El autocine (CII) Para Halloween I: Payasos asesinos del espacio exterior, de Stephen Chiodo, y Elvira, reina de las tinieblas, de James Signorelli

12 octubre, 2022

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Entre los peligros que anidan en el cosmos se cuentan el estrés y el trastorno del sueño, los meteoritos, la exposición a la radiación, las tormentas solares, el encuentro con microorganismos infecciosos, la creación de adecuadas condiciones de habitabilidad, el traslado de políticos a las colonias, los entornos de micro gravedad, la disminución de la masa muscular, la descalcificación ósea, los envites de la materia oscura, y por supuesto, los payasos asesinos del espacio exterior.
 
¿Que no me creen? Lean, lean.
  
Los Payasos asesinos del espacio exterior (Killer Klowns from Outer Space, Metro Goldwyn Mayer, 1987; estrenada al año siguiente) es un clásico de la payasada. En el sentido más elogioso. Recuerdo que fue una de las películas que, en su día, y dentro de la segunda edad dorada que fue y sigue siendo el cine de los ochenta, más me divirtieron. Junto con la que acompaña a este artículo. Esto ya es una cuestión de gustos, como es lógico, pero el hecho de convertir las películas características de los autocines, el género de invasiones espaciales por excelencia, en un retruécano novedoso, tiene su aquel. Hasta para hacer un buen sofrito en clave de comedia hay que disponer de los mejores materiales, si no crematísticos, sí imaginativos. Son argumentos de aspecto desastrado pero con salero, lo que les confiere un halo de degustación especial.
 
No podía faltar en nuestra sección. Honra y prez a los payasos asesinos.
 
Pero ¿de dónde vienen? ¿Qué buscan? A lo segundo creo que podemos responder sin temor a equivocarnos. Abastecer su despensa. Como los lagartos de V (Íd., NBC, 1983-1985). Y como nosotros con las gominolas o las pipas, no saben dónde echar el freno. ¿De dónde vienen? De algún rincón ignoto y retorcido del espacio exterior, eso está más claro que el agua.
 

Dentro de este homenaje a las proyecciones de los autocines, destaca de forma muy particular el sabor a los años cincuenta en la visualización, es decir, en el estilo y los decorados. Hay un bosque, un pueblo relativamente tranquilo, llamado Crescent Cove, unos diner preciosos, un lugar para retozar la noche de los viernes, llamado de forma irónica y apropiada La cima del mundo, para así relajarse de tanto estrés estudiantil; la comisaría, con el joven y espabilado agente protagonista (otras veces, bobos de solemnidad), el pánico desatado… Y podemos añadir un avistamiento en el límpido cielo nocturno, de algo que se precipita a Tierra. Por supuesto que no faltan las referencias cinéfilas. Pienso en The MonolithMonsters (Íd., John Sherwood, 1957), Lamasa devoradora (The Blob, Irving S. Yeaworth, 1958) y La invasión de los ladrones de cuerpos (Invasion of the Body Snatchers, Don Siegel, 1955). En cuanto al humor descarado, la fuente más inmediata es Gremlins (Íd., Joe Dante, 1984). De todos estos títulos extrae la presente ideas, pero lo hace con ingenio, pariendo unas criaturas nuevas, atrayentes y sañudas. Parecen torpones, pero resultan letales. Causan estragos en Crescent Cove. Menos mal que poseen su Talón de Aquiles.
 
Pese a todas estas influencias, nuestra película añade la originalidad de sus continuas alusiones, relacionadas con el espectáculo de la feria y la parafernalia circense. Como el algodón de azúcar, las (peligrosísimas) palomitas, mitad semilleros de nuevas formas de vida, mitad proyectiles; un arma con forma de juguete, unas tartas corrosivas, y naturalmente, el diseño de la nave espacial, a modo de carpa de circo. La idea es graciosísima.
 
Además, está la presencia de unos jóvenes, mayormente universitarios, que descubren el terrible secreto y deben advertir a los demás. Como el vivaz Mike Tobacco (Grant Cramer) y la desenvuelta Debbie Stone (Suzanne Snyder). Y sus amigos, los hermanos vendedores de helado Paul y Rich Terenzi (Peter Licassi y Michael S. Siegel). Se da la circunstancia de que Debbie salía antes con el agente de policía Dave Hanson (John Allen Nelson), con lo que asistimos a una invasión de orden personal y extraterrestre, donde se realza el aspecto de gran guiñol, con estupendas situaciones socarronas. No tan caramelizada como parecería a simple vista.
 

