buena profesora, de vocación, aunque la adaptación a un nuevo ambiente emocional y laboral no será fácil. Y es que no solo ha cambiado de región, sino también de sistema de enseñanza. Jandro propone una educación más franca: el (cuestionado) empleo del tuteo, que da pie a un divertido apunte de una niña, o el hecho de someter a debate las distintas disciplinas fomentando la participación del alumnado, son aspectos inéditos para Pilar. Esta adaptación, junto a su carácter retraído (en las antípodas al de la abogada de Anillos de oro), reclama su propio tiempo, pero el camino ya es de no vuelta atrás.

Entre tanto, ella y sus compañeros habrán de sortear a colegas elitistas, al gracioso “de turno”, o a padres predispuestos (un nutrido rosario de padres y madres) por los hijos, lo que nos conduce a otro personaje central de la serie: el propio colegio, ese lugar que provoca un “miedo ancestral” en el alumno, que tiene la culpa de todo cuando algo anda mal, pero que “viene bien, porque es céntrico y pilla muy a mano” cuando los resultados son más agradecidos. Espacio de trabajo o refugio, su atmósfera recogida, austera y hasta señorial, es todo un acierto de ambientación. Pero Segunda Enseñanza no es tan solo una serie que habla de la educación. Es un ensayo sobre la infelicidad, y de cómo vadearla.


Entre los temas expuestos (propuestos) por Ana Diosdado, están el agresivo mundo de los yuppies (en plena efervescencia ochentera, mundo donde es imperdonable perder un solo minuto), y el otro mundo de profesores y alumnos, madres e hijas... Aspectos todos ellos con los que resulta fácil la identificación como espectador.

A ello podemos añadir el respeto por las creencias, en este caso la cristiana (La religión y el hombre), la errónea pero extendida interpretación de la ambición personal (El oscurantismo), el problema de las drogas (Los pueblos del caballo), los roles pre-establecidos y el sufrimiento a causa, no ya del desamor, sino de la “invisibilidad” (Tabúes), las distintas clases de violencia y la rivalidad profesional (El eterno retorno), el verdadero interés por aprender (Por David y Goliat), la deslealtad, que por otra parte hace aflorar la auténtica lealtad (Alejandro el Grande y Alfonso el Casto). Y finalmente, por parecerme excelentes, la libertad de elección, los hijos como receptores de las frustraciones paternas, o los prejuicios artísticos de adultos… y de jóvenes (La vieja libertad), que pueden llegar incluso a provocar una ruptura matrimonial, o algún que otro noviazgo “interesado”.

No hay prisas en Segunda Enseñanza, al contrario de lo que sucede en tantas series de la actualidad, pero tampoco tiempos muertos. Hay espacio para el dinamismo y para la reflexión. Por ejemplo, poco a poco irá despegando la relación de Pilar con su compañera Rosa (Ana Marzoa), y finalmente, con Jandro. A modo de las teselas del consabido mosaico, iremos conociendo detalles de los personajes principales hasta el final. Segunda enseñanza es de esas series que parecían necesitar, en el buen sentido, de aquella “digestión semanal” que proporcionaba la emisión televisiva por aquel entonces.


Además de los asuntos referidos, destacan otros momentos, como la amistad de Pilar con un muchacho “desclasado” (Aitor Merino; El renacimiento), el deseo pedido a San Pedro en el interior de una iglesia (El eterno retorno), la historia del “cazador de cabezas” condenado al ostracismo (El oscurantismo), la del aprendiz analfabeto del puesto de verduras (Felipe: Daniel Diosdado; Por David y Goliat), y en definitiva, la constatación de que Pilar al fin comienza a poder andar sola “por la vida”. Su “confesión” con Rodri, el cura del colegio (Patxi Bisquert) -y con ella misma-, en la pensión, se suma a esos momentos espléndidos de la serie, junto con la visita de José Ramón al cuarto, ya vacío, de Pilar: la inexistencia afectiva antes de la física. Como detalles humorísticos, la cliente que busca un libro que haga juego con la decoración de su casa, o el que gusta de la novela erótica (representada entonces por la epidérmica colección rosada La sonrisa vertical).

En cuanto a Elvira, Pilar también hallará finalmente el modo de sincerarse con su hija y respetar sus deseos, aunque no los comparta en absoluto (con su propia madre no hay nada que hacer). De hecho, poco antes, un “ataque de explotación laboral” de Elvira (Tabúes), ha servido para ilustrar el nada complaciente mundo de la moda y de la publicidad (junto con el capítulo, algo discursivo, El momento crucial del homo sapiens). De este modo, se apuntaba a cómo iban a dificultarse progresivamente las relaciones personales a causa de las laborales: distintos caracteres, cambios generacionales, trabajos incompatibles… dolor acumulado (De Beltrán, Beltraneja). Pero Ana Diosdado no olvida una bella lección: la del final feliz, aunque se trate de un final abierto, sin perdices a la vista (¿o tal vez no?).

Todos los días se aprende algo (José Ramón, en Por David y Goliat)

Entre los actores entrevistos: María y Toni Isbert, José María Pou, María Casanova, el entrañable (aquí demoledor) Ricardo Merino, el inolvidable Luis Escobar, Marisa de Leza, Carlos Larrañaga, Jorge Sanz, Ana Torrent (de vuelta “al nido”), los no menos entrañables Luis Barbero y Emilio Fornet, la gran Amelia de la Torre (tremebundo papel el suyo como dueña de una pensión), José Ruíz Lifante, Aitana Sánchez Gijón, Emiliano Redondo, Luisa Sala, Simón Andreu, Lydia Bosch, Manuel Tejada, Mª. Carmen Prendes, Manolo Zarzo, Sonia Martínez (de tan trágico destino), Eduardo Calvo, Maribel Verdú, Gabino Diego, Amparo Larrañaga, Conrado San Martin… hasta Julián Lago aparece. Perdonando el descontrol de nombres durante los créditos finales, alguna mala pasada con el sonido directo (problema común entonces), cierta improvisación simpática a pie de calle y los horribles pases de modelos, filmados del modo más pedestre, queda, además de lo expuesto, la buena labor de profesionales como el decorador Gil Parrondo (1921), el músico Antón García Abril (1933) o el montador Alfonso Santacana (-).

