En La legión invencible (She wore a yellow ribbon, Argosy / RKO, 1949), el magistral segundo jalón de lo que se denomina la “trilogía de la caballería” de John Ford, junto con Fort Apache (1948) y Río Grande (1950) –y como curiosidad, uno de los retitulados en español que equiparaban el universo del far west con el clásico, junto a Centauros del desierto (The searchers, 1956), por no salirnos del universo Ford.
En el original, la cinta amarilla a la que alude la canción del título, hace referencia a la aparición de un nuevo amor, expresado mediante tal atavío (más curiosidades: otra canción pondrá título a otro gran western de Ford, Pasión de los fuertes, My Darling Clementine, 1946).
Me parece que se trata de la primera entrada que dedicamos al género western en nuestro blog. Ya era hora de hacerlo, y lo primero que conviene decir es que por más que se trate de un producto mil veces emitido por televisión, éste depende de la idiosincrasia de cada autor, como cualquier otro género: no es igual un western de Howard Hawks, que uno de William Wellman, de Allan Dwan, de Ford, etc.
Baste recordar la excelente anécdota que relata Steven Spielberg en el sentido documental Directed by John Ford (1971-2006), que dirigiera Peter Bogdanovich acerca de la figura del cineasta, y en la que relata su encuentro con éste y el consejo que le dio para llegar a ser un buen director, sobre la disposición de la línea del horizonte en el “cuadro” cinematográfico.
El western constituye en el cine la más perfecta conjunción entre sociología y arte. Susceptible de una enorme diversidad de enfoques, contenidos éticos y puesta en escena, es equiparable a los ciclos heroicos clásicos. Naturalmente los hay buenos y malos, como en cualquier otro género, pero para cualquier (verdadero) amante del cine, siempre será uno de sus modos de expresión más universales y productivos (por más que la localización sea definida, sus contenidos son globales: el amor, la muerte, la venganza, la amistad, la traición, la historia, la pertenencia a una colectividad o el desarraigo…). Todo ello, junto con la asimilación de otras características genéricas, como son el humor, la aventura, el drama, la epopeya, la fábula, e incluso el musical o el cine negro. De hecho, quien se siente ajeno al western lo está del cine realmente (no así de las “películas”, con sus mitomanías, gustos y disgustos).
Y así llegamos hasta John Ford (1894-1973), con toda justicia, uno de los grandes realizadores cinematográficos (confío que con el tiempo recordemos que en varios géneros). Al son del histórico tema musical adaptado por Richard Hangeman, se inicia La legión invencible, a la que su realizador imprime movimiento ya desde los primeros planos, del mismo modo que irá recreando todo el lirismo del periodo por medio de hermosos planos generales (por ejemplo, el la de la Caballería atravesando el río). La poesía de la épica es la del cine, en definitiva.
Formando parte de ella, pero con atributos muy humanos, está el capitán Nathan Brittles (un espléndido John Wayne), que recibe la misión de evitar un enfrentamiento con los indios, que un insurrecto les venda armas, y escoltar hasta un puesto de diligencias (Sudrose Wells) a la esposa y sobrina de su comandante, la sra. Allshard (la inolvidable Mildred Natwick) y la sta. Dandridge (Joanne Dru), la cual es objeto de las galanterías de dos oficiales, los tenientes Pennell (Harry Carey Jr.) y Flint (John Agar).
Y es que, pese a lo que podría pensarse, en muchos westerns planea y se destaca la figura de la mujer (por mucho que a veces su figura se revista de abnegación). En suma, historia e intrahistoria, frente a las miradas más veteranas del capitán y el sargento Tyree (Ben Johnson).
Por supuesto, los secundarios en Ford, como en casi todo el cine clásico, no lo son en sentido estricto. Su concurso resulta vital en el relato. Así, a los ya nombrados, debemos sumar a Victor McLaglen (el sargento Quincannon), portador de las raíces irlandesas del realizador, jolgoriosos sopapos incluidos, y a Chief John Big Tree (Jefe Caballo Andante), que como recordaba Joseph McBride en su Tras la pista de John Ford (T&B, 2004), compone el más memorable de los personajes indios de Ford, aunque su presencia “física” en la película sea escasa.
