La Terapia Cognitivo-Conductual (TCC) resulta de gran ayuda en enfermedades neurodegenerativas, como el Parkinson o el Alzheimer, en las que es necesario prestar apoyo para saber gestionar los síntomas de la mejor manera posible. En ella, se diseñan estrategias para el establecimiento de tareas, pautas de conducta funcional y patrones de pensamiento adaptativos. Los resultados a nivel científico en cuanto a su eficacia no son determinantes, aunque parecen contribuir positivamente al manejo de los factores emocionales y conductuales (Rothstein, 2010).
En primer lugar, en la TCC se interviene enseñando a reconocer los estilos de pensamiento disfuncionales o desadaptativos para el paciente, como, por ejemplo, pensamientos autodespreciativos o catastrofistas sobre la enfermedad. Para ello, es necesario entrenar al paciente en la reflexión de su propia manera de pensar y plantearse qué aspectos son conflictivos y cuáles no. De este modo, se persigue incrementar la capacidad crítica del paciente, adecuar sus estrategias de categorización (por ejemplo, definir qué es éxito y qué es fracaso) y detectar patrones de pensamiento erróneos. Este proceso de cambio y de reconocimiento por parte del paciente se lleva a cabo a través de un debate o diálogo socrático. Así, el paciente reconocerá los aspectos cognitivos que le producen malestar para así actuar sobre ellos, como el hecho de sentirse inferior o incapacitado por su enfermedad, iniciándose así la reestructuración cognitiva de esos patrones.
Por parte del terapeuta será fundamental aportar un feedback necesario al paciente para que sea capaz de detectar las contradicciones o las conclusiones erróneas, consecuencias de sus estilos de pensamiento y esquemas cognitivos. Además, se le planteará preguntas y se le remarcará aseveraciones hechas por el propio paciente para que profundice en el análisis de su pensamiento.
En segundo lugar, la TCC intervendrá sobre los aspectos cognitivos desadaptativos anteriormente detectados. Esto conllevará fijar unos objetivos concretos a cumplir y entrenar al paciente para que sea capaz de determinar las estrategias que lo acercan y lo alejan de estas metas. Además, como los objetivos han sido definidos de forma objetiva, será más sencillo evaluar la progresión y el ritmo en el que se producen y, si es necesario, introducir cambios en el programa de intervención.
Las metas u objetivos planteados en las sesiones de la TCC pueden abarcar, por ejemplo, minimizar significativamente los efectos no motores de la enfermedad, abandonando el estilo de pensamiento negativo y depresivo y disminuyendo un aislamiento social por parte del paciente. En definitiva, problemáticas formadas por un componente material y por un componente subjetivo o emocional.
Para más información:
Merello, M. (2008). Trastornos no motores en la enfermedad de Parkinson. Revista de Neurología, 47 (261-270).
Rothstein, T. L., Warren C. (2010). La cara oculta de la enfermedad de Parkinson. Mente y cerebro, 40 (73-81).
Escrito por Mariela B. Ortega
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