De este modo, Segunda Enseñanza constituye un esfuerzo más que meritorio, sobre todo teniendo en cuenta lo que tuvimos que padecer después.

Escrito por Javier Comino Aguilera "Patomas"

PS: añadimos este enlace a la serie completa ofrecida gracias a la web de RTVE.

Próximamente: La casa del terror




Tiempo al tiempo, de varios autores (I)

29 septiembre, 2013

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Portada de la obra Tiempo al tiempo, edición de Stonewall
Portada del libro
Otro año más, la editorial Stonewall ha sacado un volumen de relatos que reúne a varios de los autores que han publicado bajo su sello. El número ha aumentado considerablemente, consiguiendo así un libro con más contenido y multiplicando sus páginas, de seguir así, en un par de años publicarán tomos que superen las mil páginas; aunque de momento, nos quedamos con Tiempo al tiempo. En esta ocasión, el prólogo ha sido realizado por Miguel Cabañas Agrela, de mejor calidad e instrucción que el de Nocturnabilia, que fue más informativo. El prologuista consigue realizar un rápido análisis de la historia en relación a la homosexualidad y la represión de la sexualidad, que quizás en tan poco espacio deja algunos comentarios en los que sería necesario profundizar, aunque para ello remite a dos libros sobre el tema, uno publicado por él mismo, Reyes sodomitas (2012), y otro de Anna Clark, titulado Deseo. Una Historia de la sexualidad en Europa (2010). También nos señala el camino para los relatos de este volumen, que contiene historias ubicadas en diferentes épocas históricas, acompañando a cada pieza una breve descripción con fotografía de cada uno de los autores, aunque cada una en un estilo diferente y personal.

Debido a la considerable cantidad de relatos que componen este libro, con un total de dieciséis piezas, hemos considerado oportuno dividir nuestra reseña en dos partes. Esta será la primera entrega, escrita por servidor, que abarcará los ocho relatos iniciales. Mariela B. Ortega se encargará de culminar nuestro repaso a esta obra con las narraciones restantes.


Así pues, nos embarcamos en esta aventura con Didí Escobart y su particular visión de un prehistórico clan que destila, sin ninguna duda, una clara comparación con los tiempos más actuales, bajo el título Sexo, drogas y... tamtam. Si bien la propuesta resulta original, finalmente se convierte en un abuso excesivo de los mismos recursos, con especial hincapié en transmitirnos todos los quehaceres festivo-sexuales de esta tribu troglodita. Al final, el relato es demasiado extenso para el poco contenido real de la historia que nos transmite, profundizando sobre todo en clichés, utilización de nombres graciosos y un triángulo amoroso para concluir que, seguramente, sea lo que más se salve de esta pieza. A estas alturas, no es escandaloso, pero sí abusivo para el lector desplegar todo este juego narrativo que no parece conducir a ninguna parte y que apenas puede ser tomado en serio.

Tomando otro rumbo, Sofía Olguín nos entrega un relato que bien podría extraerse de Las mil y una noches, con una buena ambientación y una narración acogedora. Se trata de una historia de amor sin palabras, de crímenes con sabor a justicia y de un giro final que puede provocar la sonrisa cómplice en el lector, quizás al descubrirse sorprendido. Olguín acierta al mostrarnos la bondad en una creencia firme y amorosa como motor de un cambio en la vida de su protagonista, Gestas. Con un estilo cuidado y desplegando de nuevo una ternura que ya nos demostró en el relato que pudimos disfrutar en Nocturnabilia, El silencio del estanque deja un buen sabor de boca con el que continuar la lectura.

Cristo en el monte de los Olivos, de Giovanni Bellini
Siguiendo esta senda, llegamos a una narración sencilla, con forma casi de cuento, donde se vislumbra el encuentro entre la ignorancia y la desesperación. En Año 33, Juan Flahn nos deja ya el aviso en el título de qué personaje aparecerá en esta pieza, algo que a algunos lectores podría parecer extraño, pero que es conducido dentro de esta ficción consigue transmitirnos el desconcierto de un personaje ante una escena tan peculiar como la que vive. Cerrando su relato, nos muestra lo fútil que resultó un encuentro tan curioso, pero a su vez, nos deja la sensación de que hemos leído algo trascendental, olvidado por el devenir de una vida, al abrirnos la ventana a ese capítulo en las vivencias del pastor Noam.

Con otros matices más novelescos, Cuerpos de Misericordia se abre como una obra de intrigas históricas en la Ferrara de principios del siglo XVI. Guillermo Arróniz nos transmite un argumento que podría explotarse en una obra mayor, dibujando a un buen personaje en una narración protagonista que mantiene la tensión a la par que añade precisas conversaciones. Ofrece, además, un espacio para la crítica a la represión con una comparación final esclarecedora y muy meritoria. Sin duda, un excelente relato que deja al lector con la necesidad de saber más.

