Los mundos que inventamos no tienen que envidiar nada a los mundos con los que convivimos. Nuestra realidad ha sido precisamente fuente de inspiración para multitud de creaciones y el arte ha estado ligado en gran parte de nuestra historia a la representación de esa misma realidad.
Por ello, no resulta extraño encontrarnos la fórmula de la biografía entremezclada con cierta ficción, para crear un resultado más atractivo a los lectores o espectadores, especialmente cuando se considera digno de interés la historia vital que se nos quiere contar. No es la primera vez que nos adentramos en el terreno del denominado biopic y ya hablamos en el pasado de la considerable cantidad que se han realizado en los últimos años, pero lo es innegable que forma parte de nuestra naturaleza.
Ya desde nuestras más antiguas creaciones narrábamos las historias en ocasiones distorsionadas de las personas que en su época lograron grandes hazañas a ojos de sus coetáneos. Sirva de ejemplo el surgimiento en la Edad Media de los cantares de gesta, entre los que destacamos al Cantar de Mío Cid.
Pero más allá de los grandes personajes de nuestra historia, que resultan obvios como contenido a representar, encontramos otro segmento de población que resulta interesante para el público: las historias de superación, de personas que logran sobreponerse a la adversidad, especialmente cuando esta se presenta en forma de enfermedad, también aquellas que encierran una historia de amor real que también lucha contra la corriente, o incluso esos personajes que han sido partícipes de hechos bélicos a costa de su integridad personal.
Hay muchas clases de héroes y heroínas, pero sobre estos, destaca la materia humana, auténtica fuente de nuestras creaciones y debates internos. Y claro, nos sorprenden porque no son materia de ficción, no surgieron de la cabeza de alguien, sino que pasearon por nuestro mundo, fueron realidad, y nos proporcionan esperanza. La mayoría de estas películas encierran un propósito evidente de invitarnos a soñar con un mundo mejor, aunque en ocasiones obvien la auténtica crudeza.
Russell Crowe junto a Ron Howard rodando Una mente maravillosa |
Entre esas películas, encontramos diversas piezas de muy diferente valoración, como pudieran ser Despertares (Awakenings, Penny Marshall, 1990), El aceite de la vida (Lorenzo's Oil, George Miller, 1992) o la reciente La teoría del todo (The Theory of Everything, James Marsh, 2014), que sin duda guarda mayor similitud con la película que hoy reseñamos: Una mente maravillosa (A Beautiful Mind, 2001). El también actor Ron Howard (1954-), que a lo largo de su carrera como director ha sido bastante irregular aunque haya conseguido atraer al público, fue el encargado de realizar esta adaptación de la obra homónima de Sylvia Nasar (1947-), que obtuvo el Premio Pulitzer por esta biografía de John Forbes Nash (1928-2015), Premio Nobel de Economía de 1994.
La historia se plantea en tres tramos evidentes que abordan la vida de John Nash (Russell Crowe) en tres etapas de su vida. La primera nos muestra su búsqueda ambiciosa como estudiante de Princeton de una idea original para el campo de las matemáticas. Este primer segmento servirá para mostrar algunas de las características del personaje, como su timidez, su comportamiento antisocial, su ambición y su singularidad para con los números. Este segmento algo lento no se adentra en profundidad en su trayectoria académica o en su relación con las matemáticas o la economía, sino que más bien retrata al personaje que se desarrollará principalmente en el segundo y tercer tramo apuntando sus rasgos esenciales y mostrándonos la idea de que se trata de un genio capaz de visualizar ideas que otros ignoran. Como contrapunto, surge el personaje de Charles Herman (Paul Bettany), su compañero de habitación de actitud más extrovertida y libertina, y que se convertirá en un apoyo para nuestro protagonista frente al estrés y la tensión del ambiente elitista y exigente en el que se mueve.
