El valor del arte va más allá de la consideración económica que hoy en día consideramos como esencial; el arte estructura y nos enseña la evolución del ser humano y de su pensamiento, pero, sobre todo, de la creatividad de las personas para captar la realidad o su imaginación. La tesis de Monuments Men defiende que la desaparición de estas obras de arte suponen el olvido o la ausencia de la idiosincracia de una cultura, igual que cuando una lengua muere, muere consigo la visión del mundo de una civilización.
Tras un inicio que repasa alguna de estas obras rescatadas por los ciudadanos, de cualquier condición, trabajando por sostenerlas y rescatarlas, nos trasladamos al grupo militar conocido como Monuments Men, una serie de hombres especialistas en distintos campos artísticos que deberán viajar a una Europa en el ocaso del dominio de Hitler. Y aunque la película prometía ser una combinación de arte, emoción y humor con un reparto que prometía en la fachada más que en el interior, como el arte vacío.
A la cabeza de este buque se encuentra el actor, director y productor George Clooney, que se adentra en el puesto de dirección por quinta vez en un camino marcado especialmente por películas relacionadas con política y órganos de inteligencia de los gobiernos: Confesiones de una mente peligrosa (Confessions of a dangerous mind, 2002), Buenas noches, y buena suerte (Good night, and good luck, 2005) o Los idus de marzo (The Ides of March, 2011).
No obstante, Clooney es más conocido por su faceta de actor, que también exprime en sus incursiones directivas participando en ellas. Por otra parte, ha sido también productor de otra obra de carácter político como es Argo (Ben Affleck, 2012), basada en hechos reales, otro denominador común que comparten varias de sus propuestas. Con todos estos requisitos cumple The Monuments Men (2014), aunque su resultado esté, cuanto menos, muy alejado de resultar bueno.
La historia bajo la que se entreteje el film se basa en un libro de Robert M. Edsel que narra la historia del Programa de Monumentos, Arte y Archivos del ejército norteamericano en plena Segunda Guerra Mundial, en un intento por rescatar las piezas culturales más importantes de la expoliación y posible destrucción del nazismo (junto a la posterior amenaza soviética). Hitler pretendía crear un museo con todas esas obras o destruirlas todas a su muerte, aunque de todos es sabido que no consiguió el primer objetivo, seguramente sí logró el segundo en parte. Sin embargo, la visión tan tajante del líder nazi se pueda extrapolar a otras situaciones de nuestra historia, en la que el arte ha sido arrancado, descontextualizado y/o destruido ya fuera por guerras, compres y ventas, incendios fortuitos o intencionados y otras acciones humanas que poca relación tienen con el perfecto enemigo de películas bélicas, los nazis. Gracias a ellos, la cinta repite clichés, incluyendo escenas pacíficas sobre soldados que solo cumplían órdenes o una actitud despiadada por parte de altos mandos que, de nuevo, cumplían órdenes.
Y pese a eso, hubiéramos podido aceptar la clásica arenga si realmente el film hubiera sido emocionante, cosa que logra cumplir en el tramo final, para lo cual hay que soportar demasiado trayecto de emociones postuladas, especialmente por monólogos en off, relacionadas con unos personajes que no logran tener empaque y que relacionamos más con los actores que los interpretan que con un ser real, con una historia y personalidad propias en sus espaldas. La irregularidad del ritmo provoca, precisamente, que sean despachados en su presentación en el primer cuarto de hora a una velocidad pasmosa y que después nos detengamos en este capítulo de sus vidas con parsimonia, ¡incluso remitiendo a un pasado que nos es velado y que, según pretende el film, debería conmover!
En la composición del metraje falta, como hemos visto, ritmo y en los personajes, fundamento. Aunque este grupo pertenece a la intrahistoria de uno de los acontecimientos más cruentos de nuestra historia contemporánea, el problema reside, precisamente, en ese mismo anonimato en el que el film no se atreve a ahondar. Desconocemos prácticamente todo de los personajes, algo que no necesariamente sería un defecto, puesto que muchos son los personajes de los que poco conocemos pero que están bien desarrollados, si no fuera por la cantidad de incoherencias que tienen en su actitud o por las referencias que se hacen a ese pasado en varios puntos de la cinta. No podemos defender, además, el hecho de que se trate de una adaptación tanto de hechos reales como de una obra, puesto que se permiten, entre otras cosas, cambiar el nombre de todos protagonistas reales; y eso sin hablar del cambio de lenguaje que existe entre lo literario y lo cinematográfico.
En este sentido, tan solo el personaje secundario Claire Simon (encarnado por Cate Blanchett) tiene una evolución interesante y atractiva en la película, convirtiéndose en una personaje clave que contiene drama y una seriedad realista sin pertenecer al grupo principal sobre el que se basa la cinta. Ni siquiera George Clooney, que se reserva el papel de líder del grupo, Frank Stokes y alguno de los monólogos emotivos del film, tiene un personaje muy consistente, teniendo una motivación especial a partir de la mitad de la película, en una búsqueda obsesiva por la Madonna de Brujas, escultura de Miguel Ángel.
Por otra parte, Matt Damon, como James Granger, realiza una actuación plana de un personaje que poco más le proporciona. El resto del reparto, compuesto por algunos actores cómicos, solventa el papel dentro de las posibilidades que le ofrece el guión, pero sin mostrar ningún ápice de genialidad.
