Clásicos Inolvidables (CLXIX): El tío Silas, de Joseph Sheridan Le Fanu

22 junio, 2022

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Para comprender y disfrutar de una novela como El tío Silas (Uncle Silas, 1864; Valdemar Gótica, 2022), del siempre recomendable escritor irlandés Joseph Sheridan Le Fanu (1814-1873), conviene barajar tres aspectos. En primer lugar, el hecho de enfrentarse a la muerte. Algo que no parece quedar al alcance de todos los vivos, pero que resulta esencial en el decurso de los protagonistas. De hecho, hay quienes niegan de plano siquiera la reflexión de esta ineludible responsabilidad, y lo que de realista o mágico conlleva. Es decir, la existencia de un más allá, o la mera desaparición del cuerpo físico, sin esperar más a cambio.

Sin embargo, una novela como El tío Silas exige mirar a la muerte sin ambages, entendida como un salto al vacío, que no sabemos qué nos depara. Encarándola en lugar de eludiéndola. Tanto por parte de la joven protagonista como de los personajes de edad provecta que por las páginas deambulan.

En segundo lugar, afrontar con igual ímpetu a quienes reprueban y demuestran su desconocimiento espiritual, esotérico y exotérico, bajo análisis presuntamente sesudos, enmarcados en una huera y mecanicista historia de la superstición. Compendios todo lo historicistas que se quieran, pero sin alma. Cual libros de autoayuda, pero al revés. Englobado y bien mezcladito el conjunto en un caldo tan psicológico como psicodélico, donde las disciplinas se arrejuntan sin ton ni son, carentes de definición (y de interés por buscarlo o experimentarlo). Astrología, numerología, runas, cartomancia, quiromancia, tao, taichí, budismo, sintoísmo, medicinas naturales… que eran el mal de nuestro tiempo hasta que nos toca anunciarlas en nuestros espacios televisivos o radiofónicos, alejadas ya de los epítetos de “remedios milagro”, por los mismos que las censuraban. Así se escribe esta historia. Es lo que conlleva el desprecio a unas disciplinas que suponen la materialidad de lo intangible.

Metidos ya en el terreno argumental de la novela, llega el tercer punto, que atañe a la sugerencia vital y narrativa de que muchos de estos buscadores que escapan a las limitaciones de los sentidos que nos han sido dados, precisan de un guía, llamémoslo espiritual, a falta de mejor término. Unos y otros lo pueden encontrar en Christian Rosenkreuz (1378-1484), Eliphas Lévi (1810-1875), George Gurdjieff (1866-1949), Carl Gustav Jung (1875-1961), en su vertiente ocultista, Carlos Castaneda (1925-1998), Dane Rudhyar (1895-1985), la sobada Madame Blavatsky (1831-1891) y su teosofía, o el más socorrido Aleister Crowley (1875-1947). Sin olvidar a nuestros queridos místicos Fray Luis de León (1527-1591), Teresa de Jesús (1515-1582) y San Juan de la Cruz (1542-1591), preponderantes, modernos y reveladores.

No falta quien, de forma totalmente incauta, busca dicho guía dentro del ámbito de la política. Aunque más que de búsqueda habría que hablar de sustitución.

J. Sheridan Le Fanu
Pues bien, en el caso del tío Silas, esta influencia necesitada y anhelada se halla en la estimulante figura del científico, filósofo y teólogo sueco Emanuel Swedenborg (1688-1772), explorador del misterio y adalid de la vida después de la muerte, y de la salvación por las obras y la virtud (y no solo a través de la fe, aunque derivadas de esta). Todo un referente místico y esotérico. Gnosticismo, hermetismo, pura alquimia del cuerpo y el intelecto. Para eso tan solo se necesitan ganas de aprender. Este personaje que se mantiene en off narrativo, va a ser omnipresente durante la primera parte del libro, y diametralmente interpretado por dos de los personajes, los hermanos Austin y Silas Ruthyn; el uno cree, el otro lo toma como coartada.

En definitiva, Le Fanu invita al lector a posicionarse frente a quienes reducen este conocimiento esotérico a una espuria necesidad psicológica. Si por estos fuera, jamás se habrían descubierto los rayos x, porque no se ven: tan solo sus consecuencias, como sucede con la capacidad extrasensorial, o el hombre habría podido volar, pese a lo que la ciencia sostenía en los periódicos el mismo día que los hermanos Wright alzaron el vuelo: que nada más pesado que el aire podía mantenerse en este medio.

Más sensata parece la postura de nuestra joven protagonista en la novela, Maud Ruthyn, cuando al trabar conocimiento con los entresijos de esta otra posible realidad, declara que me basta saber que su fundador [Swedenborg] vio o imaginó que veía visiones portentosas, las cuales, lejos de reemplazar, confirmaban e reinterpretaban el lenguaje de la Biblia (capítulo III). Basamento ético y todo un axioma por parte de Le Fanu. En palabras del doctor Bryerlay, el espíritu lo es todo; la carne no proporciona ningún provecho (XXIII). Afinando más, lo valioso reside en un prodigioso equilibrio, un portentoso designio de la providencia (íd.). Luego la capacidad esotérica no está desprovista de un cierto determinismo: no todas las personas están hechas para atravesar esta trascendental puerta.

