Otros mundos (XIII): El síndrome Ovni, de Fernando Jiménez del Oso

28 agosto, 2015

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A Fernando Jiménez del Oso (1941-2005) siempre le interesó todo lo relacionado con el ser humano. Como psiquiatra de profesión y divulgador e investigador de adopción, enseñó a toda una generación de televidentes y lectores a interesarse y recapacitar, siquiera por unos instantes dentro de la ajetreada jornada, acerca de los aspectos más atrayentes de lo misterioso, con una honestidad que nunca tuvo reparos en matizar o cambiar aquello que debía ser corregido, sin dejar por ello de ser consciente de que la historia de nuestra existencia, y nuestra existencia misma, ha sido encorsetada en nombre de hallazgos tan escasos como fortuitos.

Para Jiménez del Oso valía la pena zambullirse en este continuo aprender que es la vida. O lo que es igual, prestar atención a todos aquellos fenómenos fascinantes, y muchas veces aterradores, por indescifrables y desestabilizadores, que han tenido y siguen teniendo por objeto a ese ser humano. No sin dificultad, dada la generalizada soberbia antropomorfa, lo considerado como marginal ha dejado de serlo y la ciencia ya admite aspectos teóricos que hace tan solo unos años seguían perteneciendo al especulativo mundo de la ciencia ficción. Quién sabe hasta donde nos conducirán todos estos nuevos avances y qué lugares será capaz de alcanzar el ser humano.

Fernando Jiménez del Oso fue parte de esa ecuación fundamental en la que al interés popular se sumó el rigor divulgativo y una innegable personalidad, en su empeño frente al lugar común, abriendo camino en la espesura de lo fenómeno(i)lógico. Porque en esto, como en casi todo, se puede estar informado o formado desinformativamente. Un singular proceso de estímulo y de búsqueda que se refleja en el primer capítulo de El Síndrome Ovni (Planeta Documento, 1984), titulado De este y otros hombres.

No es el más extenso pero sí intenso y, desde luego, su redacción va más allá de la mera escritura alicorta y reporteril. Por todo ello y pese al tiempo transcurrido (perpetuamente relativo), el legado de Fernando Jiménez del Oso sigue suscitando un vivo interés (al margen de que siempre es preferible acudir a las fuentes originales). Ajeno a los interminables proemios que casi abarcan un programa entero, con su labor precisa demostró que no es lo mismo ser mediático que divulgador.

Pintura de Ingo Swann
Un escalofrío nos recorre al enfrentarnos a determinadas posibilidades (¿realidades?). Por ejemplo, ante la antigüedad de algunos restos fósiles, cuyo análisis estratigráfico invita a reescribir bastantes capítulos de la historia de nuestra presencia y evolución en el planeta. El maestro divulgador siempre tuvo claro que en un universo cambiante, “transformar la teoría en dogma es una estupidez, puesto que siempre partimos de una determinada realidad que nos circunda”. Realidad que, en cualquier caso, ha de consistir en “un proceso de búsqueda individual, alejado de imposiciones que promueven el borreguismo”.

Y así llegamos hasta el meollo de un absurdo llamado OVNI, capítulo en el que el autor da cuenta del fértil y mítico año de 1947; importante, sobre todo, porque la gente decidió volver a mirar al cielo, concediéndole una importancia mayor a la que generalmente le adjudicamos. La consecuencia, claro está, fueron los múltiples avistamientos que, por las razones que fuera, se produjeron en aquellos días, y que fueron recogidos por los aún no tan prejuiciados medios de comunicación.

Aspecto último que nos conduce, indefectiblemente, al nacimiento del secretismo oficial. Jiménez del Oso hace hincapié en el hecho de saber diferenciar entre el escepticismo y el dogmatismo de la negación (venda no solo aplicable a los sabelotodo de la ciencia o a fanáticos religiosos, sino también a comentaristas – poco investigadores- de lo paranormal).

Pintura de Dezsö Sternoczy
Como sucede con el arte, disponemos de una máquina del tiempo para lo insólito de manos de material como el que hoy rescatamos. De hecho, ¿qué pensaría cualquiera de aquellos muchachos que logró captar de improviso la imagen de algún objeto extraño en el cielo con su cámara portátil? “O somos el espectáculo más interesante de la galaxia o el espacio tiene puertas secretas por las que apenas cuesta ir de un sitio a otro”, como evidencian los testimonios de personal tanto aéreo como civil. Más aún, “a mí siempre me resultó entrañable la definición de Platillo Volante…”.

