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31 julio, 2015

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Fontana di Trevi (Roma), fotografía de LJ
Un mes tranquilo de julio donde hemos podido disfrutar de interesantes entradas y buenos números. Con nuestra constancia alcanzamos las 16 entradas mensuales y seguimos con las visitas mensuales superando las 11000 visitas. Damos la bienvenida también a los nuevos seguidores de nuestras plataformas, los 2 nuevos de Blogger, que alcanzan ya los 168, junto a 3 me gustas en Facebook, con 160 totales, y 11 seguidores más en Twitter, con 532 totales.

También debemos mencionar el aumento de visitantes estadounidenses, a la par con los españoles e, incluso, superándolos en visitas algunos días. Seguidos por alemanes y mexicanos, a los que agradecemos siempre su presencia. Saludamos además al resto de países sudamericanos que conforman el grueso del resto de visitantes.

Hitchcock en el set de rodaje de Los pájaros
 Este mes han compartido protagonismo el cine y la literatura, como es habitual en nosotros. Comenzamos con literatura, con una obra tan especial como el primigenio Poema de Gilgamesh, pero también una novela negra de Mary Higgins Clark, El secreto de la noche, y una novela de corte fantástico, inicio de una trilogía, El nombre del viento, de Patrick Rothfuss. En cuanto al cine, hemos continuado con el ciclo del mago en su sexta entrega, Harry Potter y el misterio del príncipe, así como un western de la talla de El hombre que mató a Liberty Valance, de John Ford, o una de las obras más célebres de Hitchcock, Los pájaros. Pero este mes también ha habido espacio para la publicidad, en este caso sobre neuromarketing.

Además, hemos dado la bienvenida a una nueva sección que no solo añade más contenido, sino también una nueva faceta para nuestro blog, uniéndose así al cine, a la literatura, a la música, a la publicidad y a los videojuegos: la psicología. Con el título de La caja de Psique exploraremos temas relacionados con el mundo de la psicología, comenzando por el inconsciente en su primera entrega. Estas aportaciones serán llevadas a cabo por nuestra compañera Mariela B. Ortega, con lo que seguimos completando el carácter multidisciplinar de nuestro blog cultural.


¿Y qué hemos guardado para agosto? Continuaremos el ciclo de adaptaciones de Harry Potter, tendremos otra entrega de La caja de Psique, más películas para El autocine, algún clásico de la literatura española, más cine, algo de publicidad y, por supuesto, literatura. Tenemos de todo un poco para ir cerrando el verano, tan solo faltas tú y tus comentarios, tu forma de hacerte presente en nuestro blog, compartiendo con nosotros tus opiniones y valoraciones.

¡Te esperamos!

Un saludo,
Luis J. del Castillo

PD: Para concluir este resumen, una simpática canción sobre el verano del grupo indie Papa Topo, a ver si os sirve para refrescaros de estos días tan calurosos.


"El crítico debería ser, en general, el intermediario entre el autor y el público, explicando al segundo las intenciones del primero, dando a conocer al primero las reacciones del segundo, ayudando a uno y a otro a ver más claro"

                  -François Truffaut



La heredera, de William Wyler

30 julio, 2015

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A Simón Barreto.

No es del todo cierto eso de que el amor se marcha con la misma facilidad con que llega. Aunque ya no se encuentre a nuestro lado, de alguna forma, permanece. En este sentido, una pérdida no es necesariamente sinónimo de fracaso; sea como fuere, nos enseña a madurar como personas, nos conforma y fortalece, siempre que uno esté dispuesto a aprender de los errores.

Por ello, no es casualidad que el tema de amor central de la película La heredera (The heiress, Paramount, 1949) sea el poema de Jean Pierre Claris de Florian (1755-1794) titulado Plaisir d’amour, una de las más bellas composiciones amorosas y también una de las más atribuladas, debidamente musicalizado por Jean Paul Égide Martini (1741-1816) en 1784. 

No en vano, descubrir una obra de arte es identificarse con lo que de uno mismo existe dentro de esta.

Las fiestas, alternar con la gente joven, la ilusión, el desengaño (no solo entre prometidos, también entre familiares), la ingenuidad, la muerte de la inocencia, la desesperación… pueden no desaparecer nunca, pero, sin duda, forman parte del universo de la adolescencia. Incluso hoy, casi todo estímulo visual va dirigido y pertenece a los más jóvenes, incluyendo aquellos acontecimientos que conducen al pesar. Pero, ¿qué sucede cuando se alcanza la edad madura? O cuando no se es bello por fuera. ¿Acaso no se tiene derecho a amar?

En el mundo femenino de antes de ayer, con determinada edad, ya se podía considerar a una persona que no hubiera contraído matrimonio como “una solterona”; situación que está bordeando Catherine Sloper, la excelente Olivia de Havilland (1916-2020), cuya actuación fue premiada con un OSCAR, y que es la heredera de nuestro título.

Sus escasos dones de gentes y su discreto atractivo (mengua favorecida por la actriz), la mantienen al margen del circuito habitual del himeneo. La ya no tan joven muchacha es insegura y apocada, pero posee dinero. De tal modo que, hasta cuando su padre, el eximio doctor Austin Sloper (un espléndido Ralph Richardson) la contempla, solo ve en ella una inversión que ha de mantener a buen recaudo de los desalmados. Además, no puede evitar compararla con su difunta esposa, un compendio de todas las virtudes naturales y sociales, en un acto no exento de morbosa idealización.


De este modo, cuando aparece un pretendiente con intención de cortejar a la casadera, en la figura del agraciado aunque menesteroso Morris Townsend (Montgomery Clift), se disparan todas las alarmas.

La aquiescencia de la tía, hermana de la fallecida esposa del doctor, Lavinia Penniman (Miriam Hopkins: recalco que todos los actores están magníficos), será fundamental para que la ilusión y el deseo broten al fin en la muchacha, que ya observa cómo la presente puede ser su primera y última oportunidad en el amor.

Pero Morris es un hombre que no ofrece nada material a cambio; por lo que es posible, tal y como teme el progenitor, que en definitiva, no esté entregando nada de nada.