Sin embargo, no deja de resultar llamativo como en El tío Silas, algunas de las derivas expuestas en el relato carecen de colofón, quedando la interpretación abierta. Excepción hecha del misterio del cuarto cerrado al que me referiré después. ¿Ha sido el testamento en liza realmente adulterado? ¿Ha previsto uno de los personajes su temprana muerte? ¿Por qué no se venga de forma directa el capitán Oackley de la paliza recibida por el malvado Dudley? ¿Es pronto para que se patentice en Maud la influencia del tal Swedenborg? Tal vez nuestra heroína no disponga nunca de estas respuestas. O al menos, de momento, pues la suya es una narración en primera persona, es decir, en primera experiencia.

 Antiguo grabado de una vieja mansión
De forma más específica, estamos ante una novela de contornos góticos pero aristas indefinidas, donde los personajes, principalmente la protagonista principal, son presa de temores reverenciales, ramalazos de pavor, pasados apenas confesados, atisbos angustiosos de futuro, punzadas de miedo... Una agonía apenas sofocada por los buenos modales, puesto que la desazón y la sorpresa son enfrentados sin perder la compostura. Respeto y obediencia parecen darse de bruces con el afecto. Posiblemente, el sentimiento más difícil de cultivar (aunque parezca lo contrario).

La intriga que se va concatenando poco a poco, pese a la intangibilidad de muchos elementos narrativos puestos en juego (prevalece el mecanismo intuitivo), y merced a los debidos ramalazos folletinescos, establece la división entre nuestro destino fijado por el cosmos o el Hacedor, según los gustos, y el predispuesto por nuestros allegados, no necesariamente lo que entendemos por seres queridos (ese testamento del que se sospecha que ha sido manipulado, aunque no se llegue a demostrar, salvo de forma circunstancial).

El caso es que la sombra del tío Silas se alarga tenebrosamente. ¿Santo o demonio? ¿Tan solo un hombre? Para esta pregunta sí obtendremos respuesta. La corporeidad y conceptualización de su retrato al óleo van a tener su influencia, en más de un sentido, en la mansión Knowl, donde habitan Austin y Maud. Y su importancia argumental. Conocemos a Silas a través de su presencia pictórica mucho antes que por su presencia física. El encuentro con el tío Silas, en carne y huesos, no se produce hasta bien avanzada la narración (XXXII), mecanismo de intriga con el que sabrá jugar el cine con posterioridad. Aparte de que, con frecuencia, el mal se nos presenta bajo rasgos muy atractivos.

Esto hace que Le Fanu sepa crear una expectativa hacia este personaje, acrecentada desde el propio título de la novela.

Fear, de Natalia Marinych
Luego está Maud Ruthyn, que de fiarse de las personas pasará a una madura comprensión de las situaciones y las gentes. Sin que esto signifique que en su etapa de abstraída niñez se conduzca sin juicio, crítica o perspicacia. Pero esa intuición se habrá de ir desarrollando, bastante dolorosamente. Sofocada siempre en lo posible por los demás. No era más que una niña atemorizada (XXIII). Como en el caso de otros muchos caracteres débiles, he tenido siempre una tendencia a actuar de forma impetuosa, y a continuación, reprocharme unas consecuencias que, en realidad, había contribuido escasa o nulamente a que se produjesen (XXIV). Esta sinceridad ha de ver con el hecho de que Maud sea la narradora. Reservada, pero también encaminada a otros lectores, ciertamente de alcance familiar. Es el hilo conductor y empático, elemento imprescindible para establecer equidistancias, como no puede faltar la lectura de un díscolo testamento en una novela de estas características.

Dama en muchos apuros, desde su visión adulta, Maud recuerda los avatares de su niñez y adolescencia en el Castillo de Knowl. Los personajes basculan entre estos dos polos, tradicionalmente expresados: el de las apariencias que engañan, y de la cara como espejo del alma. Donde se arrejuntan espejos limpios y sucios. Nos revela Maud en este diario transcrito como novela, que el lector se dará cuenta de que en mí había más espíritu que arrojo (XX). Aquello era una lucha, una orgullosa e indómita resolución en contra de la cobardía constructiva. Hasta la visita de una muerte inesperada, a mitad del relato, que la hará ponerse en guardia y madurar a relativa velocidad (XXI).

No sé cómo han podido quedar atrás aquellos espantosos días y aún más espantosas noches (XXI).