Didí Escobart, Sofía Olguín, Juan Flahn y Guillermo Arróniz
Tras atravesar el ecuador de estos ocho relatos, alcanzamos el quinto de la mano de Gustavo Liévano, al que en otras ocasiones hemos conocido como Galileo Campanella con su novela Heliópolis: El Blues del Hada Azul. En esta ocasión, abandona su mundo literario, junto a su seudónimo, para adentrarse en este relato que combina dos historias entrelazadas en un juego de narración al que los lectores ya están habituados, pero que funciona perfectamente para la ocasión. La primera parte, en un presente que recuerda otro tiempo, se combina la seriedad del recuerdo con intromisiones humorísticas que pueden provocar la risa al lector inesperado, acompasado por un tono coloquial del narrador protagonista, que se dirige al destinatario de sus recuerdos. Quizás debería cuidarse, no obstante, de repetir la misma broma en un mismo relato, pues la segunda ocasión pierde el factor sorpresa. Sin embargo, lo realmente interesante se sitúa en la parte central de la pieza, donde nos trasladamos a la Inglaterra del siglo XVI con el pintor Holbein el Joven; en este punto, Liévano consigue fragmentos literariamente magníficos, y aunque el lector en este caso esté prevenido de las acciones siguientes, el relato resulta, sin duda, original y, en otros términos, cultural, por las diferentes referencias que se realizan del cuadro, que añadimos en esta entrada y al que no hay que perder de vista durante nuestra lectura de Los embajadores. Nos deja un final con tono melancólico que supone un digno colofón para tan buena obra.

Los embajadores, de Holbein el Joven.
Continuando con esta línea novelesca, Javier Quevedo Puchal nos muestra La mirada de Gorka, situado a mediados del siglo XVII, aunque por la ambientación y expresiones, bien podría tratarse de un contexto del XIX. Este relato discurre entre el miedo de su protagonista y el arrepentimiento final, fruto todo de una autorepresión que queda bien reflejada en el deseo visto como tentación. De los relatos recopilados en esta primera entrega, este es el que consigue transmitir la sensación de mayor injusticia, porque aunque Gorka sea la víctima de la pieza, Domingo, que debería ser el culpable, queda finalmente marcado como otra víctima, en este caso de su propios temores y de la represión marcada desde su infancia por la religión. Quevedo consigue, a su vez, recrear a la perfección en su relato los equívocos, las malinterpretaciones y la sensación de oscuridad que conducen al resultado final.

Raquel G. Íñiguez nos permite disfrutar del primer relato íntegramente lésbico de Tiempo al tiempo situado a finales del siglo XVIII y con el título, ya de por sí una pista, de La maja. Desde los ojos inocentes de Claudia Sanz, observaremos un relato sobre la esclavitud en la servidumbre, donde los ultrajes sexuales de una duquesa van contra el sentimiento mutuo entre dos de sus doncellas. Íñiguez consigue recrear escenas muy sensuales gracias a sus descripciones. Pese a lo implícita que puede llegar a ser, no resulta excesivo, sino suficientemente erótico. No obstante, su peso argumental puede resultar algo flojo en comparación a otras piezas antes analizadas.

La maja desnuda, de Francisco de Goya
Junto al relato anterior, Víctor Manuel Ruiz recrea también a parte de la nobleza española, con estos ilustres personajes que pueden resultar muy humanos. Si bien la duquesa de La maja resultaba una déspota, en El amante del Borbón encontramos a un dulcificado rey consorte Francisco de Asís. El autor de La confianza en el freno motor despliega sus saberes narrativos para trasladar al lector al otro lado, junto a esos palacios del exilio en Francia donde Francisco se alza casi como un mártir de sus circunstancias reales. A través de flashbacks comprenderemos los entresijos de su relación con Antonio y, también, con Isabel II. Un relato muy logrado que nos muestra, además, esa doble moral que provoca el mundo de las apariencias, extrapolable a otros casos con sus debidos matices. Ruiz cierra esta primera parte de Tiempo al tiempo junto al siglo XIX, abriendo la turbación en la vida de este rey consorte, en boca de todos por su homosexualidad en la época, con el que nos sentiremos tan cómplices como Víctor Manuel nos ha permitido con su escritura.

Gustavo Liévano, Javier Quevedo Puchal, Raguel G. Iñíguez y Víctor Manuel Ruiz

Concluimos esta extensa entrada invitándoos a conocer esta obra completa, disponible en Amazon, Universogay, Librería Berkana o en Casa del Libro, teniendo en cuenta que el 10% (el 20% en la versión digital) de los beneficios irán destinados a proyectos solidarios LGTB. La próxima semana, ya en octubre, concluiremos nuestra reseña de este libro con los ocho relatos restantes.

Escrito por Luis J. del Castillo



Para el sábado noche (XIX): Peggy Sue se casó, de Francis Ford Coppola

28 septiembre, 2013

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Cartel del film
Hacíamos mención en Los pasajeros del tiempo (Time after time, Nicholas Meyer, 1979) de los viajes temporales de algunos personajes célebres, ya fueran reales o ficticios. Peggy Sue (Kathleen Turner) es un personaje anónimo en una pequeña ciudad de provincias, pero al igual que el héroe John Carter de Marte, creado por Edgar Rice Burroughs, se ve “transportado” sin explicación aparente (un acierto de guión), no a otro lugar, sino a otro tiempo, el de su adolescencia. Y como el protagonista de Regreso al futuro (Back to the future, Robert Zemeckis, 1985), se dispone a experimentar “la más extraña experiencia” de su vida.

Esto es lo que propone una de las más hermosas películas de la década de los ochenta, y en particular de Francis Ford Coppola (Detroit, 1939, que aquí firmó sin el Ford de en medio, ¿modestia artesanal?), Peggy Sue se casó (Peggy Sue got married, Rastar / Columbia-Tri Star, 1986), solventado por la mayoría de críticos sesudos como el típico trabajo alimenticio de un cineasta en crisis, para colmo incorporado cuando la preproducción ya había finalizado.

