Otros mundos (XII): El poema de Gilgamesh

02 julio, 2015

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Nada hay tan interactivo como la literatura. Casi siempre aparece algún personaje con el que podemos sentirnos identificados. No importa el tiempo transcurrido, entre las páginas de un libro el tiempo queda detenido (y escindido en un presente como lectores y un pasado como escritores).

En este periplo existencial, todos tenemos una cita con nosotros mismos, por ello muchos regresamos a la literatura una y otra vez.

Prueba del carácter perenne de la naturaleza humana es el ancestral y sorprendente Poema de Gilgamesh (Cátedra, 2015), obra primigenia más que primitiva, en la que cobra singular fuerza un aspecto vital fundamental: la necesidad humana de trascendencia. Imaginen que se encuentran en plenas excavaciones de un antiguo palacio, llamado Senaquerib, como participes del hallazgo de una de las completas bibliotecas legadas por la humanidad. 

Poco a poco, van volviendo a ver la luz del sol toda una serie que tablillas en babilonio estándar, escritura derivada, a su vez, del acadio, con los sugestivos y enigmáticos signos que conforman las letras cuneiformes.

Estamos siendo testigos de una exhumación, la de los restos hallados en la biblioteca del rey Asurbanipal (669-627 A.C.), en la inmemorial ciudad asiria de Nínive, y ante nuestros ojos desfilan contenidos de magia, de ciencia, de arte, de historia, de gramática, de astronomía...

Tal sucedió hacia 1849, cuando el arqueólogo, historiador y diplomático británico Austen Henry Layard (1817-1894) acometió su segunda ronda de excavaciones en aquella ciudad sepultada por el tiempo. Solo entonces comprendimos que junto a la evolución coexiste la involución, que entre las culturas rescatadas al olvido han existido periodos de estancamiento y que el final llega inexorable a dichas culturas cuando estas han padecido invasiones o cuando sus conocimientos no han trascendido a las generaciones por venir.

Es el aspecto cíclico de la historia o del ser humano que la dispone. Un sujeto que no se suele caracterizar por aprender de los yerros del pasado, salvo en muy contadas e interesadas ocasiones y que, en todo caso, se viene haciendo las mismas preguntas existenciales no solo desde su principio, sino desde el principio.


No en vano, solemos tener puestas nuestras miras en el presente o en la posibilidad de cambio que preludia el incógnito futuro. Vana posibilidad, ya que no puede existir un futuro lógico y conveniente sin el debido conocimiento del pasado, que es el fluir de un eterno retorno en el que, aún con distintos nombres, también resultan periódicos los arquetipos, los mitos y los símbolos, puesto que estos representan lo legendario, lo que fue y hasta lo que ha de ser.

Dejando al margen su cuestionable rigor como historiador, para Heródoto (484-425 A.C.), la historia debía ser la maestra de la vida, pero porque ella pudiera hablar libremente y sin tergiversaciones, más que constatar la repetición de un ciclo de esquemas y errores del pasado. Como atestiguó San Agustín (354-430 D.C.), lo verdaderamente sagrado está en el corazón del ser humano, en su tiempo interior; un instante particularmente eterno.


En aquellos días, en aquellos lejanos días…”. Así da comienzo la composición sumeria que narra los avatares de nuestro héroe; como tal, con atributos tanto de dios como de humano. Es el de Gilgamesh un viaje iniciático cuajado de sueños premonitorios, bosques encantados, criaturas fantásticas, hazañas prodigiosas, presencia de los dioses, interpretaciones del origen del cosmos…

Al misterio de la vida se añade el entendimiento de la misma, esa recíproca y ambigua relación con los dioses (a los que incluso se ha otorgado un fragmento de universo), un magma al que se incorpora todo ese elemento fantástico narrativo, con ecos de versiones mucho más antiguas, procedentes de la tradición oral, como sucede con el mito del Diluvio (tablilla XI) o con la visita al inframundo (tablilla XII y última, y casi con toda seguridad, un añadido posterior a la redacción principal). En este sentido, no es casualidad que la mayor parte de los rituales de las narraciones que tienen como referente a Gilgamesh, estén en relación con el más allá. Por todas estas características, que representan la experiencia vital que cada persona adorna con sus andanzas y puntos de vista, es por lo que he decidido incluir la presente epopeya en nuestra ecléctica sección Otros Mundos.

Representación de Gilgamesh, Louvre
Podríamos añadir, además, el propio carácter fragmentario de la obra, consecuencia de no haber sobrevivido íntegramente hasta nuestros días, y que de forma indirecta, parece un símbolo de la propia inestabilidad de la naturaleza humana. Más objetivamente, da razón de por qué la elaboración de una edición crítica, ajustada a los últimos descubrimientos, se ha venido asemejando a una labor detectivesca por parte de los filólogos del mundo antiguo (o moderno, según se mire; arte contemporáneo es un oxímoron).

Muy difundido y recitado por los aedas (cantores de epopeyas), aunque puesto por escrito para disfrute de los más eruditos, El poema de Gilgamesh es una obra anónima (véase a este respecto la introducción a cargo de Rafael Jiménez Zamudio, en la presente edición) que, con algunas lagunas, como advertíamos, narra las peripecias de Gilgamesh, rey de la ciudad sumeria de Uruk (actual Irak), hacia el 2650 A.C. Para nosotros es importante el dato puesto que a los sumerios se adjudica el invento de la escritura. Más aún, el mundo mesopotámico es un entorno donde ciertamente nace la filosofía (por la que las cosas ya son por su esencia).

