A ponerse series (XLIV): Star Trek: Strange New Worlds (primera y segunda temporadas)

25 noviembre, 2023

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El principal inconveniente de una precuela como Star Trek: Strange New Worlds (íd., CBS-Paramount, 2022-2023), que toma su título de una de las frases iniciales con que daba comienzo la serie original, Star Trek (íd., NBC-Paramount, 1966-1969), es que se construye sobre una serie -valga la redundancia- de parámetros identitarios que se repiten, y que ya fueron establecidos y explorados, en mayor o menor medida, en el trabajo matriz. Aunque en la cronología de la ficción este haya dejado de ser el primero, pues los hechos de la presente se desarrollan con anterioridad. A ello se suma, sin duda, un mayor despliegue técnico, pero no necesariamente un mayor encanto.


Los parámetros pueden y deben ser reutilizados, puesto que ellos conforman el marco de referencia establecido por la serie, de antemano o sobre la marcha; su ambiente y características. Con los argumentos ya sucede algo distinto. Y aquí es donde Star Trek: Strange New Worlds tiende a la reiteración. Podemos concretar ambas vertientes en lo siguiente: un determinado número de personajes aislados en el espacio, que han de aprender a soportarse y convivir, a entenderse entre ellos mismos y con otras razas (primera temporada, episodio IV). Encuentros con estructuras alienígenas, lo que incluye la música como lenguaje comunicativo universal (II). Paralelismos terrestres con otros mundos y con su historia (I). Duelos de naves en el espacio (IV). Fenómenos evolutivos y atmosféricos (III). Emergencias médicas y virus contagiosos (III). Reconocimiento de las inteligencias extraterrestres (II). La determinación de carácter intuitivo del capitán del Enterprise (IV, etc.). Incursiones con la lanzadera espacial (II, IV). La fusión mental vulcana (IV), con el consecuente trueque de mentes (V). Encuentros con formas antropomorfas o monstruosas. Recreaciones de situaciones o conflictos del pasado (es decir, del futuro histórico), como la petición de mano vulcana y la “época Amok” de apareamiento (V). El reencuentro con antiguos amores y colonias alienígenas abandonadas a su suerte (VI). Los alegatos (discursos-resumen del capitán, V). La toma de la nave por manos hostiles, en concreto, las de una activista toca narices (Jesse Keitel), personaje que quiere ser “enrollado” pero se queda en insufrible, y hasta acosadora de las fuerzas del orden (VII). Un universo paralelo y otro opuesto al nuestro, junto a la representación a bordo de una obra de teatro (VIII). El encontronazo con los romulanos, en superposición a otro de los capítulos señeros de la serie original (X). La cotidianidad trastocada en inesperado caos (V). El debido permiso, por descanso del personal o reparaciones (V). Apariciones “estelares” de otras especies conocidas por los seguidores, como andorianos, tellarites, klingons, oriones, gorn (de morfología y aspectos argumentales demasiado parecidos a los de Alien: también emplean a los humanos como incubadoras), hasta una telaraña toliana. Incluso la participación de otros personajes esenciales de la serie original y sus secuelas cinematográficas, tales como Sybock (-), el hermano díscolo de Spock (VII), o el propio capitán James T. Kirk (Paul Wesley), junto a su correspondiente hermano, Samuel (Dan Jeannotte) (IX, X).


Tal vez con todo ello, la CBS TV haya querido quitarse la espina de haber rechazado en su día el desarrollo del proyecto original, ofreciendo lo mismo pero puesto al día; si bien, en algunas series y películas de ciencia ficción, el tiempo y el espacio no existen (quiero decir que siguen siendo actuales, estéticas aparte).

Como antes anticipaba, los huevos Gorn son un claro antecedente de Alien, el octavo pasajero (Alien, Ridley Scott, 1979) y Aliens (íd., James Cameron, 1986). Con niña (Ava Cheung) en peligro incluida: la teniente La’an de joven (Christina Chong). A ello podemos sumar escurridizas técnicas diplomáticas y traiciones insospechadas. Situaciones que resultan calcadas, pero expuestas con más medios. De este modo, más que una precuela, Star Trek: Strange New Worlds parece un reboot -un reinicio-, demasiado deudor y supeditado a las temáticas del pasado. Puede que a los espectadores más jóvenes esto les de igual, pero a mí no. Aquí es donde se halla, pienso yo, el principal hándicap de la primera temporada y parte de la segunda, en esta nueva serie. No obstante, justo es reconocer que al menos sortea con eficacia esa Espada de Damocles que todos soportamos en la actualidad en forma de lo políticamente correcto. El desarrollo también evidencia alguna que otra idea brillante -qué menos-, como la inclusión en la nave de la “costra”, la pieza más antigua del primigenio Enterprise, que los ingenieros rubrican con su firma (V). O la inclusión, formando parte de la nueva tripulación del Enterprise, de la descendiente del genocida Kahn Noonien-Singh (Ricardo Montalban), en la figura de la citada teniente La’an. También se sabe dar más entidad a la antipática y anti empática T’Pring (Gia Sandhu), la prometida de Spock (Ethan Peck).