Cuando Debbie y Mike investigan el objeto venido del cielo, descubren en el bosque -como queda dicho- una nave con forma de carpa, que en su interior alberga todo un entramado de bizarros túneles y niveles. Tiene razón Mike, este sitio es una pasada. Luego añadirá con máxima alerta, esto no es un circo. Las víctimas de estos seres quedan envueltas en unas vainas confeccionadas con un tejido como el del citado algodón de azúcar. El sarcasmo no se detiene ahí. Incluso el personaje del veterano policía Curtis Mooney (el estupendo actor John Vernon), es una parodia del poli malo. Sádico azote de los chavales de Crescent Cove, parece detestar la libertad de movimientos de los jovenzuelos y hasta a aquellos que esgrimen, como si de una poderosa arma se tratara, la imaginación. Salvando las consabidas distancias siderales, podía ser un buen epígono o réplica guasona del Hank Quinlan de Orson Welles (1915-1985), en su magistral Sed de mal (Touch of Evil, 1958), el Bill Gillespie de Rod Steiger (1925-2002), en El calor de la noche (In the Heat of the Night, Norman Jewison, 1967), el inspector de Gian Maria Volontè (1933-1994) en Investigación de un ciudadano libre de toda sospecha (Indagine su un cittadino al di sopra di ogni sospetto, Elio Petri, 1970), el Mike Brennan de Nick Nolte (1941) en Distrito 34, corrupción total (Q&A, Sidney Lumet, 1990), o el teniente sin nombre de Harvey Keitel (1939) en Teniente corrupto (Bad Lieutenant, Abel Ferrara, 1992). Pero pasado por la túrmix, y desde el punto de vista de la -honesta- caricatura. Inolvidable es el final de Mooney, a manos de uno de los perversos payasos asesinos.
 
La película comparte el mismo espíritu que animaba Mars Attacks (Íd., Tim Burton, 1996), con más medios esta última, pero ya demasiado anegada por los efectos digitales.
 

Recapitulemos. Los muchachos se solazan en el interior de sus vehículos en la explanada La cima del mundo. Como está mandado. Hasta que un cometa irrumpe en el cielo de la localidad. A partir de ahí, se desata ese pánico palomitero que hace tan disfrutable la inventiva de Los payasos asesinos del espacio exterior.
 
En cuanto a su director, Stephen Chiodo (1954), ha venido siendo sobre todo animador y productor. Y eso se nota. Con la presente rareza se ha ganado un puesto en el género. Desde sus inicios, en Cromwell, el rey de los bárbaros (The Sword and the Sorcerer, Albert Pyun, 1982), y en compañía de sus hermanos Charles (1952) y Edward (1960), con quienes agrupa la producción y el guión de la película, no ha dejado de ofrecer otras creaciones afines como los Critters (Íd., Stephen Herek, 1986), a través de su empresa familiar Fantasy II Film Effects.
 
Mención especial al actor Grant Cramer (1961), uno de los protagonistas principales, que está francamente divertido, presa del pasmo, en un conjunto que se beneficia, en español, de un doblaje encantador. En esa línea que nos hemos fijado, el resto del reparto figura igual de delicioso y bullanguero.
 
Formando parte de la banda sonora de John Massari (1957), buena, pero que se habría beneficiado de un tratamiento más sinfónico, en lugar del inevitable -por obvias razones presupuestarias- sintetizador casero, destaca la canción Killer Klowns (from Outer Space), interpretada por The Dickies. Una melodía que, a mí personalmente, me recuerda las composiciones de Bernardo Bonezzi (1964-2012) para Zombies. Canción sumamente pegadiza en la línea de, por ejemplo -y sin ir más lejos-, el entonado Rock Until You Drop de Michael Sembello (1954) para Una pandilla alucinante (The Monster Squad, Fred Dekker, 1987), Mega Madness, también por Sembello, para Gremlins, o el Weird Science de Oingo Boingo de La mujer explosiva (Weird Science, John Hughes, 1985). Por supuesto que la reina del baile sigue siendo The Goonies ‘r’ Good Enough de Cyndi Lauper (1953).
 