Cinco poemas sumerios son el eje central de un escrito que adquirió forma definitiva con la intervención de otro autor anónimo, ya en tiempos de los asirios. Como también adelantábamos, en él convergen varias creencias bajo el sentimiento de lo religioso-trascendente, aunque uno de los primeros aspectos que llama la atención al interesado es la representación de unos dioses concebidos “a imagen y semejanza” del posterior panteón griego.

Son personajes que se atribuyen la autoridad y que actúan movidos por el capricho, el rencor, la empatía o cualquier otra característica humana. Por ejemplo, pese a la posibilidad de una vida eterna, no son totalmente inmortales, ya que pueden herirse los unos a los otros. El propio Gilgamesh es dos tercios dios y un tercio humano, lo que expresa su fortaleza pero no le proporciona invulnerabilidad ante la muerte. En este sentido, se nos muestra como un humano más.

Su deseo de inmortalidad, agudizado por la tragedia de la muerte de su amigo y compañero Enkidu, le sume en una profunda angustia, expresión de su conciencia como criatura finita en el tiempo, a la que también se suma la necesidad de saber qué existe tras la muerte.


Para Gilgamesh, el poder contar con un compañero como Enkidu -qué consiga yo al fin tener un amigo y consejero (Línea 129, Tablilla I)-, le hace pasar de una naturaleza agresiva y tiránica a ser un gobernante respetado y querido. La liberalidad en las relaciones personales se pone de manifiesto desde el momento en que Enkidu, enviado de los dioses para sofocar la tiranía de Gilgamesh con su pueblo, es “humanizado” por la prostituta Shamhat, pero así mismo, mantiene una relación de amistad e intimidad con Gilgamesh.

Y aunque el relato presenta una forma circular, al comenzar y terminar el héroe en el mismo punto, la ciudad de Uruk, esta no resulta ser del todo cierta, ya que nuestro protagonista habrá aprendido, como se suele decir, una importante lección; el secreto de su perdurabilidad, netamente humana. Este consiste en comprender que lo que realmente importa es lo que uno he hecho en la -o esta- vida, todo aquello por lo que una persona merece ser recordada. En el caso de Gilgamesh, por ofrecer cabalmente un reinado justo.

Personaje individual, pero también receptáculo de multitud de facetas de otros muchos héroes cuyo recuerdo se ha extinguido o que, por el contrario, están por llegar, Gilgamesh será finalmente consciente de que podemos vivir eternamente del recuerdo de nuestras “gestas”. 

Gilgamesh lamenta la pérdida de Enkidu
El contenido del Poema de Gilgamesh desgrana, entre las correrías del protagonista, el mencionado papel de los dioses y su relación con las personas (I-II, XI), en las que late la influencia de unas civilizaciones que llegan a anteceder a aquellas que denominamos clásicas, y cuyos nombres se nos pierden en el tiempo. Una relación de amor-odio en base a la, con bastante frecuencia, destemplada o insuficiente comunión del ser humano con tales dioses (VI), al fin y al cabo, ideados a imagen de sí mismo.

Pero a esta vertiente, desarrollada a lo largo de todo el poema, podemos añadir esos aspectos fantásticos o sobrenaturales que anticipábamos. Como la oniromancia (la capacidad de interpretar los sueños, I y IV), la atmósfera de magia del Bosque de los Cedros, que incluye la lucha contra un ser fantasmagórico llamado Humbaba (V) o con otras entidades fabulosas, como los seres de piedra (X), el simbolismo de plantas y animales, la angustia ante el hecho de la muerte, la revelación de la misma a Enkidu por medio de otro sueño, suceso al que podríamos considerar como una premonición (VII), el enfrentamiento del ser humano con la conciencia de su finitud, la asignación de un dios a cada fenómeno, anhelo o fatalidad (VIII), y en suma, el deseo de perdurar, la sed de inmortalidad (IX) y de conocer aquello que se oculta más allá (XII).

Todo ello, sin olvidar la aparición de un mito aún más ancestral si cabe, como es el del Diluvio Universal (XI), con la presencia estelar de los únicos seres humanos que sí han logrado alcanzar la inmortalidad (don otorgado por los dioses), como son el Noé babilónico llamado Utanapishti, y su esposa.

Tablilla nº XI, el Diluvio
Un resumen de lo que va aconteciendo en esta epopeya lo proporciona el responsable de la edición, antes del contenido de cada tablilla, y también de forma escalonada, a lo largo de todo el relato.

En definitiva, el Poema lo constituye la herencia de unas tradiciones sumerias, a las que podemos agregar restos de las aportaciones hititas o hurritas, para complementar los huecos que faltan. A la comprensión del texto se suma un glosario de términos y personajes al final del mismo, una pormenorizada y actualizada traducción de Jiménez Zamudio (en este caso, la profusión de notas a pie de página resulta inevitable, siendo complementarias del escrito, más allá de las aportaciones de orden estrictamente lingüístico).

Fusión sorprendente de épica oral y literatura, historieta de cómic y secuencia cinematográfica, el Poema de Gilgamesh es un poderoso estudio psicológico del ser humano, en el que la concienzuda labor de los escribas del pasado se ha trasladado a los filólogos del presente. Escalera de tiempos inmemoriales (I), como expresión universal de los sentimientos humanos, por ella ascienden la pena, la esperanza o la impotencia. Que continuemos rememorando y desentrañando las peripecias de Gilgamesh, es muestra de que este ha logrado convertirse en inmortal realmente. Al fin y al cabo, literatura es todo aquello que puede releerse.

Escrito por Javier C. Aguilera

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