Es el año de 1876, las tribus indias tratan de reagruparse para la guerra bajo el mando de Toro Sentado y Caballo Loco. Custer ya ha muerto en Little Big Horn. La recreación que supone La legión invencible no invalida en absoluto el aspecto revisionista que Ford le imprime al relato. Junto a los asumidos excesos cometidos contra los indios, incluyendo a los desalmados que continúan traficando con ellos, está la lealtad de Brittles para con el líder de la tribu, con el que advertimos que ya ha vivido otras peripecias. Una lealtad que traslada a todo su regimiento, y unos jefes indios que observan cómo su sabiduría y su identidad corre el riesgo de perderse, ya que los jóvenes, que debieran preservarla, no desean más que la guerra.
Hablábamos nuevamente de intrahistoria; esta se focaliza en la figura del capitán Brittles, que ante su inminente jubilación ha de “soltar las riendas” del mando, no sin pesar y esfuerzo. Y es que para un hombre activo como Brittles, la jubilación es la peor noticia, presupone lo aprisa que ha transcurrido la vida, aunque en un pulso a esta, Brittles logra poner broche de oro a su misión, anteriormente fallida, como civil (aunque este estado no se prolongue demasiado).
Mención especial merece la admirable fotografía de Winton C. Hoch, que retrata y recrea unos atardeceres, cuyo tono anaranjado contrasta dramáticamente con el azul del cielo. Durante uno de esos inolvidables atardeceres, una sombra se proyecta sobre la lápida de la esposa de Nathan. Toda la secuencia es uno de los momentos más sobresalientes legados por John Ford, junto con la extraordinaria secuencia de la tormenta eléctrica durante la travesía por el desierto. Una tormenta siempre precedida por el sonido del viento, a modo de omnipresente banda sonora.
En el original, la cinta amarilla a la que alude la canción del título, hace referencia a la aparición de un nuevo amor, expresado mediante tal atavío (más curiosidades: otra canción pondrá título a otro gran western de Ford, Pasión de los fuertes, My Darling Clementine, 1946).
Me parece que se trata de la primera entrada que dedicamos al género western en nuestro blog. Ya era hora de hacerlo, y lo primero que conviene decir es que por más que se trate de un producto mil veces emitido por televisión, éste depende de la idiosincrasia de cada autor, como cualquier otro género: no es igual un western de Howard Hawks, que uno de William Wellman, de Allan Dwan, de Ford, etc.
Baste recordar la excelente anécdota que relata Steven Spielberg en el sentido documental Directed by John Ford (1971-2006), que dirigiera Peter Bogdanovich acerca de la figura del cineasta, y en la que relata su encuentro con éste y el consejo que le dio para llegar a ser un buen director, sobre la disposición de la línea del horizonte en el “cuadro” cinematográfico.
El western constituye en el cine la más perfecta conjunción entre sociología y arte. Susceptible de una enorme diversidad de enfoques, contenidos éticos y puesta en escena, es equiparable a los ciclos heroicos clásicos. Naturalmente los hay buenos y malos, como en cualquier otro género, pero para cualquier (verdadero) amante del cine, siempre será uno de sus modos de expresión más universales y productivos (por más que la localización sea definida, sus contenidos son globales: el amor, la muerte, la venganza, la amistad, la traición, la historia, la pertenencia a una colectividad o el desarraigo…). Todo ello, junto con la asimilación de otras características genéricas, como son el humor, la aventura, el drama, la epopeya, la fábula, e incluso el musical o el cine negro. De hecho, quien se siente ajeno al western lo está del cine realmente (no así de las “películas”, con sus mitomanías, gustos y disgustos).
John Ford |
Formando parte de ella, pero con atributos muy humanos, está el capitán Nathan Brittles (un espléndido John Wayne), que recibe la misión de evitar un enfrentamiento con los indios, que un insurrecto les venda armas, y escoltar hasta un puesto de diligencias (Sudrose Wells) a la esposa y sobrina de su comandante, la sra. Allshard (la inolvidable Mildred Natwick) y la sta. Dandridge (Joanne Dru), la cual es objeto de las galanterías de dos oficiales, los tenientes Pennell (Harry Carey Jr.) y Flint (John Agar).