Con respecto a esto, conviene recordar que un trabajo que en principio no parezca estar en sintonía con los intereses “autorales” de un realizador, bien puede acabar estándolo, porque el realizador en cuestión haga suya la historia, o porque se sienta identificado con el material “de encargo” que le presentan (¿qué son, sino encargos, muchas de las sinfonías y óperas de Mozart?). Por fortuna, la mayoría de críticos de hoy no se muestran tan quisquillosos y formulistas, razón por la cual se ha venido incrementando la consideración crítica hacia este título, que a fuerza de no pretender ser una “obra-maestra-sin-parangón-del-séptimo-arte”, acaba convirtiéndose en una muy buena película (por supuesto que el público ya sabía esto muchísimo antes).


Con Peggy Sue se casó, película a la que da título una canción de Buddy Holly, Coppola pudo además solventar buena parte de sus deudas. Concretamente, después de poner en imágenes la popular fábula Rip Van Winkle de Washington Irving, propuesta de la actriz Shelley Duvall (otro encargo) para su Teatro de Cuentos de Hadas (Faerie Tale Theatre, 1985), el realizador de El Padrino (The godfather, 1972), acometió su decimotercer largometraje. Para ello contó, como era su costumbre, con el diseño de producción de Dean Tavoularis, más la fotografía de Jordan Croneweth (responsable de Blade Runner, Ridley Scott, 1982), y la siempre inspirada y etérea música del gran John Barry.

En esta ocasión, un sencillo y bello relato en el que la protagonista, dueña –se dice- de un negocio de repostería y cuyo matrimonio comienza a ser un fracaso, constata en persona como el mundo adulto llega con demasiada rapidez y que, pese a lo que uno cree de joven, a esa edad no se sabe todo.


Peggy Sue acude acompañada de su hija a una reunión de antiguos alumnos. Los recuerdos se agolpan, de hecho, se hallan presentes literalmente, aunque la visión, ya en plena década de los ochenta, parece más desencantada (las drogas son algo común), como corrobora la propia Peggy al hablar de su inminente ruptura: “acabamos culpándonos de todo lo que perdimos”. Un comentario premonitorio al que podría sumarse el consabido tópico de “si llego a saber lo que sé ahora”.

Pues bien, Peggy Sue tendrá la oportunidad única de retroceder al pasado, física o mentalmente, para poder avanzar con su vida (en este sentido, el viaje de Peggy es el opuesto al del buen Rip Van Winkle, que despertaba en el futuro). En ese pasado, “sabiendo lo que sabe ahora”, tratará de enmendar algunos errores y por supuesto, reencontrarse con sus seres más queridos.

En cuanto a lo primero, Peggy ha de enfrentarse a la obstinada aspiración de su futuro marido, Charlie (Nicolas Cage), de dedicarse a la música (como sabemos por el inicio del relato, habrá de “resignarse” a la televisión). Pero también habrá tiempo para entablar una amistad, que prácticamente no existió, con otro compañero, Richard (Barry Miller). Y en cuanto a lo segundo, el salto temporal traslada a Peggy hasta 1960. El reencuentro con sus padres y abuelos, éstos últimos ya desaparecidos en el presente, e interpretados respectivamente por Don Murray, Barbara Harris, Leon Ames y Maureen O’Sullivan, constituye uno de los momentos más emotivos del relato. Mención especial a John Carradine, que interviene brevemente como el gran maestre de una logia.


Además de su amistad con Richard, destaca el acercamiento de Peggy al “desclasado” Michael (Kevin J. O’Connor), otro “chico de la moto”, de estilo beatnick, que le proporciona la posibilidad, siquiera por una noche, de bifurcar su destino, de poder tomar otra ruta. 

Finalmente, no estamos seguros de si Peggy ha cambiado algo de la Historia con mayúsculas. Por lo que sabemos, sus intervenciones en el pasado bien podrían ser causa del curso natural de la misma; ahora bien, de la historia en minúsculas, el libro dedicado que recibe al final del viaje parece indicar que sí que ha sucedido algo realmente.

El instituto, ídolos juveniles, inesperadas charlas madre e hija, las reuniones de chicas, el automóvil como lugar de encuentro romántico (y escenario de una de las situaciones más cómicas), canciones y programas de televisión de época, lecturas eternas, nuestro antiguo dormitorio… cosas que desaparecieron junto a otras que parecen no haber cambiado. En suma, frente a los recuerdos más generales, que todos solemos conservar, reaparecen todos aquellos detalles hace tiempo olvidados, o arrinconados por la selectiva memoria.


Una palabra a tiempo o una conversación pospuesta, realmente pueden alterar el propio destino. Un destino que, pese al libre albedrío, parece estar trazado. Francis Coppola lo ilustra visualmente: el mismo movimiento, de avance hacia un espejo al inicio de la historia, se repite en sentido inverso, partiendo de otro espejo, concluyendo cíclicamente el relato.

Como curiosidad, y siguiendo con este “juego de espejos”, entre las lecturas “eternas” que señalábamos, se cita en Peggy Sue el clásico El gran Gatsby de Scott Fitzgerald (comentado por nuestro compañero Luis en este blog), de cuya adaptación para la, pese a todo, no tan desdeñable versión de Jack Clayton en 1974, se encargó Francis Ford Coppola precisamente.

Escrito por Javier C. Aguilera


Brújulas que buscan sonrisas perdidas, de Albert Espinosa

27 septiembre, 2013

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«Jamás nos mentiremos... Escúchame bien, eso implica algo más que ser sincero... En este mundo mucha gente es falsa... Las mentiras te rodean... Saber que existe un archipiélago de personas que siempre te dirán la verdad vale mucho... Quiero que formes parte de mi archipiélago de sinceridad...» «Saber que puedes confiar en la otra persona, que nunca te mentirá, que siempre te dirá la verdad cuando se lo pidas, no tiene precio... Te hace sentir fuerte, muy poderoso... Y es que la verdad mueve mundos... La verdad te hace sentir feliz... La verdad creo que es lo único que importa...»

