Especial Año Nuevo: La cena de los acusados, de W. S. Van Dyke, Richard Thorpe y Edward Buzzell

01 enero, 2020

| | |
Ha comenzado un nuevo año, y el mundo no podrá ser igual sin la futura incorporación de algún nuevo invento o cachivache. Es ley de vida. Así, el señor Clyde Wynant (Edward Ellis) ha creado en su taller un nuevo invento del que, a pesar de todo, apenas llegamos a tener noticia: tan solo que se trata de un nuevo sistema de fundición. La razón es que, más que el descubrimiento en sí, lo interesante es lo que este conlleva, que en la narrativa de la película que nos ocupa es la misteriosa desaparición del inventor. Su hija Dorothy (Maureen O’Sullivan) se pondrá manos a la obra con la ayuda de su prometido Tommy (Henry Wadsworth).

Y persiguiendo la perspicacia de Edgar Allan Poe (1809-1849), cuando aseguraba que es dudoso que el género humano logre crear un enigma que el mismo ingenio humano no pueda resolver, la solución al acertijo vendrá de las entrelazadas manos del matrimonio de detectives compuesto por Nick y Nora Charles (William Powell y Mirna Loy, respectivamente, y que están estupendos).

No sabemos si la desaparición del científico-inventor es debida a un secuestro o se trata de una ausencia voluntaria. El caso es que se produce en vísperas de la boda de Dorothy y Tommy, prevista para el treinta de diciembre. Se sabe que Clyde Wynant partió a un destino ignoto con mil dólares -de la época- a cuestas, y no se ha vuelto a tener noticia de él.

Esta trama fue guionizada por Albert Hackett (1900-1995) y Frances Goodrich (1890-1984), en torno a la novela El hombre delgado (The Thin Man, 1934; Alianza, 2000), de Dashiell Hammett (1894-1961), que junto con Raymond Chandler (1888-1959) o James M. Cain (1892-1977), es uno de los más grandes autores clásicos de la llamada novela policiaca y de detectives. A su vez, Hackett y Goodrich son responsables de, por ejemplo, las excelentes Siete novias para siete hermanos (Seven Brides for Seven Brothers, Stanley Donen, 1954) y Qué bello es vivir (It’s A Wonderful Life, Frank Capra, 1946). Lo que no está nada mal. El hombre delgado al que hace referencia el título original se refiere al propio Wynant.

Como es preceptivo, otros personajes se añaden a la trama. Julia Wolf (Natalie Moorhead), la secretaria, le ha robado dinero de la caja fuerte a su patrón. Además, se entiende con el estafador Joe Morelli (Edward Brophy). La ex esposa, Mimí (Minna Gombell), madre de Dorothy, se hace llamar ahora señora Jorgensen porque aspira -aún no lo es- a ser la consorte del atractivo embaucador Chris Jorgensen (el característico César Romero). El segundo hijo, hermano de Dorothy, es el empollón Gilbert (William Henry), muy atento a los pormenores teóricos de este misterio. A ellos se suma el abogado del inventor, Herbert McCaulay (Porter Hall). Por último, están el contable Tanner (Cyril Thornton) y el maleante Arthur Nunheim (Harold Huber). Y creo que ya tenemos a todos los sospechosos principales.


De la dirección de La cena de los acusados (The Thin Man, MGM, 1934) se ocupó un competente veterano como W. S. Van Dyke (1889-1943). En el departamento artístico, encontramos a otro curtido experto, como el imprescindible Cedric Gibbons (1893-1960), y en la fotografía, a alguien que muy pronto destacaría en el reflejo de los claroscuros del alma humana en las películas de género negro, James Wong Howe (1899-1976).

