Avatar, de James Cameron

09 mayo, 2015

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2001: Una odisea en el espacio (2001: A Space Odissey, Stanley Kubrick, 1968) y La guerra de las galaxias (Star Wars, George Lucas, 1977) fueron los dos referentes que sirvieron al director canadiense James Cameron (1954-) para adentrarse en el mundo del cine, pero no tanto por las propuestas de ambas importantes películas como por la capacidad de los efectos que eran capaces de transmitir. Cameron ha tenido precisamente una trayectoria ascendente en la búsqueda de esos efectos que sorprenderían al espectador, pero desluciendo la historia que contaba. En este sentido, quizás la recreación de un sueño, por muy hermoso visualmente que sea, ha sido el motivo principal que ha impulsado la excusa de una película, reduciendo su historia a un argumento flojo, repetido e invadidado de estereotipos. 

Cameron partió de la ciencia ficción, lo cual no es de extrañar observando sus referentes, y lo cierto es que no comenzó mal, con la exitosa y original The Terminator (1984), sobre la guerra contra las máquinas rebeldes (que recuerda en este sentido a la obra de Kubrick) con viajes en el tiempo, que tuvo su secuela en Terminator 2 (1991), que contó precisamente con unos excelentes efectos especiales para la época. El paso por la saga Aliens y su acercamiento en The Abyss a los fondos submarinos (su otra pasión) marcaron parte de su itinerario, hasta la llegada en 1997 del ya célebre Titanic.

Esta exitosa película le permitió unir sus dos pasiones, logrando experimentar con la capacidad de los efectos especiales para recrear el hundimiento del célebre navío mostrando también los fondos marinos, todo hilado mediante una historia de amor entre distintas clases sociales. Después se embarcaría en un proyecto ambicioso por la forma de realización, de gran calado técnico, que retornaría al género de la ciencia ficción con la posibilidad de explotar al máximo los recursos tecnológicos de los que disponían los efectos especiales: Avatar (2009).

No podemos negar que Cameron ha conseguido colocarse a la cabeza en cuanto a la recaudación de sus grandes éxitos, Titanic y Avatar. La segunda ante unas claras expectativas después del gran éxito que fue la anterior, además de una intensa campaña de marketing que nos anunciaba la venida de una nueva visión cinematográfica. Pero, ¿ante qué nos encontramos cuando visionamos la aventura en Pandora?

James Cameron junto a parte del reparto de Avatar
En efecto, Cameron logra recrear gracias a los avances tecnológicos todo un universo nuevo, con flora, fauna y especie dominante incluida, que parecen realistas y que impulsan, además, un visionado en 3D (produciendo, a la vez, una segunda época dorada para este tipo de grabación) con tal de disfrutar mejor del mundo creado por el director canadiense. Pandora se siente vivo, como un nuevo planeta, y los na'vi, esa especie azulada y antropomórfica, parecen reales. Consigue alcanzar una ficcionalidad o animación que simula ser auténtica a un nivel de realismo impresionante. El logro visual se alcanza, en efecto, y está acompasado por la música de James Horner, habitual colaborador de Cameron.

Esa es la realidad: James Cameron revoluciona el mundo técnico del cine al exprimir sus recursos al mundo para crear un maravilloso escenario que, sin ser real, se siente como tal. Los espectadores se sentirán transportados a un nuevo mundo como si hubieran viajado en el espacio. Lo cual sería perfecto si estuviéramos en un tour, pero no en una película. De la misma forma que sucede con Titanic, nos encontramos ante una buena ambientación y una elevada factura técnica, pero ante una historia simple, sencilla, que en el caso de Avatar queda completamente deslucida.


