Las siete maravillas. Una novela del mundo antiguo, de Steven Saylor

29 agosto, 2014

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Se dice que los lémures se quedan vagando por la tierra y aparecen por las noches(Los Jardines de Babilonia)

Portada
El joven Gordiano de Roma ha aprendido de su padre los ardides de un buen detective, y de su tutor, el poeta de origen griego Antípatro, todo lo que hay que saber acerca de historia, matemáticas, literatura y un poco de griego. El viaje iniciático del futuro sabueso comienza ya con una añagaza: el fingimiento de la muerte de Antípatro, por el cual el poeta pretende, en compañía de su joven discípulo, desenvolverse bajo una identidad falsa y disfrutar de una aventura que durará prácticamente dos años.

Es el propio Gordiano quien narra sus vivencias en primera persona. Estamos en el año 92 A.C. y partimos de Roma. Hace más de una década que los romanos han sometido a los griegos, por lo que perviven sentimientos de rencor pese a una mutua tolerancia. Gordiano y Antípatro parten del puerto de Ostia hacia Éfeso, en la parte asiática de Grecia, donde dan inicio a su recorrido por las Siete Maravillas del mundo visitando el concurrido Templo de Artemisa, la Diana Cazadora de los romanos. Es la primera etapa propuesta por el estadounidense Steven Saylor (1956), en su bien documentada y amena Las siete maravillas. Una novela del mundo antiguo (The seven wonders. A novel of the ancient world, 2012; La esfera de los libros, 2014).

Ya en esta primera parada, Gordiano demuestra su iniciativa y valentía al esclarecer un complot en el que está acusada la joven hija de un amigo de Antípatro, durante las festividades en honor a Artemisa.

De este modo, en cada destino, el joven romano podrá resolver un misterio, mientras se mezcla con el bien descrito ambiente de su época. Sin desvelar en exceso, proseguimos el viaje. En Halicarnaso, Gordiano se ve envuelto en un juego de identidades “a lo Agatha Christie”, donde las personas no son lo que parecen (y donde emerge una sugestiva característica anatómica, mágica o natural, ¡o ambas cosas!). 

Su siguiente parada les lleva a contemplar la colosal estatua de Zeus en Olimpia, además de ser testigos de los famosos juegos, durante la Olimpiada número ciento setenta y dos. En Olimpia destaca el encuentro con un cínico, mientras ven desfilar a los atletas y visitan el templo que alberga la monumental estatua. Un espléndido apunte lo hallamos en el hecho de que Gordiano se sienta un poco acomplejado como romano ante tanto griego y que, pese a reflexionar con mirada crítica cuanto le rodea, acabe descubriendo la generosidad de mano de uno de los atletas (por encima de los intereses que sostienen los Juegos).

Tras atravesar la península del Peloponeso, los viajeros llegan a las ruinas de Corinto, en cuyas cercanías acontece un crimen en apariencia inexplicable, relacionado con algunos soldados de la guarnición romana allí apostada, que además han compartido posada con Gordiano y Antípatro. El asunto parece cosa de brujería, no siendo la última vez que Gordiano haya de preguntarse qué de cierto hay en la magia.

Pintura de Lawrence A. Tadema
Continúa el recorrido por Rodas, de cuyo Coloso solo quedan sus restos esparcidos por el puerto, ya que fue destruido por un terremoto -en el presente de la novela-, hace ciento treinta y cinco años. En esta ciudad, Gordiano comprueba cómo cada pueblo soporta su dosis de incongruencia y barbarismo (en este caso, todo lo referido a los sacrificios de los druidas).

A continuación, esperan a los viajeros los Jardines colgantes de Babilonia, de los que solo sobrevive una pálida imagen, junto al zigurat llamado Etemenanki, dedicado a Marduk, patrono de la ciudad de Babilonia. Ambas construcciones constituyeron en un tiempo la sexta y séptima maravilla. Por desgracia, ahora solo quedan vestigios, aunque el zigurat se conserva mejor, junto con la conocida Puerta de Ishtar.

Gordiano ya ha cumplido diecinueve años cuando se ve imbuido en esta tierra de astrólogos y en el misterio que afecta a un templo semiderruido.

