Inspirada en hechos reales, Todos los días de mi vida (The Vow, 2012) nos cuenta la historia de la lucha de un hombre por reconquistar de nuevo el corazón de su mujer, quien ha perdido la memoria. Paige (Rachel McAdams) cae en coma tras sufrir un accidente de coche junto a su marido Leo (Channing Tatum) y, aunque logra despertar, no recuerda nada de su vida actual ni de su matrimonio, por el que luchará Leo con todas sus fuerzas.
La película nos da a conocer una historia real, aunque de manera bastante artificial. Comenzando por el accidente que ambos sufren, recreado de una forma simplista, lenta e incluso absurda, pasando por la falta de empatía entre la pareja a la hora de afrontar la pérdida de memoria de Paige, quien se convierte en una estereotipada chica pija que sólo se fía de la opinión de sus padres. No parece haber perdido sólo la memoria, sino también su personalidad. Sin embargo, la actriz que la interpreta, Rachel McAdams, tiene un papel correcto entre los miembros del reparto, manteniéndonos acostumbrados a papeles de este tipo pero esperando más de ella en esta ocasión, tras verla en otras películas similares como El diario de Noa o Una cuestión de tiempo, visiblemente superiores.
Por otra parte, Channing Tatum tiene una presencia portentosa, pero su rostro siempre luce igual tanto en el drama como en la comedia. Su interpretación se queda escasa frente a su compañera protagonista, no llegando a transmitir la verdadera intención dramática y el trauma que aborda y necesita en su historia. Y es que la película contiene los tópicos y rasgos de la comedia romántica americana, con ligeros momentos de drama que no llegan a transmitir lo que realmente intenta expresar la historia original. Padres tópicos obsesionados por las apariencias (Sam Neill y Jessica Lange), chica pija que acaba en hipster, frases elocuentes sin chispa alternadas con bromas anodinas... son algunos de los rasgos que encontraremos en esta película.
Pero no todo es negativo, también encontraremos ciertos momentos de brillantez, como la primera conversación sincera entre Paige y su padre tras muchos años de ausencia, o los meses que pasan tras el encuentro definitivo entre Leo y Paige, ya que hubiera resultado ilógico un final precipitado con el único objetivo de reunirlos. Michael Sucsy nos acerca al amor de una pareja a través de sus vivencias artísticas, de sus recuerdos truncados. Paige, inmensamente creativa y amante del arte; Leo, un artista más sencillo, pero profundamente sensible, enamorado profundamente de su esposa y del arte que desprende. Y seremos testigos de cómo lo pierde súbitamente todo, arrastrado en la ansiedad de que su esposa ni siquiera lo reconozca.
El mensaje de la película es claro, aunque difiera mucho en las formas del libro en el que se basa. El amor, las segundas oportunidades y la energía que pervive en ellos es clave para hacer resurgir lo que un día nació. No es fácil, el enamoramiento deberá ser continuo, compuesto de frecuentes re-enamoramientos, de repetidas segundas citas, detalles, recuerdos y oportunidades, oponiéndose también a los repetidos miedos, malos recuerdos del pasado, rencillas u opiniones diferentes. Toda esta enumeración de adversidades aparece en la película, y logra ser vencida a través de pequeños momentos de ternura, en los cuales se permite que vuelva a resurgir la emoción y la cercanía. Como vemos, una película con momentos de emoción y ternura, pero que en la forma de ser abordada resulta poco creíble. No termina de alzar el vuelo, aunque merece la pena seguir el sendero que nos abre y quedarnos con las reflexiones que en él se pueden extraer. Aprovechemos el momento todos los días de nuestra vida, eso nunca lo debemos olvidar.
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