Con el paso del tiempo, el ser humano se ha percatado, aunque haya sido a base de golpes, que la decisiones de nuestro día a día tienen repercusión en nuestra vida, nos parezcan o no trascendentales en su inicio. Phil Connors (Bill Murray), un detestable presentador del tiempo con aires de estrella, nos demuestra hasta qué punto nuestras palabras y acciones tienen repercusión en nosotros y en los demás. El extraño hecho, elemento casi de ciencia ficción, aunque en este caso podamos interpretar más un estilo de fantasía, de repetir el mismo día una y otra vez parece ser una maldición al principio. Para Connors, que no solo es detestable, sino que detesta todo lo que se respira a su alrededor en el célebre día de la marmota, este hecho le supondrá un castigo, aunque pronto descubrirá las puertas que se le abren a quien ha conseguido una extraña inmortalidad: un mundo sin consecuencias.
Este es, seguramente, el gran filón de Atrapado en el tiempo (Groundhog Day, 1993), de Harold Ramis, con una traducción en el título que tiene más encanto que el original, igual que sucedía con El tiempo en sus manos (The Time Machine, George Pal, 1960). Esta comedia romántica reduce su historia de amor a pinceladas y realmente no tiene una gran fuerza, aunque el espectador pueda sentir que esa brevedad colabora en la formación de una historia más entrañable, alejada de amores superficiales.
Se trata más bien del cambio que este hecho produce en el protagonista, Phil, para llegar a enamorarse de una forma tan auténtica de su nueva productora, Rita (Andie McDowell), y todo lo que experimenta con ese tiempo regalado. Ambas cosas son las que hacen de esta película algo especial.
Si el principio se puede hacer pesado, con un personaje poco carismático, después se nos van dando retazos de un desarrollo impresionante: desde el consumo de todos los vicios, tanto alimenticios, sanitarios y vanidosos como lujuriosos, hasta el suicidio en múltiples formas, finalizando en la bondad, en acabar siendo una gran persona, preocupado por los vecinos de un pueblo al que antes aborrecía, y desarrollando unas grandes capacidades artísticas: ¡lo mejor de disponer de todo el tiempo del mundo!
El personaje y el espectador nunca sabrá el motivo de este fenómeno, cosa que no concuerda con esta época donde a todo se busca respuesta. Parece tan inusual como los fantasmas del pasado, el presente y el futuro del Cuento de Navidad de Dickens, aunque en este relato la intención moral era más clara. De esta forma, la película pretende introducir al espectador en ese debate interno: ¿qué hacer con todo el tiempo del mundo, donde no hay consecuencias?
Con esta pregunta, se afronta una película que no se detiene solo en lo moral, sino que contiene ecos de tintes metafísicos, literarios, cinematográficos y mitológicos. Podría tratarse de un film denso, pero Ramis resolvió el asunto con sencillez y ofreciendo un producto final exquisito, sin caer en sentimentalismos. Brilla especialmente Bill Murray, capaz de hacernos creer que es ese Phil Connors tan terrible al comienzo y tan perfecto al final. El montaje controla el ritmo y consigue crear humor de una manera inteligente, especialmente a partir de las repeticiones y las reacciones de los que permanecen ajenos al tiempo detenido. Disfruten de esta película mientras Phil sufre las consecuencias de todos sus actos, pero solo a corto plazo. Quizás valoren más el tiempo perdido.
Escrito por Luis J. del Castillo
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