La historia gira alrededor de Ekaitz, su familia y todos los acontecimientos que le han sucedido a lo largo de su vida, en un viaje por sus recuerdos que acabará en el mismo lugar en el que comenzó a divagar. Ekaitz es un joven padre de familia que, tras encontrarse en una situación trascendental en su vida, se ve obligado a trasladarse junto a sus dos hijas al lugar donde vivió su niñez y adolescencia para hacerse cargo de su padre durante los últimos años de su vida. La relación entre Ekaitz y su padre nunca ha sido idílica. Ni él era un padre con el que se pudiera contar a menudo ni nuestro protagonista era el hijo que podía llenar la vida de su padre. Después de años sin hablarse, Ekaitz cumplirá la promesa que un desgraciado día le hizo a su madre, volviendo a su hogar y tratando de encontrar la paz junto a sus raíces.

Este viaje no sólo le servirá para recorrer kilómetros, sino para conocerse, descubrir, reflexionar y alcanzar el rincón más profundo de su alma, rescatando los momentos más felices de su vida pero, también, los más dolorosos recuerdos y que logren así cicatrizar para siempre.


Escrito por Albert Espinosa, actor, director y conocido por ser guionista de la exitosa serie juvenil Pulseras rojas (basada en otra novela, El mundo amarillo), este libro ha sabido recoger a la perfección multitud de reflexiones de aprendizaje y de consejos aplicables a nuestra propia vida. Y es que la vida de Albert no ha sido precisamente un camino de rosas; un sendero que se ensombreció cuando cumplió catorce años. Tras diagnosticarle cáncer, le amputaron la pierna izquierda, a los 16 le quitaron el pulmón izquierdo y a los 18 le extrajeron parte del hígado. Pero su enfermedad y su años de estancia en el hospital le enseñaron que morir no es triste, que lo triste es no vivir, y así nos lo ha querido transmitir a lo largo de sus obras literarias y cinematográficas.  

A lo largo de sus páginas no seguiremos un orden cronológico estricto, ya que Espinosa va alternando distintos momentos del pasado y del presente. Sin embargo, estaremos en un continuo suspense por la forma en la que el autor relata la novela, abusando demasiado de los puntos suspensivos o narrando, en ocasiones, un planteamiento abrupto de las ideas. Además, quien haya visto Pulseras rojas tendrá mucho terreno ganado, debido a que muchas de las reflexiones, anécdotas e, incluso, hechos relevantes para el protagonista, ya se han ido descubriendo en los capítulos de la serie, aunque no siempre de manera literal. Quizás sea un hecho negativo que ensombrece a esta novela de un buen narrador como Espinosa, ya que los seguidores de un autor siempre esperan sorpresas, originalidad e ideas nuevas que no se hayan visto ya anteriormente en él. Por otra parte, los títulos de cada uno de los capítulos, un total de diecinueve, son bastante curiosos y llaman la atención porque podrían dar nombre a cualquier otra obra de Espinosa. Puños cerrados llenos de sonrisas abiertas, El fascinante chico que sacaba la lengua cuando hacía trabajos manuales Vidas que te retornan son sólo algunos ejemplos.


Conoceremos a Ekaitz de joven, un adolescente retraído, junto a sus tres hermanos. Veremos su lado más emotivo junto a su madre enferma, pero el más arisco con su padre. También seremos testigos de su trágica pero, a su vez, maravillosa historia con su mujer y sus hijas gemelas y, poco a poco, se irá tejiendo un relato conmovedor y reflexivo que nos irá descubriendo las leyendas ocultas que hay dentro de la familia del protagonista. Conocemos el motivo por el cual cada miembro de la familia se separa con el paso del tiempo y cómo sería posible que algunos de ellos pudieran volver a reconciliarse.

 Y si los que mueren... han descubierto una verdad... Una verdad sobre el amor, sobre la amistad, sobre ellos... Y nosotros somos ignorantes... Quizás es ese el sentido de esta vida, todos somos ignorantes que ignoramos cosas diferentes hasta que desaparecemos... El conocer la verdad nos permite marchar... 
¿No podría ser así?

El carácter de los personajes está bastante trabajado y logra empatizar bastante con el lector, siendo ellos los que le aportan todo el valor al libro. Incluso encontraremos menciones por parte del personaje de la esposa de Ekaitz sobre la conocida epístola de Oscar Wilde, De profundis, que gracias a las descripciones y situaciones vividas con un ejemplar de la misma, nos hará tomarle cariño y admiración, incitando al lector a leer dicha obra en el caso de no haberlo hecho. Brújulas que buscan sonrisas perdidas está, como ya hemos destacado, lleno de reflexiones personales, de búsqueda de la propia felicidad y de la importancia de saber perdonar a tiempo. Porque nunca es tarde si la intención es positiva.


Una muestra es el padre de Ekaitz, quizás el personaje más turbador de la novela. Él fue un famoso cineasta, que a lo largo de toda su vida se había dedicado completamente al mundo del cine, dejando en un segundo plano a su familia la mayoría del tiempo. Es un hombre con mucho carácter, contribuyendo básicamente a la terrible separación de los hermanos, aunque, curiosamente, gracias a su enfermedad podría reunirlos de nuevo al final de la película de su vida.

El amor verdadero, la familia, la venganza, las segundas oportunidades, la sinceridad... Una emocionante historia protagonizada por unos personajes activos que nos harán reflexionar y descubrir lo que es realmente importante en la vida. Sin duda, Albert Espinosa ha conseguido crear una novela atractiva, de preocupaciones que todos hemos tenido a lo largo de nuestra vida y que incita a seguir leyendo hasta el final de sus páginas. Una trama muy bien conectada, en el que todo detalle está bien hilado y concluye conforme a lo que se espera. Un círculo que, una vez cerrado, ayuda al protagonista a liberarse de esas cadenas que le hacían preso y que él mismo se había colocado en vida. Porque nunca sabemos quién puede aportarnos esa brújula que nos haga recuperar la sonrisa.



