Podemos combatir aquello que nos da miedo, pero no suele ser un camino fácil. Cuando Alien, el octavo pasajero (Alien, Ridley Scott, 1979) nos inquietó a través de ese ser que, entre sombras, aniquilaba a los tripulantes del Nostromos, dejamos a Ripley a la deriva, creyéndose sana y salva de aquel terror. Ese es el punto de partida para que James Cameron (1954) retome la historia desde una óptica bien distinta: abandonando la claustrofobia y la personalidad de la nave espacial para llevarnos a un terreno más bélico, pero igualmente terrorífico. Si en la obra de Ridley Scott, Ripley luchaba por sobrevivir, ahora vuelve para enfrentarse a su mayor miedo.
Resulta llamativo comprobar cómo Cameron ha ido creciendo en la industria desde su posición de guionista, pero sobre todo por la forma de continuar historias. Lo comprobamos recientemente en Piraña II (The Spawning: Piranha II, 1981), pero sin duda, lo demostró de sobra con los inicios de Terminator (1985) y Terminator 2: El juicio final (1991), siendo capaz con la secuela de refrescar los conceptos que él mismo había marcado en la primera entrega. Por eso no es de extrañar que 20th Century Fox acabara confiando en su entusiasmo para dirigir la continuación, no prevista, de Alien, el octavo pasajero, dando origen a la saga que vendría después y postulando un mundo más abierto desde las posibilidades que proporcionaba aquella primera entrega. Después ya vendrían sus producciones mayores: Titanic (1997) y Avatar (2009).
Como suele ser habitual en Cameron, Aliens: el regreso (1986) es una película grandilocuente, alejada de la sutileza y el ritmo que encontramos en la primera entrega. Aún así, esto supone una revolución y un cambio significativo que le da personalidad propia a esta secuela. No se trata de una imitación del modelo establecido por Scott, sino una metamorfosis bastante válida y bien llevada. De esta forma, encontramos a Ellen Ripley (Sigourney Weaver) asumiendo las consecuencias de los acontecimientos de la anterior película: es reanimada en su viaje a la deriva tras más de cincuenta años y devuelta a su compañía, la Weyland-Yutani Corporation, cuyos representantes no creerán en su versión sobre las razones por las que el Nostromo fue destruido. El xenoformo sigue aterrorizándola, pero acabará aceptando regresar al planeta LV-426, donde encontraron sus huevos en la anterior entrega, para enfrentarse a sus miedos y descubrir la verdad.
A pesar de sus dudas iniciales y de que Cameron subraya su terror mediante un sueño, lo cierto es que Ripley está más determinada y se percibe más competente conforme avance la película. Es cierto que volverá a ser vulnerable, pero sin sentirse incapacitada, al contrario, siempre hará frente a la situación, incluso llegando a liderar a su grupo. Ripley se une a una tripulación de la Marina Colonial que va a investigar el planeta por haber perdido la conexión con los colonos que se habían instalado allí. De esta forma, se convertirá en teniente y asesora del grupo, compuesto por el sargento Apone (Al Matthews), el cabo Hicks (Michael Biehn), los soldados Vázquez (Jenette Goldstein) y Hudson (Bill Paxton) así como el androide Bishop (Lance Henriksen), hacia el que Ripley mostrará su rechazo al inicio, aunque acabarán por tener un gran compañerismo. También van en el grupo Crowe (Tip Tipping), Drake (Mark Rolston), Frost (Ricco Ross) y Wierzbowski (Trevor Steedman), además de Carter Burke (Paul Reiser), que representa a la compañía.
Resulta imposible desligar la imagen de estos marines con los soldados en la guerra de Vietnam, incluso por el aspecto y la elección del vestuario. Las situaciones son bastante parejas. Cuando tratan de convencer de la misión a Ripley, le hablan de un grupo profesional que estará a la altura de las circunstancias, pero la imagen posterior nos deja a unos soldados indisciplinados, orgullosos y engreídos. Se nota cuando miran por encima del hombro a Ripley, que tendrá que demostrar su valía, y cuando se muestran excesivamente confiados en su arsenal, pero igual que el ejército estadounidense, se verá sobrepasado por el potencial de su enemigo, que domina el terreno y que emplea una estrategia agresiva e inesperada. La acción prometida se convierte en una angustiada huida y vuelve a sentirse el boicot desde dentro del grupo y la sensación de encierro de Alien, el octavo pasajero, pero dándole más espacio a cada muerte en el tramo final. Incluso volverá a relucir el filón económico que siempre pende sobre la existencia del xenomorfo como arma de guerra, aunque como bien reafirma Ripley, es un arma que el ser humano no sabe manejar. El personaje tratará de evitarlo a toda costa, como bien demostrará al final de Alien3 (David Fincher, 1992).
Sin duda, los personajes resultan más impersonales, lo que sirve para destacar a la protagonista. Incluso la aparición de una superviviente, la pequeña Newt (Carrie Henn), sirve para explorar el lado más sensible, maternal, de Ellen Ripley. Es curioso cómo James Cameron recurre a este tipo de relación que, en el contexto general de la película, podría resultar forzada y anómalo (por ejemplo, podríamos preguntarnos cómo la niña ha podido sobrevivir hasta entonces), pero que le sirve para darle una motivación adicional a la protagonista para seguir adelante y luchar finalmente no solo por su supervivencia, sino también por la de Newt. De forma similar, Cameron recurrirá a una relación semejante en la posterior Terminator 2: El juicio final (1991) mejorando lo ya visto en esta película gracias a una mayor naturalidad.
En definitiva, Aliens: el regreso explora levemente la tensión de la anterior película, pero rebajándola o sustituyéndola por una acción desbordante en algunos tramos, siendo evidente el cambio de tono con la anterior entrega en su tramo final y su resolución. Incluso explora el trasfondo y el funcionamiento de los xenomorfos, dándoles una mayor entidad. Con esta película, que hereda el tono bélico derrotista de la guerra de Vietnam, Ellen Ripley crece como protagonista de forma natural, mientras que empieza a disminuir la importancia del resto de personajes, que se sienten piezas de usar y tirar, aunque aún conserven una personalidad. Se asientan unos clichés que aún lucen, pero que se convertirá en el gran inconveniente de las siguientes entregas, menos originales que la dupla formada, de manera inintencionada, por Scott y Cameron.
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