Si del mar viene la vida, al mar retorna Lucy Muir (Gene Tierney), una atractiva viuda de fuerte resolución aunque salud delicada. Lo hará de la mano de un personaje muy singular, el fantasma del capitán Daniel Gregg (Rex Harrison). Huyendo no precisamente de fantasmas, sino de unas relaciones familiares atosigantes, es como da inicio la maravillosa película de Joseph L. Mankiewicz (1909-1993), El fantasma y la señora Muir (The ghost and Mrs. Muir, Fox, 1947).
Como resume la propia Lucy, “nunca he tenido una vida propia” o “no he hecho nada en todos estos años”. Reflexiones que se corresponden con la mitad (casi) de una vida (el ecuador es más emocional que cronológico).
El caso es que la aún joven viuda toma la determinación de cambiar “de aires” junto a su hija pequeña Anna (una incipiente Natalie Wood) y su doncella y dama de compañía, Martha (Edna Best), trasladándose a la costa inglesa, donde alquila una casa frente al mar, Gull House (La casa de la gaviota), que ya lleva cuatro años vacía; desde que falleció su anterior ocupante.
Con excepción del árbol de la entrada, a la señora Muir le agrada el entorno y la decoración de la vivienda (una vida que se superpone a otra y una nueva fuente de estímulo e inspiración a la hora de justificar la redacción de la futura biografía del capitán). De este modo, Lucy y Daniel serán dos huéspedes en una casa (o en una sola mente). Y es que, aunque en efecto, Lucy está sola, realmente no se encuentra sola. Como ella misma comentará a su hija ya adolescente (Vanessa Brown), “tengo mis compensaciones”.
No en vano, en este nuevo y saludable escenario hay lugar para la libertad personal y para la fantasía –o para percibir de forma distinta-. De hecho, cuando el capitán Gregg la insta a conocer gente, Lucía –como él la llama-, no se siente inclinada a ello. Y cuando lo hace es para dar con Miles Fairley (George Sanders), un impostado e impostor autor de relatos infantiles que bajo una apariencia encantadora y sarcástica deja bastante que desear.
Al contrario que el resto de personajes, Fairley no vive “en”, sino “de” la ficción. En cualquier caso, cuando el uno llega a la vida de Lucy, el otro (Gregg), desaparece. (Anotemos además el comentario del secretario de editor que le comenta a ella que en cuanto a la literatura se refiere, “ya no hay nada original”).
Los personajes están muy bien delineados. Cuando Lucy ve la casa por primera vez, el retrato del capitán parece mostrar a alguien que está vivo, y que poco a poco emergerá a la realidad de Lucy Muir. Así, cuando Gregg se le aparece por primera vez, se nos muestra como una figura en la sombra. La segunda vez, su sombra se proyecta sobre una pared, hasta que finalmente, solo ella puede verlo: esta convención de los fantasmas acentúa el carácter fabulador e independiente de la mujer. Pero curiosamente, esta mirada es recíproca. Cuando Lucía se compromete con el escritor infantil, el capitán los observa detrás de un árbol sin que la pareja se aperciba de ello.
En consecuencia, ¿no será todo el producto –real para ella- de la fantasía de Lucy Muir? El relato no lo aclara con certeza, aunque el personaje del capitán Gregg sí será de algún modo percibido por la hija, tal vez por poseer idéntica sensibilidad a la madre. El fantasma como personaje, ficticio o no, pero siempre real, existe mientras ella “siga creyendo en mí”, tal y como el mismo marino le pide. Más aún, el capitán se le aparecerá (a solas) en el compartimento del tren que les lleva de vuelta a casa, y no solo en esta.
De igual modo, ¿murió el capitán joven, tal y como lo vemos -o lo ve Lucía-, o por el contrario siendo ya anciano? “Lo que ve es una ilusión”, resume de nuevo el capitán, pero no acotando todo el abanico de posibilidades. Más tarde añadirá que “los vivos pueden sufrir mucho…”. Al igual que sucedía en Jennie (Portrait of Jennie, William Dieterle, 1948), la de Gregg y la señora Muir es una relación –un amor- en un mismo plano, pero diferente al de la realidad mundana.
Como resume la propia Lucy, “nunca he tenido una vida propia” o “no he hecho nada en todos estos años”. Reflexiones que se corresponden con la mitad (casi) de una vida (el ecuador es más emocional que cronológico).
El caso es que la aún joven viuda toma la determinación de cambiar “de aires” junto a su hija pequeña Anna (una incipiente Natalie Wood) y su doncella y dama de compañía, Martha (Edna Best), trasladándose a la costa inglesa, donde alquila una casa frente al mar, Gull House (La casa de la gaviota), que ya lleva cuatro años vacía; desde que falleció su anterior ocupante.