Escrito por Mariela B. Ortega 





Otros mundos (VI): Pasaporte a Magonia, de Jacques Vallée

25 septiembre, 2013

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Hablábamos en un artículo anterior de François Truffaut (1932-1984). Fue precisamente el conocido realizador quien se ocupó de encarnar en el cine a la figura que nos disponemos a comentar. Como muchos aficionados saben, nos estamos refiriendo a la excelente Encuentros en la tercera fase (Close Encounters of the Third Kind, Columbia Pictures, 1977) de Steven Spielberg (1946), en la que además, también hace un cameo otro investigador fundamental del terreno de la ufología, el astrónomo J. Allen Hynek, a quien se debe precisamente la clasificación, tan cara al mundillo ufológico, de los “encuentros cercanos” por tipos.

Los paralelos no acaban aquí. Otro investigador, estupendo escritor y experto en submarinismo, que nuestros seguidores recuerdan, Antonio Ribera (1920-2001), del que recientemente comentamos su obra El envés de la trama (Plaza & Janés, 1987), fue quien tradujo al español el libro de Vallée que hoy traemos a colación. Y es que Ribera también se dedicó a la traducción de obras de diversa índole gracias a su conocimiento de varias lenguas.

Jacques Vallée
Así pues, Steven Spielberg se inspiró en la figura del informático y astrofísico francés Jacques Vallée (1939) a la hora de componer el personaje de Claude Lacombe para su película, porque comprendió la relevancia e interés de sus investigaciones, abordadas desde un punto de vista científico. Pasaporte a Magonia (Passport to Magonia, 1969; Plaza & Janés, Otros Mundos, 1972), es buen ejemplo de ello. Con esta obra, originalmente publicada en 1969, Vallée no trató de aportar LA solución definitiva al fenómeno OVNI, sino ofrecer una documentación de campo personalmente supervisada, junto con la debida “ilustración literaria” del folclore, bajo la perspectiva de los antiguos mitos.

Este último aspecto, lo ejemplifica el investigador a través de testimonios clásicos, como la presunta (y plausible) aparición de objetos no identificados en los textos sagrados: Isaías 13,5; Salmos 68,17; Ezequiel 1,13; sin olvidar los interesantísimos relatos de Agobardo de Lyon (779-840), clérigo del periodo carolingio que hace referencia a Magonia como una “ciudad flotante” habitada; Plutarco (46-120), San Antonio de Padua (1195-1231), Paracelso (1493-1541), o incluso un joven Goethe (1749-1832) (pg. 32).

Pero además de estos estimulantes sucesos del mundo antiguo, el autor hace referencia a otros más recientes, aunque no menos clásicos, como fueron el incidente de Socorro (Nuevo México, EEUU), el caso sonadísimo de Betty y Barney Hill (1919-2004 y 1922-1969, respectivamente), del que el autor aporta nuevos datos a los entonces conocidos, y el no menos canónico encuentro (encontronazo, más bien) de Antonio Vilas Boas en Brasil (1934-1991) (pg. 137). Junto a ellos, Vallée recopila curiosidades, como el primer avistamiento sobre suelo norteamericano del que se tiene noticia, por medio de la prensa escrita: el de 1897. A toda esta tradición y casuística dedica Vallée su célebre Catálogo Magonia, ordenado cronológicamente, y que el libro recoge en su extenso apéndice (pgs. 189-417).


Para el astrofísico, la ciencia moderna no abarca todo el espectro fenomenológico -y su testimonio debe ser tenido en cuenta porque es proporcionado desde dentro-. Insiste en que se corre el riesgo de “desfocalizar” la cuestión ovni: de tanto insistir en la posible vida de orden bacteriano, existe la idea de que los visitantes no pueden ser antropomorfos, es decir, de tipo humanoide. Pero esta probabilidad, respaldada por multitud de casos, amplía considerablemente el abanico de posibilidades del fenómeno hacia teorías hoy claramente refrendadas, como las del viaje temporal o la existencia de universos paralelos (pgs. 126 y 178).

Además, Vallée llama la atención sobre otro peligro de “desfocalización”, esta vez desde fuera, como es la creación de una nueva “religión de los ovnis”, mal que desde los sesenta-setenta ha enturbiado el panorama para una investigación seria y profesional, además de desorientar a una amplia fracción de la opinión pública, ya de por sí bastante mal informada.

En efecto, como también advirtió desde España Antonio Ribera, observando los distintos grupos de “iluminados” de lo paranormal, y convertido el fenómeno ovni poco menos que en un mensaje redentorista, resulta fácil explicarse el descrédito que tan apasionante cuestión ha alcanzado desde las últimas décadas: el interesado se ve incapaz de separar el grano de la paja.

Vallée con el astrofísico J. Allen Hynek
 Un problema éste último que se ve dificultado por el (des)interesado empleo con el que los medios de comunicación han abordado este y otros asuntos “no explicados” (el buen periodismo de investigación tiene nombres propios… y muy contados). Un ejemplo de ello lo proporciona el propio Vallée, al referirse de pasada a los polémicos “círculos de las cosechas” (pg. 52), junto al no menos perturbador fenómeno de la desaparición y mutilación del ganado (pg. 66); ¡por no hablar del inquietante Mothman, el hombre-polilla! (pg. 100).

