El cineasta, guionista, crítico y ocasionalmente actor François Truffaut (1932-1984) siempre tuvo muy presente en sus obras a los niños. Siendo él mismo prácticamente un huérfano y habiendo conocido precariedades tanto económicas como afectivas, no dejó de recordar a los adultos la responsabilidad que padres y educadores contraen con ellos, durante el desarrollo de una etapa tan trascendental; esa a la que, pese a todo, casi todos deseamos volver.
Sus logros principales, en este sentido, fueron Los cuatrocientos golpes (Les quatre cents coups, 1958), inicio de las peripecias vitales de su alter ego, Antoine Doinel, El pequeño salvaje (L’enfant sauvage, 1969), y la que nos ocupa; incluso la perturbada protagonista de La mujer de al lado (La femme d’à côté, 1981), para procurarse cierta estabilidad, se distingue por elaborar ilustraciones para libros infantiles. Pero a diferencia de las vicisitudes de un muchacho frente a un sistema castrador (Los cuatrocientos golpes), o el esfuerzo individual del educador de El pequeño salvaje, La piel dura convoca a todo un colectivo, el docente.
La acción de La piel dura (La argent de poche / Small change, 1976, United Artist) se sitúa en Thiers, una población del centro de Francia, pero en realidad puede tratarse de cualquier región, pues común es el microcosmos descrito, y universales la mayor parte de experiencias que acontecen a esa edad (salvo tal vez, y visto hoy, la obligatoriedad de determinadas lecturas en los colegios, representadas aquí con El avaro de Molière).
Como solía ser su costumbre, en La piel dura, Truffaut se propone ir al grano, ofreciendo un relato sensible pero no sensiblero. Por ello destaca una impronta de estilo documental, “realista”. Uno tiene la impresión de inmiscuirse en un mundo tan particular como reservado, apenas recordado, en el que incluso la cámara se instala en el interior de una acción que ya parece haber dado comienzo.
Los relatos, a veces sketches, que componen la película, nos recuerdan que los niños están expuestos a múltiples peligros y agresiones. Quien lo ilustra de manera más gráfica es el pequeño Gregory, cuya peripecia acaba resultando tan cómica como “milagrosa”, como si realmente un ángel de la guarda especial velara por los niños.
Además, La piel dura parece responder a una estructura de carácter cíclico. Se inicia durante un periodo vacacional, que muestra un breve prólogo, que enseguida da pie a la carrera de varios chicos, en el primer día de colegio -o de guardería-, para finalmente concluir con un nuevo periodo vacacional y con la experiencia de las colonias. La piel dura vendría a ser algo así como las “cuatro estaciones” de la infancia y pre-adolescencia, punteada por la música al estilo clásico de Maurice Jaubert.
Hablábamos de peligros; junto a estos se encuentran los estímulos: libros, música, los otros compañeros y su influencia, hasta la publicidad. Aspectos no exentos de cierta fascinación, sobre todo en los más pequeños. Como el cartel, apenas entrevisto, que anuncia un viaje en tren. Y, por supuesto, el cine, como formidable lugar de encuentro (entonces; hoy día se ve más como un acto individual).
Es aquí precisamente donde el realizador se permite un guiño jocoso a su serie sobre Antoine Doinel: la madre del documental (ficticio) que se proyecta antes de la película, en un cine abarrotado, se apellida precisamente Doinel. Todos estos detalles sensoriales, serán los elementos que compongan la futura memoria de los infantes.
Es aquí precisamente donde el realizador se permite un guiño jocoso a su serie sobre Antoine Doinel: la madre del documental (ficticio) que se proyecta antes de la película, en un cine abarrotado, se apellida precisamente Doinel. Todos estos detalles sensoriales, serán los elementos que compongan la futura memoria de los infantes.
F. Truffaut con los niños de la película |
Y es que frente a la juventud desnortada (aquellos relatos que puntualmente hablan de la crueldad de algunos niños), se encuentra la juventud maltratada. Por eso, cuando el profesor (Jean-François Stévenin) acaba dirigiéndose a sus alumnos el día antes de las vacaciones, a propósito de su compañero Julien (Philippe Goldman), lo hace por boca del propio realizador.
Se trata de un momento sincero y particularmente hermoso. Al fin y al cabo, lo que François Truffaut quiso mostrar es la inasible pero eterna cotidianidad de los que para la mayoría son los mejores años de nuestra vida; aunque sin ocultar ninguna de sus realidades.
Escrito por Javier C. Aguilera
como la puedo ver..... porfavor
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