Woman on a Path by a Cottage, de John Atkinson Grimshaw
Respecto al entorno, el hogar, la arboleda… todo estaba melancólico (íd.). Los parajes, bellos y extraños, se corresponden, de modo romántico, con el estado de ánimo. Como sucede con la marcha hacia una comarca cubierta por una bruma teñida con los tintes del crepúsculo (XXX). Otrosí, reinaba en aquel momento ese tiempo equinoccial que entona el impetuoso canto fúnebre del otoño, heraldo del invierno. Amo esa música grandiosa e indefinible, amenazadora y quejumbrosa, con su extraño espíritu de libertad y desolación (XXV). Sensaciones perdurables hasta nosotros. Ítem más, en lugar de fotografías, los paseantes toman bocetos en sus cuadernos, pero la necesidad es la misma, atesorar enclaves que nos llaman la atención y a los que nos gustaría regresar, caso de no poder hacerlo.

Así mismo, se plantea el misterio de un suicidio en un cuarto cerrado, en casa de tío Silas, acaecido años atrás. El del apostador y pendenciero Tom Charke. Misterio y vergüenza de familia. Todo estaba cerrado desde dentro, y no había señales de que se hubiera intentado penetrar al interior (XXVII).

La llegada al nuevo entorno de Bartram-Haugh, la propiedad del tío Silas, hace a Maud entrar en contacto con su prima Millicent, apodada Milly, y su primo Dudley, ambos hijos de Silas. Como dato singular, a Maud le es dicha la buena ventura, por una joven gitana del campamento que se arremolina en los aledaños, presagiando calma a la consultante únicamente después de una pertinaz tormenta. En feliz consonancia con lo que le sucedía a la pareja de enamorados de Noche eterna (Endless Night, 1967), de Agatha Christie (1890-1976).

Maud comienza su nueva etapa de madurez decidiendo encargarse del “pulimento” de su prima Milly, un tanto dejada de la mano de la cultura y los buenos modales, pero de buen corazón y con interés por mejorar. Es curioso cómo ambas destinan mucho de su tiempo libre a la inspección de los alrededores, como antes había estado Maud imbricada con los suyos (XXXIII). Y aunque el tiempo transcurre, Le Fanu lo retrata a modo real tras las debidas y cautelosas elipsis, sin excesivas piruetas temporales, solazándose en la acción de unos pocos días, en principio. Alongándose después, si descontamos los comentarios hechos desde el futuro por parte de Maud.

 Summer Landscape, de George Vicat Cole
Nada escapa a la mirada o la intuición de Maud, es decir, el relato presencial de la protagonista. Salvo la realidad que le es hurtada por causas de fuerza o perjuicio mayor. Por eso, cuando su prima Mónica llega de visita a Bartram-Haugh, sabemos de su conversación con Silas porque ella lo refiere a Maud (en la charla la joven no estaba presente, XXXIX).

El secretismo opera a nivel de estructura narrativa en la novela. La verdad es el género más peligroso de difamación, como atestigua lord Ilbury Carysbroke, vecino de Silas y Maud (XLII). Y personaje por el que esta última se va sentir progresivamente atraída. En casa de lady Monica Knollys, prima hermana de su padre Austin, Maud también será pretendida por el ocioso capitán Charles Oakley, sobrino de Monica. Tercero en discordia si contamos al impertinente y amoral primo Dudley. Otro apoyo lo hallará la muchacha en la compañía de su doncella, mayor que ella, Catherine Jones (sin la Z).

Maud nos hace partícipes de sus reflexiones y pesares. Y de algún rasgo físico, esporádico o no, de esos que no nos gustan durante la pubertad. En el caso de Maud, su propensión al sonrojo, que evidencia sus preferencias más íntimas. Como la que siente por lord Ilbury (XLIII), y le hace encender de ira cuando se halla ante Dudley.

La malevolencia del tío Silas no se manifiesta a las claras hasta XLVIII y XLIX, con un tipo de influencia que Maud no duda en calificar de mesmérica (XL). El terror a lo desconocido se convierte en físico y material. Por ejemplo, mediante el vislumbre de la cara de madame de la Rougiere, su antigua y aborrecible institutriz, en el cuarto de Silas (íd.). Aspecto casi peor, este de la concreción de un terror en principio inmaterial, para alguien que, como yo, era miedosa, carecía de confianza en sí misma y se encontraba sola (íd.). En Maud comienza a desarrollarse la intuición, revestida de mecanismo de supervivencia, y ya no solo como auto defensa (XLII). En mi interior había un vago sentimiento, afín a la sospecha (íd.). Anticipo del regreso de la tal madame (LIV). Personaje avieso al que se suma el aparcero y molinero Dickon Hawkes (XXXIV), y de forma más incierta, su hija Meg, enferma y asistida por Maud (XLIV), lo que al final tendrá su determinista -nuevamente- envergadura.

At the Park Gate, de John Atkinson Grimshaw
A modo de conclusión. Todos estamos asistiendo atónitos a injerencias gubernamentales donde se prima la ideología política por encima incluso de la legalidad vigente, dañando, no sé si de forma irreversible, tanto la ley como la sociedad. A un nivel más recoleto es lo que sucede en una novela como El tío Silas, donde la codicia, la tergiversación, las falsas apariencias revestidas de buenismo y el empleo de la luz de gas, son componentes que ideologizan la realidad más equilibrada y juiciosa.

Escrito por Javier Comino Aguilera


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