Luces sobre la superficie lunar, la presunta exploración del medio terrestre por sectores (las clásicas líneas ortoténicas), probables bases ocultas en mares y océanos… De todos estos fenómenos o posibilidades, el autor aporta las declaraciones de pescadores, pilotos y astrónomos, diferenciándolos muy bien de los nuevos apóstoles, sección en la que se aborda el espinoso asunto de los “contactados”, no por difícilmente objetivable por la ciencia menos interesante a un nivel psicológico.

Experiencias de primera mano (o mente) como la de Julio F. -otro clásico-, junto a una nueva distinción entre el presunto -una vez más- contactado y su humana actitud frente al contacto y la interpretación de su mensaje, caso de haberlo. Tres factores que el autor examina detenidamente; y ámbito en el que su experiencia como psiquiatra le faculta para comprender y enfrentarse a la posibilidad de una serie de delirios o fenómenos psíquicos, como las tan traídas y llevadas “alucinaciones colectivas”, simpática aunque cansina excusa de aquellos que no entienden los mecanismos de la mente a un nivel patológico. Todo ello, no hay que dudarlo, frente a visionarios y demás redentores, tan dispuestos siempre a captar adeptos para su misión.


Jiménez del Oso aborda esta cuestión sin esconder su desconfianza ante casos nada claros -o demasiado claros-, como corrobora su desencuentro cercano del primer tipo con el célebre contactado Eugenio Siragusa (1919-2006); lo que sirve al autor para reflexionar de forma aguda y atemporal acerca de la condición del ciudadano medio: “la sumisión intelectual ha sido una constante a lo largo de toda la historia”, situación que le hace ser presa de los fundamentos más instintivos y facilones de esta y cualquier otra realidad.

Como en toda circunstancia relacionada con lo antropológico, esta presenta dos facetas, ya que con las denominadas pseudo-ciencias pasa como con la economía; parece más fácil de lo que en realidad es y todos se sienten legitimados desde sus respectivas tribunas para hacer comentarios de forma superficial. Por ello, Jiménez del Oso también alerta de la pérdida de capacidad crítica cuando se enjuician dichos “contactos” y “mensajes” -redentoristas o no- desde dentro, es decir, por el contactado mismo; sin dejar de tener en cuenta que junto o frente a estos, se encuentran los “contactados discretos”, aquellas personas anónimas, trabajadoras, anti-grupales y nada mesiánicas, que sobrellevan su experiencia, sea esta lo que sea, con reserva y sin el menor deseo de trascender a los medios. A estos otros contactados, el autor les dedica su comprensión y simpatía.

Pintura de Ingo Swann
La prehistoria de los no identificados y su captación por los primeros medios mecánicos centran el apartado Ahora y siempre, donde no deja de llamar la atención el “usual” pero fascinante recurso del camuflaje, contemplado en algunos avistamientos e inmortalizado por alguna que otra cámara fotográfica. De entre los testimonios más venerables de la antigüedad que se han conservado, destacan los expuestos por el genial Diego de Torres Villarroel (1694-1770), autor del que alguna vez espero poder comentar su inigualable Vida, junto a los de Cicerón (107-44 A.C.) o Tito Livio (59 A.C. - 17 D.C.), el sorprendente Libro de los Prodigios de Giulio Ossequente (c. siglo IV) y los conocidos Vedas.

Cierra el ensayo Dios nos libre de los dioses, acerca de las posibles raíces comunes de los mitos de distintas culturas, y su relación con el fenómeno. En estas páginas se especula con el presunto origen de tales dioses… Un último capítulo en el que, nuevamente, el autor advierte del peligro de la pérdida de la libertad individual en un futuro y una galaxia para nada lejanos.

Estremece, cuando no repugna, contemplar una manifestación de masas; saber que cada uno de aquellos miles de puntos negros ha perdido su individualidad para transformarse en célula de otro animal distinto, al que solo manejan unos cuantos (…) Cualquiera medianamente hábil es capaz de movilizarnos a través del sentimiento”.


Nos sorprende la gran variedad de estructuras químicas que puede proporcionar un elemento en apariencia simple como el carbono, tal y como se ha puesto de manifiesto en nuestro planeta.

¿Qué habría pensado en estos momentos el insustituible Fernando Jiménez del Oso al saber que ya ha sido confirmada la presencia de alguno de esos otros mundos hermanos a la Tierra en nuestra galaxia? ¿O que el primer alimento cultivado y consumido en pleno espacio exterior ha sido la entrañable lechuga? Casi con toda seguridad que ya lo había visto venir.

Escrito por Javier C. Aguilera


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