Puede resultar curioso considerar cómo algunos hechos aislados unidos a una forma de ser excéntrica consiguen crear un velo en torno a las personas que existen detrás de los personajes. De cara al mundo televisivo, en muchas ocasiones considerado el mundo que es, Fernando Arrabal se ha convertido con el paso del tiempo en una especie de fantoche que pulula por entrevistas y programas varios.
No nos sorprende si tenemos en cuenta que su fama en España aumentó debido precisamente a un acto de pura excentricidad, unido a la evidente ebriedad de la ocasión: 5 de octubre de 1989, de madrugada en el programa El mundo por montera, presentado por Fernando Sánchez Dragó, trata de debatir sobre el milenarismo de una forma no absurda, sino completamente borracho. Sin embargo, ni debemos juzgar una obra por hechos tan anecdóticos, ni la calidad por el personaje creador. Detrás de Arrabal, hay una persona formada que encontró su espacio en el país vecino, Francia, huyendo del régimen franquista, donde se sentía aprisionado.
Nacido en 1932, podemos destacar cómo su infancia estuvo marcada por las figuras paternas, representantes contrarios que bien pudieron convertirse en el joven Arrabal en polos opuestos de la realidad: un padre aprisionado por negarse a colaborar con el bando nacional, posterior vencedor de la guerra civil española, y mantenerse fiel a la II República, que logra huir de prisión y del que nunca se volverá a saber; y una madre que debe regir sobre su casa a la par que trabajar para el gobierno franquista, claramente de ideología contraria a la de su marido. Ideas contradictorias que ayudarían en un niño a idealizar al padre y a considerar autoritaria a la madre, especialmente cuando esta regía sobre su vida.
Tras su amistad con diferentes artistas, como los poetas postistas, logró finalmente instalarse en Francia gracias a una desgraciada suerte: enfermar de tuberculosis durante una estancia becada de tres meses. Comenzó entonces un recorrido artístico ascendente en el país galo, incluyendo contactos con el grupo surrealista de André Breton, la amistad de artistas como Andy Warhol o Tristan Tzara, y, en definitiva, una postura cercana al surrealismo y, finalmente, heredera de la vanguardia hacia una corriente más personal. De ahí, precisamente, el surgimiento del movimiento Pánico, entre otras acciones similares.
Una introducción que nos sirve para hablar de su primera obra teatral, actualmente conocida como Pic-Nic (1952). Una breve pieza de teatro que parte de un entramado absurdo, pero mordaz, una forma de hacer crítica partiendo del humor. En escena, durante un domingo, el soldado Zapo, aburrido de una guerra que no entienda, es sorprendido por sus padres, quienes han decidido realizar un pic-nic junto a su hijo, al que hace tiempo que no ven por culpa de las batallas. Durante el transcurso de la comida, otro soldado del bando contrario hará aparición, uniéndose finalmente a la familia.
Este representación supone un alegato contra la guerra y su sinsentido, en clara defensa del pacifismo. Los dos soldados protagonistas, Zapo y Zepo, son espejos de la misma realidad: un soldado que ocupa un puesto sin saber por qué ni haber querido estar allí: luchar por luchar, guerrear por guerrear. Ambos personajes tenían una vida despreocupada previa, ajena a las noticias bélicas, pero recibieron la llamada al combate pese a no estar preparados ni entender las razones. Los señores Tepán, padres de Zapo, se muestran conformes con los sucesos, aunque no pueden evitar las comparativas con cómo eran las guerras antes, con cómo luchaban también sin saber por qué, solo rojos contra azules, mientras las mujeres veían por la ventana las batallas.
Zepo: Intenté aprender a hacer otra cosa, pero no pude. Así que seguí haciendo flores de trapo para pasar el tiempo.
Sra. Tepán: ¿Y las tira?
Zepo: No. Ahora les he encontrado una buena utilidad: doy una flor para cada compañero que muere. Así ya sé que por muchas que haga, nunca daré abasto. (pg. 72)
La catarsis alcanzada por el lector, o por el público en su caso, supone observar desde fuera una situación que se considera alocada y absurda, con unos personajes que tienen un comportamiento pueril, pero que sirve para abordar la realidad, no menos loca ni disparatada. Zapo (y Zepo, como espejo de este) tiene una actitud de niño, como Arrabal nos muestra con la conversación telefónica del inicio, escena inicial que nos recuerda a los célebres monólogos de Miguel Gila (humorista de estilo similar al de esta obra de Arrabal), en un elemento del costumbrismo ingenuo. Pero incluso el comportamiento de los señores Tepán resulta incomprensible, adentrándose en mitad de una campaña militar para realizar un pic-nic con su hijo.
Sr. Tepán: Entonces, ¿cómo ha venido a la guerra?
Zepo: Yo estaba un día en mi casa arreglando una plancha eléctrica de mi madre cuando vino un señor y me dijo: "¿Es usted Zepo? Sí. Pues que me han dicho que tienes que ir a la guerra". Y yo entonces le pregunté: "Pero, ¿a qué guerra?". Y él me dijo: "Qué bruto eres, ¿es que no lees los periódicos?". Yo le dije que sí, pero que no lo de las guerras.
Zapo: Igualito, igualito me pasó a mí. (pg. 69)
Por otra parte, también podemos percibir una crítica a la repetición cíclica de la necedad de la guerra, así como contra el orgullo del concepto de todo lo pasado es mejor, en representación aquí de los batallas con caballos de los padres. La explicación de tal peligrosa hazaña sorprende al espectador, habiendo podido llegar al campo de batalla sin que nadie se lo impidiera. Es más, ningún personaje, excepto Zapo, parece sorprendido de la presencia de estos personajes, ni siquiera los camilleros que andan recogiendo a los muertos con una eficacia comercial. Estos últimos también infantilizados: temen el castigo del general por no llevar nuevos cadáveres.
El final de la obra redunda en el absurdo de la guerra, de la que los personajes desconocen el origen y motivo, a la par que ofrece un giro drástico e irónico. Un giro que frente a las risas que podían despertar las escenas anteriores, nos golpea para despertar de la ensoñación provocada por el humor.
Guernica, de Pablo Picasso |
Comienza de nuevo la batalla con gran ruido de bombazos, tiros y ametralladoras. Ellos no se dan cuenta de anda y continúan bailando alegremente. (pg. 73)
La respuesta artística a la represión, al absurdo de las guerras, a los bandos de vencidos y vencedores es capaz de adoptar distintas formas. Frente a la postura tomada por el teatro social, de códigos sobreentendidos por el público, de dramaturgos como Buero Vallejo, encontramos la del exilio de Arrabal y sus recursos vanguardistas basados en el humor, en la ruptura con lo convencional y con la realidad. Este teatro de la sátira de la realidad que representa Pic-Nic resulta magnífico por su capacidad de contraste, aunque en su conjunto no sea tan rico ni tan cercano como otras propuestas.
No obstante, y en definitiva, estamos ante una obra primeriza del que era un joven autor, a pesar de lo cual consigue una digna función. En este sentido, no temáis acercaros a un libro (o cualquier manifestación artística) solo porque la figura de su autor esté sepultada de excentricidad. Los prejuicios no os permitirán acercaros a la realidad y descubrirla por vosotros mismos.
Escrito por Luis J. del Castillo
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