No me agrada deshilvanar los argumentos de las obras literarias o cinematográficas, algo que parece práctica común en demasiadas páginas y que me resulta inaudito (suelen ser comentarios “de solapilla” en la línea de lo que sucede con los actuales trailers: ya no se invita al espectador a participar en una película, se le cuenta directamente). Digamos entonces, sin ánimo de facilitar excesivas pistas, que a las dudas de si Morris siente un legítimo interés por la persona de Catherine o por su dinero, se suman, en primer lugar, la atracción física de la soltera hacia el joven, y más tarde, el amor sincero de una Cathy que, también por primera vez, se siente lo suficientemente estimulada como para abandonarse al futuro.


Pero dos circunstancias sobrevuelan esta relación. Por un lado, hasta qué punto sería aconsejable comprar la felicidad ante la duda, no ya de una auténtica correspondencia amorosa, sino de una simple meta matrimonial; una línea argumental que la tía está dispuesta a asumir, y que más tarde hallará la connivencia de la propia sobrina. Y por otro, hasta qué punto se puede ser sincero y certero en los juicios, sin necesidad de resultar cruel; otro de los nudos gordianos de la trama, por mucho que, como asegura el buen doctor, “la gente no se muere por esas cosas”.

De hecho, la ausencia de comprensión y de cariño serán los aspectos verdaderamente devastadores del relato, y estos se presentan del modo más inesperado, casi como una revelación.

En definitiva, todo un análisis social y humano, proporcionado por la novela -que por desgracia aún no he leído- de Henry James (1843-1916), Washington Square (1880; Alianza Editorial, 2014), ambientada en el Nueva York de la segunda mitad del diecinueve, y adaptada para el cine y el teatro por Ruth (1908-2001) y Augustus Goetz (1897-1957), en 1947. Respecto a la traslación cinematográfica, hemos de mencionar la admirable dirección artística de Harry Horner (1910-1994), el vestuario de Edith Head (1897-1981), la edición de William Hornbeck (1901-1983), la fotografía de Leo Tover (1902-1964) y la aportación musical del gran Aaron Copland (1900-1990).


Del saber hacer de su director y productor, William Wyler (1902-1981), dan buena cuenta resoluciones visuales como la presentación de Morris ante Cathy y su tía Lavinia durante un baile. Esta tiene lugar de espaldas, en tanto que ellas permanecen de frente, por lo que el realizador muestra, en primer lugar, la impresión que el joven produce en ambas.

A este instante podemos añadir el plano que muestra a Cathy posando su mano sobre uno de los guantes de Morris, o la entrevista con la hermana de este, la señora Montgomery (Betty Linley), que incluye el inteligente momento en que la invitada observa la fotografía de la hermosa esposa fallecida… después de haber conocido a Cathy. Un retrato que el doctor se llevará consigo cuando se encuentre enfermo.

Por descontado, también destaca la secuencia final, en la que Morris reclama la atención de Carthy, o con anterioridad, el plano que muestra la angustia del paso del tiempo, de la fulminante comprensión de todas las palabras dichas hasta entonces, y la implacable veracidad de los hechos. Situación prolongada por una Cathy que remonta las escaleras de su amargo hogar completamente abatida.
La traumática vivencia tendrá su contrapartida, en idéntica disposición espacial, justo al término del relato, cuando la mujer recupere, casi beatíficamente, la dignidad que ha de completar su transformación interior y exterior, ya como heredera.


Hace cien años… indica el rótulo con el que da inicio el relato. Pero lo cierto es que lo que en ella se nos narra ha venido sucediendo incluso hace más tiempo, desde el principio del mismo. De igual modo que puede estar ocurriendo en estos momentos.

Es el amoroso un mundo tan pleno como ingrato, en el que muy a menudo se recoge lo que se siembra. Al fin y al cabo, el placer de amor solo dura un instante, mientras que el dolor de amor dura toda la vida.




Guardianes de la Galaxia, de James Gunn

29 julio, 2015

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Marvel se ha propuesto llenar las pantallas de sus superhéroes, creando todo un universo cinematográfico que fuera equiparable en éxito a su plantel editorial. Para ello, era necesario recurrir a sus héroes más célebres, como Iron Man (2008), The Incredible Hulk (2008), Thor (2011) o Captain American: The First Avenger (2011), con los que enganchar al espectador y después introducir algunos menos conocidos, pero inmersos en las mismas claves que nos vendieron con los personajes más conocidos, sobre todo cuando algunas de sus licencias no les permitían usar a Spiderman, X-Men o Los Cuatro Fantásticos.

No obstante, eso también daba cierto margen para crear historias originales a partir de algunas de sus creaciones menos populares fuera del mundo del cómic y convertirlos en éxitos de taquilla gracias a la fama adquirida por sus producciones. Y eso sucedió con Guardianes de la Galaxia (2014).

Al frente de la dirección de esta película de superhéroes menos conocidos para los no aficionados al cómic estuvo el estadounidense James Gunn. Aficionado desde joven a las películas de zombies, de ahí seguramente su atracción por el género del terror, mostrado en la escritura del guion del remake de El amanecer de los muertos (2004) o en su película Slither (2006). Ya ha trabajado en películas cómicas sobre superhéroes, como The Specials (2002) y Super (2010), esta última una sátira a este tipo de mundos, y volverá al mundo de Marvel con Guardianes de la Galaxia 2 (2017). Si va a tener segunda parte, no solo se debe a los planes de Marvel, sino también al gran éxito que ha tenido por parte de crítica y espectadores. Esto se debe a lo bien que juega la película con sus características, esencialmente el humor, en ocasiones absurdo, que aligera y parodia otras películas de superhéroes que suelen ser más acartonados, en línea con las historias clásicas de lucha entre justiciero y villano. 

James Gunn (izquierda) dirigiendo Guardianes de la Galaxia
Peter Quill (Chris Patt) fue secuestrado cuando era niño de su familia en la Tierra tras la muerte de su madre por una banda de ladrones, desde entonces se ha convertido en un cazarecompensas de actitud cretina y con aires de grandeza, bajo el nombre de Star-Lord. Sin embargo, uno de las piezas que consigue de un planeta olvidado lo pondrá en el punto de mira de otras personas, que querrán hacerse con ella por esconder un arma de destrucción espacial. En su viaje se encontrará con una serie de extraterrestres descarriados y con diferentes traumas con los que logrará alcanzar un objetivo más elevado: salvar el mundo de Xandar.

