Tanto la milagrería como la rumorología se han venido considerando como aspectos populacheros (aunque no necesariamente, se han dado igual en las llamadas clases pudientes), o pertenecientes a unas épocas muy concretas (tampoco: seguramente han estado ahí siempre, acompañando al ser humano). El caso es que ambas idiosincrasias fueron el foco de atención de Luis García Berlanga (1921-2010) en Los jueves, milagro (Filmayer, 1957), coproducción con Italia filmada en los Estudios Chamartín, más tarde llamados Bronston y actualmente Buñuel. La película fue escrita por Berlanga y José Luis Colina, y contó con música de Franco Ferrara y fotografía de Francisco Sempere.
Junto a José Isbert (1886-1966), en ella se intercalaron buenos característicos como Alberto Romea (1881-1960), Juan Calvo (1892-1962) o el italiano Paolo Stoppa (1906-1988).
También suele recordarse que Los jueves, milagro forma parte de esos títulos que merece la pena recuperar de entre el marasmo de cine folclórico de la época, una época que, pese a todo, sigue proporcionando sorpresas cinematográficas; en cualquier caso, productos de cuyo valor sociológico o artístico ni reniego ni alabo, por la sencilla razón de que no estoy capacitado para tales asuntos; y ya que me he metido en este jardín, pisaré todas las flores recordando que los logros cinematográficos no dependen en absoluto del tema que aborde una película, sino de cómo éste es articulado por vía de la imagen.
Dicho lo cual, no cabe sino disfrutar y emocionarse con una película como Los jueves, milagro, aparcando los resultados que obtuviera en taquilla -dato siempre aleatorio, aunque parece que inevitable de determinados espacios “palomiteros”-, e incluso, los efímeros premios cosechados (que es lo tercero que suele tenerse en cuenta en este tipo de casos).
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El escenario “neorrealista” del relato es Fontecilla, un pueblo en “ninguna parte” -aunque se trate de una localidad de Castellón-, que ha visto como sus días de gloria, debidos a las aguas de un decimonónico balneario, han pasado de largo como las citadas aguas o, metafóricamente, como ese tren que atraviesa todo el pueblo pero no se detiene en él. En Fontecilla todos esperan algo parecido a un milagro, en forma de prosperidad, y como el pueblo también tiene su “tonto” (Mauro: Manuel Alexandre), deciden que el ansiado prodigio se “materialice” precisamente ante él. El Santo escogido será San Dimas, en otra pirueta irónica, el Buen Ladrón; consistiendo el timo en aparecerse don José (José Isbert) ataviado como San Dimas, para de ese modo crear la ilusión de que se ha producido un milagro auténtico.
La chapuza tiene mucho de cuento, de fábula, de chiquillada en la que participan las fuerzas vivas de un pueblo muerto, o al menos anquilosado, con la excepción del severo aunque juicioso párroco (José Luis López Vázquez).
Componen dichas fuerzas el alcalde, don Antonio (Juan Calvo); don Salvador (Paolo Stoppa), el maestro de escuela; don Evaristo (Félix Fernández), el médico; don José, el hacendado del lugar (Isbert), y don Ramón (Alberto Romea), el dueño de un balneario en el que ahora solo parece pasarlo bien -cuando le dejan- el joven Luisito (Luis Varela), sobrino de unos residentes asediados por los más variopintos prejuicios, y que parecen directamente extraídos de una época anterior.
Componen dichas fuerzas el alcalde, don Antonio (Juan Calvo); don Salvador (Paolo Stoppa), el maestro de escuela; don Evaristo (Félix Fernández), el médico; don José, el hacendado del lugar (Isbert), y don Ramón (Alberto Romea), el dueño de un balneario en el que ahora solo parece pasarlo bien -cuando le dejan- el joven Luisito (Luis Varela), sobrino de unos residentes asediados por los más variopintos prejuicios, y que parecen directamente extraídos de una época anterior.
Pero he aquí que la primeriza, meta-diegética e improvisada “puesta en escena”, dará paso a otra real, cuando la “sugestión” se haga carne en la figura de Martino (Richard Basehart), un forastero misterioso y vitalista.
La visión a ras de suelo de Berlanga, por y para el pueblo, no está exenta de cariño, por mucho que no eluda la crítica hacia un sector crédulo por las circunstancias socioculturales, que atribuye hasta el detalle más nimio al agua “milagrosa” de Fontecilla. La gente necesita creer, y el realizador acierta a entrelazar los falsos milagros con la prodigiosa intervención, ni confirmada ni desmentida, pero al fin y al cabo beneficiosa, de Martino.
Luis García Berlanga proporciona una espléndida fluidez a la narración por medio de una serie de encadenados narrativos, no solo a través de la imagen, sino también anticipados por medio de la palabra. Queda demostrado que su fuerte son ya los relatos corales, es decir, con varios personajes en jaque.
Como curiosidad, podemos entrever un ejemplar de la famosa publicación El Caso entre las revistas de un tenderete; un apunte más de esa España cabizbaja aunque esperanzada.
Estación de paso entre la trapacería más desprejuiciada y el deseo de sobrevivir, en Los jueves, milagro la picaresca es más humana que en muchas de las novelas del género (¡y en un sentido positivo lo de humana!).
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