Perfecta película de autocine, en casa o al socaire, Los payasos asesinos del espacio exterior procura enormes dosis de entretenido dispendio, mirada torva y risa desencajada.
 
Agendas de bruja y pociones mágicas. Se pueden adquirir incluso en Amazon. Las ofertan algunas escuelas de brujería y la totalidad de tiendas de esoterismo. Y me parece muy bien. A Roger Corman (1926) también. O no habría producido nuestra siguiente película. Garantizada para pasar otro buen rato en Halloween.
 
Qué quieren que les diga. A mí, Elvira, reina de las tinieblas (Elvira, Mistress of the Dark, New World-NBC, 1988), me hace muchísima gracia. Sé que es una pachanga, pero siempre lo he pasado bien con ella. Se trata de una producción relativamente modesta, como casi todo Corman, pero terriblemente eficaz. Para disfrutarla como es debido, se hace necesario, en primer lugar, glosar la figura de Cassandra Peterson (1951), su protagonista. Tras unos inicios itinerantes, se convirtió en presentadora-comentadora de películas clásicas -a veces, abiertamente malas-, dentro del ámbito del terror y la ciencia ficción, adscritas a toda la escala serial (A, B, C…), en los sucesivos espacios Fright Night y Movie Macabre para la televisión californiana (por desgracia, contenidos no vistos en España). Allí configuró un personaje personalísimo, pese a beber del estereotipo fisonómico de las referidas fuentes. En cualquier caso, un estereotipo eternamente atractivo, y en esta ocasión, harto divertido. Vampiresa sensual, ataviada de negro, con una personalidad sarcástica y locuaz, Elvira fue todo un icono televisivo de bienvenida carga sexual, pero carácter independiente y liberado. Precisamente, en esa línea desenfadada y auto irónica, ofreció el gran Roddy McDowall (1928-1998) su fenomenal interpretación del cazavampiros de pega en Noche de miedo (Fright Night, Tom Holland, 1985).
 

La dirección de la película corrió a cargo de James Signorelli (-), conocido productor de programas cómicos, como el mítico Saturday Night Live, de donde emergieron tantísimos talentos, además de ser director de fotografía y especialista en efectos especiales. Años atrás se había iniciado en la realización con la comedia Quien tiene una suegra tiene un tesoro (Easy Money, 1983), interpretada por Rodney Dangerfield (1921-2004) y Joe Pesci (1943). Tras Elvira, no volvió a incidir en esta faceta.
 
Pues bien, en uno de esos programas de televisión a los que aludíamos, ya instalados en la ficción, como reflejo sardónico de la realidad, Elvira se presenta a sí misma como la chica de enormes… encantos. Se dedica a presentar y despedir con todas sus mejores armas, lingüísticas y sensuales, los bodrios o felices clásicos con que es obsequiado su espacio en la cadena. No obstante el éxito de la serie, la meta de la resplandeciente Elvira es dar el salto a la luminosa Las Vegas. Meca de los artistas, y lugar donde la propia Cassandra Peterson comenzó su andadura. Para eso necesita cincuenta mil dólares. Dinero que no tiene.
 
Pero hete aquí que su tía abuela Morgana Talbot (doblada al español por Matilde Conesa [1928-2015], personaje en off), ha tenido el buen gusto de estirar la pata (aunque con las brujas nunca se sabe), dejándole algunos bienes como legado. Elvira no puede dar crédito a esta herencia como llovida del cielo.
 
Y ya que he mencionado el doblaje, no puedo dejar pasar la gracia que supone el contar en la película con las voces de todas Las Chicas de Oro al completo (The Golden Girls, 1985-1992) -mi serie favorita, por cierto-. [Voces de Amparo Soto (-), Julia Martínez (1931), Delia Luna (1933-1996) e Irene Guerrero de Luna (1911-1996)].
 
