Cerramos este pequeño ciclo en Baúl del Castillo dedicado al Día Mundial de la Poesía con otro gran poeta destacado dentro de la Generación del 27. Junto a Vicente Aleixandre y Gerardo Diego, hoy acabamos con otro ilustre autor: Luis Cernuda.
Luis Cernuda Bidón nace en Sevilla un 21 de septiembre de 1902. De carácter tímido y retraído, se educó en un ambiente de valores familiares muy estrictos por ser hijo de padre militar. El poema La familia del libro Como quien espera el alba (1944) puede ser un buen testimonio de esos primeros años reprimidos de la vida del poeta. Cernuda, marcado por la búsqueda interna y por la soledad, descubre la literatura inspirándose en un romántico como Bécquer, autor con el que su poesía presenta importantes influencias, tanto en sus primeros versos (Perfil del aire) como en otras obras posteriores, por ejemplo, el título del libro Donde habite el olvido (1933), extraído de un verso de la rima LXVI de Bécquer.
En 1919 comenzó los estudios de Derecho en la Universidad de Sevilla.
Allí conoció a Pedro Salinas, que fue su profesor e introductor serio en
la literatura. Sería él quien ayudaría a Cernuda a conseguir una plaza como lector de español en la
Universidad de Toulouse, donde comenzó a redactar los poemas de lo que
sería su libro Un río, un amor (1929), con composiciones en las que libera su identidad enfrentada a la realidad, un tema dominado en poemas como Estoy cansado o El caso del pájaro asesinado. Sería esta obra con la que empezaría a adentrarse en el surrealismo.
Sin
duda, la década de los veinte fueron unos años llenos de nuevas
experiencias y amistades para Cernuda. De la mano de Salinas conocería a
Juan Ramón Jiménez y, desde entonces, entablaría contacto con coetáneos
como Federico García Lorca, Vicente Aleixandre o Manuel Altolaguirre,
quienes influirían bastante tanto en su vida profesional como personal.
Incluso llegaría a participar en la nómina de autores de la Antología generacional de Gerardo Diego.
Recibe con ilusión la proclamación de la República, mostrándose dispuesto a colaborar con todo lo que fuera la creación de una España más tolerante, liberal y culta. Como ejemplo de esto último, tenemos su participación en la Misiones Pedagógicas y Culturales que organiza el gobierno de la II República desde 1934. Además, estos años son también de compromiso y acción política. Cernuda se afilia al Partido Comunista por breve espacio de tiempo y colabora en revistas de marcado carácter izquierdista, como es el caso de El Heraldo o la revista Octubre, fundada por Rafael Alberti.
Otra de las relaciones que marcaría a Cernuda fue la que tuvo con el actor coruñés Serafín Ferro, que llegó a su vida gracias a Lorca. Fue presentado por Lorca a Aleixandre y Cernuda, con una nota en la que se lo recomendaba
y en la que señalaba que lo había conocido tras luchar con tres
plumas. Sería Cernuda quien se convertiría en su más directo protector y quien idealice hasta el extremo la figura de quien acabaría sumiéndolo en una atromentada historia de amor. Cernuda perdería la cabeza por Ferro, bohemio, de 20 años y que, por desgracia, se aprovechó de los sentimientos del poeta. En este amor no correspondido se inspiró para dar verso a Donde habite el olvido y Los placeres prohibidos. Ésta última será en la que aquí nos centraremos.
Luis Cernuda junto a Serafín Ferro |
Un surrealismo que pasea entre la realidad y el deseo, entre apariencia y verdad. Así podríamos describir la poesía más significativa que Luis Cernuda escribió durante su trayectoria poética. La romántica lucha desigual entre el yo y el mundo, una preocupación ética que le predispone a una meditación existencial y una conciencia irónica de la experiencia en la vida hacen de Cernuda algo más que un poeta neorromántico. Es, a su vez, un crítico de la visión romántica, una figura que se encuentra en la encrucijada entre el romanticismo y la modernidad. Asimismo, en su época madura destaca el uso de la segunda persona (un tú) para dirigirse a sí mismo, el empleo de estrofas cortas frente a otros poetas de su tiempo (como Aleixandre), la creación de un alter ego (como la figura de Albanio en los poemas en prosa de Ocnos), o el desplazamiento en figuras históricas o literarias en la poesía escrita en el destierro.
