No nos sorprende que en nuestros tiempos de redes sociales e ídolos surjan reacciones desmesuradas de toda clase de personas, a los que llamamos fanáticos o fans, que hacen todo lo posible por resultar visibles para sus famosos favoritos así como sacrificando su tiempo para poder verlos o disfrutar de lo que hagan. Podemos incluso mencionar al amor platónico que muchos sienten por estas personas, situándose en una clara desigualdad, donde se quiere, pero se siente tan inferior respecto al otro, que se considera imposible una relación real. Todas las historias sobre estos amores imposibles suelen reunir cursilería y acontecimientos estrambóticos, todo lo contrario a lo que en 1922 nos ofreció el escritor austriaco Stefan Zweig con su novela corta Carta de una desconocida, una historia atemporal que consigue relatar una de estas relaciones imposibles entremezclando la devoción con una narración fluida y falta de juicio moral sobre sus protagonistas, eso queda para los lectores.
A Stefan Zweig nos acercamos anteriormente con los relatos recogidos en Noche fantástica y ya hemos mencionado en alguna ocasión su obra El mundo de ayer. La breve novela que comentamos lleva el título de Carta de una desconocida y nos traslada a la epístola de una mujer hacia un famoso escritor por el que ha sentido admiración desde que él se trasladó al piso de enfrente, siendo ella una niña. Esta historia de admiración pueril por una vida diferente a la suya desemboca en un amor febril y obsesionado que es mostrado con naturalidad por Zweig a través de las palabras de su narrativa.
Este amor arrastrará a nuestra protagonista a rechazarlo todo y, finalmente, a perderlo todo. Será precisamente su última pérdida la que le otorgue las fuerzas para hacer lo que nunca fue capaz: contárselo todo a su amado. Esta idea se refuerza en las partes en que se divide la carta, repitiendo al inicio de cada una cómo ha muerto su hijo. A lo largo de la carta no encontramos sentimentalismos innecesarios, pero sí la resignación de lo imposible, aquello que impide a la mujer desconocida darse a conocer a su amado, aún cuando se haya acercado hasta lo más íntimo.
Por su parte, el escritor reúne entre sus elementos el hecho de ser un mujeriego y la permanencia en su forma de ser. Ella lo desvela en numerosas ocasiones en su carta, cuando ve que su casa sigue igual desde que era niña o que su actitud es la misma que antaño. Él es libre y esa libertad no tiene tiempo ni atesora recuerdos, lo que conduce a la indiferencia con la que trata a la protagonista: la indiferencia del olvido. El dolor de esta circunstancia es lo que retumba en la melancolía de la desconocida.
La fidelidad a un amor obsesivo que la ha marcado durante su vida la ha alejado de todo lo demás, incluso cuando pudiera ser beneficioso para ella y para su hijo, aún pudiendo haber esquivado a la muerte de esa forma o haberse acercado a él de esa forma. Ella también ha respetado su libertad, porque su amor ha considerado que él debía ser así y que, de cambiar, dependía de él mismo.
El destino de ambos se funde a través de este relato que concluye con un final de ciertos ecos fantásticos, como el aire que envuelve al escritor y su incapacidad, constante en toda la carta, de recordar a la mujer. Él también está solo, pero no ha sufrido lo mismo que la mujer; en verdad, no lo conocemos más que por las palabras de ella, unas palabras muy bien escogidas por Zweig, que nos adentra en una historia de entrega absoluta que parece descabellada y que apenas resulta creíble en tantas creaciones actuales que tratan de contarnos una historia similar.
Esta intensa carta fue llevada al cine por Max Ophüls en 1948, encabezando el reparto Joan Fontaine y Louis Jourdan, aunque también fue adaptada en 2001 por Jacques Deray y en 2004 por Xu Jinglei. Pero siempre es bueno acercarse a la escritura original, especialmente cuando pertenece a la pluma de un gran autor como fue Stefan Zweig.
La fidelidad a un amor obsesivo que la ha marcado durante su vida la ha alejado de todo lo demás, incluso cuando pudiera ser beneficioso para ella y para su hijo, aún pudiendo haber esquivado a la muerte de esa forma o haberse acercado a él de esa forma. Ella también ha respetado su libertad, porque su amor ha considerado que él debía ser así y que, de cambiar, dependía de él mismo.
El destino de ambos se funde a través de este relato que concluye con un final de ciertos ecos fantásticos, como el aire que envuelve al escritor y su incapacidad, constante en toda la carta, de recordar a la mujer. Él también está solo, pero no ha sufrido lo mismo que la mujer; en verdad, no lo conocemos más que por las palabras de ella, unas palabras muy bien escogidas por Zweig, que nos adentra en una historia de entrega absoluta que parece descabellada y que apenas resulta creíble en tantas creaciones actuales que tratan de contarnos una historia similar.
Esta intensa carta fue llevada al cine por Max Ophüls en 1948, encabezando el reparto Joan Fontaine y Louis Jourdan, aunque también fue adaptada en 2001 por Jacques Deray y en 2004 por Xu Jinglei. Pero siempre es bueno acercarse a la escritura original, especialmente cuando pertenece a la pluma de un gran autor como fue Stefan Zweig.
Escrito por Luis J. del Castillo
Hola! Soy Pablo, redactor del blog Libros Lectureka!
ResponderEliminarHe descubierto este blog en el directorio de blogs literarios, y la verdad es que lo encuentro muy interesante.
¿Te gusta escribir? En ese caso me preguntaba si te interesaría participar en el proyecto de los relatos encadenados de Lectureka INK.
Abajo dejo el enlace. ¡Mucha suerte y perdón por el spam!
http://libroslectureka.blogspot.com.es/p/lectureka-ink.html