nueva admiración me das,
y cuando te miro más,
aún más mirarte deseo.
Ojos hidrópicos creo
que mis ojos deben ser,
pues cuando es muerte el beber
beben más, y desta suerte,
viendo que el ver me da muerte
estoy muriendo por ver. [...] (pg. 94)
Aunque llamado Siglo de Oro, las delimitaciones de esta etapa de nuestra literatura son confusas y abarcan, sin duda, más de un siglo. A esta etapa que tantos buenos escritores españoles nos ha legado nos acercamos con uno de sus principales dramaturgos, Pedro Calderón de la Barca (1600-1681), cuya muerte ha servido a algunos estudiosos para fechar el final de nuestra literatura aúrea. Como autor barroco supo crear una identidad propia, diferente a la del Félix de los Ingenios, Lope de Vega (1562-1635), el otro gran dramaturgo de este periodo.
Procedente de una familia hidalga, Calderón tuvo una vida relativamente tranquila, especialmente a partir de 1651, cuando, ya ordenado sacerdote y viviendo en la corte, tan solo se dedicó a la escritura y a ver cómo aumenta su fama; a pesar de quedar huérfano relativamente pronto, a la edad de 15 años, o de ser acusado de asesinato en 1621. A pesar de reducir el número de escenas, tendiendo a la síntesis, o el repertorio métrico, su carácter perfeccionista, su preocupación por los elementos escenográficos, su carácter perfeccionista para con su obra, la creación personajes razonadores o su completa fusión con el espíritu de su época, incluyendo argumentos que sirvieran para el cuidado de la moralidad, lo convierten en uno de los maestros de nuestro teatro.
Pedro Calderón de la Barca |
No obstante, debemos tener en cuenta que este dramaturgo madrileño resulta distante a las ideologías de nuestro siglo. Dentro de la literatura, el teatro resulta ser uno de los géneros más fieles al pensamiento generalizado de la época en tanto que su éxito dependía del público. Este hecho crucial puede ocasionar una gran distancia entre el lector de hoy en día con la obra teatrla clásica. Algo que , sin embargo, no debería servir de excusa para no acercarse a una de las obras de Calderón más célebre y que todavía puede contarnos mucho: La vida es sueño (1635).
La obra da comienzo con la llegada de Rosaura, vestida de hombre, y Clarín a Polonia. En su camino, se encuentran una torre donde está cautivo un misterioso hombre llamado Segismundo, encerrado allí desde su nacimiento. Allí ambos son apresados por violar las leyes del rey Basilio; sin embargo, una serie de circunstancias relacionados con la sucesión harán que el rey revele al pueblo que Segismundo es el príncipe heredero, nacido bajo malos augurios celestiales según pudo vislumbrar su padre.
Para comprobar tales designios, Basilio procura una estratagema por la que hará que su hijo crea ser quién debería para probar su valía y, en caso de no actuar como un buen monarca, devolver a su prisión haciéndole creer que ha sido un sueño. Durante los dos siguientes actos, seremos testigos de cómo transcurre la artimaña y las consecuencias que para todos los personajes tendrá la presencia de Segismundo. Así pues, la trama principal versa sobre el príncipe dentro del supuesto sueño creado por su padre, pero también encontramos dos subtramas vitales para la obra: el desagravio a Rosaura, que marca la presencia de este personaje en Polonia, y la posible herencia dinástica de Estrella y Astolfo si Segismundo se revela como un hombre violento, más similar a una fiera.
La vida es sueño resulta ser una obra profunda y cargada de distintos sentidos, algunos de los cuales pasarán desapercibidos por haberse perdido los códigos sociales, pero siguen estando presentes por ser comunes con otras obras artísticas de la época. Hay, sin embargo, temas clave, como la predestinación, el valor del honor o la duda sobre la verdad de nuestra realidad, que siguen afectando a nuestro pensamiento y es por ello que resulta, en cierto sentido, más contemporánea de lo que podría parecer. No en vano películas como El show de Truman (Peter Weir, 1998), Matrix (Lana y Andy Wachowski, 1999) u Origen (Christopher Nolan, 2010) han retornado al tema de la vida como ficción (o sueño en el caso de la última), un tópico que proviene de la filosofía platónica.
La vida es sueño resulta ser una obra profunda y cargada de distintos sentidos, algunos de los cuales pasarán desapercibidos por haberse perdido los códigos sociales, pero siguen estando presentes por ser comunes con otras obras artísticas de la época. Hay, sin embargo, temas clave, como la predestinación, el valor del honor o la duda sobre la verdad de nuestra realidad, que siguen afectando a nuestro pensamiento y es por ello que resulta, en cierto sentido, más contemporánea de lo que podría parecer. No en vano películas como El show de Truman (Peter Weir, 1998), Matrix (Lana y Andy Wachowski, 1999) u Origen (Christopher Nolan, 2010) han retornado al tema de la vida como ficción (o sueño en el caso de la última), un tópico que proviene de la filosofía platónica.