Portrait of a young roman - Nelson - Atkins Musueum of Art
La última parada es en Egipto, donde, naturalmente, destaca la visita a la meseta de Guiza, escenario en el que Antípatro y Gordiano tienen ocasión de debatir acerca de la descomunal construcción que es la Gran Pirámide. Será dentro del monumento atribuido a Keops donde Gordiano se tope con otro enigma.

Además, siguiendo las prescripciones de Isis, y por mediación de uno de sus sacerdotes, el joven romano se ve obligado a resolver uno de los famosos acertijos de los que esta tierra es pródiga, para lo cual, Gordiano decide meditar tumbado… ¡en el interior del sarcófago!, recibiendo así su auténtico “bautismo” como investigador excepcional, un acontecimiento bendecido nada menos que por la diosa Isis.

De hecho, ¿existe la casualidad, o su habilidad es realmente “un don de los dioses”, tal y como asegura su maestro?

El autor emulando al protagonista en sus pesquisas
Tras su visita a las pirámides, los viajeros se alojan en la bulliciosa y cosmopolita Alejandría, cuyo Faro no era tenido entonces por una de las maravillas, aunque sí fuera incluido poco tiempo después (en favor de una de las dos descascarilladas obras babilónicas).

Las nuevas rebeliones contra Roma aconsejan permanecer en Alejandría, cuya asombrosa biblioteca se reserva el derecho de copiar, de visitantes y comerciantes, cualquier libro de que no disponga. En realidad, el edificio forma parte de un complejo más amplio, un enorme museo. Antípatro y Gordiano se hospedan en casa de uno de sus trabajadores, y de nuevo la casualidad pondrá al chico tras la pista de un asunto; su descubrimiento más complejo. El capitulo culmina con un clímax de apariencia hitchcockiana, en la cúspide del gran faro.

Finalmente, un epílogo situado también en Alejandría, nos deja en disposición de retomar las posteriores aventuras del detective romano (en realidad anteriores, puesto que Las siete maravillas es una precuela).

Pintura de Lawrence A. Tadema
El acierto de la novela es haber sabido poner rostro, y la debida psicología, a los protagonistas, a personajes de aquel tiempo, junto a una acertada ambientación. Cabe destacar la resolución, honestidad y perspicacia de Gordiano, escéptico cuando cabe serlo, que lo convierten en todo un héroe clásico. Además, se da la simpática circunstancia de que el joven pueda hallar “un amor en cada puerto”, sin ver sacrificada por ello su naturalidad, de modo que resulta difícil no sentir simpatía por el enamoradizo Gordiano, guiado siempre por un concepto de rectitud.

Otros buenos detalles sobresalen en la obra, como el hecho de la exclusión del sonido [z] del latín (Prólogo, pg. 32), el resentimiento contra los abusivos privilegios de algunos romanos que flota en el aire; el ajetreo de un Templo de Éfeso que hace las funciones de un banco; el merchandising en torno a la Olimpiada; o las sensaciones que experimenta Gordiano ante los espejismos producidos por las llanuras de Babilonia o Egipto.

La novela participa de este modo de la categoría de un libro de viajes, no solo en el espacio, sino también en el tiempo; ofreciendo momentos y lugares agradecidos por el lector y los protagonistas, siempre dispuestos a recorrer esos mundos de dioses.

Grabado de una escuela romana
La edición incluye acertadamente un mapa localizador, junto a una bienvenida cronología del periplo de Gordiano, más una aclaratoria nota del autor, que proporciona las fuentes históricas empleadas –a veces solo nombres sueltos-, una bibliografía y los debidos agradecimientos.

Para concluir, una advertencia. Amigos editores: revisen los textos. De un tiempo a esta parte se ha convertido en moneda corriente hallar todo tipo de erratas tontas en las ediciones, letras cambiadas aquí y allá, alguna falta de concordancia en Éfeso, ausencia de tildes en Halicarnaso... No dejen por ello de disfrutar de la estupenda novela de Steven Saylor.

Escrito por Javier C. Aguilera


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