Ahora volvamos con Dorothy y Tommy, que, aún ajenos a lo sucedido, bailan en la misma sala donde se encuentra el matrimonio Charles. Él es un célebre detective privado, aunque, según el propio Nick refiere, hace cuatro años que no ejerzo. La cámara enlaza a ambas parejas, lo que anticipa el hecho de que, pese a estar “retirado” del mundo de la investigación, tras su matrimonio con Nora, Nick Charles se hará cargo de las pesquisas, en recuerdo de su amistad con Wynant. Lo hará con la ayuda de su esposa y de su perro Asta, un simpático terrier. Lo cierto es que Nora y Nick residen en California, pero se hayan en viaje de placer por Nueva York para pasar las Navidades.

Destaca en La cena de los acusados, y sospecho que en el libro también, ya que aún no he tenido la ocasión de leerlo, el retrato sarcástico de la clase pudiente. También la de algún representante de la estofa más baja. Nadie se libra. El mismo Chris Jorgensen no es más que un mantenido de Mimí. Sin embargo, esto no incluye, al menos de una forma hiriente, a Nick y Nora, sostenedores y participantes de un agradable mundo de cócteles de alto copete y réplicas ocurrentes. Podemos considerar que Nick Charles es un puente entre esta aristocracia estadounidense de nuevo cuño y sus conocidos del lumpen -de la época en la que se dedicaba a la investigación profesional-, que van sazonando la trama de cada película. Ahora, los Charles viven del dinero que legó el padre de ella. Además, como ya he mencionado, Wynant era un amigo, por lo que el matrimonio de sabuesos -él con experiencia y ella con deseos de adquirirla- acaba por involucrarse.


El caso se complica. Uno de los personajes aparece muerto en su apartamento. Las pruebas incriminan al desaparecido Wynant (una pulsera con distintas aleaciones que le fue regalada a la víctima). A partir de ahí, los Charles habrán de vérselas con dobles entendidos (como, de forma divertida, sucede con la palabra sexagenario), juegos de falsas apariencias, escenarios glamurosos y personajes oportunistas, de cualquier ámbito social. En fin, lo que es una quincena en la estimulante Nueva York. Hasta que Nick decide desenmascarar al asesino de una forma elegante y sin aspavientos, por medio de una cena donde poder reunir a todos los sospechosos, con la supervisión del jefe de policía y antiguo conocido suyo, el teniente John Guild (Nat Pendleton). ¿No te gustaría aceptar un caso de vez en cuando para pasar el rato?, le había espetado Nora a su marido. Razón no le faltaba, ya que Nick se había mostrado peligrosamente desocupado. Tomándole la palabra a su esposa y aceptando este nuevo reto, Nick también redescubre su vocación. Sin embargo, antes de que se produzca la sonada cena, aparece una tercera víctima; esta vez, un maleante que, en principio, no parece tener conexión con el asunto.

Me da la impresión de que la creación de Hammett es un reverso de otros personajes encopetados y bastante menos simpáticos, como el Philo Vance de S. S. van Dine (1888-1939), cuya primera novela -no he leído más- me decepcionó sobremanera. De hecho, pese a incluir a -un remedo de- Nick y Nora Charles en su repertorio de detectives en la comedia Un cadáver a los postres (Murder by Death, Robert Moore, 1976), creo que el afamado Neil Simon (1927-2018) tenía más en mente al citado Vance, y otros de igual pedigrí, que al matrimonio de sabuesos y el resto de protagonistas de la comedia, cuando se quejaba, por boca de Truman Capote (1924-1984), de la impostura del género (de una banalización del género, habría que precisar).


La cena de los acusados depara otros estimulantes momentos, como el que muestra a Nick disparando perdigones a unos globos que adornan el Árbol de Navidad, en su habitación de hotel (como Sherlock Holmes hiciera en sus dependencias, formando las siglas Victoria Regina en la pared). También cuando Nick y Asta -el perrito- exploran el taller de Wynant, en el que encuentran otro cadáver enterrado en cal viva. Y por supuesto, el desparpajo de la cena para descubrir al asesino y raptor, es inolvidable.

Tras el éxito de esta primera apuesta, se decidió continuar con la saga, encargando una nueva historia original al propio Dashiell Hammett.