Con excepción del árbol de la entrada, a la señora Muir le agrada el entorno y la decoración de la vivienda (una vida que se superpone a otra y una nueva fuente de estímulo e inspiración a la hora de justificar la redacción de la futura biografía del capitán). De este modo, Lucy y Daniel serán dos huéspedes en una casa (o en una sola mente). Y es que, aunque en efecto, Lucy está sola, realmente no se encuentra sola. Como ella misma comentará a su hija ya adolescente (Vanessa Brown), “tengo mis compensaciones”.
No en vano, en este nuevo y saludable escenario hay lugar para la libertad personal y para la fantasía –o para percibir de forma distinta-. De hecho, cuando el capitán Gregg la insta a conocer gente, Lucía –como él la llama-, no se siente inclinada a ello. Y cuando lo hace es para dar con Miles Fairley (George Sanders), un impostado e impostor autor de relatos infantiles que bajo una apariencia encantadora y sarcástica deja bastante que desear.
Al contrario que el resto de personajes, Fairley no vive “en”, sino “de” la ficción. En cualquier caso, cuando el uno llega a la vida de Lucy, el otro (Gregg), desaparece. (Anotemos además el comentario del secretario de editor que le comenta a ella que en cuanto a la literatura se refiere, “ya no hay nada original”).
Los personajes están muy bien delineados. Cuando Lucy ve la casa por primera vez, el retrato del capitán parece mostrar a alguien que está vivo, y que poco a poco emergerá a la realidad de Lucy Muir. Así, cuando Gregg se le aparece por primera vez, se nos muestra como una figura en la sombra. La segunda vez, su sombra se proyecta sobre una pared, hasta que finalmente, solo ella puede verlo: esta convención de los fantasmas acentúa el carácter fabulador e independiente de la mujer. Pero curiosamente, esta mirada es recíproca. Cuando Lucía se compromete con el escritor infantil, el capitán los observa detrás de un árbol sin que la pareja se aperciba de ello.
En consecuencia, ¿no será todo el producto –real para ella- de la fantasía de Lucy Muir? El relato no lo aclara con certeza, aunque el personaje del capitán Gregg sí será de algún modo percibido por la hija, tal vez por poseer idéntica sensibilidad a la madre. El fantasma como personaje, ficticio o no, pero siempre real, existe mientras ella “siga creyendo en mí”, tal y como el mismo marino le pide. Más aún, el capitán se le aparecerá (a solas) en el compartimento del tren que les lleva de vuelta a casa, y no solo en esta.
De igual modo, ¿murió el capitán joven, tal y como lo vemos -o lo ve Lucía-, o por el contrario siendo ya anciano? “Lo que ve es una ilusión”, resume de nuevo el capitán, pero no acotando todo el abanico de posibilidades. Más tarde añadirá que “los vivos pueden sufrir mucho…”. Al igual que sucedía en Jennie (Portrait of Jennie, William Dieterle, 1948), la de Gregg y la señora Muir es una relación –un amor- en un mismo plano, pero diferente al de la realidad mundana.
En cualquier caso, y sin renegar de una explicación más “física” o “sobrenatural”, cuando llega la ocasión de escribir un libro conjuntamente, ambos personajes logran comprenderse mejor el uno al otro. Por ejemplo, pese a conocer el hermoso poema El ruiseñor, de Keats (1795-1821), el capitán recuerda que el mar no tiene nada de romántico. Pero el resultado es que con la obra, los personajes dejan plasmadas esas vivencias en otro lugar, más allá de en sus propias vidas.
De hecho, el libro se convierte en un elemento narrativo para la propia película. Cuando Lucía escribe nunca se siente sola. Y cuando el libro queda terminado, regresa la melancolía, una vida que de nuevo, queda “como envuelta en niebla”. “Me da pena ese sonido”, confirmará Lucy, refiriéndose a una sirena en el mar. Lucy Muir es, en cualquier caso, autora de una sola obra (de una sola vida).
Joseph L. Mankiewicz |
Junto a la estupenda realización de Mankiewicz y la excelente interpretación de todos los actores, debemos reconocer, igualmente, el maravilloso guión, rico en matices y apreciaciones, obra de Philip Dunne (1908-1992), en base a la novela de 1945 de R. A. Dick, seudónimo de la escritora irlandesa Josephine Aimee Campbell Leslie (1898-1979), –que yo sepa no ha sido editada en español-; así como la fotografía a cargo de Charles Lang (1902-1998), y la música del irrepetible Bernard Herrmann (1911-1975) –hubo edición a cargo de Varese Sarabande-.
Escrito por Javier C. Aguilera
No se puede conseguir el libro en español? Ninguna editorial lo ha publicado? Pues una pena, me encantaria poder conseguirlo.Un saludo
ResponderEliminarHasta donde sabemos, no conocemos ninguna edición en español de la novela. Es una pena, aunque se puede consultar en su idioma original, el inglés.
EliminarUn saludo.
Por fin existe el libro en español. Editorial Impedimeta.
ResponderEliminarEn efecto, me hice con él y espero poder reseñarlo en este blog en cuanto me sea posible. Gracias por su aviso.
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