De hecho, el autor ya apuntaba al estudio del impacto psicológico del fenómeno, pero sin ahondar en una falsa escisión del mismo, es decir, sin llegar a negar la evidencia o supeditar las pruebas físicas al referido aspecto psíquico, “no demostrable objetivamente”: he ahí la clave de la errónea interpretación que se ha dado con frecuencia a su trabajo. En cualquier caso, parecemos condenados a quedarnos estancados en una posible solución… hasta que “ellos” quieran, vengan de donde vengan.

Jacques Vallée nos recuerda en este libro ya mítico que, pese a todo, algunos ovnis han dejado huellas físicas en los suelos y que nada tienen que ver con la mística, aunque esta los haya interpretado de “buena fe” en algunos casos, desde un punto de vista piadoso o milagroso (probabilidad esta, la del origen no místico, que suele irritar profundamente a varios de los que observan una sola y absoluta verdad).

Insiste el astrofísico en que lo que diferencia al fenómeno del estudio del folclore es, además de poder contar con testigos vivos, la propia evidencia de esos efectos físicos, mensurables.

En resumidas cuentas, Pasaporte a Magonia desmiente con rotundidad el desinformado argumento de que los científicos “serios” jamás se han ocupado del estudio de la fenomenología de los no identificados.

Escrito por Javier Comino Aguilera "Patomas"


Noticias: Crónica Gira Tanto 2013, de Pablo Alborán

23 septiembre, 2013

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Cuando un artista es sincero y brinda todo su talento al público, logra emocionar con cualquier canción, y, más aún, en un concierto, donde ese cariño se convierte en mutuo. Ese es el caso del joven cantante Pablo Alborán, un chico de 24 años que se ha abierto paso en el mundo de la música a una velocidad espectacular, consiguiendo un éxito mediático comparable a artistas similares como Alejandro Sanz o Álex Ubago. Compositor de todos sus temas desde que apenas tenía 12 años, se hizo conocido gracias a mostrar y compartir sus canciones en redes sociales y subir vídeos de las mismas a YouTube. En apenas unas semanas logró miles de visitas, consiguiendo meses después grabar su primer disco, para el cual presentó más de cuarenta canciones. Una muestra del talento de este joven malagueño, cuya peculiar y personal voz le han hecho ser ya reconocido dentro del panorama musical español e hispanoamericano.


Panorámica de la Plaza de Toros de Granada antes del concierto

Con sólo dos discos de estudio a sus espaldas y un acústico, Pablo Alborán (2011), En acústico (2011) y Tanto (2012), se ha mantenido número 1 en las listas de ventas durante casi 24 semanas, vendiendo más de ocho discos de oro. Tanto es así que su último trabajo ha sido nombrado como el disco más vendido del pasado año. En su palmarés destacan premios como Los 40 al mejor artista y canción, premio Cadena Dial, los Neox Fan Awards o el triunfo en el reconocido festival latino Viña del Mar 2013.


Para centrarnos más en su gira, debemos remitirnos al pasado 17 de mayo, donde Pablo Alborán comenzó el tour Tanto en Almería. Desde ese día lleva recorriendo la mayoría de ciudades españolas, incluyendo a parte del territorio hispanoamericano, llenando cada uno de los recintos con un éxito abrumador. Colas y acampadas semanas antes es lo que ya parece habitual cuando se trata de un concierto del joven artista. Como era de esperar, su tierra natal no iba a ser menos, y en Málaga pudieron verse colas con tiendas de campaña kilométricas desde hacía semanas. Por supuesto, el cartel de sold-out se iba colgando en cada ciudad que visitaba, como lo fue también en Granada, en el que repitió dos noches seguidas y en cuya plaza de toros, como del más ilustre torero se tratara, no cabía ni un alfiler.


Pablo salió al escenario con una puntualidad notable, a las 22:00 como estaba previsto. «Quiero hacer un concierto mágico, que os dejéis llevar y esta sea una noche que no olvidéis». Durante las dos horas de concierto, pudimos comprobar la gran versatilidad del artista, quien igual nos sorprendía bailando y volviéndose loco ante los bongos, como en los temas Volver a empezar o Toda la noche (que inauguraba la noche) que nos emocionaba con intepretaciones soberbias bastándose con un piano y su voz, como en Cuando te alejas o Perdóname. Todo ello unido al gran carisma y simpatía que despierta entre los presentes, con palabras de cariño y agradecimiento por todo lo que está viviendo y por la gran cantidad de público asistente. Un sueño para él y que no duda en compartir con todos sus seguidores, como es el caso de la gran atención que muestra a sus fans en redes sociales, subiendo fotos y escribiendo palabras de afecto para todos aquellos que le siguen. 



Y es que para Alborán su situación actual podría definirse como La vie en rose. Y esa fue una de las sorpresas de la noche, atreviéndose con el francés y deleitándonos con una maravillosa versión de Édith Piaf que entusiasmó al público. "Era un compromiso por la parte francesa de mi familia", mencionó Alborán, refiriéndose a su madre y familia materna.

Con Quién llegaba uno de los grandes momentos cúlmenes de la noche. «No sé si os habéis quedado alguna vez mirando la puerta, esperando que alguien llamara al timbre o la cruzara. Yo estaba en mi casa esperando que se abriera y alguien me escuchara cantar. Y esto podrá resultar cursi, pero vosotros lo habéis hecho posible». La firme apuesta por los sentimientos, como músico y como artista, sin importar quien lo desprecie por considerarlo un sensiblero, es otra de las claves que ha atraído a su público y le han llevado a lo más alto. Su directo, independientemente de que guste o no guste su estilo de música, lo elabora con una voz impecable y limpia, aun cuando se acerca al deje flamenco o experimenta con el fado o la bossanova.


Solamente tú, el éxito de su despegue, convierte la plaza en un karaoke y demuestra, una vez más, su versatilidad como músico. Emocionado, sólo tiene muestras de cariño para una Granada entregada, siendo a veces homenajeada cuando Alborán altera letras de sus canciones para incluirla en ellas. Una ciudad tan mágica como su propia música.