Para el autor, la poesía es un ejercicio ético y no una ocupación estética. Sus poemas cantarán a marineros, campesinos y muchachos sorprendidos en
su erotismo; obras que aspiran al amor físico con muchachos
inalcanzables, a la liberación corporal y al disfrute sexual, moviéndose en el
campo de los anhelos sin recurrir al presente, ya que siempre se moverá en el
tiempo pasado o en el mañana. Y es que, como vemos, un aspecto destacable de la personalidad de Cernuda será la
naturalidad con la que afronta su condición de homosexual, en
contraposición a poetas como Federico García Lorca o Vicente Aleixandre. En su caso, no habrá dudas ni contradicciones. Un hecho que le produciría una inmediata identificación con dicha identidad sería la lectura,
en su adolescencia, del Corydon, una colección de ensayos sobre la homosexualidad escrita por André Gide, escritor en el que encontraría un símil de sí mismo.
«Donde habite el olvido fue el fruto poético de su relación amorosa con un chico llamado Serafín, un chulito de barrio que le hizo sufrir mucho, pues el pobre Luis se enamoró perdidamente y el tal Serafín le hacía poco caso, salvo para pedirle dinero»
Declaraciones de Vicente Aleixandre sobre Serafín Ferro y Luis Cernuda
Vestigios atávicos después de la lluvia, muestra de arte surrealista del pintor Dalí |
«Lo importante es entender que, donde usted dice «contra natura», bastaba decir «contra la costumbre»»
Fragmento de Corydon, de André Guide
Nunca negó su condición homosexual, y es por eso por lo que fue considerado
siempre un rebelde, dada la mentalidad conservadora de la
España de posguerra, un país donde todo nace muerto, vive muerto y
muere muerto, dirá el poeta en Desolación de la quimera (1962). Es por eso que Cernuda viajaría al Reino Unido, donde trabajó también de
lector de español, esta vez en la
Universidad de Glasgow, la Universidad de Cambridge y el Instituto
Español de Londres. Desde entonces, ya no volvería más a España. Allí
profundizará en la
lectura de los clásicos ingleses y descubrirá la obra de autores que le
influirán poderosamente, como T.S. Elliot.
Una década más tarde, y gracias a la mediación de su amiga Concha de Albornoz, consigue una plaza de profesor en la universidad norteamericana de Mount Holyoke, logrando por fin la ansiada estabilidad económica, y en la que permanecerá hasta 1952. En ese mismo año, se trasladó a México, donde volvería a enamorarse tras el descalabro de Serafín Ferro. Esta vez sería de un fisioculturista, el joven mexicano Salvador Alighieria, para quien están dedicados los Poemas para un cuerpo. Además, entabló amistad con Octavio Paz y con Manuel Altolaguirre. Cernuda fallecería el 5 de noviembre de 1963 en Ciudad de México, siendo enterrado pocos días después en la sección española del Panteón Jardín.
Como hemos señalado antes, el surrealismo dominará su obra Los placeres prohibidos. A Cernuda, el surrealismo le aportó una manera de dar rienda suelta a emociones que no entraban dentro del estilo simbolista. Se produjo, en parte, por la experiencia perturbadora del descubrimiento de la realidad en la que él se veía inmerso, aunque no todo en su poesía pudiese denominarse como un surrealismo natural. Para él, el surrealismo fue una liberación, marcando un paso decisivo en el largo camino existencial que se relata en su poesía.
Una década más tarde, y gracias a la mediación de su amiga Concha de Albornoz, consigue una plaza de profesor en la universidad norteamericana de Mount Holyoke, logrando por fin la ansiada estabilidad económica, y en la que permanecerá hasta 1952. En ese mismo año, se trasladó a México, donde volvería a enamorarse tras el descalabro de Serafín Ferro. Esta vez sería de un fisioculturista, el joven mexicano Salvador Alighieria, para quien están dedicados los Poemas para un cuerpo. Además, entabló amistad con Octavio Paz y con Manuel Altolaguirre. Cernuda fallecería el 5 de noviembre de 1963 en Ciudad de México, siendo enterrado pocos días después en la sección española del Panteón Jardín.
Casa natal de Luis Cernuda, situada en Sevilla |
No decía palabras,
acercaba tan sólo un cuerpo interrogante
porque ignoraba que el deseo es una pregunta
cuya respuesta no existe,
una hoja cuya rama no existe,
un mundo cuyo cielo no existe.
