¡A ponerse series! (V): Star Trek (1966-1969)

31 diciembre, 2012

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Una nave desaparecida hace dos siglos (la Valiant) envía una señal de aviso. Otra nave, un Enterprise aún no refinado ni con toda su tripulación habitual a bordo, pero con un capitán arrojado y valiente, y un oficial científico leal y pimpante, acude al rescate. Desde el episodio piloto, Donde ningún hombre ha estado antes, quedan establecidos muchos de los que serán los rasgos definitorios de Star Trek, la serie que ayudó a soñar y “pensar” en el espacio a miles de personas y cuyo legado permanece a día de hoy.

Entre la información que se nos da, por ejemplo, sabremos que el referido oficial científico es medio humano, medio extraterrestre; concretamente del planeta Vulcano, un lugar regido por la lógica (a veces de forma implacable y en conflicto con los emotivos humanos). Ésta condición “mestiza” de Spock (un extraordinario Leonard Nimoy) confiere una densidad notable al personaje, por encima de la media estereotipada del momento (y de después). Spock se debate continuamente entre su tendencia a la lógica y la naturaleza reprimida de sus emociones humanas, un conflicto interno con el que resulta fácil la empatía.


Kirk: Ya tengo una mujer de la que preocuparme, se llama Enterprise. (Las maniobras de la corbomita)

Porque de una serie de “personajes” hablamos, aunque transcurra en el espacio, del mismo modo que muchos temas de carácter comprometido y aspectos sociológicos de toda índole, generalmente silenciados, parecían poder abordarse desde la perspectiva de una serie de ciencia-ficción (al fin y al cabo, el hombre seguirá siendo el mismo por muy lejos que se traslade). Star Trek supo beneficiarse de esta coyuntura como ninguna otra serie, a través del talento de sus responsables, ofreciendo un collage que aún sigue resultando válido y muy disfrutable. 

El creador de Star Trek (o Viaje a las estrellas, como se conoció en España en un principio), Gene Roddenberry (1921-1991), tuvo el acierto de saber rodearse de un excelente equipo de actores, diseñadores, músicos y guionistas. El hecho de no tener miedo a ello, a rodearse del mejor, es algo que habla a su favor y que explica la calidad de la serie original.

Spock: Puedo amarte. (Esa cara del paraíso)


Como comentábamos, el plato fuerte estriba en el trazo e interacción de los principales protagonistas. De hecho, el eje sobre el que pivota la serie es la relación que se establece entre el capitán Kirk (William Shatner), Spock y el médico de la nave, el más emotivo e idealista Leonard McCoy “Bones” (De Forest Kelley; en el capitulo piloto el médico fue el entrañable Paul Fix). Ello sin olvidar al resto de la tripulación, el jefe de ingenieros Scott (James Doohan), la teniente de comunicaciones, Uhura (Nichelle Nichols), el oficial de navegación Sulu (George Takei), la enfermera Chapel (Majel Barrett), y a partir de la segunda temporada, el joven alférez Chekov (Walter Koenig). Ellos conformaban una tripulación multirracial, otro de los aspectos adelantados a su tiempo ofrecido por la serie.

McCoy: ¡Soy médico, no albañil! (quejándose, en infinidad de capítulos).

Bastante ricos en matices, los tres protagonistas principales, harán gala tanto de su responsabilidad, como seremos testigos de sus vulnerabilidades, a lo largo de toda su singladura. Por ejemplo, Spock se halla basculando siempre entre su humanidad y su lógica vulcaniana; por desgracia, dos intereses en conflicto que, no obstante, proporcionaron uno de los personajes más “fascinantes” de la historia de la televisión y la ciencia ficción. No es extraño que Spock se convirtiera, desde el primer momento, en uno de esos personajes-guía para muchos jóvenes y adultos.