Sin duda, esta gira ha sido determinante para potenciar el talento de este artista y consagrarlo en el panorama musical, demostrando la capacidad de trasladar la intimidad de sus temas de los teatros convencionales a los grandes recintos de conciertos. El fenómeno suma y sigue, ya que el artista tiene previsto finalizar la gira en diciembre, no sin antes pasar por ciudades tan importantes como Madrid o Barcelona. Una moraleja de que lo díficil se consigue y lo imposible se intenta, alcanzándolo con esfuerzo y dedicación, desde la sencillez de un vídeo casero en YouTube a la conquista de los grandes estadios.


Escrito y fotografías y vídeo del concierto realizados por Mariela B. Ortega 





Películas veraniegas

22 septiembre, 2013

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Si el año pasado os dejábamos una buena remesa de libros para disfrutar junto al mar con esas lecturas veraniegas, este año os hemos invitado a ver cine. Entre principios de junio y hasta el 23 de septiembre, cuando comienza el otoño, os hemos traído numerosas reseñas cinematográficas con películas de todos los tiempos para disfrutar entre playa y playa. Porque cuando llega la noche, ¿qué mejor que disfrutar de una buena historia contada a través del metraje del cine?





No dejéis de descubrir el resto de entradas que hemos hecho este verano, que incluyen libros, música, publicidad e, incluso, series. Todas ellas las podéis seguir en cualquier otra estación, así que seguid disfrutando de nosotros en los próximos meses y esperamos que hayáis disfrutado de este verano 2013.

La piel dura, de François Truffaut

21 septiembre, 2013

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El cineasta, guionista, crítico y ocasionalmente actor François Truffaut (1932-1984) siempre tuvo muy presente en sus obras a los niños. Siendo él mismo prácticamente un huérfano y habiendo conocido precariedades tanto económicas como afectivas, no dejó de recordar a los adultos la responsabilidad que padres y educadores contraen con ellos, durante el desarrollo de una etapa tan trascendental; esa a la que, pese a todo, casi todos deseamos volver.

Sus logros principales, en este sentido, fueron Los cuatrocientos golpes (Les quatre cents coups, 1958), inicio de las peripecias vitales de su alter ego, Antoine Doinel, El pequeño salvaje (L’enfant sauvage, 1969), y la que nos ocupa; incluso la perturbada protagonista de La mujer de al lado (La femme d’à côté, 1981), para procurarse cierta estabilidad, se distingue por elaborar ilustraciones para libros infantiles. Pero a diferencia de las vicisitudes de un muchacho frente a un sistema castrador (Los cuatrocientos golpes), o el esfuerzo individual del educador de El pequeño salvaje, La piel dura convoca a todo un colectivo, el docente.

La acción de La piel dura (La argent de poche / Small change, 1976, United Artist) se sitúa en Thiers, una población del centro de Francia, pero en realidad puede tratarse de cualquier región, pues común es el microcosmos descrito, y universales la mayor parte de experiencias que acontecen a esa edad (salvo tal vez, y visto hoy, la obligatoriedad de determinadas lecturas en los colegios, representadas aquí con El avaro de Molière).

Como solía ser su costumbre, en La piel dura, Truffaut se propone ir al grano, ofreciendo un relato sensible pero no sensiblero. Por ello destaca una impronta de estilo documental, “realista”. Uno tiene la impresión de inmiscuirse en un mundo tan particular como reservado, apenas recordado, en el que incluso la cámara se instala en el interior de una acción que ya parece haber dado comienzo.


Los relatos, a veces sketches, que componen la película, nos recuerdan que los niños están expuestos a múltiples peligros y agresiones. Quien lo ilustra de manera más gráfica es el pequeño Gregory, cuya peripecia acaba resultando tan cómica como “milagrosa”, como si realmente un ángel de la guarda especial velara por los niños.

Además, La piel dura parece responder a una estructura de carácter cíclico. Se inicia durante un periodo vacacional, que muestra un breve prólogo, que enseguida da pie a la carrera de varios chicos, en el primer día de colegio -o de guardería-, para finalmente concluir con un nuevo periodo vacacional y con la experiencia de las colonias. La piel dura vendría a ser algo así como las “cuatro estaciones” de la infancia y pre-adolescencia, punteada por la música al estilo clásico de Maurice Jaubert.


Hablábamos de peligros; junto a estos se encuentran los estímulos: libros, música, los otros compañeros y su influencia, hasta la publicidad. Aspectos no exentos de cierta fascinación, sobre todo en los más pequeños. Como el cartel, apenas entrevisto, que anuncia un viaje en tren. Y, por supuesto, el cine, como formidable lugar de encuentro (entonces; hoy día se ve más como un acto individual).

Es aquí precisamente donde el realizador se permite un guiño jocoso a su serie sobre Antoine Doinel: la madre del documental (ficticio) que se proyecta antes de la película, en un cine abarrotado, se apellida precisamente Doinel. Todos estos detalles sensoriales, serán los elementos que compongan la futura memoria de los infantes.
F. Truffaut con los niños de la película
Y es que frente a la juventud desnortada (aquellos relatos que puntualmente hablan de la crueldad de algunos niños), se encuentra la juventud maltratada. Por eso, cuando el profesor (Jean-François Stévenin) acaba dirigiéndose a sus alumnos el día antes de las vacaciones, a propósito de su compañero Julien (Philippe Goldman), lo hace por boca del propio realizador.

Se trata de un momento sincero y particularmente hermoso. Al fin y al cabo, lo que François Truffaut quiso mostrar es la inasible pero eterna cotidianidad de los que para la mayoría son los mejores años de nuestra vida; aunque sin ocultar ninguna de sus realidades.

Escrito por Javier C. Aguilera


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