EL MINISTRO VS. EL SERVICIO CIVIL
Sir Humphrey:
¡Los ciudadanos tienen derecho a la ignorancia!
Resuena el pegadizo tema musical con las campanas del Big Ben al fondo, se han celebrado nuevas elecciones en Gran Bretaña y Jim Hacker (Paul Eddington) forma parte del nuevo gobierno que, como suele decirse, ostenta el poder. Aún no sabe qué cartera le corresponde. Finalmente, será la del Ministerio de Administración Pública o Asuntos administrativos.
Hacker dispondrá de un secretario privado: Bernard Bowles (Derek Fowlds), y recibirá el debido
asesoramiento de un subsecretario Permanente de Estado y Jefe del Departamento, sir Humphrey Appleby (Nigel Hawthorne), a su vez
asesorado por sir Arnold (John Nettleton), un secretario del Gabinete que sujeta con mano férrea la
libertad de información. Resulta impagable el momento en que sir Humphrey le hace al flamante ministro el desglose de toda la plantilla funcionarial, una situación que alcanza su paroxismo en el asunto del Hospital de St. Edwards (
La compasiva sociedad), o con el nombramiento para la “Orden del Cardo” (
Haciendo los honores).
Por fortuna para Jim, puntualmente recibirá el apoyo de su esposa Annie (Diana Hoddinott) y más adelante de su asesora política en el Nº. 10, Dorothy Wainwright (Deborah Norton).
El ministro:
¿Eso es Sí o No?
Trámites eternos y papeleo burocrático, expedientes, comités inter-departamentales, decisiones no-definitivas, sindicatos vergonzantes, comisiones inútiles, estratagemas
off-record, condecoraciones compradas, soplos, filtraciones, deslealtades, reconversiones lingüísticas y el diario
The Sun. Junto con el deseo de incrementar su nivel de popularidad, o al menos de no menoscabarlo, este será a partir de ahora el mundo en el que se desenvuelva Jim Hacker, por obra y gracia de Anthony Jay y Jonathan Lynn, los creadores de la magistral serie.
Sí, ministro y
Sí, Primer Ministro (BBC, 1980-1987), aborda, al igual que sucede con la ciencia ficción, los asuntos más espinosos, aquí bajo el prisma del humor, y en la mejor tradición del Ingenio Británico.
Esto no hace sino incrementar su incisivo reflejo de la realidad, ofreciendo además, una oportunidad de oro a un filólogo, y a todo aquel que no quiera caer en la trampa del pleonasmo del lenguaje. Los “pero” y “sin embargo” adquieren categoría de estilo y la práctica del cinismo se transmuta en mordaz razón de estado. Los eufemismos lingüísticos tan caros a los políticos (y muchos de sus votantes), se traducen en locuciones tales como “subsidio de desempleo” en lugar de limosnas, “base nacional integrada de datos” por
Gran Hermano, “zonas de desarrollo especial” por barrios marginales, o “negociación creativa” por soborno (
Una dimensión moral).
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Los creadores de la serie en fecha reciente |
Bernard:
“Restringido” significa que se publicó ayer, y “confidencial” que no saldrá en la prensa hasta hoy.
Pero además, dejamos que el espectador disfrute descubriendo lo que son la “Inercia Creativa” y “Las Cinco Fases de las Técnicas de Evasión” (
El guardián), los “Informes Multi-Significantes Potencialmente” (
Terribles profecías), “Las funciones de un buen ministro”, por sir Humphrey, junto a las “Cinco Disculpas Clásicas” (
Una cuestión de lealtad), “La Ley de la Proporción Inversa” (
Gobierno abierto), “Los Tres Dogmas de Fe del Funcionario” (
Igualdad de oportunidades), las virtudes políticas según Bernard (
El privilegio de la clase media), y como postre, tampoco desvelamos la -en español- “S.R.N.A.” (
Igualdad de oportunidades). Toda una valija lingüística que no puede estar más de actualidad.
Sir Humphrey:
¿Qué quiere decir con “ahora mismo”?
Poner en práctica la política del gobierno se convierte en todo un reto para el ministro, puesto que solo será posible, ¡siempre y cuando no perjudique los intereses del funcionariado o los sindicatos! Además, no siempre ésta política es acertada, pese a la razonable buena voluntad de Hacker. Por ejemplo, cuando el ministro trata de incluir a mujeres en puestos relevantes de la administración (Sarah Harrison –Eleanor Bron-, que pasaría de subsecretaria a secretaria diputada) en
Igualdad de oportunidades. De hecho, será Sarah la única que dé en el clavo cuando defienda su igualdad no por cuota, sino por eficacia.