La película recupera cuestiones clásicas con las que realizar una película no solo entretenida, sino también con un ritmo muy agradable, con desarrollo de personajes y de tramas así como un humor que remite a costumbres humanas incomprendidas por los extraterrestres como a ciertos hitos desde los sesenta hasta los ochenta, que hará que el disfrute de la película se expanda más allá de un público joven. Se incluye aquí la banda sonora, compuesta por Tyler Bates, en conjunción con una serie de canciones de la época antes señalada que conforma la lista Awesome List, Esas canciones proporcionan referencias culturales, pero también un toque muy personal a la película, que podemos entenderla de forma humorística al acompañar escenas espaciales y de aventuras con canciones con las que guardan poca relación, sino que, por el contrario, han formado parte de la vida normal de las personas durante varias décadas.


Sobre el ritmo narrativo, debemos destacar su regularidad, alternando entre momentos de acción con momentos de pausa eficaces para ir desarrollando a cada personaje a través de las distintas situaciones. Gracias al mismo, los personajes se van introduciendo con pinceladas, pero logran establecer una personalidad más profunda y dramática.

Aunque el personaje central sea, claramente, Star Lord, cuya fachada chulesca esconde un corazón bondadoso y un anhelo por su pasado perdido, el resto de personajes ofrecen un estupendo cuadro que reparte drama y humor a partes iguales, no estando todo acumulado en uno solo. Gamora (Zoe Saldana) es de los personajes más serios, consciente del peligro que les acecha y deseando traicionar a quien acabó con su vida para proporcionarle un destino más atroz; sin embargo, no puede evitar las muestras de su bondad ni su desconocimiento sobre la forma de divertirse.


Rocket Raccoon (Bradley Cooper) y Groot (Vin Diesel) son la pareja más estrafalaria del grupo, siendo un mapache y un árbol genéticamente modificados, respectivamente. El primero funciona como el mecánico del grupo, pero a pesar de su apariencia y de los chistes sobre ella, da muestras del terror y el dolor que le produce ser único en todo el universo, puesto que ello le costó un gran sufrimiento por los experimentos. Su actitud es similar a la de Star Lord, en cuanto a ser un cazarecompensas, pero les distancia la irascibilidad de Rocket.

Groot, por su parte, se distancia del resto del grupo al ser el único inocente así como el más desconocido por su incapacidad expresiva. Sin embargo, proporciona algunos momentos emotivos durante el metraje y cierto humor blanco, complementando así al resto. Drax el Destructor (Dave Bautista) concluye al grupo de los Guardianes de la Galaxia posicionándose como una persona vengativa y muy irascible, pero leal y fuerte para proteger a sus compañeros. A pesar de su apariencia, su procedencia permite jugar con chistes lingüísticos (al no entender los dobles sentidos).


Por contra, el buen desarrollo de estos personajes, cuya identidad queda muy bien marcada dentro del grupo y donde se añaden subtramas personales que se podrán ir completando en otras entregas, pero que aquí son suficientes para presentarlos, no tiene relación a Xandar ni al villano principal.

Ronan el Acusador (Lee Pace) es retratado como un fanático y radical religioso que quiere continuar una guerra milenario contra los xandarianos, sin embargo, como él mismo señala, nadie conoce la causa original, sino que ya se ha convertido en la venganza por la venganza. Aunque justificado así, no deja de ser un punto flaco para la película el hecho de que el villano tenga un desarrollo tan flojo.


Tampoco se detiene el guion a explicarnos más sobre esta cuestión ni sobre Xandar y su equipo Nova, liderado por Nova Prime (Glenn Close) y Rhomann Dey (John C. Reilly), que se equipara a los grandes gobiernos terrícolas, pero sin ninguna otra explicación. En ese sentido, la película se convierte en un "salvar un planeta de su destrucción" como compromiso con el bien, lo que nos devuelve a una situación maniquea más típica y poco relacionada con unos personajes principales que son capaces de un doble juego moral (Gamora traicionando a sus primeros aliados o Drax en busca de una venganza sanguinaria).

Podemos destacar también la presencia de Michael Rooker como el bandido Yondu, un personaje que actúa por beneficio propio, pero que proporciona, a su vez, algunas escenas interesantes gracias a su personalidad. O Benicio del Toro como el Coleccionista, algo eclipsado por las circunstancias que ningunean al personaje.


James Gunn tampoco se detiene demasiado en confundir al espectador y crea escenas de acción en el espacio que recuerdan a la saga de Star Wars a la vez que da un enfoque que recuerda a otras grandes obras de aventuras, pero todo aliñado con un toque de humor que le otorga personalidad a la película, tornándose así como una mezcla entre space opera y comedia de aventuras). Incluso resalta el hecho de que se haya preferido el maquillaje para los extraterrestres, dando la sensación de artesanado que se estaba perdiendo en la industria a favor de la recreación digital, aún cuando a algunos espectadores les pueda resultar un poco ridículos.

Algo que también puede suceder con algunos giros que recurren a ese humor absurdo, incluso en las escenas más tensas, pero que encaja perfectamente con el tipo de personajes que se han creado durante todo el metraje. Además, las tramas que quedan abiertas no solo sirven para futuras secuelas, sino que explican sucesos de esta misma película, como la capacidad de Star Lord para sobrevivir en cierta situación de la película.


En definitiva, lo mejor de Guardianes de la Galaxia es que es capaz de reírse de sí misma y de no ser una película más de superhéroes salvando el día, y todo ello no tanto por la trama como por la buena fusión entre su humor y un desarrollo personal y original de personajes, que funcionan mejor como antihéroes que como los héroes habituales.

Escrito por Luis J. del Castillo



Adaptaciones (XLVIII): Los pájaros, de Alfred Hitchcock

27 julio, 2015

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Nada parece especialmente inquietante la mañana que Melanie Daniels (Tippi Hedren) entra en una pajarería para interesarse por un encargo. Nada salvo el plano ordinario que la muestra contemplando un cielo cuajado de gaviotas sobre la ciudad de San Francisco. En la tienda tendrá ocasión de conocer, participando del guiño clásico del equívoco, al abogado Mitchell Brenner (Rod Taylor).

Allí, las aves están compartimentadas, debidamente clasificadas. Una circunstancia que hallará su parangón en el momento en que la joven se encuentre enjaulada en el hogar de los Brenner, junto al resto de sus componentes, la hermana menor del letrado, Cathy (Veronica Cartwright), y la madre, Lydia (Jessica Tandy).