Nos trasladamos al año 2154 y nos embarcamos en la historia de un ex-marine paralítico, Jake Sully (Sam Worthington, habitual de cine de acción y de interpretación anodina), que ha sido designado para una misión especial de investigación, en sustitución de su hermano fallecido, en Pandora, el mundo del que los humanos están extrayendo un mineral muy preciado que sirve para paliar la crisis energética de la Tierra (la gran ausente del film): el unobtainium. La elección de Jake para sustituir a su hermano no es fortuita, dado que, al compartir un ADN de máxima compatibilidad, es capaz de emplear un cuerpo biológico na'vi controlado de forma remota que responde al nombre de programa Avatar. Con él, cualquier humano puede respirar en la toxicidad de Pandora y Jake, en particular, puede volver a caminar, a ser libre. 

Sin embargo, aunque fue enviado para apoyar la investigación del planeta en colaboración con los científicos encabezados por Grace Augustine (Sigourney Weaver), le es encomendada por el coronel Quarich (Stephen Lang)  la misión de espiar los avances de esa investigación y descubrir cómo convencer o derrotar a los Na'vi asentados en el Árbol Madre, la principal fuente del mineral que ansía la empresa que los ha contratado y ante cuya extracción se opone la tribu indígena. Con el paso del tiempo, Jake será admitido en el clan de Neytiri (Zoe Saldana), una bella Na'vi que, tras salvarle la vida, la integrará en su clan y le enseñará las maravillas de su mundo que los ojos humanos no han sabido apreciar. Esta nueva visión de Pandora y de la cultura que existe tras el biosistema y los habitantes del planeta hará que Jake se convenza de la necesidad de protegerlo de la codicia humana.


Aquí encontramos el gran problema de Avatar: es cierto que ofrece multitud de lecturas, pero ninguna es nueva. No innova en la historia que está contando ni tampoco en la forma de hacerlo, linealmente cronológica. La película, que transcurre en más de dos horas y media de película, tiene un argumento similar a producciones como Bailando con lobos (Dance with Wolves, Kevin Costner, 1990) o Pocahontas (Mike Gabriel y Eric Goldberg, Disney, 1995), la primera con una duración aún más larga, pero la segunda de apenas hora y media. El descubrimiento de la naturaleza, a la que se le rinde culto en la película, es similar a la defensa del medio ambiente de las producciones de Ghibli, destacando especialmente La princesa Mononoke (Mononoke Hime, Hayao Miyazaki, 1997), donde encontramos también un argumento similar: joven guerrero que se encuentra con una princesa que vive en y por el bosque, con criaturas que lo protegen. 

Hasta el videojuego Final Fantasy VII (Square Soft, 1997) nos muestra un planeta capaz de crear criaturas y de luchar para defenderse de las amenazas que quieren destruirlo, con la crítica al consumo de la energía (mako) del planeta por parte de la superurbe de Midgar. La influencia de los videojuegos la podríamos tener en cuenta también en la recreación virtual, dado que es el campo donde más se experimenta técnicamente. Hasta la investigación del ecosistema o la introducción en la tribu Na'vi, con el respeto de las criaturas creadas para el mundo de Pandora, nos podría recordar a obras como Gorilas en la niebla (Gorillas in the Mist, Michael Apted, 1988), un ejemplo nada azaroso, pues precisamente está protagonizado por Sigourney Weaver, que interpreta en esta película a la investigadora de turno.


Las críticas al colonialismo o al imperialismo, al ataque al medio ambiente y a la contaminación, a los intereses puramente económicos, a las acciones militares o al racismo son claras y evidentes, y aunque podamos compartirlos, en la historia están excesivamente marcadas de manera maniquea, lo que nos proporciona, a su vez, personajes planos y estereotipos: el general malvado que no cede ante nada, inmiscuyéndose en una batalla por simple orgullo, dado que no se nos ofrece más motivación que la simple ira contra los Na'vi o el ansia de sentirste superior a esta raza alienígena; el ejecutivo empresarial (Giovanni Ribisi) que tan solo atiende a los intereses mercantiles y que no es capaz de afrontar la situación cuando alcanza límites insospechados; el gracioso compañero de aventuras e investigación (Joel Moore), que sirve como apoyo humorístico y cuya decisión se basa en la lealtad hacia sus amigos; una militar (Michelle Rodriguez) que no está en sintonía con su superior y que se ve incapaz de obedecer órdenes que considera una auténtica barbaridad; o una tribu completa de Na'vi con un líder, una especie de chamana o sacerdote, un guerrero sucesor, al que no le inspira confianza el recién llegado, y una joven princesa, Neytiri, que, atenta a las señales que le ofrece su planeta, salva la vida a un desconocido y le ayuda a descubrir las bondades de Pandora, llegándose a enamorar de él pese a sentirse posteriormente traicionada.

