Matrix Reloaded y Matrix Revolutions, de Lana y Lilly Wachowski

11 julio, 2022

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Esta reseña comenta y explica cuestiones relativas al argumento. Atención, spoilers.

Matrix (The Matrix, Lana y Lilly Wachowski, 1999) supuso un éxito que exigía más. Después de haber logrado unir un planteamiento de tintes filosóficos con una acción clásica, pero modernizada gracias a los efectos visuales y especiales, era de esperar que las hermanas Wachowski siguieran abordando esta fusión, pero ampliando aún más su propio cosmos, esta distopía en la que las máquinas dominan un planeta prácticamente inhabitable mientras usan a los humanos como fuente de energía. Para ello, realizaron lo que considero que fue un díptico que completaría la trilogía, en la que podemos situar a Matrix como una introducción que queda suelta mientras que las dos siguientes están irremediablemente unidas, tanto es así que se estrenaron con apenas meses de diferencia. Nos referimos a Matrix Reloaded (The Matrix Reloaded, 2003) y Matrix Revolutions (The Matrix Revolutions, 2003).


Para situarnos, es necesario tener en cuenta que al final de Matrix, nuestro protagonista y héroe mesiánico, Neo (Keanu Reeves), ha descubierto que el mundo que conocía era una mentira virtual creada por las máquinas para someter a los humanos, pero también que él puede ser el Elegido, según una profecía, alguien capaz de conocer y alterar el código de programación de ese mundo digital. Ha conseguido, por tanto, desarrollar su potencial enfrentando a los terribles agentes que mantienen el control de Matrix, habiendo derrotado a uno de los más peligrosos, el agente Smith (Hugo Weaving). Ahora bien, si podemos entender que Matrix fue una historia que podríamos considerar autoconclusiva, con un personaje que debe aceptar su rol de Elegida y escapar de la realidad virtual en la que vive, ¿cuál debe ser el siguiente paso que debían abordar las hermanas Wachowski? 

El cumplimiento de la Profecía. En realidad, Neo solo había abarcado su aceptación como héroe, consiguiendo además desplegar su potencial dentro de Matrix, pero ahora debe cumplir con la misión que el destino le tenía reservado. Al menos, así lo cree Morfeo (Laurence Fishburne), que sigue los designios del Oráculo (Gloria Foster, en la que fue su última película, en la siguiente entrega sería sustituida por Mary Alice), un ente de Matrix que descubriremos que es un programa informático que ha tomado conciencia. El destino del Elegido en esta historia es acabar con la guerra que existe en la realidad entre máquinas y humanos. Aunque ahí es donde se plantea el dilema filosófico que rige Matrix Reloaded: ¿tiene Neo capacidad de elegir o debe cumplir con lo que el destino le dicta?


Uno de los aspectos más interesantes a debatir de la obra es cómo Neo se convierte en Elegido dentro de un mundo virtual dominado por las máquinas. Y ese es el precisamente el giro de tuerca que se da al final de Matrix Reloaded. En realidad, no solo es que Matrix sea un mundo virtual, sino que ha sido reiniciado en varias ocasiones y en cada reinicio se coloca a un nuevo Elegido para que, al cumplir con la profecía, se una a la base de datos central, o Fuente, y se reinicie el programa con la recopilación de datos realizada. Es decir, en realidad Neo es una pieza más del sistema que funciona como actualización y al que se le somete a una serie de falsas dicotomías en las que se le presupone libre albedrio, cuando nunca tuvo ninguna capacidad de elección. Este es, sin duda, el punto más interesante de la trama, que se resume en el encuentro final entre el Arquitecto (Helmut Bakaitis) y Neo, momento en que el protagonista rompe la rueda y toma una decisión que supone evitar ese reinicio, aún a costa de la vida de los habitantes de Sion, de la que hablaremos posteriormente. Cabe destacar que el Arquitecto es quien explica tanto a Neo como a la audiencia la realidad de Matrix, retorciendo el significado de la primera entrega y mostrando mejor que nunca los límites de esta distopía, construida con las bases de 1984 (George Orwell, 1949)

En efecto, como en todo viaje del héroe, en toda la saga de Matrix se dan una serie de circunstancias casuales que permiten al héroe lograr la victoria, pero en este caso es que el propio enemigo es quien permite que esto suceda. Estamos ante un paradigma de eterno retorno, en el que la inteligencia artificial que maneja Matrix crea una falsa ilusión de mesías para dar esperanza a los seres humanos y así mantener controlados a quienes acaban liberándose del dominio de este mundo virtual. Esto supone para Neo una gran desestabilización, porque acaba con la fe que le había inculcado su mentor, Morfeo, y también con su propia identidad. Sin embargo, hay un elemento crucial, y algo tópico, que permite que el protagonista rompa este ciclo: el amor. De manera egoísta, nuestro héroe opta por intentar salvar a la persona que ama, Trinity (Carrie-Anne Moss), siendo consciente de que con esa decisión está permitiendo que las máquinas ataquen la ciudad en la que viven los supervivientes de Matrix. Y es una decisión bastante curiosa, porque en secuencias anteriores había incluso llegado a besar a otra mujer por lograr cumplir con la profecía, pero cuando su decisión puede suponer la muerte de Trinity, entonces el amor juega un papel superior al de su misión.


