Clásicos Inolvidables (LXIX): Tiempo de silencio, de Luis Martín-Santos

13 agosto, 2015

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Durante el franquismo en España hubo distintas etapas sociales y literarias, en general ajenas a lo que sucedía en el resto de Europa y del mundo. A partir de los años sesenta comenzó un desarrollo económico unido al crecimiento del turismo y a un cambio de mentalidad de la sociedad, a la par que aumentó la emigración y también la oposición al régimen dictatorial. A nivel literario, se estaba produciendo un desgaste de la novela realista social a favor de una renovación lingüística y forma que, sin embargo, no perdiera su intención crítica. Precisamente, mientras en Europa destacaban las grandes obras de renovación, con autores como Kafka, Proust o Joyce, en España las grandes obras eran evidentemente realistas, casi costumbristas, y generalmente comprometidas, retratando la realidad española a través de los escritores de Cela, Delibes o Laforet.

En la década de los sesenta esta estética estaba agotada y reclamaba una renovación que se realizaría entre esta década y la siguiente. Entre las obras más relevantes en este proceso podemos encontrar Volverás a región (1966), de Juan Menet, o La verdad sobre el caso Savolta (1975), de Eduardo Mendoza, que culminó este período, pero una de las primeras fue Tiempo de silencio (1962), de Luis Martín-Santos.

El autor, nacido en Larache (Marruecos) en 1924, fue psiquiatra, habiéndose doctorado en Medicina y dirigiendo el sanatorio psiquiátrico de San Sebastián, por lo que tiene una producción de textos científicos dedicados, especialmente, al estudio del alcoholismo y a su diferenciación con la esquizofrenia. Destaca también su activismo político, uniéndose al PSOE durante la dictadura, por lo que fue detenido en dos ocasiones a lo largo de los años cincuenta. Aunque Tiempo de silencio no fue su primera obra, pues ya había publicado en 1945 un conjunto de poemas con el título Grana gris, sí es su novela más representativa e importante.

El resto de su obra quedó como proyecto, aunque se han publicado fragmentos de forma póstuma, debido a su repentina muerte tras un trágico accidente de tráfico dos años después de publicar esta novela, en 1964. Su segunda novela, Tiempo de destrucción, que formaría un díptico con la primera, quedó incompleta, aunque fuera editada posteriormente por José Carlos Mainer.

Luis Martín-Santos
La novela, censurada al principio y recuperada definitivamente en los ochenta, nos traslada a Madrid durante los años de miseria de la posguerra española, hacia finales de los años cuarenta. Un joven investigador becado, licenciado en Medicina, Pedro, realiza una investigación sobre el cáncer a través de unos ratones americanos. Sin embargo, cuando estos mueren, solo le queda la alternativa de comprar unos ejemplares que fueron robados del laboratorio y que ahora viven en el mundo de las chabolas madrileño. Ese encuentro con los bajos fondos marcará definitivamente su destino cuando se vea involucrado en un aborto y en la posterior muerte de la muchacha, lo que marcará su futuro profesional, pero también sentimental, cuando se convierta en la víctima de una venganza realizada de forma errónea. El argumento de la novela es, sin embargo, lo más anecdótico de la misma. Realmente, nos encontramos ante una línea argumental muy simple, no suceden grandes acontecimientos y todo se limite a un caso donde el protagonista se ve involucrado. Pero gracias a toda esta excusa, Martín-Santos despliega toda una serie de recursos que expanden la novela y la convierten en algo más que una historia y, por ello, en una de las mejores obras de su época.