La angustia se abre paso entre los huesos,
remonta por las venas
hasta abrirse en la piel,
surtidores de sueño
hechos carne en interrogación vuelta a las nubes.
Un roce al paso,
una mirada fugaz entre las sombras,
bastan para que el cuerpo se abra en dos,
ávido de recibir en sí mismo
otro cuerpo que sueñe;
mitad y mitad, sueño y sueño, carne y carne,
iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo.
Aunque sólo sea una esperanza,
porque el deseo es una pregunta cuya respuesta nadie sabe.
No decía palabras, de Luis Cernuda
El tema central que gira en Los placeres
prohibidos es una declaración que nos presenta la vida como algo vacío y
trivial, y en la que sólo el amor es capaz de dar sentido a esta
existencia. La voz de la rebelión se hace fuerte y clara en esta segunda obra surrealista, cuando Cernuda llega a declarar de una manera exultante los placeres prohibidos de su homosexualidad. Las conclusiones a las que llega forman el tema de la contemplación de la vida realizada en He venido para ver, el último poema del libro, y en el que representa la calma que trae el fin de una tormenta, y en cuyo vacío es posible reconstruir los fragmentos de los sueños rotos.
Adiós, dulces amantes invisibles,
Siento no haber dormido en vuestros brazos.
Vine por esos besos solamente;
Guardad los labios por si vuelvo.
Fragmento de He venido para ver
La fuerza del deseo se fortifica aún más en el poema Si el hombre pudiera decir, que termina, a pesar del tono cauteloso del comienzo, con una proclamación triunfante del valor inmenso del amor, atribuyendo a la verdad de sí mismo como la última justificación de la existencia humana. En Adónde fueron despeñadas se ruega por el regreso del amante perdido, mientras que en Qué más da, el recuerdo del amor basta para disipar la tristeza provocada por su pérdida. Todos los poemas que conforman Los placeres prohibidos designan un erotismo abiertamente homosexual: el amor perdido se nombra Corsario, se alude a un Adolescente rumoroso como objeto de deseo con un Te quiero, y se declara triunfantemente que Los marineros son las alas del amor.
Te quiero.
Te lo he dicho con la alegría,
con el hastío, con las terribles palabras.
Pero así no me basta;
más allá de la vida
quiero decírtelo con la muerte,
más allá del amor
quiero decírtelo con el olvido.
Fragmento de Te quiero
Los sentimientos más agresivos y reivindicativos de esta obra buscan dar al deseo una dimensión elemental que lo libre de las restricciones y la desaprobación sociales. Se declara que los valores personales son superiores a los del mundo donde se reside, y la exhibición de estos valores, la homosexualidad sobre todo, se hace una afirmación de su propia realidad. Cernuda ha descubierto la verdad de sí mismo, la verdad del amor y del deseo, y lo que le importa ahora es la protección de aquella verdad.
Aleixandre, Cernuda y Lorca |
La pasión de Cernuda por el deseo frente a la realidad se repite constantemente en su obra. El retiro a los sueños y al jardín de la adolescencia, los paraísos terrenales de Un río, un amor, el amor que reina en el mundo elemental de Los placeres prohibidos o el afán de poder olvidar en Donde habite el olvido. Ya decía Salinas sobre Cernuda que era el más licenciado Vidriera de todos, y es que todas estas obras dan testimonio de la imagen de Cernuda como el hombre de vidrio, aquel que se retira temeroso ante el contacto con la realidad. Como Cernuda admite en uno de sus últimos poemas, Peregrino, de Desolación de la quimera, es un Ulises sin Ítaca, para quien, en el largo viaje existencial, no hay ni vuelta ni llegada posibles, sólo el viaje, y lo que se aprende al darse con fidelidad al camino.
Si el hombre pudiera decir lo que ama,
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en la luz;
si como muros que se derrumban,
para saludar la verdad erguida en medio,
pudiera derrumbar su cuerpo,
dejando sólo la verdad de su amor,
la verdad de sí mismo,
que no se llama gloria, fortuna o ambición,
sino amor o deseo,
yo sería aquel que imaginaba;
aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
proclama ante los hombres la verdad ignorada,
la verdad de su amor verdadero.
Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina
por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
como leños perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con la libertad del amor,
la única libertad que me exalta,
la única libertad por que muero.
Tú justificas mi existencia:
si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.
Si el hombre pudiera decir..., de Luis Cernuda
Escrito por Mariela B. Ortega
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