Frozen II, de Jennifer Lee y Chris Buck

03 enero, 2020

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El carisma de Frozen (2013) encandiló al público y tuvo que hastiar a muchas familias por las incesantes veces que tuvieron que oír sus canciones cantadas por parte de sus retoños. Aquella adaptación libérrima de La reina de las nieves jugaba bien con los paradigmas de los cuentos Disney ofreciendo también algunos cambios significativos: una historia de liberación personal, el rechazo al amor a primera vista y una reivindicación de otros vínculos más allá del amor romántico que antes servía para solucionar cualquier desaguisado. No era de extrañar que dado su éxito, tuviera una secuela: Frozen II (2019).

Había muchos caminos posibles para la secuela, incluso algunos que querían ser marcados por las voces de un público ansioso por novedad en el imperio Disney. Al final, la historia que Jennifer Lee ha mostrado en su guion y ha dirigido junto a Chris Buck ahonda en una de las cuestiones más relevantes de su anterior entrega: la importancia de la identidad y de la liberación personal. Siendo un mensaje relevante, para llegar a ello, nos ofrece una aventura con un desarrollo irregular en torno al viaje de la heroína, que es, a la par, un viaje clásico de superación de pruebas y una introspección  en busca de la verdad, ya sea personal o social, como pudiéramos encontrar en la literatura clásica.

Volvemos a Arendelle, un reino feliz y en paz, cuya reina, Elsa, vive sin temor a usar sus poderes y en armonía con su familia. Sin embargo, hay aún algo en ella que la arrastra a sentirse distante, que la llama a buscar más allá de lo que conoce. Aunque trate de ignorar esa voz de advertencia, pronto el peligro acechará a su reino y se verá obligada a partir en busca de respuestas, sin poder evitar que su hermana, Anna, y sus compañeros, Olaf, Kristoff y Sven, la acompañen en esta arriesgada aventura en que pasado y presente se darán la mano.


Aunque los personajes empiecen este viaje juntos, sus caminos se dividirán para que se hagan cargo de su propia trama, siendo en este caso las protagonistas Elsa y Anna, al portar no solo su evolución personal, sino también la resolución de la trama general, o con el McGuffin que es el peligro que acecha a Arendelle. Para empezar, Elsa deberá afrontar una serie de pruebas enfrentándose a los distintos espíritus elementales (aire, fuego, agua y tierra) para calmarlos y acabar con la amenaza que se cierne sobre su reino. Sin embargo, estas pruebas acaban por sentirse intrascendentes, dado que los espíritus elementales no parecen tener conciencia sobre su importancia en el mundo ni participan apenas de forma activa en la historia y las pruebas no suponen ningún crecimiento o evolución para el personaje. Será más relevante el momento en que Elsa y Anna descubran la verdad sobre lo que les sucedió a sus padres en aquel naufragio en que perdieron la vida, volviendo a recuperar el sentimiento de culpabilidad que ya acompañó a Elsa en la primera entrega. Al final, Elsa se enfrentará a la última prueba, que se relaciona con el sentido de verdad clásica: esa verdad que puede acabar con uno mismo, al estilo de Edipo, aunque en este caso no sea tan trágico, sobre todo cuando no hay consecuencias reales para los personajes. Si bien es cierto que con esta trama finaliza el arco de evolución del personaje para acabar de aceptarse a sí mismo y eliminar cualquier atisbo de culpabilidad, no añade más.

Por su parte, Anna empieza a sentir que no puede seguir los pasos de su hermana, que hay algo que las distancia irremediablemente. Por ello, la acompañará siempre y tratará de ayudarla, aunque no deje de ponerse en peligro y arriesgar la vida. Comprender a su hermana y entender que sus diferencias pueden ser positivas es la evolución del personaje, que finalmente se convertirá en una heroína cuando asuma y se enfrente a su soledad. No lejos de Anna tenemos la subtrama de Kristoff, que desea pedirle matrimonio, pero duda sobre cómo hacerlo. En esta ocasión, tenemos a un personaje masculino que se mantiene en un segundo plano respecto a la aventura y que asienta su desarrollo en las dudas sentimentales, interpretando incluso una parodia musical que enlaza bien con el sentir más adolescente. En cierta forma, el resto de personajes son un fondo apenas cómico o paródico, sin lograr ser personajes creíbles. El caso más evidente es Olaf, cuya función humorística es menor en una película que trata de sentirse más seria; incluso el mismo personaje parece estar en plena evolución hacia una especie de filósofo que no se toma demasiado en serio. Con todo, su resumen de la primera aventura destaca como uno de los mejores gags de la obra.


Sin duda, el problema de todas estas tramas es que suelen ser un paso atrás en el desarrollo de sus personajes para reafirmarlos en la posición que ya ocupaban al final de la anterior entrega. No obstante, cabe decir que sí resuelve con más contundencia el pasado familiar, de donde procede el antagonista (pasivo) de esta historia, y la identidad de Elsa, que finaliza el camino de aceptación personal iniciado en Frozen. Además, los momentos climáticos no logran la intensidad necesaria o la contundencia que cabría esperar, porque todas se sienten repetitivas, temporales o son bastante previsibles. No hay ninguna decisión arriesgada porque incluso se evitan con la necesaria magia. Sin duda, hay carencias y las imágenes más potentes pierden su fuerza por un desarrollo que se siente hasta inconexo o menos profundo de lo que aparenta. Por ejemplo, ninguno de los nuevos personajes o elementos que se añaden en la historia acaban por tener una relevancia clave en la historia, a excepción de los flashbacks, que incluso se quedan cortos.

En otros apartados, no encontramos tanto carisma en las canciones como sucediera en la anterior entrega. Son más funcionales, ayudan al progreso de las tramas o buscan ser cómicas, pero no permanecen en el recuerdo con tanta facilidad. Tampoco destaca en el desarrollo cinematográfico. Aunque hay secuencias bien realizadas, como el enfrentamiento marítimo, no se mantiene el buen pulso en toda la película y los planos llegan a resultar anodinos, sin carácter narrativo alguno. Nada que ver con el nivel artístico de la animación, que es, como viene siendo habitual, de una calidad altísima.


En definitiva, Frozen II tiene buenas intenciones, vira hacia terrenos poco usuales en las narraciones Disney y ahonda en uno de los temas centrales de su antecesora, pero resulta menos relevante y carismática a rasgos generales. Tiene un desarrollo irregular y sus secuencias están realizadas como si fueran la mezcla de episodios distintos de una temporada de una serie, más que como si fuera se tratase de una auténtica secuela. En ocasiones parece que había distintas decisiones pugnando por saber cuál sería la definitiva. En fin, le falta desarrollo, le falta unidad, le falta carácter y le falta determinación.


1 comentario :

  1. A mí me pareció bastante más floja que la uno y con un argumento endeble. No conocía tu blog, me quedo de seguidora y te invito a que te pases por el mío si te apetece (es Relatos y Más, es que salen dos en el perfil).
    Gracias y un abrazo.

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