Representación de La vida es sueño protagonizada por Blanca Portillo |
No obstante, el príncipe será quien pueda romper con lo predestinado actuando con juicio y razón, algo que no sucederá en un origen, donde se desvelará como un ser vengativo, por lo que será devuelto del sueño a la realidad. Ahora bien, como el lector puede apreciar desde el primer acto, hay en este personaje atisbos de ser capaz de razonar, especialmente ante el encuentro con Rosaura. En este sentido, se puede deducir que ante la visión de la belleza su actitud se equilibra y se convierte en un hombre justo. Para Calderón de la Barca, siguiendo el pensamiento eclesiástico, cada ser ocupa un lugar en el mundo para el que ha sido designado, por lo que a pesar de que Rosaura se vista de hombre, convirtiéndose finalmente en mezcla de ambos sexos cuando vistiendo de mujer, empuñe armas de hombre (como señala la propia obra), Segismundo es capaz de apreciar su belleza.
The Little Page, de Fortescue-Brickdale |
Rosaura rehúsa su destino como mujer sin honra y luchará por recuperarla, siendo así el equivalente femenino de la obra a Segismundo, quien combatirá contra el destino al que le ha condenado su padre para ocupar su papel en el mundo: ser rey de Polonia tras su padre.
Para ello, tendrá que hacer frente a su segunda naturaleza, la de fiera, la de ser no educado, algo que en principio no resultará sencillo, pero contra lo que podrá luchar tanto por la presencia de la belleza (Rosaura en el primer acto, Estrella más adelante) como por ser su destino como príncipe, algo que asumirá conforme se revele la verdad del supuesto sueño. De esta forma, observamos cómo el libre albedrío de los personajes les lleva precisamente a cumplir con los ideales preestablecidos.
Porque privado de esa libertad y de su autodominio, Segismundo queda reducido a un ser implacable y violento, permitiendo que el instinto gane a la razón. Una vez liberado, pude volver a retomar su papel como hombre y, sobre todo, como príncipe, siendo capaz de ir contra el destino marcado por los astros. En esta defensa de la libertad, aún entendida como libre albedrío, encontramos semejanza con lo escrito por Cervantes en la segunda parte de su Don Quijote (1615): "La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; [...] por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres" (capítulo LVIII). En efecto, Calderón muestra en La vida es sueño cómo Rosaura y Segismundo lucharán tanto por su honra, en el primer caso, como por su libertad, en el segundo.
Precisamente, sobre el tema del albedrío de Segismundo entra en cuestión el sueño, de raíz platónica, pero también religiosa. La temática del sueño había sido abordada anteriormente y fue frecuente desde la Edad Media, empleada generalmente como un recurso de verosimilitud, dado que al no ser real todo aquello que se sueña, otorgaba sentido a lo que atentara contra el sentido común y, en este caso, contra el cristianismo, escapando de la posible censura. Además, el sueño podía permitir al autor crear una completa alegoría, como sucedía en el Sueño de Polífilo (1499). Aunque nunca se perdió la tradición de este tema, se recuperó con más fuerza con el barroco, esencialmente debido al aumento de la represión por parte de la Iglesia Católica a raíz de la Contrarreforma, aumentando su censura; dentro de esa lógica, por ejemplo, Quevedo realizó sus Sueños y discursos (1621).
Clotaldo: ¿Qué intentas?
Rosaura: Mi muerte.
Clotaldo: Mira
que eso es despecho.
Rosaura: Es honor.
Clotaldo: Es desatino.
Rosaura: Es valor.
Clotaldo: Es frenesí.
Rosaura: Es rabia, es ira.
[...]
Clotaldo: Pues si has de perderte, espera,
hija, y perdámonos todos.
(pg. 183-184)
El sueño de la razón produce monstruos, de Goya |
El célebre soliloquio de este personaje en torno a la vida y al sueño es el debate existencial clave para la época: la realidad como una ilusión de la vida real, que dentro de la lógica cristiana se corresponde con la vida eterna dada por Dios. Por tanto, mientras permanezcamos al mundo terrenal, nuestro comportamiento debe ser afín al papel que se nos otorga, ya sea para cumplir con la moral o, como comentará Segismundo, para actuar como corresponde si esta fuera la realidad y no el sueño.
La idea del rol asignado a cada individuo en su vida mundana también la representa Calderón en su obra El gran teatro del mundo (1655) de forma más explícita, aunque las líneas del monólogo de Segismundo dan buena fe de cómo debe asimilar cada ser el papel que le ha tocado vivir.
Por otra parte, cabe mencionar al resto de personajes de la obra. Basilio, del que ya hemos nombrado su dualidad como sabio científico y rey, aunque este último papel, así como el de padre, lo realiza de una forma irresponsable, en tanto que se afectado por los designios celestes que conoce como sabio. Él debía haber educado a su hijo para impedir su posible brutalidad, pero decide encerrarlo privándolo de esa educación y, por tanto, condenándolo a aquello que quería evitar. Sobre esta cuestión, podemos recordar el proyecto educativo fallido que Unamuno muestra en su obra Amor y pedagogía (1902), donde también un padre está empeñado en cumplir un objetivo con su hijo, pero yerra precisamente por evitar aquello que desechó de su proyecto.
La vida es sueño (Fotografía de LJ) |
En conclusión, una obra ejemplar del teatro barroco español, en preciso verso que va más allá del popular, que no por ello malo, monólogo de Segismundo, punto álgido de la obra en su reflexión. Una comedia, no por su humor, sino por su final, que sigue remitiéndonos a la reflexión sobre nuestra existencia, sobre la ambigüedad de la condición humana y sobre la existencia del destino o de la libertad. Una pieza accesible cuya experiencia siempre será completa viéndolo en escena.
Escrito por Luis J. del Castillo
Puedes leer también la cara B de esta reseña
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