La vivienda se encuentra en la población de Bodega Bay, al norte de California. Un lugar al que Melanie ha acudido, forzando el destino de modo juguetón, con el fin de propiciar un nuevo encuentro con Mitchell. En dicha comunidad también reside otra antigua pretendiente, la profesora de escuela Ann Hayworth (Suzanne Pleshette).

Todo parece dejado al azar y, de igual modo que hacen las aves, Melanie acecha en la distancia y como un juego a los Brenner, con la intención de poder depositar en el interior de la casa un regalo para Cathy: una pareja de periquitos.

Con todo ello demuestra que es una persona de recursos, que suele dominar la situación, aunque las circunstancias, por vía del sambenito, la hayan superado a veces. En cualquier caso, está en la naturaleza el acechar sin ser visto, tratando de pasar lo más desapercibido posible. Los pájaros también lo hacen.


A esta narrativa tan ontológica como ornitológica, se añade una forma de “aislar” personajes y actitudes dentro del plano; otra de las características gramaticales más definidoras de Alfred Hitchcock (1899-1980), que volvió a demostrar su pericia como narrador en imágenes en Los pájaros (The birds, Universal, 1963), adaptación del relato de Daphne Du Maurier (1907-1989), convenientemente desarrollado por Evan Hunter (pseudónimo de Ed McBain; 1926-2005).

Hitchcock ya había realizado otras dos películas basadas en obras de la escritora inglesa: Posada Jamaica (Jamaica Inn, Mayflower, 1939) y la célebre Rebeca (Rebecca, Selznick, 1940), escritas en 1936 y 1938, respectivamente. Una relación fructífera que culminó con la presente adaptación, reflejo de unas actitudes que, en el fondo, son soledades. De algún modo, todos los personajes de la historia, o se encuentran solos (pese a estar acompañados), o temen estarlo.

A ello se suma la arbitrariedad de unos sucesos que tienen su correlato en otras conductas humanas más descarnadas, como constata Mitchell al comentar uno de los casos que hubo de defender, en el que un marido descerrajó a su esposa seis disparos frente al televisor por el mero hecho de haber cambiado de canal.


Cuando los pájaros penetran en la casa de los Brenner se adueñan de ella. En el plano final de dicha secuencia, estos campan a sus anchas por el salón, momentos después de que el comisario (Malcolm Atterbury) asegurara que los pájaros no atacan sin un motivo justificado. Lo cual podía ser cierto hasta ese momento, como también habrá de asumir la ornitóloga Mrs. Bundy (Ethel Griffies), representante de la “oficialidad” ante los lugareños que se reúnen en un café-bar. Ella no puede creer aquello que otros ya han observado.

Acertadamente, Hitchcock evita proporcionar pistas acerca de la etiología del fenómeno, eludiendo una explicación oficial o “climática” concreta y proporcionando, a cambio, un clímax tan indefinido y perturbador como en el original literario. Un quiebro en el que el punto de vista se ha trasladado a las aves. A ellas corresponde contemplar a los humanos desde los tendidos eléctricos, canalones o el mismo cielo, su lugar más privilegiado, como demuestra ese plano “imposible” que convoca a las gaviotas sobre las alturas de Bodega Bay.

A este espléndido momento se añade la concentración de cuervos “en lo que dura un pitillo”, la puerta que se deshace a causa de los picotazos, la secuencia del ataque de los pájaros a los alumnos de la escuela local y a Melanie, primero en una motora y después en la referida vivienda; las tazas rotas en la granja que visita Lydia, o el plano final, con la mirada puesta en una conclusión argumentalmente imprecisa y turbadora.


Una anormalidad que también queda ilustrada por medio de planos picados y cenitales, angulaciones y movimientos poco habituales, el silencio roto por el sonido de los pájaros, la periodicidad en los ataques y los traicioneros picotazos durante los periodos de “inactividad”.

Anomalías insólitas y, de algún modo, convenidas (salvo, tal vez, por los periquitos…), que exigen que se eche la culpa a algo o alguien, como suele ocurrir cuando se trata de racionalizar todo aquello que escapa a nuestra comprensión. En esta ocasión, el blanco será la forastera, por parte de una madre aterrorizada y supersticiosa (Doreen Lang). Raramente tenemos en cuenta lo impredecible.

En este sentido, a la fotografía de Robert Burks (1909-1968), debemos añadir los excelentes efectos visuales de Albert Whitlock (1915-1999), en el mencionado plano de clausura o durante el ataque de los pájaros a la comunidad; junto al vestuario de Edith Head (1897-1981), la edición de George Tomasini (1909-1964) y el diseño de producción de Robert Boyle (1909-2010).


Una última y estimulante imagen la hallamos en esa bahía que Melanie atraviesa con una motora; un espacio convertido en frontera natural o tierra de nadie, que muy pronto llegará a disponer de dueños muy concretos.

Escrito por Javier C. Aguilera



Terminator Génesis, de Alan Taylor

25 julio, 2015

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En los últimos años la industria de Hollywood se ha visto abocada a un movimiento de recuperación de obras populares para, mediante la nostalgia, aumentar su recaudación, en lo que se ha venido a denominar una situación de falta de ideas u originalidad. Una situación que ha provocado una serie de producciones que han recuperado obras de éxito, ya hayan sido como remakes (volver a realizar la misma obra con medios modernos), reboot (reiniciar una franquicia para comenzar a contar otra historia partiendo de los mismos personajes) o secuelas de diversa índole. Las compañías confían en el éxito en taquilla de estas creaciones, aunque no siempre sea una garantía, ni tampoco a nivel de crítica.

En este mismo año 2015 hemos contemplado la recuperación del mundo jurásico creado por Spielberg con Jurassic World (Colin Trevorrow), otra entrega para sagas como Mad Max, con Mad Max: Furia en la carretera (George Miller), Star Wars, con Star Wars: Episodio VII - El despertar de la fuerza (J.J. Abrams) o Fast & Furious, con Fast & Furious 7 (James Wan). Marvel, junto a Fox, prosigue con sus superhéroes recuperando a Los cuatro fantásticos, Daredevil, X-Men o continuando con las nuevas franquicias, en este año, Vengadores: La era de Ultrón (Joss Whedon)

Hasta animes como Dragon Ball se han recuperado en estos últimos años a base de películas o una nueva serie (Dragon Ball Super) o recientemente se ha anunciado el remake de un videojuego clásico como fue Final Fantasy VII. Y, por supuesto, la película que hoy comentamos, Terminator Génesis (Terminator Genisys, Alan Taylor).