Él, ella y Asta (After the Thin Man, MGM, 1936) fue de nuevo dirigida por Van Dyke, y en ella descubrimos a un incipiente James Stewart (1908-1997). Hammett, como queda dicho, pergeñó un nuevo misterio, que cobró forma con el guión de Frances Goodrich y Albert Hackett. También repite sus funciones Cedric Gibbons.

El matrimonio Charles regresa nuevamente a Nueva York, escenario de las andanzas detectivescas prematrimoniales de Nick. A su llegada al andén, son asaltados por un grupo de simpáticos periodistas, que se interesan por su labor detectivesca, en el candelero desde la resolución del anterior caso. Pero Nick insiste en que se ha retirado tras aquel asunto, que la prensa ha dado en llamar del hombre delgado. Por descontado, todos sabemos que esto no es más que un hacerse de rogar, y que las circunstancias -y su mujer- le harán cambiar de opinión.

Los Charles se instalan en una villa de ensueño, en lo alto de una loma (una localización que a mí me recuerda la de la espléndida La casa de la colina [House on Telegraph Hill, Robert Wise, 1951], aunque en esta ocasión, la vivienda dispone de una decoración más sofisticada. Incluso Asta se siente a sus anchas cuando conoce a su posible partenaire. El matrimonio se dispone a pasar tranquilo el Fin de Año. Craso error.

Tía Katherine (Jessie Ralph), tía de Nora y residente en la Gran Manzana, llama por teléfono. Está agobiada. Con la cena familiar a la vista -que ya sería suficiente-, resulta que su hija Selma (Elissa Landi) ha perdido a su marido. En efecto, nadie sabe dónde cuernos se ha podido meter Robert Landis (Alan Marshal). Otra desaparición llama a la puerta de los Charles, y Nora insiste en que su marido tome las riendas. Nick está de acuerdo. Una ojeada a la tía Katherine y se me pasará la borrachera, declara.

En la casona de la tía se dan cita, además, el tío Willy (Thomas Pogue), la otra tía Hatty (Edith Kingdon), el primo Lucius (William Burress), el jovenzuelo espigado David Graham (James Stewart), secretamente enamorado de Selma, y el inquietante doctor Kramer (por algo está interpretado por un especialista: George Zucco), encargado de tratar los enigmáticos sueños de Selma (la casa de tía Katherine sí que se parece al vetusto interior mostrado por Robert Wise [1914-2005] en su película, incluido el hecho de que alberga un misterio).

Pronto tiene Nick una pista que seguir, la de la polvera con la dirección de un club chino. Para allá se encamina, descubriendo que su esposa le ha precedido, a pesar de los esfuerzos por no inmiscuirla -que incluyen encerrarla con llave si es preciso-, ya que Nora está determinada, una vez más, a contribuir con su ayuda al caso. Y lo logra.


El señor Dancer (Joseph Calleia) y su socio Lun-Kee (William Law) son los dueños del local chino donde trabajan la bailarina Polly (Penny Singleton) y el camarero Sonny (Teddy Hart). Cerca de Polly siempre anda su hermano Phil (Paul Fix, otro estupendo actor de soporte). A su vez, Lun-Kee también tiene un hermano que, en tiempos, fue detenido por Nick. Y sin salir de dicho local, estupenda es la escena de las bailarinas cuando, la noche de Fin de Año, reparten a los comensales unas trompetas de pega. Por cierto, la segunda canción que canta Polly en el club es Smoke Dreams, compuesta por Nacio Herb Brown (1896-1964) y Arthur Freed (1894-1973), creadores de las magníficas composiciones de Cantando bajo la lluvia (Singin’ in the Rain, Stanley Donen & Gene Kelly, 1952).

El tal Robert es una perla. Se entiende con Polly y se conduce con sucios manejos. O sea, que a la pobre Selma le llueven palos por todas partes. Así que cuando alguien lo liquida en plena calle, no faltan candidatos. Aunque Selma es hallada por David y por el espectador con un arma en la escena del crimen, no parece claro que sea la responsable. Otra estupenda secuencia la encontramos cuando Nick y Nora no pueden dormir -el perro tampoco- y necesitan tomar algo en la cocina.