Que el acontecimiento más importante de los años que siguieron a la gran catástrofe fue esa polarización de odio contra un solo hombre y que en ese odio y divinización ambivalentes se conjuraron cuantos revanchismos irredentos anidaban en el corazón de unos y de otros no parece dudoso. (pág. 118)

No estamos ante una obra realista de estilo decimonónico, aunque los personajes que presenta el autor, especialmente Pedro, hereden algunas características literarias que otros escritores de esa época habían empleado, como Baroja o Azorín. En la novela, Pedro es un antihéroe que queda a merced de lo que sucede a su alrededor, de las decisiones que toman otros y de sus propios errores inconscientes, en el sentido de su inocencia burguesa. Incluso la novela señala, cerca del final, el sentido de fatalidad que está presente en todos los sucesos narrados, algo que nos recuerda también a la novela Crónica de una muerte anunciada (1981), de Gabriel García Márquez. Pero no es el único, también la familia de la pensión, formada por tres generaciones de mujeres, parece destinada a no alcanzar el estatus y el futuro que tanto ansían.

A lo largo de sus sesenta y tres secuencias, división que sustituye a los habituales capítulos, se desarrolla el retrato de la sociedad madrileña, por extensión, la española, centrada sobre todo en sus miserias, pero no exclusivamente la de los bajos fondos, representada por la familia del Muecas y el conjunto de habitantes de las chabolas, caracterizados por una vida envuelta en la brutalidad, sino también a la sociedad media, tanto la que malvive por las calles de Madrid, en las tertulias del café, señalando en este caso al célebre Cafe Gijón, en el espectáculo de revista o en los prostíbulos, uno de los espacios centrales de la novela, como la que se concentra en conferencias de filósofos y después se detienen en posteriores tertulias banales. Martín-Santos elabora un concienzudo retrato del trasfondo ideológico de esa sociedad en la que él vivió y logra reflexionar, generalmente a través de los pensamientos de sus personajes, sobre todo Pedro, en torno a cuestiones culturales, especialmente llamativo el fragmento dedicado a Cervantes y a su máxima obra, Don Quijote, como a ahondar en aquello que mueve a las personas.


¿Por qué hubo de hacer reír el hombre que más melancólicamente  haya llevado una cabeza serena sobre unos hombros vencidos? ¿Qué es lo que realmente él quería hacer? ¿Renovar la forma de la novela, penetrar el alma mezquina de sus semejantes, burlarse del monstruoso país, ganar dinero, mucho dinero, más dinero para dejar de estar tan amargado como la recaudación de alcabalas puede amargar a un hombre? No es un hombre que pueda comprenderse a partir de la existencia con la que fue hecho. [...] ¿qué es lo que ha querido decirnos el hombre que más sabía del hombre de su tiempo? ¿Qué significa que quien sabía que la locura no es sino la nada, el hueco, el vacío, afirmara que solamente en la locura reposa el ser-moral del hombre? (págs. 72-73)

Hay un enfoque existencial ante los personajes, incluso ante las clases sociales desfavorecidas, que las convierte en humanas, frente a la posición tomada por la novela social, que los trataba como inocentes, ajenos a la culpabilidad propia. Martín-Santos muestra la brutalidad de sus vidas, su lucha por la supervivencia, pero también la miseria de una vida con más tristezas que alegrías. En este sentido, uno de los retratos más logrados es de la esposa del Muecas, personaje generalmente en segundo plano, pero que tiene un papel determinante cuando Pedro es encarcelado como supuesto culpable. En ella se reflejará toda una vida a la deriva de unas circunstancias nefastas y una obligación moral que solo la llevó a la desdicha y a la muerte. Una vida brutal, como mencionábamos, que también queda marcada en el monólogo que el autor desarrolla para Cartucho, un personaje violento, visceral y posesivo que buscará venganza por la muerte de su novia.

Si antes mencionábamos la miseria de Pedro y de la familia de la pensión, y ahora la de las chabolas madrileñas, también los personajes de una esfera superior, representada en este caso por el amigo de Pedro, Matías, y su familia, es retratada como un estamento superficial e incapaz. Cuando Matías trata de ayudar a su amigo, se percata de la futilidad de su poder y de sus influencias, del juego egoísta de quienes le rodean. La frivolidad que representa su madre así como la necesidad de buscar el cariño de las mujeres en el prostíbulo dan buena cuenta del vacío de estos personajes.