Llegado desde televisión, donde ha dirigido capítulos en series como Juego de tronos, Mad Men, Los Soprano o Sexo en Nueva York, Alan Taylor ha dirigido discretas películas, hasta que Marvel lo contrató para la segunda entrega de Thor, Thor: el mundo oscuro (Thor: The Dark World, 2013) y Paramount Pictures le encargó esta entrega de la saga Terminator, iniciada por James Cameron en 1984, con The Terminator, y en 1991 con Terminator 2: el juicio final (Terminator: Judgement Day).

Alan Taylor (centro) dirigiendo a Schwarzenegger
Resulta imprescindible mencionar ambas películas, sin duda, las grandes obras de la franquicia, puesto que esta especie de remake/reboot remite a ambas de forma constante. No en vano, el argumento parte igual que la primera película: el mundo ha sido asolado por las máquinas, controladas por una inteligencia artificial llamada Skynet, que asesina a los humanos y establece su tiranía en la Tierra. La resistencia humana, capitaneada por el misterioso John Connor (Jason Clarke), combate contra esta inteligencia para lograr un nuevo mundo.

Sin embargo, para sobrevivir, Skynet ha preparado una máquina del tiempo con la cual mandará a un Terminator a acabar con la vida de Sarah Connor (Emilia Clarke), la madre de John, antes de que este naciera, en 1984, cuando era una joven indefensa que desconocía el futuro que le esperaba. La mano derecha de John, Kyle Reese (Jai Courtney), se propone como voluntario para viajar al pasado y salvarla. Pero cuando llega a su destino, ni Sarah es una joven indefensa ni el pasado es tal y como le había contado su amigo y líder. Un hecho futuro ha alterado todo el paradigma temporal y ahora Sarah y Kyle, junto a un T-800 conocido como el Guardián (Arnold Schwarzenegger), deben impedir que Skynet se haga con el poder y logre la llegada del Día del Juicio, retrasada ahora al año 2017.


Con estos elementos, nos encontramos ante una fusión de las tramas de la primera y la segunda películas de la franquicia. Por ejemplo, se trata de provocar una relación entre el Guardián y Sarah similar a la del niño John y el Terminator de la segunda entrega, tanto a nivel emocional y humano. El problema es que la segunda entrega crea y desarrolla esa relación, pero en esta última nos lo cuentan los personajes, tan solo introduciendo un flashback sobre cómo rescató a Sarah de niña, pero sin más desarrollo, lo que impide la emoción. Es más, se remite más al humor que al sentimiento. Por otra parte, en el personaje del Guardián encontramos algunas de las lagunas de la trama, como su procedencia, cuestión que quizás quedaba abierta para posibles secuelas de este reboot (algo que ahora no parece tan seguro al no haber alcanzado la recaudación esperada por el estudio).

Así pues, nos encontramos ante una historia que emplea las paradojas temporales a través de los viajes en el tiempo para crear una historia diferente a la original, pero en continuo homenaje a esas entregas, incluso en la música. Precisamente, el inicio recrea todo el mundo post-apocalíptico futuro de forma interesante, con un gran nivel de acción, elevando a la figura del personaje de John Connor como el salvador, y siguiendo con el primer viaje en el tiempo. Allí donde las primeras entregas fueron más sutiles, siendo por tanto más significativos en sus gestos y escenas, encontramos aquí respuestas más visuales, gracias a los medios con los que se cuentan. Algo que era de esperar, si tenemos en cuenta que uno de los motivos para querer crear un remake de una historia es la evolución técnica que hemos experimentado sobre la antigüedad de determinada obra.


Precisamente, el creador de la franquicia, James Cameron, es un director que ha contado siempre con la espera para crear películas a partir de la evolución técnica, como bien demuestra Avatar (2009). Esta obra es técnicamente superior, aunque no aporta argumentalmente nada nuevo, al revés de lo que sucedía con las primeras obras de Cameron, que en el caso de la franquicia Terminator le permitieron experimentar con cuestiones como el miedo y el lado oscuro de la revolución tecnológica o la humanización de la tecnología. Por otra parte, podemos recordar cómo la segunda trilogía de Star Wars se retrasó, a pesar de contar los orígenes de la historia, por esperar a que existieran recursos técnicos capaces de recrear los deseos de su creador, George Lucas. Sin embargo, esta segunda trilogía es considerada, en términos generales, peor que la original, lo que nos permite afirmar que el uso de medios tecnológicamente mejores no crea necesariamente una mejor película, de la misma forma que unos buenos gráficos no deciden significamente que un videojuego sea bueno.

El problema de la película se halla en el deseo de contar una historia que no encaja con las características de la primera entrega e impedir, por tanto, el desarrollo de una historia convincente. Los guionistas han tratado de otorgarle a la inteligencia artificial Skynet una relación más próxima con los medios actuales, con un mundo hiperconectado a través de las redes sociales. Esta realidad resulta más cercana al espectador actual; sin embargo, la película no se detiene en esta nueva circunstancia, sino que la sobreentiende. No se permite reflexionar sobre esta nueva realidad para sus personajes, ni los peligros de la hiperconexión y de ese mundo tecnológicamente avanzado. En este sentido, ¿de qué sirve el viaje hacia 2017 o la recreación de un mundo actual? Especialmente cuando al final todo el entramado queda reducido a una continua persecución que hubiera dado igual dónde o cuándo se hubiera realizado. Si eliminamos la introducción y los homenajes evidentes, podríamos encontrarnos con una historia que podría haberse llamado de cualquier otra forma.


Precisamente, el inconveniente del enfoque es que consigue un ritmo vertiginoso que no permite momentos de pausa para desarrollar la historia ni a sus personajes. Aunque en la primera entrega la persecución era también continua y ofrecía sensación de angustia e inquietud, también permitía observar cómo se sentía Sarah, cómo iba cambiando a lo largo de la película, además de mostrarnos cómo el Terminator T-800 buscaba la forma de llegar a ella. En el caso de Terminator Genesis, da la impresión de que el enemigo no tiene problema alguno en encontrarles y, por tanto, aunque la sensación de inseguridad de los protagonistas está presente, también se puede entender que estamos ante un enemigo torpe e incapaz de lograr sus objetivos a pesar de su apabullante superioridad. 