Y es que la
sitcom no olvida la adulación, la “foto” y las sonrisas falsas que configuran las cartas credenciales del mundo de la política; un mundo donde
la mayor parte del dinero que gasta el gobierno es simbólico.
La conclusión es que ningún gobierno
puede diferenciarse del anterior; toda apertura o intento de transparencia es concienzudamente torpedeado. Baste recordar el encuentro de Hacker con su colega Tom (Robert Urquhart), ahora en la oposición (
El guardián), las charlas con Bernard o el canal de la “red de chóferes” (
La compasiva sociedad), sin los cuales Hacker se hallaría definitivamente sin armas con las que poder combatir.
Sir Arnold:
El poder lo da la permanencia.
El periodo de Jim Hacker abarca los años ochenta, años de profundos cambios en el Reino Unido, desde la incorporación de los ordenadores, pasando por el fomento de una Europa “desunida” (
Más vale lo malo conocido), la contaminación y el chip de silicona.
Pero Hacker no es un advenedizo, sino un hombre de buena voluntad (
Gracias a Dios por la prensa libre, asegura), que dirigió un diario económico (
The Informer), y que trata de mantener el delicado equilibrio con el partido, frente a los derroches de un gobierno que lo convierte las más de las veces en una marioneta.
Y es que el ministro es solo el vistoso representante de un engranaje cuya política se decide bajo cuerda en elegantes clubs privados, en tanto los estudiantes extranjeros mantienen un sistema educativo caduco, pagando unas tasas muy elevadas (
Haciendo los honores, El servicio nacional de educación), o mientras los propios políticos se infiltran dentro de los consejos de administración de los bancos (impagable el retrato de sir Desmond –Richard Vernon- en
Puestos para los amigos).
Annie:
¡El ejército debería rescatar a ese perro!
Junto a los aspectos ya expuestos, cabe destacar igualmente otros momentos ejemplares, como el de las revistas “especializadas” y la
Brigada de Liberación Internacional en
La lista negra, el residuo contaminante en
La cucaña, la visita a la granja local en
Calidad de vida (que no tiene precio), las cumbres como subterfugios en
Una cuestión de lealtad, la colegiala que le pide a Hacker un resumen de sus logros en
Igualdad de oportunidades, el impedimento de tener una conversación privada en
El esqueleto en el armario, la defensa civil junto a la dependencia de los medios con el poder en
El desafío, los regalos y sus correspondientes tarjetas navideñas junto a las delirantes regulaciones de la C.E.E. contra la salchicha británica en
Juegos políticos (capítulo vértice de una hora de duración), la política de transportes en
Una alfombra de clavos, que hace que sir Humphrey se mese los cabellos; la misión del departamento en el Golfo Pérsico… sin alcohol, en
Una dimensión moral; las subvenciones al mundo del arte (
El privilegio de la clase media) o la venta de armas a potenciales terroristas en
El sacerdote del whisky… sin olvidar el complacido rostro de Bernard cuando sir Humphrey habla.
EL PRIMER MINISTRO “SOÑALISTA”
Bernard:
Ya no tiene usted una función específica.
Es en el capítulo
Juegos políticos donde conoceremos las circunstancias del nombramiento de Jim Hacker como Primer Ministro, el culmen de sus aspiraciones.
Al principio, Jim Hacker no se atreve a (intentar) tomar una decisión, como con respecto a la desatención de la defensa de Inglaterra, finalmente aparcada por una cuestión más “energética” en
El gran proyecto, o frente al ataque de la administración funcionarial
again en
El poder en la sombra, o sobre la función de las actas oficiales en
Secretos oficiales, los billones que se recaudan con el impuesto al tabaco en
La cortina de humo (inolvidable la definición de hacienda que da sir Humphrey en este capitulo), la traición de un doble agente en
Uno de los nuestros, la agenda marcada por un funeral de Estado y las relaciones
diplomáticas con Francia en
Incidente diplomático, o los preparativos para su primera comparecencia ante las cámaras como Primer Ministro en
El discurso televisado, en el que además se ironiza acerca de la elaboración de las encuestas para que reflejen aquello que se desea: con las estadísticas se puede demostrar cualquier cosa.