Criado como vulcano por vulcanos, pero de madre terrestre (Mia Kirshner), Spock es, pese a todo(s), lo mejor de ambos mundos, el terrestre y el vulcano, aunque en un principio solo aparente encajar en uno de ellos (V). Él es la evidencia, a veces soportando la correspondiente carga, de la complementariedad de esos dos aspectos generalmente antagónicos, opuestos, puesto que los vulcanos son menos abiertos que los terráqueos. En definitiva, la doble naturaleza de Spock, siempre en pugna por no aparecer desdoblada (VI). En la Flota Estelar se me acepta como soy, confirma; es decir, como medio humano y medio vulcano (V). Un mestizo que, salvando las distancias siderales, habría encajado a las mil maravillas en el rutilante Imperio Español, como nos vuelve a recordar Esteban Mira Caballos (1966) en su nuevo y muy recomendable trabajo El descubrimiento de Europa (Crítica, 2023).


En este caso de racismo encubierto por parte de los vulcanos, que Spock también padece, somos nosotros, los humanos, los moralmente superiores. Un aspecto que también se trató en la previa Star Trek: Enterprise (íd., CBS-Paramount, 2001-2005). El problema de los vulcanos no es que carezcan de emociones, sino que las inhiben, como si fuera un estigma mostrarlas. Y como es lógico, algunos de ellos “estallan” (VII). Las emociones también son naturales, es irracional negarlo o retenerlas. También para los vulcanos, aunque su (antinatural) filosofía lo proscribe. Pero estos son los vericuetos emocionales de esta raza desde la trama original. La justificación la proporciona el propio Spock. Sin un control mental adecuado, las emociones vulcanas son peligrosas. La lógica neutraliza nuestra ira (IX). No parece lógico renegar de una parte de lo que uno es, salvo que esas emociones queden amplificadas por la naturaleza vulcana y constituyan un serio peligro para el resto de acompañantes. Esta es otra deriva interesante. Las emociones expresadas por los vulcanos resultan ser mucho más violentas, en consonancia con su mayor fuerza física.

Algo parecido sucede con la teniente comandante Una Chin Riley (apodada Nº. 1; Rebecca Romijn), que mezcla frialdad con calidez, aunque de una forma menos traumática. Sus problemas vendrán por una mera cuestión de normativa estelar. A Kirk lo contemplamos, como marcan los cánones de la serie, al mando de la Farragut (X).

Nos falta, como personaje principal, el capitán Christopher Pike (Anson Mount). Figura de liderazgo bien desarrollada y argumentalmente atractiva. Por ejemplo, es conocedor de su futuro (X), que como los seguidores saben, viene determinado por el capítulo La colección de fieras (The Menagerie, 1966) de la serie original. En puridad, un remontaje, junto con material nuevo, del primer piloto de la saga. Es, además, un capitán aficionado a la buena cocina. Lo que le da una dimensión no libre de limitaciones. Disponer de una vida familiar es un lujo que parece no estar al alcance de un capitán de la Flota Estelar (temporada II: IV), tal y como le sucedía -o le sucederá- a Kirk.


Aun así, vence el peso de unas similitudes con la serie-modelo que resultan cansinas; irritantes, que diría el señor Spock, a lo largo y ancho de la primera temporada (el robo del Enterpirse de nuevo, por amor de Dios), y parte de la segunda -si tal escisión cabe-. No obstante, esta última parece reconducirse hacia un rumbo más apasionante y personal, que deseamos confirmen las siguientes temporadas. Se inicia con el proceso a Oona, por ocultar información de carácter étnico en su informe de ingreso en la Academia y, consecuentemente, en la Flota. Por el mero hecho de ser iridiana (II: I-II). Un proceso legal más sagaz de lo acostumbrado, aunque no consiga zafarse de cierta moralina doctrinal, más de forma que de fondo, en cualquier caso. El personaje de la teniente Noonien-Singh también se enriquece. Evoluciona su carácter, demasiado cerrado. Se produce el inevitable reencuentro con los klingon, y con una materia tan necesaria para la nave como es el dilitio (temporada II: I). Así mismo, con una refinería de deuterio, y los seres que viven y se desarrollan en este medio (como después pasará con la horta y la silicona) (II: VI). Y el grano tritical, pero sin Tribbles (II: VII). Spock prosigue con sus retenidas emociones a flor de piel: esto sucede antes del Kolinar, la disciplina vulcana para erradicar -someter- dichas emociones por completo. Tal y como se abre la excelente Star Trek (íd., Robert Wise, 1979). Asistimos a nuevos vestigios de civilizaciones perdidas, anomalías energéticas, y seres que habitan una brecha espacio-temporal (II: V).

