In Time, de Andrew Niccol

06 octubre, 2022

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La ciencia ficción nos permite acercarnos a situaciones hipotéticas con las que podemos ahondar en nuestra propia humanidad y en su trascendencia. No obstante, gran parte de lo que hoy catalogamos como ciencia ficción en realidad es una fantasía tecnológica, ya que la ciencia real suele quedar desplazada o relegada a una explicación sencilla y poco convincente. Aún así, no es algo que particularmente me preocupe, porque tiendo más a disfrutar de las vicisitudes de los conflictos humanos y de los buenos planteamientos. Por ello me pareció interesante la distopía que planteaba In Time (Ib., Andrew Niccol, 2011).

Según plantea su argumento, a partir del año 2161 se logró evitar el envejecimiento humano desactivando un gen, lo que ha provocado que todo el mundo pueda tener vida eterna, estancada en un cuerpo de veinticinco años. No obstante, se ha impuesto un sistema económica basado en el tiempo que una persona tiene, de modo que cuando el tiempo del contador que lleva en su cuerpo llega a cero, esa persona fallece. Las diferencias sociales son más que evidentes, incluso con fronteras que tienen un peaje basado en el tiempo y el foco, como era de esperar, se sitúa en un barrio del extrarradio, en el que malviven las personas por conseguir un día más de vida. En uno de esos guetos vive Will Salas (Justin Timberlake) con su madre, Rachel (Olivia Wilde). Un día cualquiera dentro de su miseria, nuestro protagonista conoce a un hombre con un siglo en su reloj que acabará por cedérselo para que aproveche el tiempo del que él ya está hastiado. 


La premisa de In Time podría haber planteado diversos conflictos, pero todo queda bastante diluido conforme la trama avanza para acabar siendo una película bastante genérica, que da tumbos en su narrativa. Todo el tramo inicial es un buen prólogo que retrata la vida de Will como un muchacho que trata de sobrevivir en un mundo que es muy injusto, una evolución dantesca de nuestra realidad económica. Sin embargo, cuando llega el momento en que podríamos considerar que el protagonista va a intentar hacer cambios con su nueva situación vital, queda bastante limitado su impacto a una historia de romance y rapto con persecuciones y robos. Es cierto que la película se esfuerza en mostrar el contraste entre los guetos, donde todo el mundo está siempre corriendo y viviendo al día, y el centro de la ciudad, donde las personas viven con pausa y excesiva calma, tanto que el comportamiento del protagonista llama la atención fácilmente, por tratar de disfrutar de unos lujos que los demás dan por cotidianos, como pasear despacio o comer con tranquilidad. Sin embargo, todo queda en un segundo plano cuando se inicia una trama particular que olvida el carácter social, que recuperará en el tramo final, y se centra en una historieta poco atractiva y completamente cliché con personajes actuando de manera completamente ilógica. Como punto positivo, cuando lleguemos en el segundo tramo a su apartado de acción, destaca bastante la tensión que genera el uso de los relojes temporales, siendo algo original de la película.

Cuando Will entre a un casino, atraerá la atención de Phillipe Weis (Vincent Kartheiser), fundador de una compañía de préstamos temporales, y de su hija, Sylvia (Amanda Seyfried). En este punto, se recurre al atractivo de las relaciones entre distintas clases sociales: chica rica se enamora de un joven que aparenta ser de su misma clase social, pero que en realidad es pobre. Lo que atrae a nuestra muchacha es la manera en que vive aprovechando el tiempo realmente, arriesgándose hasta extremos irrisorios, como cuando realiza una apuesta en un pulso temporal que podría haberlo matado. Pero, posteriormente, también la incitará a cometer algunas locuras, como bañarse en el mar de noche. El personaje de Sylvia está desarrollado con la base de la admiración más absoluta hacia Will, ya que encuentra en su rebeldía y en su comportamiento un suficiente enganche como para acabar delinquiendo a su lado.


En efecto, el segundo tramo de la película es el más genérico dentro de la acción más rutinaria. Se agolpan persecuciones en coche, asaltos y robos. Incluso Will debe secuestrar a Sylvia de su propia casa para huir con ella mientras son perseguidos por el meticuloso guardián del tiempo, es decir, el policía Raymond Leon (Cillian Murphy). Cabe destacar que este personaje se plantea como un gran profesional, pero es el responsable de una de las mayores incoherencias de la trama, que provoca una escena ridícula en el tramo final de la película. En definitiva, tenemos a nuestros particulares Bonnie y Clyde que comienzan a robar a la empresa de Phillipe, es decir, de su propio padre, que no ha sido capaz de ceder en nada para recuperar a su hija. Pero, de nuevo, debemos recalcar que esta relación se sustenta en dos encuentros y un rapto a punta de pistola. La forma de actuar de Will y su relación con Sylvia acaba por dinamitar cualquier punto de carisma o catarsis que se podría haber logrado en el prólogo, ya que acaban siendo personajes excesivamente planos en un ambiente claramente maniqueo, donde nadie se cuestiona nada.

Es decir, cuanto más avanzamos en el material que nos ofrece In Time más contemplamos su cartón piedra, cómo estamos ante personajes creados para una historia simple que se ha disfrazado con un planteamiento de ciencia ficción, algo similar a lo que ya encontramos en Un amor entre dos mundos (Upside Down, Juan Diego Solanas, 2012). El desequilibrio económico-temporal se soluciona con una acción fortuita, los protagonistas deciden vivir al día, porque es más emocionante, y el sistema colapsa de manera pueril (y pretendida) solo por la acción de dos jóvenes enamorados que ni siquiera se han planteado cuál es su objetivo. Un desvarío vacío que tiene un buen inicio, escenas genéricas de acción que entretienen lo justo, tramas clichés y simplonas que no ahondan en un sistema socioeconómica evidentemente corrupto y comportamientos que harán dudar de la inteligencia de los personajes o de sus creadores. Lástima por una buena premisa desperdiciada.

Escrito por Luis J. del Castillo



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