La religión ha sido parte esencial de la historia de la humanidad desde sus orígenes, ya sea vista desde el politeísmo grecolatino, la trascendencia budista, las antiquísimas tradiciones asiáticas o el monoteísmo de las religiones del libro, estas últimas más cercanas a la cultura occidental. En este sentido, no nos debe resultar inquietante que existan producciones que traten sobre la fe, dentro de las que encontramos la película El cielo es real (Heaven Is For Real, Randall Wallace, 2014), adaptación a su vez del best-seller homónimo escrito por un pastor y padre de un hijo que, tras una delicada operación, tuvo una experiencia mística.
La adaptación de Wallace sigue esta historia sobre vivencias en un estado de muerte para mostrarnos un drama familiar con tintes existencialistas y cierta propaganda cristiana, pese a haber recibido, a su vez, críticas de ciertos sectores de esta religión. El director norteamericano ha sido bastante productivo como guionista de películas como Braveheart (Mel Gibson, 1995) o Pearl Harbor (Michael Bay, 2001).
Randall Wallace durante el rodaje |
De esta forma, durante prácticamente la primera mitad del film, hemos podido conocer los entresijos de una familia simple y modélica, al más puro estilo americano, a la par que hemos conocido a los personajes secundarios de esta historia. El epicentro será la operación de Colton, el hijo de cuatro años de esta familia, tras la cual, el niño comenzará a relatar entrecortadamente algunas escenas relativas a un encuentro divino: el canto de los ángeles, la presencia de Jesucristo, el encuentro con su abuelo, fallecido treinta años de su nacimiento, o con su hermana, fallecida antes de nacer.
Estos hechos provocarán un cambio en la perspectiva de su padre y comenzará a partir de ese momento la reflexión sobre la creencia, dando algunos de los mejores momentos del film, aunque todo ello siguiendo con un ritmo lento: no será un mensaje que se difunda con rapidez ni que tenga un gran impacto en todos, sino que será el padre el que tenga que cuestionarse su fe antes de poder transmitir a los demás ese mismo mensaje. La película da pistas de en qué podría haberse convertido esta historia (y en sí misma, del potencial que el propio film podría haber explotado): un enfrentamiento reflexivo entre ciencia y religión sobre el estado de muerte, la historia del circo mediático alrededor de un niño de cuatro años o un relato algo más fantasioso donde el niño ayudara con su encuentro divino a otras personas. Todas estas perspectivas se tantean en la película sin llegar a centrarse en ninguna, ni siquiera en la subtrama de los problemas financieros que atraviesa la familia, que queda sin resolver.
Así pues, todo queda centrado en el dilema que desarrolla el cabeza de familia y las preguntas que este se plantea desde su puesto de pastor: ¿existe el cielo realmente? Para alguien creyente, la respuesta no debería resultar ningún inconveniente, pero será el testimonio de su hijo el que provoque un vuelco en sus creencias y en su forma de verlas y de sentirlas. En el último tercio de la cinta, esta cuestión se hará evidente: ¿sentir o creer? Todos los problemas, sin embargo, se resolverán fútilmente con algunos diálogos y un discurso o sermón final donde se deja una especie de puerta abierta, pero con una evidente orientación.
Por ello, no podemos decir que estemos ante una película bien resuelta, ya que no logra ni siquiera satisfacer el drama familiar al completo, aunque el resto de entramados alejados de la cuestión de creencias sea más similar los telefilms que a una película solvente. Con una fotografía colorida centrada especialmente en los campos anchos que rodean a la vecindad y que transmiten la perfecta sensación de serenidad y meditación, y unas actuaciones generalmente planas, El cielo es real no logra ni convencer, al volar tan bajo, ni plantear de manera compleja el dilema que Greg Kinnear intenta construir a base de miradas y gestos, de lo poco salvable en este film claramente incompleto.
Escrito por Luis J. del Castillo
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