Por descontado, Star Trek: Strange New Worlds ofrece mejores decorados. No podía ser de otro modo. Los camarotes están mejor dispuestos, y el resto de los escenarios bien recreados, aunque como sucede con casi todo lo digital, pasan ante el espectador demasiado rápido, no da tiempo a disfrutarlos (excepción hecha de los citados camarotes).


En fin, en la segunda temporada seguimos viviendo de las rentas. Un nuevo juego con las líneas temporales alternativas, y experiencias de regreso al pasado. Vulcanos demasiado secos y categóricos (algunos humanos también, de tal palo…) Incluso la presencia de otro asesino viajero-temporal (III) -Un lobo en el redil (Wolf in the Fold, 1967)-. Aun así, ante una reescritura o puesta al día donde enseguida se suele hacer de noche, comienzan a aparecer, como anticipaba antes, algunas ideas titilantes, ya que Star Trek: Strange New Worlds avanza y resulta estimable cuando sigue sus propios vericuetos. Se repesca otra especie, los kerkhovianos (¿homenaje primigenio a Kirk?), en la lucha de Vulcano. La sospecha de un sabotaje, que nos remite a Aquel país desconocido (Star Trek: The Undiscovered Country, Nicholas Meyer, 1991). Y se nos invita a ser testigos de la esperada e inédita relación entre el teniente Kirk y su hermano Sam. O entre Kirk y la teniente de comunicaciones Uhura (Celia Rose Gooding). Otra buena deriva, por supuesto con sus raíces en la serie original, la encontramos en el cerebro humano como traductor universal de un alienígena, sin máquina interpuesta (II: VI).

Así mismo, destacan entre lo mejor de la segunda temporada las lagunas de memoria que resultan constitutivas del planeta Rigel VII y sus proximidades (IV). Con la consiguiente recuperación de los recuerdos de cada cual. La beca que se concede por medicina arqueológica, junto a la idea de que, ser humano no es vivir sin auto control (V). También las recurrentes visiones de Uhura (II: VI). El capítulo séptimo comienza a modo de dibujos animados. Dirige Jonathan Frakes (1952), uno de los actores y realizadores de la generación siguiente a la inicial. En este, unas alteraciones físicas han creado un portal temporal. El viajero espacial es, en esta ocasión, el alférez Boimler (Jack Quaid), de rasgos y comportamientos afines a la historieta, en la que seguramente es la ocurrencia más feliz de toda la serie (pues de un dibujo animado se trata, en su plano de realidad). El argumento y visualización se dan la mano con las aventuras animadas de 1973 y 74 (NBC).

Podemos añadir el encuentro con los oriones, donde se solventa el estereotipo de que únicamente son piratas o meretrices, con la suficiente pericia de no anular tales roles.

Tal vez otro de los personajes más sugestivos sea un embajador klingon retirado (Robert Wisdom), en conflicto con las cicatrices del pasado del doctor Josephn M’Benga (Babs Olusanmokun). En esta ocasión, el viaje al pasado está conformado por la experiencia previa de estos dos protagonistas, lo que les confiere una amarga profundidad en el futuro (su presente) (II: VIII). En cualquier caso, el modelo para el embajador klingon es el genocida Kodos el Verdugo de La conciencia del rey (The Conscience of the King, 1966).

Otro pliegue subespacial, rescata la idea de la comunicación a través de la música, ahondando en ella con inspiración, mientras pate de la tripulación permanece atascada en un campo de inestabilidad cuántica, que convierte al Enterprise en el escenario de un musical (II: IX). Es rizar el rizo, pero por lo menos se ofrece algo distinto. Finalmente, en el último capítulo de la segunda temporada se produce el ataque de los gorn a la colonia Parnaso Beta. Allí tomamos contacto con otro querido y sustancial personaje de la historia original y sus consecuentes películas. Me refiero al joven ingeniero Montgomery Scott (Martin Quinn). El episodio queda in media res, pero auguramos al señor Scott una larga y próspera vida.


Stra Trek: Strange New Worlds se ubica en la era dorada de la exploración. La misma que pudieron compartir Núñez de Balboa (1475-1519), Urdaneta (1508-1568) y El Cano (1476-1526), si nuestro desconocimiento y complejos no nos impidiera recordarlo. Solo que trasladado al espacio. Destaca igualmente en el reparto la presencia de la actriz Carol Kane (1952), como excéntrica adiestradora de ingenieros (es de raza lantanita), y otros personajes entrevistos en la saga inicial, como el almirante Robert April (Adrian Holmes) y, sobre todo, el facultativo Joseph M’Benga, antes citado. También Spock y su madre, o T’Pring y su familia (Elora Patniak y Michael Benyaer) (II: V), rituales “plasta” vulcanos incluidos.

Como también suele ser habitual desde los 2000, la banda sonora resulta en extremo sosa, salvo cuando parafrasea los temas clásicos de la serie, y en algunos pasajes muy determinados de suspense y misterio. Baste comparar el resultado con las recientes ediciones que de las partituras originales está haciendo el sello discográfico La La Land.

Cada vez estoy más convencido de que todo está en las tres temporadas de la serie original.
 


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