Thor, de Kenneth Branagh

16 octubre, 2022

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Cuando acudimos a los orígenes de la ficción, contemplamos dos ideas que se entrecruzan. Uno es la necesidad de explicar el mundo que nos rodea, el segundo, ofrecernos modelos a seguir. No cabe duda de que mitología y épica son categorías que relacionamos directamente con el arte más clásico y tradicional, con las raíces que conforman las culturas modernas. Sin embargo, ambas siguen vigentes y producen nuevos frutos a pesar de los siglos transcurridos, porque enlazan con hechos primordiales que aún nos identifican. Los héroes mitológicos rezuman humanidad, pues les proporcionamos dones, pero también emociones propias de nuestro sino. Los dejamos disfrutar con su vanidad y les torturamos con nuestros miedos. Son un reflejo de nuestras metas y de nuestros defectos.

Los superhéroes son la evolución más evidente de los héroes mitológicos. Pero es más, la industria del cómic recicló los mitos para proporcionar versiones renovadas de aquellos personajes. En el pasado comentamos cómo DC había creado a Wonder Woman a partir de las amazonas griegas, incluyendo a los dioses del Panteón como personajes de su historia o villanos. Así sucedió en Marvel con el origen de Thor, que tiene sus raíces, evidentemente, en la mitología nórdica. Y como parte de su universo cinematográfico, llegó a la gran pantalla con la dirección de Kenneth Branagh (1960) en el año 2011. La elección resulta curiosa si tenemos en cuenta el historial del director británico, con una fuerte impronta shakespeariana en sus inicios a la que recurre en esta película.


Lo afirmamos así porque en la película encontramos una trama muy teatralizada, con tintes de tragedia épica clásica. Nos referimos a todo lo relacionado con Asgard, el reino en el que viven los dioses nórdicos bajo el reinado de Odín (Anthony Hopkins), quien fue capaz de (im)poner paz en los demás reinos con su poder y sus ejércitos. Ahora ha llegado el momento de ceder su corona a uno de sus hijos, por lo que ha elegido a Thor (Chris Hemsworth) para tal encargo frente a su otro hijo, Loko (Tom Hiddleston). Sin embargo, por culpa de su arrogancia y temeridad ante la amenaza de unos viejos enemigos, los Gigantes de Hielo que habitan en Jotunheim, Odín decide exiliar a su hijo a la Tierra, también conocida como Midgard, despojándolo de sus poderes y encantando su arma predilecta, el martillo Mjolnir, para que solo una persona digna pueda empuñarlo.

Todas las interacciones entre estos personajes rezuma clasicismo y se dan los diferentes elementos para que así sea: una conspiración palaciega, una trama relativa a la herencia al trono, el descubrimiento de un secreto relacionado con la identidad de uno de los personajes y también el sacrificio final, en diversos sentidos, junto a la redención y la evolución de los personajes. Odín se comporta como un rey típico de las tragedias, resolutivo y claro, que clama y sentencia al hablar, lo que queda potenciado por la interpretación de Hopkins, no especialmente brillante, pero digna dentro de los parámetros de la película. Por ejemplo, queda muy bien reflejado cuando dialoga con el rey de los Gigantes de Hielo, Laufey (Colm Feore), como en la escena en que destierra a Thor. También la reina y madre, Frigga (Rene Russo), detenta un papel secundario, ejerciendo de puente entre los personajes, pues demuestra tener cariño hacia sus dos hijos, tratando de mitigar la distancia entre todos. Destaca sobre todo en los diálogos con Loki.


No obstante, son los dos hermanos quienes tienen un papel relevante como protagonistas reales de esta historia, aunque en roles antagónicos. Thor es puro músculo, confiado hasta rallar en la arrogancia y en la vanidad, un guerrero que prefiere la fuerza al pensamiento, la venganza a la diplomacia. La película supone un primer paso para cambiar esta actitud a partir del castigo de su padre. Ahora bien, su desarrollo es irregular. Hemsworth le da una gran entereza en las escenas de acción y funciona en el lado cómico del personaje, pero se siente extraño y exagerado en su lado más melodramático. En este aspecto, no ayudan ni la diferencia en el nivel interpretativo de sus compañeros ni el abuso del plano holandés de Branagh, que proporciona al visionado una sensación extraña, de estar casi siempre ante personajes perturbados de forma innecesaria por este acento visual. 