La noche se embarulla a partir de ahí (y el día siguiente). Resulta que uno de los personajes no es lo que dice ser, y para colmo aparece estrangulado. Lo que lleva a Nick a investigar en las habitaciones de Polly, al tiempo que otro misterioso desconocido lo hace en el piso de arriba.

Reunir a los implicados de un caso parece un elemento imprescindible de las novelas de, pongo por caso, Agatha Christie (1890-1976). Un recurso que aquí se estiliza con sano sentido del humor. Es un procedimiento narrativo de lo más eficaz, como bien sabía Dashiell Hammett. 

De regreso a Nueva York, y con un chico de un año, sorprende un nuevo caso al matrimonio de investigadores en Otra reunión de acusados (Another Thin Man, MGM, 1939), dirigida igualmente por W. S. Van Dyke y con un guión de Goodrich y Hackett.

Con la copa en ristre, pero sobrio para una flamante investigación y su eficaz resolución, Nick Charles emprende la tarea de desfacer el tuerto, y para eso se encaminan a otra casa de la colina. Un cadáver en el camino que nadie se explica, sobre todo porque deja de estar allí, y la desaparición de la niñera del pequeño, Dorothy Chambers (Ruth Hussey), les sale al paso, sazonando esta nueva y bienvenida peripecia.

El escenario es estupendo, una casona aislada, envuelta en la frondosidad del bosque de Long Island, pero acogedora a la par de señorial. Allí les recibe la señora Bellam (Phyllis Gordon), donde los Charles han acudido a la llamada de angustia del administrador de Nora, el coronel Mc Fay (el entrañable C. Aubrey Smith). Teme por su vida, pese a estar acompañado de su hija adoptiva Lois (Virginia Grey) y su resultón novio, Dudley Horn (Patric Knowles). El secretario del coronel es Freddie Coleman (Tom Neal), pero el verdadero peligro parece provenir del chantaje emocional a que es sometido Mc Fay por parte de Phil Church (irónico apellido; Sheldon Leonard) y su criado Dum-Dum (Abner Biberman); ambos, procedentes de Cuba.

Junto al matrimonio de investigadores está el teniente Guild (Nat Pendleton), además de Asta, desde luego. La irónica proclividad a la bebida -controlada, casi como si de una pose se tratara-, es empleada para elaborar unas réplicas y situaciones memorables.


El caso es que Nick se halla inmerso en otra investigación hasta el cuello. No está solo, sigue teniendo el apoyo moral y asistencia material de su querida esposa Nora que, por ejemplo, recupera las llaves del mueve bar que, como precaución -¡y sibilino chantaje!- el coronel se había guardado en uno de sus bolsillos (una de esas situaciones a las que antes me refería).

Phil Church es un ingeniero ex convicto que ha soñado (sic) que el coronel va a morir de forma inminente. Asegura que, cuando tenga un tercer sueño en el que aparezca el coronel, se materializará la amenaza (de la que él no es responsable, en apariencia, actuando como médium y alertando con su premonición). En suma, Church trata de prevenir al cabezón y cascarrabias coronel, y el tercer sueño no tarda en producirse.

No es el único toque simpático. De manera jocosa, un son cubano se incorpora a la banda sonora cuando la policía irrumpe en la vivienda de Church, una vez que se ha producido el deceso. El interrogatorio de los policías a los sospechosos está muy bien llevado, resultando una escena igual de irónica y dinámica. Pero entonces muere otro personaje abatido por los disparos de la policía, que ya es mala pata.

Como antes he señalado, Nick no quiere implicar a Nora en los asuntos criminales, pero la esposa trata de ser una buena compañera en todo, y participa de nuevo con muy cómicos resultados. En esta línea, hemos de destacar la fiesta que para bebés de un año se organiza, con objeto de festejar el cumpleaños del pequeño Nick. Hay que portar un bebé para poder participar.


