En la historia del cine son varios los ejemplos de películas que extraen sus argumentos de las historias bíblicas, tanto directa como indirectamente y ocupando una parte importante de las producciones. Algunas de ellas se consideran hoy piezas clásicas, como hemos podido traer a nuestro blog en estos días de Semana Santa durante estos años, con ejemplos como Quo vadis o Los diez mandamientos. De ahí surge, en parte, la historia que trae Darren Aronofsky alred, alrededor de la historia de Noé a partir del Génesis de la Biblia pero también del Libro de Enoc.
Con estas dos fuentes y el guión trabajado entre el director Aronofsky y el guionista Ari Handel, este último amigo del cineasta desde la universidad y colaborador también en el guión de La fuente de la vida (The Fountain, 2006). Lo cierto es que el estilo de Aronosfky se ha ido puliendo con un sello propio y una forma de filmar intentando sorprender mediante el trato a la imagen, consiguiendo la atención con Réquiem por un sueño (Requiem for a Dream, 2000) y triunfando con cintas como El luchador (The Wrestler, 2008) o Cisne negro (Black Swan, 2010).
El estilo puede ser aceptado o no, o gustar más o menos, pero en el caso de Noé (Noah, 2014) ha sabido combinarlo con los medios audiovisuales de las películas más comerciales y centradas en el entretenimiento. Precisamente la película brilla en esas escenas de timelapses marca del autor, como la dedicada al origen del universo a partir de la narración bíblica, pero pierde fuerza en su manera de entretener al espectador especialmente por el metraje. La cinta contiene dos claras partes definidas, la segunda más intimista y relacionada con las preocupaciones del director, mientras que la primera se detiene en la historia que todos conocemos, aunque con elementos extraídos del texto apócrifo antes mencionado.
Con estas dos fuentes y el guión trabajado entre el director Aronofsky y el guionista Ari Handel, este último amigo del cineasta desde la universidad y colaborador también en el guión de La fuente de la vida (The Fountain, 2006). Lo cierto es que el estilo de Aronosfky se ha ido puliendo con un sello propio y una forma de filmar intentando sorprender mediante el trato a la imagen, consiguiendo la atención con Réquiem por un sueño (Requiem for a Dream, 2000) y triunfando con cintas como El luchador (The Wrestler, 2008) o Cisne negro (Black Swan, 2010).
El estilo puede ser aceptado o no, o gustar más o menos, pero en el caso de Noé (Noah, 2014) ha sabido combinarlo con los medios audiovisuales de las películas más comerciales y centradas en el entretenimiento. Precisamente la película brilla en esas escenas de timelapses marca del autor, como la dedicada al origen del universo a partir de la narración bíblica, pero pierde fuerza en su manera de entretener al espectador especialmente por el metraje. La cinta contiene dos claras partes definidas, la segunda más intimista y relacionada con las preocupaciones del director, mientras que la primera se detiene en la historia que todos conocemos, aunque con elementos extraídos del texto apócrifo antes mencionado.
Darren Aronofsky y Russell Crowe |
Este hecho seguramente despierte la extrañeza del espectador que esperaba el relato clásico, especialmente al presentarnos un ambiente cercano a los films post-apocalípticos de los últimos años, con efectos especiales similares a las producciones de Roland Emmerich. A este ambiente se une también elementos fantásticos o cercanos a mundos de ciencia ficción, como el aspecto de los Vigilantes, el metal explosivo o las construcciones humanas, que tan solo se vislumbran desde la vida más natural de Noé y su familia, que aportan a la película un mensaje ecologista y vegetariano (anacrónico, aunque sirva para marcar la diferencia con el resto de la humanidad).
Aronofsky ofrece también imágenes atrevidas tanto en las revelaciones oníricas como para marcar la diferencia entre la vida brutal de los seres humanos y la de los protagonistas. El sufrimiento marcado por estas escenas apocalípticas dan una idea más profunda de lo que tal hecho pudo suponer en quienes lo vivieron, alejados de la suavidad con que, en la mayor parte de las ocasiones, se han tratado hechos tan cruentos como los narrados en ciertas historias bíblicas.
Frente a toda esta espectacularidad, la imagen de Dios es solventada por una completa elipsis, tanto en imagen como en voz: la interpretación de sus designios, representada normalmente como una voz, queda bajo la responsabilidad de los personajes, lo que nos lleva a la segunda parte de la película, en la que nos adentramos en la obsesión de Noé por cumplir con lo que ha interpretado, pese a la oposición de toda su familia. Russell Crowe, cuyo aspecto en la película sufre de demasiados e innecesarios cambios, especialmente en el plano facial, resuelve este papel con destreza en todos sus aspectos, pasando desde un padre de familia preocupado y atento a un fundamentalista religioso, casi un psicópata en la última parte después de haber producido grandes daños a su familia en la parte intermedia de la cinta.