El breve periplo por la Tierra, que transcurre en Nuevo México, tiene como centro narrativo su encuentro con un equipo de investigación universitario formado por la astrofísica Jane Foster (Natalie Portman), su asistente Darcy Lewis (Kat Dennings) y el doctor Erik Selvig (Stellan Skarsgård), mentor de Foster. Este grupo está investigando la existencia de agujeros de gusanos que permitirían viajar entre distintos planetas, algo que acabará por confirmar a partir de las posteriores explicaciones de Thor. Pero entre medias, se desarrollan diversas situaciones cómicas para mostrar el choque de culturas entre el protagonista y la Tierra, con ciertos gags que se repiten ocasionalmente, como el hecho de que lo atropellen, y otros más puntuales. Además, no será algo que le suceda solo a Thor, ya que otros personajes también serán ridiculizados por no adecuarse al comportamiento que se esperaría de un humano. Es más, la película resalta en varias ocasiones a sus alivios cómicos: Darcy y los compañeros guerreros de Thor, Hogun (Tadanobu Asano), Volstagg (Ray Stevenson), Frandral (Joshua Dallas) y, en menor medida, Sif (Jaimie Alexander), que es un personaje destacado frente a los otros.


El humor empleado es completamente blanco y en ocasiones absurdo, pero Branagh lo combina siempre con un tono épico en el que asienta toda la trama de Asgard, como ya mencionábamos antes. Es decir, las bromas y chistes quedan sobre todo relegados a ciertos personajes dentro de Asgard y a todos en su cruce con la Tierra. Algo que también se nota incluso en el estilo de enfocar las diferentes escenas que se dan durante la película. Por ejemplo, las conversaciones entre los personajes en Asgard resultan muy estáticas, plano contraplano, frente al dinamismo que encontramos en las interacciones entre el grupo de Jane Foster. De la misma forma, no desarrolla específicamente las tramas que no le interesan. Así, el romance entre Foster y Thor surge más como flechazo que como relación real, con algunas interacciones bastante forzadas o ridículas.

Por contra, cuando la historia se centra en el tema de la dignidad, despliega mayores recursos dramáticos. A mitad de la película se sitúa, por ejemplo, la ocasión en que el protagonista descubre que no es digno y que no podrá recuperar sus poderes hasta que lo sea, en una secuencia que combina acción, ambientación e interpretación. De la misma forma que, a pesar de titularse Thor, hay un gran foco puesto sobre el otro hermano, Loki, en su desarrollo como villano y antihéroe, una ambivalencia en la que el personaje siempre se sitúa. 


Efectivamente, a Loki se le proporciona una trama más compleja, en tanto que trata de mover los hilos de todos los personajes mediante sus conspiraciones y tretas y, a la vez, atraviesa una crisis de identidad. En este caso, la actuación, comedida en gran parte de la obra, pero muy expresiva en los puntos necesarios, de Hiddleston ayuda bastante a la credibilidad del personaje, que se balance en la moralidad de su actos. Igual que su hermano, Loki tendrá un punto culmen cerca de la mitad de la película, que se desarrolla en una conversación con Odín. Ahora bien, no hay grandes giros de guion. Branagh ahorra en suspense en este sentido, ya que para el espectador las cartas están siempre sobre la mesa, pues solemos saber más que el protagonista, Thor en este caso, a excepción de algunas revelaciones necesarias para otorgar cierta sorpresa a la trama. A mi parecer, su desarrollo acaba siendo más satisfactorio por su complejidad que el de Thor, aunque ambas tramas personales sean las más elaboradas de la película. 

Al final, Thor acaba por ser una obra algo anodina con una mezcla de tonos poco convincente. El desarrollo de Thor y Loki es lo más interesante que ofrece, pero está acompañado por personajes más insulsos que ejercen un rol bastante plano. El romance o la acción no acaban siendo especialmente destacables frente a algunas conversaciones y escenas evidentemente potenciadas, como las que hemos mencionado antes. El tono clásico que confiere Branagh a Asgard chirría con parte de su estética, pero confiere un halo más épico que otras versiones posteriores del personaje, que se han decantado más por su lado humorístico.

Escrito por Luis J. del Castillo



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