Nick y Nora están en su vivienda de California con el pequeño Nick, hecho ya un hombrecito, en La sombra de los acusados (Shadow of the Thin Man, MGM, 1941). Camino del hipódromo son detenidos por la policía, por exceso de velocidad. Pero la fama de Nick le sigue precediendo. Como los cócteles. El agente que les escolta, a unos veinte kilómetros por hora, les conduce desesperados pero sanos y salvos hasta el recinto, donde pronto se van a ver rodeados de otros compañeros policías, porque se acaba de cometer un delito. Un conocido jockey ha aparecido muerto en las duchas.

De la encuesta se encarga el teniente Abrams (Sam Levene), cubriendo la información los periodistas Paul Clark (Barry Nelson) y Whitey Barrow (Alan Baxter). Muy interesado en que se aclare lo sucedido se muestra el alcalde Sculley (Henry O’Neill), porque anda detrás de meter en cintura a la banda de apostadores de Link Stephens (Loring Smith) y Fred Macy (Joseph Anthony). A la que se añade la señorita Claire Porter (Stella Adler, la misma del Actor’s Studio, la misma), el apostador Benny Rainbow (Lou Lubin) y el cajero del hipódromo Mc Guire (Sam Bernard). Bajo la apariencia de ser corredores de apuestas, ejercitan una mafia de los juegos hípicos.

Existe otro lazo de unión, más saludable, entre el periodista Paul Clark y la joven Molly Ford (Donna Reed), que trabaja como secretaria para Macy y Stephens.

Nick no se encuentra solo en la investigación. Asta le ayuda a hacer un descubrimiento fundamental en el apartamento de la segunda víctima. Además, se juega con el recurso extrovertido de que todos los conocidos de Nick son ex presidiarios: entre ellos, en un garito llamado Mario’s Grotto, distinguimos en un plano a Sid Melton (1917-2011), futuro Salvatore Petrillo de Las chicas de oro (1985-1992). No podemos dejar de señalar la originalidad en la identificación del asesino.

Dirigió Van Dyke, que firmó como coronel del ejército de los Estados Unidos. El guión, esta vez, fue de Irving Brecher (1914-2008) y Harry Kurnitz (1908-1968), basado en una historia de este último (entre otras, Kurnitz es responsable de la co-escritura de Testigo de cargo [Witness for the Prosecution, Billy Wilder, 1957] y la historia de Hatari [Íd., Howard Hawks, 1962], y Brecher de Cita en San Luis [Meet Me In St. Louis, Vincente Minnelli, 1944]. Esto nos da una idea de la calidad en la desenvoltura de los guiones). Por su parte, Gibbons permanece en la dirección artística, al igual que en las pendientes producciones.


Dicen que el aire del campo es sano. A comprobarlo se dispone el matrimonio Charles.

En efecto, Nick y Nora se encaminan en tren (con el permiso de Asta, que no parece muy dispuesto), a casa de los padres de Nick, en una típica y agradable población en contacto con la naturaleza; y allí no bebe alcohol, especifica Nora. Lo hacen en un vagón bastante concurrido y con más conocidos del detective.

Pasamos del sofisticado Nueva York, donde han resuelto sus casos de mayor prestigio, a las profundidades campestres del terruño de la mocedad, llamado Sycamore Springs, donde importan las apariencias y es más difícil poder mantener un secreto (¡siempre que no sea excesivamente relevante o implique un delito!). Pero el crimen, como sabemos desde los tiempos de Sherlock Holmes, también campa a sus anchas por las campiñas y praderas. Con lo que, la naturaleza de Sycamore Springs, a la que nos referíamos, también hace florecer algún que otro asesinato.

En esta ocasión, el occiso es el apuesto joven Peter Berton (Ralph Brooke), un pintor de paisajes que cae fulminado a las puertas de la casa de los padres de Nick.