Por otra parte, entre la pareja protagonista encontramos falta de química, tanto entre los actores como entre los personajes. La película juega con lo que saben los espectadores de la saga, haciendo hincapié en que ambos deben enamorarse. Ahora bien, si bien el guion juega con esta trama para mostrarnos que esta pareja es incapaz de estar unida, tampoco nos ofrece un desarrollo que muestre un cambio significativo en su relación. De esta forma, aunque se pretenda orientar el romance como posible a pesar de su falta de predisposición, tan solo es factible porque así lo pretende el guionista y porque así fue en la franquicia original, pero no porque se justifique con los acontecimientos vistos en pantalla. En cuanto a los demás personajes, el tercer coprotagonista, el cyborg interpretado por Schwarzenegger, reúne casi todo el humor de la película (junto al secundario detective O'Brien, encarnado por J.K. Simmons), entre otras cuestiones por el carisma del actor como por los continuos guiños con sus actuaciones anteriores en las dos primeras entregas. Por su parte, Jason Clarke realiza una interpretación justa.


La película juega con una serie de lógicas que ya estaban preestablecidas, sobre todo con los viajes en el tiempo, creando una serie de paradojas que rompen con el paradigma temporal y con las reglas que regían este universo. Incluso en el inicio se menciona a la máquina del tiempo como un arma táctica temporal, realzando un nuevo tipo de guerra. Los continuos viajes así como el cambio de enfoque llegan a tal extremo que hasta un personaje llegará a mencionar que son como náufragos del tiempo, personas sin pasado real. Una ruptura de la lógica de Terminator que pretende complicar la trama, pero en apariencia, sin trabajar un argumento que resulte elaborado, profundo o meramente complejo.

Así pues, el peso de su nombre le ha podido. Cuando una obra no satisface ese horizonte de expectativas, nuestra consideración sobre la misma es negativa y de ahí la sucesión de malas críticas. Si encuadramos Terminator Génesis como una película de acción y de ciencia ficción, veremos que funciona mejor como lo primero que como lo segundo. No plantea grandes reflexiones, ya que las que pudiera ofrecer las hemos podido ver en esta misma saga o, incluso, en otras películas. En efecto, funciona mejor como una mezcla humorística con escenas de acción pirotécnicas y grandilocuentes; entretenido pero no cautivador. Fugaz y para olvidar. Una persecución continua que funciona bien para mantener entretenido al espectador con este esperado taquillazo, sin ir más allá de eso. El problema es que en una saga como Terminator, que sí parecía haber ido más allá, hay también un nivel de exigencia que no hubiera existido de haber sido una película independiente de la franquicia, un blockbuster veraniego más.


A ello se le suma una nefasta campaña de promoción, no tanto por su repercusión, como por arruinar las posibles sorpresas que ofreciera el guion. Si la película pretendía crear un golpe de efecto, los trailers e, incluso, la cartelería, lo arruinaron. Podemos evaluar si el giro es acertado o no para la trama, pero no cabe duda de que, de no haber sido por una mala promoción, hubiera tenido un efecto considerable en el espectador medio. Algo que, lamentablemente, ya ha sucedido en el pasado con otras películas, como El planeta de los simios (Franklin Schaffner, 1968). 

Terminator Génesis funciona bien como una entretenida película de acción, cuyos chistes y homenajes gustarán a quienes conozcan la franquicia, pero sin más. Cuenta con un primer tramo muy conseguido y algunas escenas visualmente potentes, heredadas en su mayoría de la película primigenia de la saga, pero está falta de un desarrollo más logrado con respecto a sus personajes y una profundidad que la eleve a algo más que puro entretenimiento (aunque este ocio también sea necesario de vez en cuando).


Escrito por Luis J. del Castillo



Los pájaros y otros relatos, de Daphne du Maurier

23 julio, 2015

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Tengo tres teorías, pero ninguna de ellas puede ser cierta (Monte Veritá).

Un ciclo de la naturaleza que se altera, un salto en la evolución; tal vez, un cambio debido a las alteraciones del clima global y sus efectos sobre el medio ambiente. O tal vez estemos asistiendo a la siguiente etapa por el control del planeta; existimos en un mundo de inesperadas posibilidades.

Daphne du Maurier
Los relatos de la escritora británica Daphne du Maurier (1907-1989) siguen vivos. Su prosa asequible y directa nos evoca tiempos pasados y nos anticipa mundos probables. Buena muestra de ello la encontramos en la selección Los pájaros (The birds and other stories, 1952; Biblioteca Grandes Clásicos, Orbis, 1984; Best Sellers Planeta, 1985). De hecho, no solo es el ser humano el que evoluciona. Los pájaros lo hacen en el relato homónimo, como conscientes de su papel en el mundo por primera vez.

Pero el sentido del detalle de la autora no se posa únicamente sobre el peculiar comportamiento de las aves, también comporta a otros elementos de la naturaleza, como el mar, el viento… un todo que está a punto de ver quebrada su ancestral armonía. Estamos asistiendo a los prolegómenos de un enfrentamiento entre dos instintos, aves y humanos, que en realidad son uno solo: el instinto animal.

De este modo, el aparcero Nat Hocken contempla con asombro una de las conquistas más sorprendentes de esa rotura de equilibrios. Los atacantes pertenecen a todas las especies de aves, a todas las familias, y como los seres humanos, pueden albergar una meta común: aniquilar a sabiendas.

Eso sí, actuando como una unidad, sin distinción de rangos. Una posibilidad que se va materializando suceso a suceso.

Pero a esta amenaza, la autora contrapone la igualmente inquietante ausencia de aves en el paisaje. No había ni rastro de los pájaros (…) no se oía ningún sonido, solo el ruido del viento y del mar.

Una vez que se ha perfilado dicho desafío con el asedio a la familia Hocken, sobreviene el suspense de la incertidumbre, la inquietud de la espera y el aislamiento (los medios de comunicación no han dejado de funcionar, pero sí de transmitir). Puede que solo el más hábil o resistente sobreviva; al final, siempre la naturaleza prevalece.