Personajes que o apenas evolucionan o lo hacen de la forma que cabría esperar, puesto que lo hemos visto hasta la saciedad en multitud de formatos (libros, series, películas... ¡hasta videojuegos!).


El protagonista evoluciona también según lo esperado: en un inicio, despreocupado y angustiado por una vida que le resulta tediosa ante la falta de movilidad en las piernas, pero que ante la nueva visión de la realidad que le ofrece su avatar y el descubrimiento de lo maravilloso que esconde Pandora, se convierte en el máximo defensor del planeta, alzándose como el héroe que todos esperan. Hay en torno a él un aura mística cuando ocupa su avatar, que se convierte en gris como humano, precisamente cuando comete su peor error y pone el peligro la vida de quienes ama, especialmente la de Neytiri, de quien no puede evitar enamorarse. Se conforma precisamente una historia de amor a partir del (auto)descubrimiento, muy en relación no solo al mismo esquema que sugería la historia de John Smith y Pocahontas, sino también la de Tarzán y Jane. Neytiri le muestra a Jake una nueva forma de entender la vida y eso le cambia, aunque el amor que surge entre ellos funcione igual que la fórmula humana, salvando las cuestiones físicas (dado que los Na'vi funcionan de manera espiritual, en convivencia con la naturaleza).

Seguramente la parte artística más relevante del argumento sea la creación de un paradigma de costumbres en torno a los Na'vi, consolidando una cultura distinta que basa su existencia en el equilibrio con el ecosistema del planeta, que se convierte a su vez en su deidad, funcionando como una red neuronal planetaria, ¡incluso capaz de almacenar los recuerdos de los habitantes que dejaron de vivir y transmitir así los conocimientos ancestrales! Una forma de vida que, obviamente, recuerda a las propias tribus humanas que habitaron América y que fueron cruelmente tratadas en la conquista que el Viejo Continente llevó a cabo. Innova aquí en algunas cuestiones, pero nos sigue persiguiendo la sensación de que se han tomado ideas de distintos lugares para realizar una mezcla cultural.


En conclusión, Avatar funciona en su construcción igual que un juego de fuegos artificiales, que un castillo pirotécnico: es espectacular para mirar y recrearse, nos puede incluso emocionar, pero no nos transmite nada nuevo más allá de la pura maravilla técnica. Merece la pena por ello, en efecto, ya que nos puede impresionar y aún hoy, que ha pasado más de un lustro, puede seguir sorprendiéndonos por la calidad visual que desprende, pero todo lo que innova en ese plano no se aplica a su historia. Podríamos considerar que Cameron lo hizo conscientemente: creó un guion que heredaba ideas de distintos ejemplos modernos y la realidad es que el propio director ha reconocido las influencias de ciertas obras, como la de Miyazaki, pero si lo meditamos, nos ha planteado un envoltorio precioso para una historia que ya conocemos.

Debemos reconocer, no obstante, su capacidad para crear una raza y un tipo de planeta diferente, pero nada más. Sucedió igual con Titanic, seguramente porque Cameron ha descubierto dónde se sitúa la clave para triunfar en taquilla, entretener y hacer disfrutar al público mientras se sorprende a la crítica, pero sin contar nada nuevo. Bravo por él, aunque desilusionante para quienes consideren (consideremos) que el séptimo arte va más allá de la pirotecnica visual, por grandilocuente y conseguida que sea.

Escrito por Luis J. del Castillo



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