El padre del detective, Bertram (Harry Davenport, otro rostro de sobras conocido), es médico. Está detrás de que por fin se materialice su nuevo proyecto de un completo y más moderno hospital para el pueblo. Pero se las ha de ver con Sander (Irving Bacon), el banquero del pueblo. Además de reencontrarse con viejos amigos y escenarios de la juventud, Nick conoce a Willoughby (Morris Ankrum), superintendente de la fábrica local y sobrino de su maestra de escuela Peaby (Nora Cecil). También está Bruce Clayworth (Lloyd Corrigan), médico retirado. ¡Y Laurabelle Ronson! (Gloria DeHaven), la chica más llamativa del pueblo, hija del magnate local Sam Ronson (Minor Watson). Laurabelle no le hace ascos a ningún muchacho pese a tener un novio, el celoso Tom Clayworth (Paul Langton). El mayor sueño de Laurabelle, como tantas otras en su condición, es llegar a ser actriz -¡de éxito; es decir, una estrella!-. Y en efecto, la muchacha siempre está sobreactuando, en lo que es un toque irónico muy bien servido. De las pinturas de Peter se encargaba el comerciante Willie Crump (el reconocible y estupendo Donald Meek), que tiene una tienda en el pueblo. Para completar el cuadro de sospechosos, podemos añadir a la criada de los Charles -padres-, Hilda, interpretada por Anita Bolster (1895-1985) y la apodada loca Mary (Anne Revere), que se revelará como un personaje primordial. Además, están los implicados en una red de “tráfico de secretos”, Edgar Draque (Leon Ames) y su esposa Helena (Helen Vinson).


Al enmarañado asunto tratará de hacer frente el jefe de la policía Mac Gregor (Donald MacBride), con la inestimable ayuda de Nora, Nick y Asta. Uno de los mejores detalles de la película lo hallamos en el cuadro de Berton que Nora le ha comprado a Nick por su cumpleaños. Un trabajo que, algo más tarde, hay que impedir que vaya a ser subastado por el Comité Femenino de Ayuda al Soldado.

Es de destacar que la fotografía de El regreso de aquel hombre (The Thin Man Goes Home, MGM, 1944) corriera a cargo del excelente Karl Freund (1890-1969), en una dirección que esta vez correspondió al eficaz Richard Thorpe (1896-1991) -Van Dyke había fallecido el año anterior-. Junto a Gibbons se haya Edward Carfagno (1907-1996), y el montaje es de Ralph Winters (1909-2004), otro veterano en las lides del mejor cine de la época. El guión estuvo firmado por Robert Riskin (1897-1955), guionista de cabecera de Frank Capra (1897-1991), y Dwight Taylor (1903-1986), que lo es de, entre otras, Sombrero de copa (Top Hat, Mark Sandrich, 1935). Desde luego que es para quitarse el sombrero.

Cierra el ciclo La ruleta de la muerte (Song of the Thin Man, MGM, 1947), dirigida por Edward Buzzell (1895-1985). El escenario de esta última aventura de nuestro matrimonio de detectives es atractivo y singular. Se trata de un casino en alta mar, en el S. S. Fortune. La trama fue escrita por Steve Fischer (1912-1980) y Nat Perrin (1905-1998), también productor de la película, en función de una historia concebida por Stanley Roberts (1916-1982). Además, se especifica que el diálogo adicional se debe a James O’Hanlon (1910-1969) -co autor de Con destino a la luna (Destination Moon, Irving Pichel, 1950)- y Harry Crane (1914-1999); todo, por supuesto, en la línea de los personajes creados por Dashiell Hammett.

En el barco-casino, uno de los músicos que amenizan las veladas, Buddy Hollis (Don Taylor), bebe los vientos por la vocalista Fran Ledue Page (una emergente Gloria Grahame). El nombre del personaje podría ser un trasunto del compositor y cantante Buddy Holly (1936-1959), de no ser porque este comenzó a hacerse famoso a finales de la década de los cuarenta: es más lógico suponer que Holly pudo tomar su sobrenombre del clarinetista de esta intriga (puestos a intrigar). Entre los instrumentistas de la orquesta también está Clarence Clinker Krause (el todo terreno Keenan Wynn). Los anfitriones del festejo, al que acuden Nick y Nora, son el matrimonio Thayar (Ralph Morgan y Bess Flowers).