El Monte Veritá que da título al siguiente relato, es un emplazamiento misterioso y de difícil acceso, y no solo geográficamente. Muchos recordamos a Du Maurier como la gran autora de Rebeca (1938) y como la creadora de uno de los mejores arranques que ha tenido una novela. Característica que se traslada a Monte Veritá, donde un personaje relata, en primera persona y mediante un salto temporal o flashback, qué es lo que sucedió en aquel lugar recóndito; cómo semejante emplazamiento pudo alterar de forma tan determinante la existencia de tres personas, con la vida prácticamente resuelta.

En su léxico expositivo, más cuenta el narrador los hechos para sí mismo, a modo de recapitulación o plasmación sobre el papel, “a todo aquel que pueda interesar”, que al propio lector. Para los protagonistas, todos ellos aficionados a la escalada y el montañismo, la constatación de una nueva cumbre apenas explorada es todo un reto, que “esta ahí” como un ente vivo; incluso, como una gran diosa blanca que reclama a sus hijos.

A ello se suma el influjo -¿natural?- que unas personas ejercen sobre otras, como les sucede a los destinatarios de esta experiencia, que ocupa el tiempo que dura una vida. El narrador va encadenando sucesos que escapan a toda normalidad, y cuyo epicentro es la flamante esposa de su amigo Víctor, a su vez, una de esas personas capaces de contemplar uno de esos “otros mundos que están este”.

Storm in the mountains, Albert Bierstadt
En definitiva, cada individuo ha de fluir por su propio cauce, y aunque continuamente vea interrumpido su discurrir, una vez que se ha cruzado con otros afluentes, siempre acaba por perderse en medio de la bruma. El desafío consiste en que esas confluencias pueden terminar por influenciarnos de forma definitiva, para siempre. En el Monte Veritá subsisten religiones postergadas en los pliegues de la historia; perdura la representación de uno de esos cultos iniciáticos, custodiados en palacios inexpugnables.

Nadie es capaz de ver a sus moradoras ir o venir a lo largo del relato; sencillamente, están ahí, fundidas con los elementos de la naturaleza. Pero como tendrá ocasión de comprobar nuestro protagonista, el paraíso interior ha de buscarlo cada uno, no lo proporciona un lugar, sino una actitud. Una calculada ambigüedad que reviste el relato con una pátina de contingencias y zozobra, magníficamente orquestadas por la autora.


En El Manzano la narración pasa a tercera persona: la identificación o empatía con el sujeto de los hechos ya no es la misma, aunque seguimos sin conocer el nombre del protagonista de la historia. La rutina se ha instalado en la vida matrimonial de una pareja de mediana edad, que habita en las afueras de Londres. Él está jubilado, ella es una abnegada ama de casa.

A la excelente y devastadora exposición de sus detalles cotidianos, le sigue la autosugestión, focalizada en uno de los árboles del jardín, al que se le otorga vida propia. Pero no la que le corresponde. Y es que, una vez más, continuamos en el terreno de lo inverosímil e inexplicable (en cualquier caso, una ambigüedad palpable, no meta-literaria). Una dimensión en la que los acontecimientos bien pueden ser el producto de la citada sugestión del protagonista, como perfectamente reales… (La leña que provoca un olor nauseabundo al ser quemada, pero que solo esa persona puede percibir).

Curiosa identificación de caracteres y voluntades, o transmigración entre dos materias aparentemente distintas, la humana y la vegetal (de nuevo la naturaleza como un ente compacto). O puede que solo el resultado de la culpa del cónyuge superviviente; unos acontecimientos que, de cualquier modo, no alcanzan a comprender la asistenta o el jardinero…


En El pequeño fotógrafo, una condesa consorte (el noble es el marido), de probada belleza, ha logrado ahuyentar el horizonte de una vida anodina y provinciana, aunque lo cierto es que la está padeciendo de igual modo, a pesar de todas las comodidades que le proporciona su ventajosa unión. Al menos, hasta que surge la oportunidad capaz de alterar todo su entorno de perfecciones. El retrato del joven y lisiado fotógrafo, que le revela ese simulado ambiente, durante su monótono retiro estival, es la propia imagen de la pureza, de todo aquello que ella parece haber perdido irremisiblemente…

A continuación, en el sorprendente Bésame otra vez, desconocido, regresamos a la empatía del relato en primera persona. Chico conoce a chica en un cine. Juntos vivirán su propia película, aunque el lector se sorprenderá del género que finalmente adopta. La escritora sabe jugar muy hábilmente con ese “cambio de registro”, y su prosa se adecúa a la perfección a la naturaleza noble e imaginativa del protagonista, un joven mecánico que ha regresado de la guerra.

Por ello, y aunque finalmente a uno siempre le pueda alcanzar la realidad, al muchacho lo que le gusta son las películas que no reflejan la vida real; irónica circunstancia que le pone en relación con una atractiva y enigmática acomodadora. En este caso, tampoco conocemos el nombre de ninguno de los dos personajes. En realidad, sus nombres pueden ser múltiples.


Anónimos serán también los componentes de una familia gobernada por un matrimonio mayor, en el relato que cierra la presente antología, El anciano. Considerablemente más corto, pero no por ello menos intenso, la narración se encamina hacia una conclusión de corte alegórico, rayana en lo fantástico, que naturalmente no desvelaré.

Está relatada por un convecino, o testigo de los acontecimientos que, al describirlos, parece estar respondiendo a las preguntas de otro individuo, que está fuera de escena (esto es, igualmente anónimo).

Escrito por Javier C. Aguilera




Adaptaciones (XLVII): El hombre que mató a Liberty Valance, de John Ford

19 julio, 2015

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Un símbolo de desarrollo y modernidad atraviesa un paisaje que, anteriormente, solo podía ser recorrido por jinetes. Se trata del ferrocarril y su destino es Shinbone, un pueblo situado en la parte oeste del país. En un tiempo, allí solo crecían flores salvajes, aunque hermosas. Ahora, las innovaciones también se han instalado en Shinbone, y con el tren, también llegan el senador Ransom Stoddard (James Stewart) y su esposa Hallie (Vera Miles). Aunque más que llegar, retornan.

Los contrastes entre lo civilizado y lo vetusto vertebran una de las obras maestras del cine, El hombre que mató a Liberty Valance (The man who shot Liberty Valance, Paramount, 1962), aunque como bien señala el comisario borrachín de la población (interpretado por Andy Devine), el desierto continua siendo el mismo. En cualquier caso, Stoddard advierte que esta ciudad ha cambiado mucho, aunque la sustancia de las personas permanezca incólume.

