Erri de Luca |
Uno de los autores italianos más reconocidos en los últimos años, Erri de Luca, nos da una pequeña muestra de su estilo en esta obra publicada en 2011, donde hablará de forma autobiográfica, quizás la única forma en la que sabe, porque prefiere, según sus palabras, no inventar. Por esta, y otras cuestiones, no podemos hablar de una novela en su sentido más estricto, pues aunque existe una cronología continua con un argumento desarrollado en el verano de 1960, se trata realmente de una serie de reflexiones sobre toda una vida, partiendo desde los diez años del protagonista hasta su vejez, como un péndulo que nos lleva desde un momento a otro.
No obstante, la vejez no será, en este caso, novelada, sino una voz reflexiva que nos revele hechos futuros a ese verano o, sobre todo, nos regale fragmentos de cierta lírica que ocultan densas reflexiones de un hombre que ha vivido mucho desde sus diez años. En ese sentido, la obra nos muestra el proceso del fin de la inocencia infantil a la conciencia adulta, donde se percibe el mundo con desasosiego y se comienza a rechazar la protección que daba el hecho de ser un niño.
Eran niños deformados por un cuerpo voluminoso. Eran vulnerables, criminales, patéticos y previsibles. Podía anticipar sus gestos; a los diez años era un mecánico del artefacto adulto. (pág. 14)
El protagonista adquiere una voz similar al Lorca de los paraísos perdidos, pero con una velada crítica incluso a esa ceguera infantil, como los niños golpeando perros, en un estilo más similar al Alberti que se percataba de que, en su niñez, mataba pájaros. Sin embargo, la narración desde la vejez puede romper la novela, en un afán por intentar explicarse más que por mostrar al lector lo que se pretende enseñar.
Por otra parte, en los fragmentos más novelados, Erri de Luca concibe una personalidad introvertida e inteligente, apartada del resto de niños o compañeros, a la vez que se analizan los diez años como ese momento de la vida que supone, realmente, ser un tiempo intermedio entre el niño que se es y el adulto que será, un mundo ya distante para la otra voz, que incluso ha perdido el nombre de su primer amor.
Niños en la playa de Nápoles (John Singer Sargent, 1878-9) |
Había en ella la firmeza que he reconocido en la voz de los ciegos. (pág. 48)
Sin duda, si actuáramos de forma más simplista, podríamos decir que la obra nos cuenta el primer amor de verano de un niño de diez años en escenas sueltas, como una película con muchas transiciones que incluye una voz en off desde el futuro. Podríamos estar ante un ensayo autobiográfico, incluso ante un nostálgico marco de una infancia ya perdida, tanto personalmente como socialmente. Parece que ya no habrá infancias así, para bien y para mal. Este libro nos deja como su pequeño tesoro el retrato de unos días en ese pasado que ya no se recupera, como los peces que, una vez pescados, se devuelven al mar, o los amores que saben que nunca volverán a verse.
En ese lado encontramos a la otra protagonista, la chica de olvidado nombre como el pueblo de cierto caballero manchego, que como nuestro narrador, fue una niña especial. Aunque no se desarrolla esencialmente a este personaje, se percibe un aura especial a su alrededor, fruto de la narración y del carácter que Erri de Luca le imprime. El lector, junto a estos dos niños, descubrirá la importancia de palabras como mantener, tomar, justicia y amor en este pequeño volumen, con un final que tiene cierto regusto al final de un cuento del que se debe despertar, como la infancia.
En otro sentido, son notables las referencias intertextuales, esencialmente la mención al Quijote, realizando una interpretación bastante lúcida de la obra, y al Génesis, primer libro de la Biblia, en una comparación final que es, sin duda, uno de los mejores fragmentos de la obra. También sin imprescindibles las referencias italianas, bien cuidadas por una buena traducción y algunas notas en la edición de Seix Barral.
En definitiva, un libro a medias entre una prosa poética, pues contiene una lírica especial, y una novela autobiográfica, con reflexiones acerca de ese periodo en que dejamos de leer la palabra amor en las novelas y comenzamos a comprenderla. O, de otra forma, el recuerdo de un momento que, pese a no vivirlo, nos pertenecerá desde el momento en que cerremos esta obra.
Hoy pienso en un tiempo final en común con una mujer, con la que coincidir como lo hacen las rimas, al término de la palabra. (pág. 110)
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