Y es que, pese a lo que podría pensarse, en muchos westerns planea y se destaca la figura de la mujer (por mucho que a veces su figura se revista de abnegación). En suma, historia e intrahistoria, frente a las miradas más veteranas del capitán y el sargento Tyree (Ben Johnson).
Por supuesto, los secundarios en Ford, como en casi todo el cine clásico, no lo son en sentido estricto. Su concurso resulta vital en el relato. Así, a los ya nombrados, debemos sumar a Victor McLaglen (el sargento Quincannon), portador de las raíces irlandesas del realizador, jolgoriosos sopapos incluidos, y a Chief John Big Tree (Jefe Caballo Andante), que como recordaba Joseph McBride en su Tras la pista de John Ford (T&B, 2004), compone el más memorable de los personajes indios de Ford, aunque su presencia “física” en la película sea escasa.
Es el año de 1876, las tribus indias tratan de reagruparse para la guerra bajo el mando de Toro Sentado y Caballo Loco. Custer ya ha muerto en Little Big Horn. La recreación que supone La legión invencible no invalida en absoluto el aspecto revisionista que Ford le imprime al relato. Junto a los asumidos excesos cometidos contra los indios, incluyendo a los desalmados que continúan traficando con ellos, está la lealtad de Brittles para con el líder de la tribu, con el que advertimos que ya ha vivido otras peripecias. Una lealtad que traslada a todo su regimiento, y unos jefes indios que observan cómo su sabiduría y su identidad corre el riesgo de perderse, ya que los jóvenes, que debieran preservarla, no desean más que la guerra.
Hablábamos nuevamente de intrahistoria; esta se focaliza en la figura del capitán Brittles, que ante su inminente jubilación ha de “soltar las riendas” del mando, no sin pesar y esfuerzo. Y es que para un hombre activo como Brittles, la jubilación es la peor noticia, presupone lo aprisa que ha transcurrido la vida, aunque en un pulso a esta, Brittles logra poner broche de oro a su misión, anteriormente fallida, como civil (aunque este estado no se prolongue demasiado).
Mención especial merece la admirable fotografía de Winton C. Hoch, que retrata y recrea unos atardeceres, cuyo tono anaranjado contrasta dramáticamente con el azul del cielo. Durante uno de esos inolvidables atardeceres, una sombra se proyecta sobre la lápida de la esposa de Nathan. Toda la secuencia es uno de los momentos más sobresalientes legados por John Ford, junto con la extraordinaria secuencia de la tormenta eléctrica durante la travesía por el desierto. Una tormenta siempre precedida por el sonido del viento, a modo de omnipresente banda sonora.
Se cuenta que Winton Hoch tuvo sus dudas (y no que se negara) respecto a la filmación, porque literalmente, les podía partir un rayo. La reciente remasterización de la cinta nos hace comprender hasta qué punto fue acertada la concesión del Oscar al cinematographer. Y es que la fisicidad del entorno (la película fue filmada en el mismo Monument Valley), pasa a ser un elemento consustancial de La legión invencible. Así ocurre con las nubes, el sonido de los grillos, el río, las carretas sorteando los obstáculos del terreno y el polvo en los uniformes, sobre los caballos o durante las cabalgadas.
Pero John Ford nos depara otros momentos inolvidables, junto al inevitable “interludio irlandés” y la ceremonia social del baile, están el regreso al fuerte tras el “tormentoso” viaje por el desierto, y el funeral militar con la bandera confederada (una lección aún no aprendida por otras latitudes).
Lo que se desarrolla en las obras de John Ford es la vida misma. Y como no medimos las películas por el número de “estrellas” que aparecen, sino por su aporte artístico y por aquello que nos hacen descubrir a día de hoy (en definitiva, por su modernidad), un cineasta como John Ford siempre tendrá cabida en este blog.
Será la demostración de que por encima de borrosas ideologías y caracteres “tormentosos”, sobresalen unas obras que, como muchos autores han reclamado, son testimonio de la propia dignidad del hombre.
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