Desfilan por la pantalla actores como Bill Murray, John Goodman, Jean Dujardin, Bob Balaban o Hugh Bonneville en busca de arte, especialmente el políptico de Gante, Adoración del Cordero, de los hermanos Van Eyck. Como curiosidad en el reparto, la aparición del padre del director y actor, Nick Clooney.
Aunque con los actores cabría esperarlo, la película se publicitó como una mezcla entre película de aventuras y comedia, con un fin cultural, lo que finalmente no resulta ser tal. Es más, las situaciones cómicas se repiten sin gracia alguna, convirtiendo una de sus bazas publicitarias en otro de los defectos de la cinta, que finalmente no logra ser ni lo que prometía ni lo que pretendía resultar.
En definitiva, la historia que nos traía Clooney, aquella que hablaba del arte como sustentador de la cultura más allá de una creencia religiosa, era acertada y su mensaje sería aplicable a otras circunstancias donde no existió un grupo tan preciso como estos Monuments Men; y, sin embargo, la película ha resultado ser una pieza aburrida, sin gracia ni brillantez.
Escrito por Luis J. del Castillo
Damon y Clooney durante la grabación |
La historia bajo la que se entreteje el film se basa en un libro de Robert M. Edsel que narra la historia del Programa de Monumentos, Arte y Archivos del ejército norteamericano en plena Segunda Guerra Mundial, en un intento por rescatar las piezas culturales más importantes de la expoliación y posible destrucción del nazismo (junto a la posterior amenaza soviética). Hitler pretendía crear un museo con todas esas obras o destruirlas todas a su muerte, aunque de todos es sabido que no consiguió el primer objetivo, seguramente sí logró el segundo en parte. Sin embargo, la visión tan tajante del líder nazi se pueda extrapolar a otras situaciones de nuestra historia, en la que el arte ha sido arrancado, descontextualizado y/o destruido ya fuera por guerras, compres y ventas, incendios fortuitos o intencionados y otras acciones humanas que poca relación tienen con el perfecto enemigo de películas bélicas, los nazis. Gracias a ellos, la cinta repite clichés, incluyendo escenas pacíficas sobre soldados que solo cumplían órdenes o una actitud despiadada por parte de altos mandos que, de nuevo, cumplían órdenes.
Y pese a eso, hubiéramos podido aceptar la clásica arenga si realmente el film hubiera sido emocionante, cosa que logra cumplir en el tramo final, para lo cual hay que soportar demasiado trayecto de emociones postuladas, especialmente por monólogos en off, relacionadas con unos personajes que no logran tener empaque y que relacionamos más con los actores que los interpretan que con un ser real, con una historia y personalidad propias en sus espaldas. La irregularidad del ritmo provoca, precisamente, que sean despachados en su presentación en el primer cuarto de hora a una velocidad pasmosa y que después nos detengamos en este capítulo de sus vidas con parsimonia, ¡incluso remitiendo a un pasado que nos es velado y que, según pretende el film, debería conmover!
En la composición del metraje falta, como hemos visto, ritmo y en los personajes, fundamento. Aunque este grupo pertenece a la intrahistoria de uno de los acontecimientos más cruentos de nuestra historia contemporánea, el problema reside, precisamente, en ese mismo anonimato en el que el film no se atreve a ahondar. Desconocemos prácticamente todo de los personajes, algo que no necesariamente sería un defecto, puesto que muchos son los personajes de los que poco conocemos pero que están bien desarrollados, si no fuera por la cantidad de incoherencias que tienen en su actitud o por las referencias que se hacen a ese pasado en varios puntos de la cinta. No podemos defender, además, el hecho de que se trate de una adaptación tanto de hechos reales como de una obra, puesto que se permiten, entre otras cosas, cambiar el nombre de todos protagonistas reales; y eso sin hablar del cambio de lenguaje que existe entre lo literario y lo cinematográfico.
En este sentido, tan solo el personaje secundario Claire Simon (encarnado por Cate Blanchett) tiene una evolución interesante y atractiva en la película, convirtiéndose en una personaje clave que contiene drama y una seriedad realista sin pertenecer al grupo principal sobre el que se basa la cinta. Ni siquiera George Clooney, que se reserva el papel de líder del grupo, Frank Stokes y alguno de los monólogos emotivos del film, tiene un personaje muy consistente, teniendo una motivación especial a partir de la mitad de la película, en una búsqueda obsesiva por la Madonna de Brujas, escultura de Miguel Ángel.
Por otra parte, Matt Damon, como James Granger, realiza una actuación plana de un personaje que poco más le proporciona. El resto del reparto, compuesto por algunos actores cómicos, solventa el papel dentro de las posibilidades que le ofrece el guión, pero sin mostrar ningún ápice de genialidad.
Desfilan por la pantalla actores como Bill Murray, John Goodman, Jean Dujardin, Bob Balaban o Hugh Bonneville en busca de arte, especialmente el políptico de Gante, Adoración del Cordero, de los hermanos Van Eyck. Como curiosidad en el reparto, la aparición del padre del director y actor, Nick Clooney.
Aunque con los actores cabría esperarlo, la película se publicitó como una mezcla entre película de aventuras y comedia, con un fin cultural, lo que finalmente no resulta ser tal. Es más, las situaciones cómicas se repiten sin gracia alguna, convirtiendo una de sus bazas publicitarias en otro de los defectos de la cinta, que finalmente no logra ser ni lo que prometía ni lo que pretendía resultar.
Escrito por Luis J. del Castillo
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