Pues bien, el señor Phil Brand (Bruce Cowling), casado con Janet Thayar (Jayne Meadows), es acusado de haber asesinado a Tommy Drake (Phillip Reed), el director de la orquesta. A partir de ahí, la rueda de la investigación se pone de nuevo en marcha. Lo que depara la estupenda visita de Nick y Asta a unos brumosos muelles; imágenes que poseen la necesaria atmósfera. Desde allí parten hacia el barco lúdico.


Es oportuno el mencionado título original de la película, porque realmente, la música cobra aquí un especial protagonismo en el desarrollo de la acción, y favorece la resolución de esta última reunión de acusados (un recurso narrativo que no ha dejado de sucederse en cada una de las películas). Lo que implica algunas interesantes anotaciones al margen, como cuando Clarence da su definición de jam-session, asegurando que es donde los muchachos se reúnen después de cerrar, a tocar de verdad. Algo en lo que estaría muy de acuerdo el añorado Juan Claudio Cifuentes (1941-2015).

Estamos en plena época del be-bop, y los Charles se ven impelidos al garito de Mitch Talbin (Leon Ames). Más tarde, encuentran a Hollis recluido en una casa de reposo. Padece un complejo de culpa profundamente enraizado, en palabras de su médico. Nora emprende, por su cuenta, su parte de la investigación: indagar en la mente de Hollis.

En cuanto al pequeño Nick Charles, ya ha crecido y presenta los rasgos de Dean Stockwell (1936). Ha estado haciendo novillos, pero Bertha, la doméstica (Connie Gilchrist), lo tiene bien atado.

En fin. Ha pasado el tiempo. Otra década despunta. Pero las películas de William Powell y Mirna Loy siguen siendo de lo más recomendables para dar un buen inicio al año nuevo.

Escrito por Javier Comino Aguilera


0 comentarios :

Publicar un comentario

¡Hola! Si te gusta el tema del que estamos hablando en esta entrada, ¡no dudes en comentar! Estamos abiertos a que compartas tu opinión con nosotros :)

Recuerda ser respetuoso y no realizar spam. Lee nuestras políticas para más información.

Lo más visto esta semana

Aviso Legal

Licencia Creative Commons

Baúl de Castillo por Baúl del Castillo se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.

Nuestros contenidos son, a excepción de las citas, propiedad de los autores que colaboran en este blog. De esta forma, tanto los textos como el diseño alterado de la plantilla original y las secciones originales creadas por nuestros colaboradores son también propiedad de esta entidad bajo una licencia Creative Commons BY-NC-ND, salvo que en el artículo en cuestión se mencione lo contrario. Así pues, cualquiera de nuestros textos puede ser reproducido en otros medios siempre y cuando cuente con nuestra autorización y se cite a la fuente original (este blog) así como al autor correspondiente, y que su uso no sea comercial.

Dispuesta nuestra licencia de esta forma, recordamos que cualquier vulneración de estas reglas supondrá una infracción en nuestra propiedad intelectual y nos facultará para poder realizar acciones legales.

Por otra parte, nuestras imágenes son, en su mayoría, extraídas de Google y otras plataformas de distribución de imágenes. Entendemos que algunas de ellas puedan estar sujetas a derechos de autor, por lo que rogamos que se pongan en contacto con nosotros en caso de que fuera necesario retirarla. De la misma forma, siempre que sea posible encontrar el nombre del autor original de la imagen, será mencionado como nota a pie de fotografía. En otros casos, se señalará que las fotos pertenecen a nuestro equipo y su uso queda acogido a la licencia anteriormente mencionada.

Safe Creative #1210020061717