
Chris Columbus planteó esta comedia familiar de tono blanco en 1993 donde promueve algo evidente, pero que a la sociedad le ha costado aceptar: el divorcio como algo normal donde la mejor opción es entablar una relación cordial que ayude a la estabilidad de la desestructurada familia. Resulta obvio y ya hasta tópico que los mayores afectados en estas decisiones son los hijos, que en muchas ocasiones se ven expuestos a las peleas de sus padres y pueden llegar a sentirse culpables. Mrs. Doubtfire (1993) muestra entre sus mensajes que no importa cuánto se puedan odiar los padres, el amor hacia los hijos no tiene relación, o no debería, con este caso.
El punto fuerte de la comedia lo supone la creación de la niñera, la señora Doubtfire, que permite a través del travetismo de Williams toda una serie de escenas humorísticas y el despliegue de un actor que ya tenía experiencia en sketches de este tipo, todo apoyado con una excelente labor de cambio de voces mediante su capacidad de doblador, tal y como muestra el inicio de la cinta (y como el propio Williams había demostrado en Aladdín, en 1992). Cabe destacar el tono en que empieza el metraje: mezclando el humor del personaje con su responsabilidad como padre, especialmente ante el rechazo de mandar a los niños el mensaje de que fumar es positivo.
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Chris Columbus dirigiendo a Robin Williams (Extraída de MovieStillsDB.com) |
Sin embargo, pronto notamos que Daniel Hillard es en gran parte un niño grande, otro papel que Williams desempeñó en multitud de ocasiones: un hombre irresponsable que concede los caprichos más extravagantes a sus hijos, incapaz de mantener el trabajo, aunque en esta ocasión sea por defender un ideal justo.
Este tipo de personajes suelen ensombrecer a los que hay a su alrededor, lo que provoca en gran parte que el papel de otros personajes, como la madre, Miranda (Sally Field), el galán Stuart (Pierce Brosnan), o la agente social Gloria (Polly Holliday), sirvan de contrapunto, hasta llegar a resultar unos roles sosos, agotados frente al histrionismo presente. No ayuda el hecho de que ninguno de los otros actores principales sepan otorgar carisma o fuerza a sus interpretaciones.
Tan solo la presencia de la pareja homosexual, también presentada con total naturalidad, aunque con un claro cliché, sirve para agolpar el resto de chistes. Hay, a su vez, toda una serie de guiños cinematográficos, como la mención a Norman Bates o el maquillaje similar a ciertas estrellas del momento.
La cinta, por otra parte, se puede diseccionar en dos partes: el conflicto inicial del divorcio y la resolución de Daniel en ver a sus hijos aunque sea travestido en niñera británica, cuestión que acaba en éxito y, finalmente, una segunda parte donde se va descubriendo poco a poco tras unas escenas de cierta emotividad tanto con sus hijos como con su mujer.
El hecho de acercarse a ellos como una desconocida hace evolucionar al personaje, que comenzará a comportarse tal y como su mujer hubiera esperado: con más rigidez frente a sus hijos, pero sin abandonar el cariño, con atención al hogar y a la cocina, supliendo la ausencia materna, y siendo más responsable al comprender los errores que había cometido en el pasado. No obstante, esto no supone una reconquista: el divorcio es firme, aunque la situación pierda la tensión anterior, como demuestra el enfoque al rostro de Miranda durante el juicio de custodia.
Los niños del reparto no resultan repelentes y funcionan bastante bien en escena. Entre ellos encontramos a dos actrices infantiles y juveniles que gozaron del favor de crítica y público, como Mara Wilson, conocida también por su papel en Matilda (1996), o Lisa Jakub. También el joven Matthew Lawrence, que fue conocido posteriormente por participar en la serie Yo y el mundo (Boy meets world, 1997-2000).
En definitiva, una película que deja entrever temas serios con naturalidad y entremezclados con el humor y el carisma de un Robin Williams en plena efervescencia, quizás demasiado histriónico en ciertas escenas, pero disfrutable gracias a un humor para toda la familia. Se reirán en alguna ocasión, aunque pueda resultar artificioso en algunos tramos.
Escrito por Luis J. del Castillo
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