Como contrapunto, la esposa de Noé, interpretada por Jennifer Connelly, que mantiene la actitud de madre entregada por encima de las decisiones de su marido, aunque ello suponga un enfrentamiento entre ambos. A su vez, los hijos, especialmente los dos mayores, Sem y Cam (Douglas Booth y Logan Lerman), se distancian de las ideas del padre por distintos motivos, añadiendo un drama familiar centrado en la autoridad del padre de familia sobre la vida del resto de miembros, todo ello en medio de la tragedia bíblica.
Otro de los problemas añadidos, y fundamentales de la última parte, es el personaje interpretado por Emma Watson, clave para la supervivencia de los seres humanos. Aunque la historia que Aronofsky trata pueda resultar interesante, su detenimiento final en esta cuestión así como sus excesivos énfasis provocan cierto aletargamiento en el film y daña el ritmo, especialmente con un final demasiado bondadoso para la coherencia de la cinta.
Una última mención a las intervenciones de Anthony Hopkins como Matusalén o Ray Winstone como antagonista y representante de la corrupción humana.
El hombre se presenta como el ser que es capaz de todo lo mejor y de todo lo peor. La obsesión por crear un mundo mejor, aunque ausente del ser humano, sobrevuela la película. Una apuesta de Aronofsky que se aleja de una adaptación para presentarse como un proyecto más original, entremezcla de fantasía, ciencia ficción y lucha entre el bien y el mal con la propia corrupción del bien por su fundamentalismo. Estos son los ingredientes que forman el arca que nos ha vendido el director en esta ocasión, visualmente atractiva, pero mal encauzada en la unión de sus distintas partes.
Aronofsky ofrece también imágenes atrevidas tanto en las revelaciones oníricas como para marcar la diferencia entre la vida brutal de los seres humanos y la de los protagonistas. El sufrimiento marcado por estas escenas apocalípticas dan una idea más profunda de lo que tal hecho pudo suponer en quienes lo vivieron, alejados de la suavidad con que, en la mayor parte de las ocasiones, se han tratado hechos tan cruentos como los narrados en ciertas historias bíblicas.
Frente a toda esta espectacularidad, la imagen de Dios es solventada por una completa elipsis, tanto en imagen como en voz: la interpretación de sus designios, representada normalmente como una voz, queda bajo la responsabilidad de los personajes, lo que nos lleva a la segunda parte de la película, en la que nos adentramos en la obsesión de Noé por cumplir con lo que ha interpretado, pese a la oposición de toda su familia. Russell Crowe, cuyo aspecto en la película sufre de demasiados e innecesarios cambios, especialmente en el plano facial, resuelve este papel con destreza en todos sus aspectos, pasando desde un padre de familia preocupado y atento a un fundamentalista religioso, casi un psicópata en la última parte después de haber producido grandes daños a su familia en la parte intermedia de la cinta.
Como contrapunto, la esposa de Noé, interpretada por Jennifer Connelly, que mantiene la actitud de madre entregada por encima de las decisiones de su marido, aunque ello suponga un enfrentamiento entre ambos. A su vez, los hijos, especialmente los dos mayores, Sem y Cam (Douglas Booth y Logan Lerman), se distancian de las ideas del padre por distintos motivos, añadiendo un drama familiar centrado en la autoridad del padre de familia sobre la vida del resto de miembros, todo ello en medio de la tragedia bíblica.
Otro de los problemas añadidos, y fundamentales de la última parte, es el personaje interpretado por Emma Watson, clave para la supervivencia de los seres humanos. Aunque la historia que Aronofsky trata pueda resultar interesante, su detenimiento final en esta cuestión así como sus excesivos énfasis provocan cierto aletargamiento en el film y daña el ritmo, especialmente con un final demasiado bondadoso para la coherencia de la cinta.
Una última mención a las intervenciones de Anthony Hopkins como Matusalén o Ray Winstone como antagonista y representante de la corrupción humana.
El hombre se presenta como el ser que es capaz de todo lo mejor y de todo lo peor. La obsesión por crear un mundo mejor, aunque ausente del ser humano, sobrevuela la película. Una apuesta de Aronofsky que se aleja de una adaptación para presentarse como un proyecto más original, entremezcla de fantasía, ciencia ficción y lucha entre el bien y el mal con la propia corrupción del bien por su fundamentalismo. Estos son los ingredientes que forman el arca que nos ha vendido el director en esta ocasión, visualmente atractiva, pero mal encauzada en la unión de sus distintas partes.
Escrito por Luis J. del Castillo
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