Chabolas "Jaime el Conquistador", años 50, en Madrid
Este reflejo no de la realidad, sino de lo que habita en la profundidad de las personas, lo consigue Martín-Santos gracias a los recursos que emplea a partir de la narración desde distintos puntos de vista de los personajes que componen la obra: los monólogos interiores, el estilo indirecto libre y la segunda persona para hablar con uno mismo. Por ejemplo, una de las primeras secuencias nos narrará la historia de la pensión donde se aloja Pedro a través del monólogo interior que mantiene la dueña de la misma, contando a su vez las desgracias de su vida y la miseria de sus descendientes, su hija Dora y su nieta Dorita, a la par que muestra su estrategia para conseguir un nuevo destino para su nieta. También podemos destacar los dos monólogos cercanos al final del protagonista, uno respecto a su culpabilidad o inocencia y otro sobre su futuro, una vez que su vida ha cambiado inevitablemente.

Ahora bien, a pesar de tener un argumento sencillo y de que algunos fragmentos revelen y nos acerquen de una forma muy lograda los recónditos pasajes de la vida humana, lo cierto es que no estamos ante una lectura sencilla. No solo por los recursos experimentales, sino por emplear un lenguaje denso, recargado, adaptado además a las circunstancias: excesivamente culto y técnico cuando nos acercamos al ambiente científico, o invadido por coloquialismos y argot cuando nos hallamos entre personajes de los bajos fondos. No faltan tampoco neologismos, referencias mitológicas y culturales o diferentes recursos retóricos que se aúnan a una serie de descripciones realizadas con una sintaxis compleja. Martín-Santos se distancia con todo ello del realismo social predominante en España, pero también emplea sus recursos hasta el extremo. Por ejemplo, la descripción de la estancia carcelaria es minuciosa, hasta el mínimo detalle, mientras que en otros momentos prima más la reflexión sobre lo que viven los personajes que la descripción de lo que les rodea.

Se corresponde con el deseo de que la novela no fuera una mera descripción o una mímesis de la realidad como se observa, sino que se encontrasen elementos de renovación que revitalizasen la literatura y crearan obras diferentes. Una realidad, como la miseria moral de la posguerra, desde otro enfoque, más experimental, a partir de la cual el autor logra exigir una mayor capacidad y atención al lector para apreciar su obra.

Fotograma de la adaptación realizada por Vicente Aranda en 1986
No saber nada. No saber que la tierra es redonda. No saber que el sol está inmóvil, aunque parece que sube y baja. No saber que son tres Personas distintas. No saber lo que es la luz eléctrica. No saber por qué caen las piedras hacia la tierra. No saber leer la hora. No saber que el espermatozoide y el óvulo son dos células individuales que fusionan sus núcleos. No saber nada. No saber alternar con las personas, no saber decir: "Cuánto bueno por aquí", no saber decir: "Buenos días tenga usted, señor doctor". Y sin embargo, haberle dicho: "Usted hizo todo lo que pudo". (pág. 241)

La novela fue adaptada al cine por Vicente Aranda (1926-2015) en 1986, con Imanol Arias en el papel de Pedro. No obstante, es una obra cuyo contenido no es tanto argumental como literario, difícilmente trasladable a la pantalla, a pesar de cualquier grado de fidelidad. Luis Martín-Santos escribió su nombre como un imprescindible de la novela española del siglo XX y lo hizo con una novela compleja, experimental, que iniciaba otra etapa en nuestra literatura y servía para unirse a lo que se hacía en Europa décadas antes. Pero ello no quiere decir que sea una novela cómoda, al contrario, requiere mucha atención, concentración y conocimiento previo.

Tiempo de silencio dibuja un panorama gris, una sociedad agotada, mísera, unos personajes que no logran más que vivir a la deriva. Son las circunstancias de una sociedad que malvive esperando un tiempo mejor tras la guerra, apenas nombrada, que dividió al país en dos, pero que a todos trajo una inmediata pobreza. No debemos tener miedo a esta novela, sino ser cautos y prepararnos para adentrarnos en los matices, en los grandes párrafos y en todos lo que Martín-Santos crea a través del lenguaje. 

Escrito por Luis J. del Castillo



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