En Matrix Reloaded y muy especialmente en Matrix Revolutions juega un papel muy relevante Sion, la ciudad en la que sobreviven los humanos que han logrado escapar del control de Matrix. Debemos mencionar que la ambientación postapocalíptica y tecnológica que plantean las hermanas Wachowski muestra la degradación absoluta del medio ambiente (el mundo está cubierto por una tormenta eterna y los seres humanos malviven en las entrañas terrestres, en cuevas hechas mediante conductos metálicos, sin vegetación ni muestras de vida natural) y también una sociedad militarizada y en guerra continua con seres que son superiores en armamento y número. Sobre ello podemos destacar la semejanza en la ambientación que tiene Aliens: el regreso (AliensJames Cameron, 1986), incluso en el modo en que las máquinas atacan Sion por conductos, causando el mismo pavor que los xenomorfos, o los exoesqueletos que usan los humanos para combatirlos, ya en la tercera entrega. No obstante, a pesar de esta ambientación futurística, también tiene un componente tribal o prehistórico, que se puede observar en algunos elementos de vestuario o en la forma en que realizan una fiesta de tintes eróticos que supondría un reflejo opuesto al mundo que han creado las máquinas: carne y calor incluso en los colores rojizos y ocres frente al metal y los cables, es decir, la frialdad azul o verde de las máquinas.

Precisamente, la forma de organización social está militarizada: todos responden ante un gran consejo de sabios, que son los mayores en la sociedad, pero, a la vez, están liderados por un comandante, que controla a los capitanes de las naves que emplean para desplazarse por el mundo. Una de las cuestiones principales que se trata en esta sociedad es la división entre los creyentes en la profecía, que estarían representados por Morfeo, quien cuenta con el apoyo del consejo, y los ateos, que están representados por el comandante Lock (Harry J. Lennix). Este personaje mantiene una actitud arrogante y contraria a todo lo que representan los protagonistas; sin embargo, como descubriremos posteriormente aunque nunca se le reconozca, tenía razón y actúa siempre a lo largo de la obra para conseguir el mayor bien para Sion. No obstante, la forma en que está escrito e interpretado suele suponer un rechazo para el espectador, que sentirá más empatía por los protagonistas, sobre todo al conocer las habilidades de Neo.


Mientras que en Matrix Reloaded hay un equilibrio entre ambos mundos, el real y el virtual, en Matrix Revolutions ocupa un lugar primordial el mundo real, en el que las hermanas Wachowski colocan una gran batalla final entre el ejército humano y las máquinas a las puertas de Sion. Sin duda, una muestra más de su efectismo y de la identidad de acción bélica que acaba adquiriendo la saga conforme avanza. Ahora bien, como en otras obras épicas, el héroe real no suele estar en esta batalla, sino que son otros, esos anónimos que acaban adquiriendo un nombre propio tras esta contienda, los que luchan mientras el héroe toma un derrotero distinto: el camino para acabar con todo de una vez por todas. Así lo vemos en, por ejemplo, El retorno del rey (The Return of the King, J.R.R. Tolkien, 1955) o en varias ocasiones en la saga de Star Wars, por ejemplo, en El retorno del Jedi (Star Wars. Episode VI: Return of the Jedi, Richard Marquand, 1983) o en la más reciente El ascenso de Skywalker (Star Wars. Episode IX: The Rise of Skywalker, J.J. Abrams, 2019). En efecto, junto en las terceras partes o desenlaces de sus respectivas trilogías. Pero es más, la historia finaliza, como no es de otra forma, con el sacrificio del protagonista, en este caso con el tono mesiánico de tintes cristianos (podemos observar la forma de cruz que tiene el cuerpo de Neo en las últimas secuencias o su entrada hacia la luz). A pesar de su reticencia inicial, de su deseo egoísta y romántico, Neo acepta su destino, pero lo hace de forma consciente y libre, logrando, de camino, cambiar no solo el mundo virtual, sino también el mundo real, al otorgarle un nuevo significado con su trato con las máquinas para lograr la paz.

No obstante, más allá de este viaje del héroe, nos encontramos con algunas características que acaban desmereciendo el resultado final. Por una parte, la historia plantea al agente Smith como villano, pero un villano alternativo al de las propias máquinas: es un programa consciente de sí mismo que ha logrado independizarse del control de Matrix y que se acaba convirtiendo en un virus informático. De facto, como él mismo se encarga de explicar, es la contraparte necesaria del héroe, su rival, contra quien se tendrá que enfrentar en el tramo final de la historia. Ahora bien, la manera de funcionar de este personaje es anómala, aparece por conveniencia del guion y su objetivo va variando sin demasiado sentido. Por ejemplo, acaba teniendo la capacidad de alterar la mente de un ser humano y llegar al mundo real (algo que el espectador sabe mientras que los personajes lo desconocen), pero en vez de simplemente seguir su designio de encontrarse con Neo y acabar con él, decide colaborar con las máquinas acabando con las naves de los humanos, a pesar de que acaba absorbiendo y manejando todo Matrix quitándole el control a las máquinas a las que antes había ayudado en el mundo real. Es más, a pesar de dominar el sistema, sigue sin conocer los paradigmas que lo rigen, como demuestra al enfrentarse a Neo al final. Es más, podemos también decir que los combates entre Neo y Smith en ambas partes son excesivos y bastante repetitivos.