De esta guisa, Elvira se las verá no solo con espectros y fantasmones, sino con la garrulez del medio oeste, esa zafiedad rústica, sin salvar las distancias, que se acomoda en las figuras de algunos aldeanos desperdigados aquí y allá, como el encargado de una gasolinera (John Paragon; uno de los coguionistas y amigo y colaborador de Cassandra Peterson), o el nuevo dueño de la cadena para la que trabaja Elvira, Earl Hooter (Lee McLaughlin), un empresario tosco y arrabalero.
 
 
Con el ánimo muy dispuesto a triunfar en Las Vegas, se dirige Elvira hacia Fallwell, Massachusetts, lugar de residencia de su tía abuela. Y uno de esos escenarios espectáculo, por su belleza arquitectónica y natural, y su llamativa pudibundez. Hasta cuenta -en la ficción- con un Club de la Moralidad encabezado por la puritana Castity (genial Edie McClurg). Las auténticas “brujas” del relato. De hecho, todas las fuerzas del orden pertenecen al ámbito de la estricta moralidad luterana. Menos mal que no tardan en irrumpir las fuerzas del desorden, por vía de Elvira y de su egocéntrico tío Vincent Talbot (William Morgan Sheppard), que desea arrebatarle a su sobrina el “libro de recetas”, que Elvira toma por un compendio de cocina. Poco les queda a los jóvenes que hacer por allí salvo marchar a la bolera o ver películas rancias en el cine del pueblo. Por eso, con la llegada de Elvira, se establece un simpático vínculo de renovada energía y sinergia. Una moderada rebeldía por parte de dichos jóvenes. Como Robin (Ellen Dunning), Bo (Ira Heiden), Richard (Deryl Carroll) y Randy (Kris Kamm), entre otros. Aunque quien acapara la atención de la forastera en tierra extraña es Bob Redding (Daniel Greene), el cachas del pueblo, que trabaja en el cine local. Allí tratará Elvira de ofrecer un espectáculo inspirado en Flashdance (Íd., Adrian Lyne, 1983), que derivará en Carrie (Íd., Brian de Palma, 1976). Junto con la proyección de El ataque de los tomates asesinos (Attack of the Killer Tomatoes, John de Bello, 1978), clásico cutre y divertido donde los haya.
 
El apuesto Bob ya era pretendido antes por la camarera Patty (Susan Kellermann), lo que viene a sumarse a la antipatía de los demás pueblerinos. La inocencia de Bob frente a la represión local resulta enternecedora, pero tanto este como los muchachos, ayudarán a Elvira a establecer su destino.
 
 
Se desata un característico enredo, explorado por los excelentes argumentos de series tan míticas como Lafamilia Monster (The Munsters, 1964-1966) -mi segunda serie favorita, seguida muy de cerca por La Dimensión Desconocida (The Twilight Zone, 1959-1964), Poirot (Íd., 1989-2013), Colombo (Columbo, 1968-2003)… - Prosigo. Elvira se aloja en la pensión El puerco espín (The Cozy Col: algo así como el repollo acogedor). Se las prometía muy felices con la herencia, pero las cosas no salen como estaba previsto. ¡No puedo vivir aquí, me volvería loca!, proclama, al contemplar, sin necesidad de ningún hechizo, su futuro más inmediato, negro como su atuendo. Para colmo, en Falwell no es bien recibida. Según Castity, Elvira no tiene cabida en esta comunidad; si ni siquiera tiene cabida en ese vestido. Su vestimenta gótica parece estar únicamente en consonancia al grito de ¡quemad a la bruja!, en una de las escenas más delirantes y divertidas de la película. Junto con los chicos del lugar y el cándido Bob, el único aliado de Elvira es el perrito de la tía abuela, también heredado, Gonk (Binnie), que en sí mismo constituye un acierto. Por lo demás, mira que me reído veces con el gag de las letras en la marquesina del cine. Los magníficos decorados, como la mansión de la tía abuela, son de John de Cuir Jr. (1941; tenía un buen modelo en el que fijarse), y la atmosférica y dicharachera música, de James Campbell (1946).
 
Esta vez les propongo un Halloween divertido, que buena falta nos hace. Para que nos haga maldita la gracia, en el mejor sentido. Sin la menor duda, me quedo con mis colegas de proyección que sean capaces de salir de la misma contentos, alegres y, como diría la genial Doña Rogelia, con la sonrisa en los muslos.

Escrito por Javier Comino Aguilera


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