Otro ejemplo: al adentrarse (se supone que con el debido permiso), tras la (supuesta) barrera de energía que delimita nuestra galaxia, esa “última frontera”, en el mencionado capitulo piloto, hallamos a un capitán dispuesto a sacrificarse por su tripulación, enérgico y con don de gentes (señala varias veces que conoce a los humanos, hecho que se ve refrendado cuando, a través de su compañero Gary Mitchell, el cual tiene ocasión de “evolucionar”, éste sigue actuando con la injusticia propia de dichos humanos, y Kirk ha de tomar una drástica solución). Como curiosidad, Mitchell fue interpretado por Gary Lockwood, uno de los astronautas de 2001, una odisea en el espacio (Stanley Kubrick, 1968), y resulta perturbadora la imagen del personaje mirando fijamente al monitor, como tomando conciencia de su destino, y del de los demás… 


El desenlace en el planeta Delta Vega, con la doctora Denner (esplendida Sally Kellerman), es ya una buena muestra de una ciencia ficción más madura, pero sin detrimento de la acción. Digamos que la aventura queda al servicio de la reflexión, algo no muy usual entonces en televisión, al menos hasta ese extremo. (En realidad, este primer episodio es un segundo piloto. El primero, más primitivo, recogido en las ediciones en DVD y Blue Ray de la serie, y de argumento tan cerebral como apasionante, fue reciclado en color, con el nombre de La colección de fieras, formando ya parte de la serie). Lo he sentido, declara finalmente Spock al final de la “aventura”, refiriéndose al triste final de Mitchell y recuperando por un momento su faceta más humana.


Spock: No admito la inteligencia sin disciplina. (El escudero de Gothos)

Se suele decir, y es cierto, que el éxito (merecido) de La guerra de las galaxias (Star Wars, George Lucas, 1977) reactivó el interés por la ciencia ficción, emprendida ahora por los extintos estudios con desigual avidez; pero no deja de ser cierto que series como Star Trek, pionera en estas lides, forma parte indispensable del sustrato de la creación de Lucas, por mucho que esta derivara más hacia la space-opera, en una “lógica” relación de feedback que no ha cesado.

El legado Star Trek se ha perpetuado de muchas formas. Por eso resulta conveniente, de cara al aficionado, acercarse a las fuentes originales y no a las “fotocopias” siempre que sea posible (y en todo tipo de artes). Y por eso me hace gracia comprobar como en determinada publicación en español, por otra parte satisfactoria, siempre se hace escoger al invitado del mes entre Star Trek y Star Wars, como forma de “posicionarse” ante dos “universos” por lo visto excluyentes, cuando la gracia de ambas obras estriba en que, pese a esporádicos -e inevitables- puntos en común, son diferentes: dicho más claro, lo bueno de ambos universos es que resultan atractivos, estética y argumentalmente, precisamente por resultar genuinos, disfrutables cada una a su manera.

 
McCoy: En este vasto universo, cada uno de nosotros es único, irrepetible. (Las maniobras de la corbomita)

En tan poco espacio no da tiempo a desgranar los episodios de Star Trek (haría falta un libro para eso, que de hecho los hay: hasta existe un diccionario de klingon), así que bástenos con comentar “de pasada” algunos de los temas abordados, y señalar también algunos de los grandes escritores de ciencia ficción que trabajaron para la serie.

Como señalaba antes, gran parte de la calidad de la misma parte del nivel de excelencia de sus guionistas, el punto de partida determinante que hace que, pese a la relativa pobreza de medios, pueda brillar un argumento o resaltar una interpretación, en un momento, además, de eclosión del género que no ha vuelto a repetirse, al menos con tanta intensidad y profusión: guionistas como Richard Matheson, Robert Bloch, Theodore Sturgeon, Harlan Ellison, o la joven D. C. Fontana, junto a realizadores como el prolífico y excelente Joseph Pevney (tan imprescindible aquí como en La familia Monster, muchos de los mejores episodios son suyos), Marc Daniels, Ralph Senensky, Jud Taylor, Vincent McEveety o John Meredyth Lucas.