En general, la acción de la saga es excesiva en varios puntos. Pero mientras que en Matrix contaba con el factor de la novedad de un lenguaje y unos efectos especiales propios, como el tiempo bala, el uso entremezclado de armas de fuego y artes marciales o el uso de la ralentización o la cámara lento en algunos segmentos, estos se repiten hasta la extenuación en sus secuelas. No es de extrañar, pues una vez asentado el sello personal, se sigue con las mismas normas que se sello impone y que otorgan coherencia interna a la saga, pero en algunos segmentos se perciben especialmente alargados de manera innecesaria. Por ejemplo, el combate entre Neo y múltiples copias de Smith en la mitad de Matrix Reloaded es extenuante, sobre todo porque no tiene ningún final ni resulta significativo para la trama, salvo para mostrar hasta dónde está llegando el poder del villano, que ya había sido derrotado en la primera entrega. A rescatar, no obstante, la secuencia en la autopista de Matrix Reloaded, a pesar de ser también bastante larga, pero está bien firmada y se escapa de lo usual de la saga proponiendo diferentes enfoques y repartiendo protagonismo entre Morfeo y Trinity. Lástima que su conclusión sea un deus ex machina de manual.

Algo similar sucede con la estructura y el ritmo que tienen ambas películas. En todo momento, la historia avanza de la misma forma: los protagonistas deben acudir a cierto personaje, mantienen una conversación con este personaje, consiguen nueva información, avanzan hacia el siguiente punto. Esta repetición es bastante evidente en Matrix Reloaded, mientras que en Matrix Revolutions está más disimulado por el inicio del conflicto bélico. En este sentido, ambas películas se resienten frente a su predecesora, que tenía unos tramos que funcionaban de manera diversa entre sí. En este caso, las películas se convierten en una carrera continua por llegar a la siguiente explicación, haciendo desfilar por medio a diversos personajes que dan entidad a este universo, pero que parecen existir por y para darles más contenido y nuevas pistas a los protagonistas. Es más, en ocasiones los diálogos son extensos y se resumen en soliloquios que dan vueltas sobre los temas de destino, libertad, identidad y causalidad, siendo a veces innecesarios por ser repetitivos o por no llevar a ninguna parte, ya que no aportan nada a la trama y solo la ralentizan.


Por contra, debemos agradecer que al menos desarrollen a ciertos personajes usando la técnica de sembrar y recoger. Plantean algunas ideas en Matrix Reloaded que resuelven en Matrix Revolutions, como el muchacho (lo llaman Kid como apodo, lo interpretaba Clayton Watson) que está obsesionado con demostrar su valía a Neo o la relación entre Link (Harold Perrineau) y Zee (Nona Gaye), con esta última desconcertada porque su marido haya aceptado el puesto en la nave de Morfeo por el riesgo que entrañaba para acabar siendo una de las principales heroínas de la guerra contra las máquinas. También podemos tener en cuenta al comandante Lock, ya mencionado anteriormente, o el curioso triángulo amoroso que se establece entre él, Morfeo y Niobe (Jada Pinkett Smith), aunque apenas se profundiza en esta cuestión. Por suerte, podemos considerar que sirve para humanizar a Morfeo, que se siente más humano que en la primera entrega, donde ejercía como mentor del héroe. Por contra, muchos otros personajes (e incluso estos que tienen un mínimo desarrollo) importaron poco o nada al espectador, al no haber creado ningún tipo de empatía con ellos, como sucede con, por ejemplo, Mifune.


En conclusión, ambas películas expanden las características de la primera entrega, lo que supone ahondar en sus virtudes y también agrandar sus defectos. De manera evidente, siguen planteando un argumento de tintes filosóficos sobre el libre albedrio, con parlamentos poco concisos, pero también nos ofrecen un espectáculo de acción potente y variado, aunque reiterativo. A nivel técnico, las animaciones no solo han quedado desfasadas, sino que en su momento resultaban llamativos, como el CGI que se usa para Neo en ciertos segmentos de lucha en los que usa sus poderes. 

También destaca un estilo musical muy marcado por sonidos fuertes y potentes, con una distorsión y oscuridad que casan con la ambientación de la película. En general, este díptico completa una trilogía bastante sólida, pero en los que se percibe de forma clara tanto el desgaste de las virtudes de la primera entrega como la aparición de ciertos debilidades que muestran las costuras de una narrativa no tan bien cerrada como podría haberse esperado.
 
Escrito por Luis J. del Castillo



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