No hace falta recordar, a estas alturas, cómo el género del western se caracterizó por saber transmitir los grandes temas humanos, de igual modo que podían hacerlo un Shakespeare (1564-1616) o un Juan Luis Vives (1492-1540).

Basada en el relato de Dorothy Johnson (1905-1984), el argumento cinematográfico fue desarrollado por Willis Goldbeck (1898-1979) y James Warner Bellah (1899-1976), autor del cuento que, a su vez, dio pie a La legión invencible (She wore a yellow ribbon, RKO, 1949). La película cuenta, además, con una soberbia fotografía en blanco y negro de William H. Clothier (1903-1996), la edición de Otho Lovering (1892-1968) y el vestuario de Edith Head (1897-1981). Su realizador, John Ford (1894-1973), pudo, de este modo, penetrar en los resquicios del relato original, dramatizándolo y ampliando su esencia.


Mientras Ransom Stoddard relata a los inquisitivos periodistas del diario local su historia, la esposa visita la desvencijada vivienda de Tom Doniphon (John Wayne; los nombres varían con respecto al original literario). Se trata de una visita “no oficial” pero obligada, que acrecienta el ritual de respeto hacia la figura del recién fallecido ganadero; el lugareño es la razón por la cual el matrimonio se encuentra allí. A su vez, la magdalena de Ransom será una diligencia polvorienta que yace en un cobertizo y que podría haber sido la misma que le trajo al pueblo por primera vez. Por aquel entonces, él tan solo era un joven licenciado en derecho, enfrentándose a un futuro incierto.

Nada más comenzar este personaje su retrospectiva, tan personal como general, y de marcada entonación nocturnal, Ford establece un violento contraste. La destrucción de los libros de Stoddard a manos del delincuente, bravucón y pendenciero, Liberty Valance (Lee Marvin), representa la ruptura de esa modernidad, la ralentización de un progreso cultural (no solo tecnológico) del que el pueblo anda huérfano. Valance se proclama a sí mismo representante de la ley del oeste, frente a un Ransom portador de leyes consensuadas (en esos momentos, mera caricatura a manos del citado comisario –o marshal-).

Por su parte, Tom Doniphon no es un hombre instruido, está a caballo entre el mundo que viene y el que agoniza, pero acabará siendo un componente fundamental en la instauración del orden democrático.


Como advertíamos, los cambios no solo se centran en lo tecnológico o lo normativo. El joven letrado también será objeto de un proceso, por el cual pasará de la hosquedad y cierta ingratitud, al reconocimiento del otro; no quiero que nadie luche por mí, replica en un primer momento. Y es que, de igual modo que la independencia no está reñida con la correspondencia, la ley no siempre es suficiente para que la justicia impere, como tampoco asegura su cumplimiento. Eso sí, el forastero parece tener muy claro que la libertad de expresión no ha de servir nunca como coartada para justificar toda clase de actitudes incívicas o simplemente groseras.

En toda esta evolución, es importante la educación, puesto que no puede haber auténtico desarrollo sin cultura. No por casualidad, este periodo de cambios coincide con el afianzamiento de la prensa y la introducción de la política en el territorio. Una política cuya raíz democrática no se encuentra tanto en un poder de gobierno que procede de los electores, como en la implantación de un proceso electoral lo más libre y ecuánime posible. Más aún, la escuela donde el joven Stoddard imparte sus lecciones y el referido diario local son espacios que se comunican entre sí; una buena resolución visual acerca de la pureza intrínseca de los orígenes, la que observa que los periódicos deben estar hechos para dar más poder a los lectores, en lugar de para dar más lectores al poder (aspecto extrapolable al resto de medios de comunicación, por supuesto).


En efecto, a Valance no pueden detenerlo ni las palabras ni las buenas intenciones, y ahí es donde entra en escena Doniphon, uno de esos tipos a los que toca cardar la lana. Pero también para el letrado llega la hora de tomar una resolución, aunque en un principio, no se muestre muy receptivo a ser él quien reciba las lecciones. No obstante, por encima de todo, se encuentra la dignidad de la persona.

La secuencia para elegir al candidato más idóneo en la convención territorial no tiene desperdicio, produciéndose otro tipo de duelo, esta vez sostenido con las armas de la política (de la oratoria, en definitiva). Ya desde la estatutaria sesión donde se seleccionan a los representantes del pueblo que irán a dicha convención, tanto Ransom como Tom cumplen con su cometido; el primero, asumiendo su responsabilidad como persona cultivada y, el segundo, rehusando el nombramiento de delegado para servir a otros fines (anotemos, en este sentido, el sarcasmo en el nombre del forajido, cuando se presenta ante la asamblea).

Con respecto al desenlace, gracias a la planificación de Ford y al buen empleo de la narración en flashback, el espectador podrá asistir a la verdad no impresa respecto al hombre que disparó a Liberty Valance; incluso aunque para esa persona, ello suponga revivir la pérdida de aquello que más ha amado. La leyenda apócrifa del tiroteo permite la introducción y desarrollo de disposiciones que garantizan la convivencia y la libre divergencia, frente a quienes creen que las verdades son solo intuitivas o viscerales, en base a un colectivismo empeñado en reconstruir muros ya caídos (las naciones como tales son relativamente nuevas; los enemigos de la libertad, tremendamente viejos).


Una conclusión que enlaza con el final de Fort Apache (Ídem, RKO, 1948) y por la que, mientras los testigos directos siguen con vida, lo está el recuerdo de aquellas personas que han quedado al margen de la historia, y que, de algún modo, nos representan a todos.

El desfile de tonadas populares propuesto por las vivaces orquestaciones de Cyril Mockridge (1896-1979) ayudan a recrear todo ese proceso evocativo, al incluir en su banda sonora conocidas melodías tradicionales. Incluso, de forma más autoreferencial si cabe, también inserta el tema de Ann Rutledge, compuesto por Alfred Newman (1901-1970) para El joven Lincoln (Young Lincoln, Fox, 1939), igualmente dirigida por Ford.

Quisiera destacar, para concluir, la bella alegoría que supone el desierto y las flores que produce, como reflejo de otra naturaleza menos visible a simple vista, la humana. Una imagen que forma parte de la poética del paso del tiempo, y que subyace en un pasado que se fusiona con el presente. Todo ello, armonizado por uno de los narradores en imágenes que mejor supo plasmar la emoción.

Escrito por Javier C. Aguilera



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