Desde que se estrenó, uno de los relatos navideños cinematográficos más populares ha venido siendo, sin duda, Gremlins (Warner Bros., 1984), dirigida por Joe Dante (1946). Una “historia que contar” que comienza en un barrio chino, donde un inventor “de poca monta” busca un regalo “diferente” para su hijo. Lo que ambos aún desconocen es que, después de todo, ¡sí que hay que temer a la noche o a los seres que la habitan!
De este modo, y pese a que hay cosas que no están a la venta, Randy Petlzer (Hoyt Axton) logra hacerse con una mascota llamada Mogwai, que él rebautiza como Gizmo (“Artilugio”). Para preservarla debe tener en cuenta tres reglas fundamentales: evitar la luz brillante (como les sucede a los vampiros), mantenerlo lejos del agua (como los gatos) y no permitirle comer más allá de la mítica medianoche.
El pueblecito donde transcurre la tropelía desencadenada por los Gremlins se llama Kingston Falls, una especie de reducto singular pero agradable, estancado en el tiempo pese a que el aspirante a banquero Gerald (Judge Reinhold) comente que el mundo está en constante cambio.
Esta encantadora tierra de Oz también tiene su bruja del norte en la figura de la señora Diggler (una estupenda Polly Holliday), viuda propietaria “de medio pueblo”, que curiosamente solo apacigua su huraño carácter en compañía de los gatos. Es a su vez, un remedo del señor Scrooge o del Potter interpretado por Lionel Barrymore en Qué bello es vivir (It’s a wonderful life, Frank Capra, 1946).
Toda esta adecuada atmósfera proporciona mordacidad al relato, que tiene por protagonista principal, dejando al margen a los animalitos, a Billy (Zach Galligan), el destinatario del regalo, que trabaja en una sucursal bancaria pese a que intuimos que lo que le gustaría llegar a ser es un buen dibujante. Un entorno en el que también destaca la aprensión del señor Futterman (Dick Miller) frente a los productos extranjeros que inundan el mercado, ¡hasta el extremo de llegar a toparse con una película con subtítulos en la televisión!
En cuanto a las mascotas, como bien sabemos, las réplicas no serán como el original (nunca suelen serlo) y para los habitantes del pueblo supondrán todo un quebradero de cabeza desde el momento en que el cabecilla se precipita en una piscina cubierta, en una de las imágenes más recordadas de la película. No en balde, Billy advierte que “este pueblo se enfrenta a un gran desastre”, de forma parecida a como Kevin McCarthy lo hacía en el clásico de Donald Siegel La invasión de los ladrones de cuerpos (Invassion of the Body Snatchers, 1956). Y como los referidos vampiros, el último de los gremlins “malignos” será destruido por efecto de la luz del sol, descomponiéndose al idéntico modo.
Como puede apreciarse, Gremlins está trufada de referencias audiovisuales a porrillo, que más o menos ya conocen los aficionados. Por mencionar algunas, es divertida la espada que cae cada vez que alguien entra en casa de Billy, un gag que nos recuerda las manecillas del reloj de Arsénico por compasión (Arsenic and old lacey, Frank Capra, 1944); o la presencia en el relato de la obra maestra de Walt Disney Blancanieves y los siete enanitos (Snowhite and the seven dwarfs, 1937), una indisimulada deuda con la fantasía por parte de los creadores de Gremlins, motivo a su vez de otro buen momento, cuando las sombras “reales” de tan curiosos espectadores se superponen en la pantalla cuando esta queda en blanco. Instantes que conviven con imágenes más coyunturales, como la del gremlin que baila breakdance a los sones de Michael Sembello (1946).
De hecho, el relato despliega todo un arsenal de humor gamberro y aparatoso, como sucede con esos gremlins que entonan un villancico o durante la divertida persecución por unos almacenes, repletos de artilugios convertidos en aterradores. A lo que se suma la rocambolesca historia familiar que narra Kate (Phoebe Cates), la amiga de Billy. Significativamente, ambos personajes permanecerán solos durante el último tercio del relato en un pueblo prácticamente desierto, en un retruécano más de lo fantasioso. También podemos evocar la bonita estampa del anciano anticuario (Keye Luke), que tras recuperar a Mogwai y devolver las cosas a su “estado natural”, se aleja caminando bajo la luna llena.
Dante se desenvuelve principalmente entre el plano corto y el general, que sostiene cuanto puede. Junto al apreciable realizador, recordemos que la película escrita por Chris Columbus (1958), contó además con los notables efectos mecánicos de Chris Walas (1955), potenciados por la colorida fotografía de John Hora (1940), y la pegadiza música de Jerry Goldsmith (1929-2004), que al trabajar la atmosfera con la inclusión en la orquesta del sonido distorsionado de los sintetizadores, continuando además con la tradición de los leitmotivs en la música de cine, demostró que tras la “clásica”, hubo una segunda etapa dorada para la banda sonora, que se empeña en no regresar.
Escrito por Javier Comino Aguilera
0 comentarios :
Publicar un comentario
¡Hola! Si te gusta el tema del que estamos hablando en esta entrada, ¡no dudes en comentar! Estamos abiertos a que compartas tu opinión con nosotros :)
Recuerda ser respetuoso y no realizar spam. Lee nuestras políticas para más información.