Así, nos convertimos en testigos privilegiados de los entresijos del Nº. 10, la O.N.U., el uso –o no- de las informaciones proporcionadas por el espionaje (los MI 5 y MI 6), la función de la diplomacia y la (des)organización de oficinas y departamentos, geográficamente estratégicos, y cuyo epicentro es el despacho del Primer Ministro. Episodios animados por la presencia de Frank (espléndido Peter Cellier), el Secretario del Tesoro, y la citada consejera política del Primer Ministro, Dorothy Wainwright.
Dorothy:
¿Ha pensado todo eso usted solo?
En esta segunda singladura como Primer Ministro, la perversión del lenguaje prosigue hasta límites exclusivamente humanos, junto con la manipulación de la opinión pública, el papel de los jueces nombrados por los políticos (incluyendo el almuerzo con el director de algún que otro periódico), el voto teledirigido, las pensiones vitalicias para los que han ejercido la política, la elección de un cargo eclesiástico (
El gambito del obispo), en el que los intereses de un país establecen las relaciones con él, o el retrato de la activista Agnes Moorehouse (Gwen Taylor) en
Poder para el pueblo -con las brillantes conversaciones entre sir Humphrey y Bernard, y sir Humphrey y sir Arnold.
De hecho, la cruz de Hacker como Primer Ministro será no poder reformar la administración local sin reformar antes todo el sistema político: por supuesto, nadie desea reformar un sistema que le ha proporcionado un cargo con poder casi vitalicio.
Bernard:
¿Acabaré también yo siendo un vacío moral?
Abundando en estos momentos magistrales, podemos añadir la preferencia en hacer recortes a la clase media antes de proceder con una congelación de salarios en
Todos somos socios, la diferencia entre “irregularidad” y “prevaricación”, junto a lo que es un “T.P.” (en
Conflicto de intereses), las “Cuatro Respuestas Standard del Ministerio del Exterior en Momentos de Crisis” en
Una victoria para la democracia (este capítulo es en sí mismo una rotunda obra maestra, sobre la razón del apoyo hacia un país u otro, por vía de contratos sazonados por el antisemitismo de rigor, aunque con un Hacker finalmente enérgico); las memorias del antecesor de Hacker en el puesto en Secretos oficiales, la entrega de galardones del Teatro Británico en
El mecenas, las relaciones -y su visión nada complaciente- de las relaciones diplomáticas en el citado
Incidente diplomático, el panorama de los profesionales de la enseñanza para mejorar, no el nivel de los alumnos, sino de los profesores, en
El servicio nacional de educación, la ocultación de información a un diputado y al propio Primer Ministro acerca de un “pinchazo telefónico” en
Tejemanejes (en el que asegura Hacker que l
a honradez siempre te da la ventaja de sorprender en la Cámara de los Comunes), o al fin, los distintos tipos de prensa en Inglaterra según el acertado criterio de Bernard en
Conflicto de intereses.
Largo es el camino de la enseñanza por medio de teorías; breve y eficaz por medio de ejemplos (Séneca).
Sí, ministro y
Sí, Primer Ministro es una ácida genialidad que el tiempo no hace sino confirmar, un presente histórico de continuo retorno donde no existen amigos por amistad, donde el corporativismo se convierte en una de las bellas artes (
Todos somos socios), y el racismo es siempre de los demás.
Si a esto añadimos que, tanto ahora como antes, se vive de la política de forma vitalicia, que los políticos están “aforados” e incrustados en todas las esferas, incluida la Justicia, y que los menos votados acaban gobernando, junto con el aumento de la tributación en lugar de la supresión del gasto, la servidumbre del elogio, el desvío de fondos públicos para sostener viajes organizados a dictaduras, el acoso a los medios de comunicación independientes, el adelgazamiento de la cultura: cine, pintura, libros… reducidos a cuatro títulos y poco más, la relativización de todo o la tiranía de la subvención… el atractivo y perspicacia de la serie resultan innegables, ofreciendo un atroz espejo de Stendhal donde el conocido
haz lo que yo diga pero no lo que yo hago es ley, donde dar las buenas tardes a un director de banco casi cuesta una comisión, aunque te regale una sartén, y donde para colmo el ciudadano no puede reclamar por incumplimiento de contrato.
Y es que la subsistencia de un país es dificultosa cuando no existe un proyecto nacional sino un proyecto administrativo en el que la capacidad crítica se neutraliza con la militancia. Al menos la lúcida serie que nos ocupa nos hace reír a la vez que reflexionar.