Hércules fue el último vástago de Zeus con una “mujer mortal”. Y el experimento salió a las mil maravillas, porque nos proporcionó una retahíla de viajes y peripecias gozosas, valiéndose de su fuerza e ingenio, conducidas por una moral recta de acuerdo con los parámetros de la época, para finalmente ascender al Olimpo junto a su padre, congraciarse con la traviesa Hera y poder formar su propia constelación.
Probable fundador de las Olimpiadas y padre prolífico, este personaje mitológico pronto recibió buenas encarnaduras por parte del cine. La conquista de la Atlántida (Ercole alla conquista di Atlantide / Hercules and the conquest of Atlantis, 1961) narra una de sus (posibles) aventuras.
Se trata de una producción ítalo-francesa, filmada en Cinecittá por Vittorio Cottafavi (1914-1988), con secundarios descollantes como Enrico Maria Salerno, Gian Maria Volonté y sobre todo Ettore Manni, además del protagonismo, muy común en los péplums, de un intérprete de imponente físico, en funciones de actor, en este caso, un fisioculturista que llegó a ser mentor de Arnold Schwarzenegger.
La secuencia de apertura marca el tono jovial y distendido de toda la peripecia. La escaramuza en una posada muestra la alegría festiva de una época casi perdida en el tiempo, y hasta de un modo de vivir. Junto a Hércules (el británico ya mencionado Reg Park), se encuentran su idealista amigo Andrócles, rey de Tebas –en realidad lo fue de Mesenia- (Ettore Manni), un sirviente enano, Timoteo (Salvatore Furnari), y el hijo de Hércules, Hilo (Luciano Marin).
Probable fundador de las Olimpiadas y padre prolífico, este personaje mitológico pronto recibió buenas encarnaduras por parte del cine. La conquista de la Atlántida (Ercole alla conquista di Atlantide / Hercules and the conquest of Atlantis, 1961) narra una de sus (posibles) aventuras.
Se trata de una producción ítalo-francesa, filmada en Cinecittá por Vittorio Cottafavi (1914-1988), con secundarios descollantes como Enrico Maria Salerno, Gian Maria Volonté y sobre todo Ettore Manni, además del protagonismo, muy común en los péplums, de un intérprete de imponente físico, en funciones de actor, en este caso, un fisioculturista que llegó a ser mentor de Arnold Schwarzenegger.
La secuencia de apertura marca el tono jovial y distendido de toda la peripecia. La escaramuza en una posada muestra la alegría festiva de una época casi perdida en el tiempo, y hasta de un modo de vivir. Junto a Hércules (el británico ya mencionado Reg Park), se encuentran su idealista amigo Andrócles, rey de Tebas –en realidad lo fue de Mesenia- (Ettore Manni), un sirviente enano, Timoteo (Salvatore Furnari), y el hijo de Hércules, Hilo (Luciano Marin).
El caso es que los vaticinios aseguran que una gran amenaza se cierne sobre toda la Hélade (la tierra de los helenos: Grecia). Este ignoto peligro conduce a los protagonistas más allá de las Columnas de Hércules -aún por delimitar fronteras, tal y como apunta el propio Hércules justo al final del relato-, para de ese modo seguir buscando “la gloria en las empresas más arriesgadas”, como comenta la esposa del héroe, Deyanira (Luciana Angiolillo). Con el propósito de averiguar lo que sucede “allende el mar”, el grupo expedicionario parte de Tebas, y tras una accidentada travesía, consigue arribar a la Isla de la Atlántida.
Los medios técnicos son los que son, pero más por motivos estrictamente presupuestarios que cronológicos (por aquella época se realizaban relatos sobre la antigüedad realmente magnificentes), lo que no quiere decir que La conquista de la Atlántida no sea disfrutable y estimulante. En la medida de sus posibilidades, ofrece diversión y un continuado off ilusorio. Lo que el dinero se llevó, lo suple Cottafavi con oficio, ritmo y humor, mostrando un entorno -más que un mundo- de adivinos, montañas sagradas, pedruscos caprichosos y cultos mistéricos, primos hermanos de los simpáticos misterios eleusinos.
En este sentido, la banda sonora de Gino Marinuzzi Jr. y Armando Trovajoli aporta elementos extrañadores mediante la inclusión de sonidos electrónicos, primitivos pero muy efectivos. No en vano, la pérfida Antinea, reina de la Atlántida (estupenda Fay Spain), en excelente descripción de sus dominios, los califica como lugar “de magia más que de naturaleza”.
En este sentido, la banda sonora de Gino Marinuzzi Jr. y Armando Trovajoli aporta elementos extrañadores mediante la inclusión de sonidos electrónicos, primitivos pero muy efectivos. No en vano, la pérfida Antinea, reina de la Atlántida (estupenda Fay Spain), en excelente descripción de sus dominios, los califica como lugar “de magia más que de naturaleza”.
Entre los aspectos más singulares, sobresale el variopinto conglomerado de naciones –o poleis- que conforma la Hélade, unidas sobre todo para evitar matarse unas a otras (me abstendré de compararlos con “construcciones” más actuales).
También es destacable, por icónico, el momento en que Hércules tira de la cadena del ancla de una embarcación, y su enfrentamiento con el multiforme Proteo, que junto a la sustancia rocosa que aprisiona a Ismene (Laura Efrikian), ofrecida en sacrificio al juguetón engendro, conforma un episodio que recuerda al que fuera el último de los doce trabajos principales de Hércules, la captura de Cerbero; en suma, un incidente cuyo desenlace motiva el desvanecimiento de las nieblas que ocultan la Atlántida
Junto a estos instantes sugestivos, destaca el aciago destino de los desheredados de la Atlántida, cuya liberación real no será la que les proporciona Hércules, sino su enfrentamiento con los soldados, en realidad, sus propios compañeros de antaño; y enlazando con estos últimos, la desventura de estos niños, entregados al culto de Urano… y supervivientes de la prueba.
La versión en español se beneficia bastante con las voces de José Guardiola -imponente siempre-, Celia Honrubia y Rafael de Penagos como Hilo.
Escrito por Javier C. Aguilera
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