Kirk: El riesgo es nuestro oficio, es para lo que esta nave fue construida. No hay nada desconocido, solo cosas temporalmente ocultas. (Las maniobras de la corbomita)

Star Trek seguirá siendo una de las más inspiradas series de la historia del medio, por dignificar la ciencia ficción en televisión y mostrarnos a través del microcosmos de una nave estelar la posibilidad de mundos no explorados (por inventar no quedó, ¡hasta anticiparon el teléfono móvil!). Y es que si solo tuviéramos que alimentarnos con la realidad, estábamos apañados. La deuda contraída con Star Trek, se reconozca abiertamente o no, es muy grande, como la variedad de temas inteligentes abordados.

Entre estos, la estulticia de políticos, gobernantes y embajadores en Apocalipsis, el descubrimiento de un ser alienígena que inserta un intruso en el cuerpo de la víctima mediante un aguijón en Operación Aniquilación, el respeto por toda forma de vida en El diablo en la oscuridad y Las maniobras de la corbomita, el ser humano actuando como anticuerpo de un organismo mayor en Síndrome de inmunidad, el espléndido “whodunit” (¿quién lo hizo?) de El lobo en el redil. El contacto con formas de vida que actúan sobre el subconsciente en el halloweeniano Los cuatro gatos, las inolvidables historias de amor de Metamorfosis, La ciudad al borde de la eternidad (o en el límite del tiempo) y Réquiem por Matusalén, el desarrollo más allá del cuerpo físico en Tentativa de salvamento (la primera aparición de los klingon, bajo los rasgos de John Colicos). El encontronazo con los fantasmas del pasado –con lo peor del ser humano- en La conciencia del rey, los universos paralelos en El factor alternativo, El parpadeo de un ojo y Espejo, espejito, la cibernética en El suplantador, los zombis en Miri, el racismo en Equilibrio de terror, Arena y Que éste sea tu último campo de batalla, la supresión de los mecanismos de autocontrol y el viaje en el tiempo en Horas desesperadas y El mañana es ayer


El ordenador como nuevo elemento alienante en Consejo de guerra o El mejor ordenador, las relaciones personales, las falsas apariencias y la necesidad de “querer gustar” en Las chicas de Mudd, los androides (replicantes) con los mismos implantes de recuerdos y actitudes en ¿De qué están hechas las niñas pequeñas? y Yo, Mudd. La inteligencia y la emotividad en ¿No hay en verdad belleza?, la importancia de todo aquello que nos conforma como humanos en los citados Equilibrio de terror, Las maniobras… y La máquina del juicio final, el planeta vivo de El permiso, las esporas dicharacheras de Esa cara del paraíso. La servidumbre humana, que diría Maugham, en La manzana y Los guardianes de la nube (con la bella representación de la ciudad-nube), el encuentro con entes totalmente ajenos al hombre y su concepción “de la vida”, antropomorfa y basada en el carbono, en La telaraña tholiana, Obsesión, Las luces de Zetar, el mencionado El diablo en la oscuridad, y hasta en Los “tribbles” y sus tribulaciones. Etc.

Scotty: ¡No puedo cambiar las leyes de la física! (Horas desesperadas)


¿Qué diablos hacemos aquí? (refiriéndose al espacio), ¿hasta qué punto merece la pena la preservación de una cultura amenazada por la destrucción?, ¿somos el centro del universo?, ¿hasta dónde arriesgarse por amistad?...

La misión de cinco años del Enterprise es uno de los más apasionantes e inteligentes viajes propuestos a través del medio televisivo. En un tiempo en que la calidad parece haber regresado, al menos en lo que a productos catódicos se refiere, no está de más acercarse a las raíces, a los pioneros. Y para el que aún no se haya adentrado en este universo -o multi-universo- maravilloso, la edición remasterizada ofrece una oportunidad muy atractiva para viajar por vez primera (o regresar) al espacio, resultando una experiencia de todo punto… fascinante.

Escrito por Javier C. Aguilera

Próximamente: Poirot.

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