El segundo tramo seguramente sea el más rico en detalles y donde mejor se desarrolla la historia. Nos encontramos con Nash como profesor y genio que colabora incluso con el Pentágono. Frente a ciertos balbuceos del primer tramo, encontramos aquí a una persona más segura, pero que sigue manteniendo manías antisociales e incluso actitudes de dejadez. Frente a la historia de estudiantes del primer tramo, aquí se abren varios frentes. Hay dos principales: una trama similar al thriller de espionaje dentro del panorama de la guerra fría, con la introducción del personaje William Parcher (Ed Harris) y otra trama romántica, relevante para la última parte, que se desarrolla de forma anodina, tal y como surge. Pero, a la par, se vislumbra una posible subtrama relacionada con su papel como profesor dentro de la universidad, junto a sus compañeros, justamente de donde surge la historia romántica.
Todo ello cobrará una importancia distinta desde la perspectiva del giro que se produce hacia el final de este tramo. No obstante, como digo en muchas ocasiones, es mejor acercarse a las películas, o a los libros, sin saber demasiado de lo que vamos a ver. Si desconocemos qué le sucede a John Nash, el giro que propone la película nos sorprenderá más. Precisamente, a partir de este momento vital de la obra, nos introducimos en otro tipo de película, en una historia de superación y convivencia con la adversidad, donde toma mayor relevancia el personaje de Alicia (Jennifer Connelly), cuyo desarrollo dramático es mejor conducido que la historia romántica entre ambos. Como sucede con Jane Hawkings en La teoría del todo, se convierte en una mujer dedicada a su marido tratando de superar la adversidad por amor, lo que al final será correspondido con el reconocimiento y la lucha de John.
El último tramo se centra en la cotidianidad de John de forma equivalente al primer tramo, solo que ahora nos alejamos de la juventud del estudiante para adentrarnos en su madurez y vejez, una etapa de lucha que se asemeja a un drama médico o de superación. El ritmo se aletarga de nuevo al acumular fragmentos variados la vida de nuestro protagonista y no parece encontrar el momento de encontrar su cierre, a pesar de que este tramo es el que sustenta la auténtica razón de contar esta historia, más allá de los descubrimientos matemáticos de este Nobel de Economía. En definitiva, el desarrollo de un personaje con una personalidad que resulta cercana al Asperger, cuestión que nunca se menciona en la película y que desconozco si se correspondía con la realidad, aunque al final se enfrenta realmente a otro problema psiquiátrico al que hace frente gracias al apoyo de su pareja.
Ahora bien, si la idea clave que se nos muestra al final es un homenaje al amor (o al sacrificio), ¿por qué Ron Howard plantea una relación romántica de una forma tan nefasta? La historia de amor entre Alicia y John surge desde la incredulidad y lo repentino, apenas se le da importancia salvo por momentos puntuales e incluso en el último tramo se deja entrever cómo la situación ha superado a Alicia de forma dramática o se encuentra sin fuerzas para continuar amando a alguien a quien ya no sabe si ama. Y a pesar de ganar esta fuerza dramática, vuelve pronto a quedar en segundo plano cuando la película opta por regresar al entorno universitario
Howard emprende la filmación de esta obra desde una perspectiva academicista, es decir, sin grandes aspavientos ni técnicos ni artísticos, a pesar de ciertos momentos puntuales de brillantez, todo ello para que resulte sencilla y atractiva para el espectador a pesar de que la materia prima no sea tan estimulante. Precisamente, decíamos anteriormente que en ocasiones se tergiversa o se manipula la realidad con toques de ficción para aumentar el interés. Una mente maravillosa, como seguramente casi todo biopic, no puede escapar de esa manipulación inevitable que impone la mano humana que la confecciona. Una de las principales críticas que se ha establecido de forma generalizada contra la película era la introducción de datos erróneos, situaciones inventadas o entremezcladas o incluso la elipsis sobre momentos más escabrosos de la vida de Nash.
Ahora bien, esto no solo es frecuente, sino que es lógico, dado que hay cierto espacio para la creación artística e, incluso, para aumentar el interés y la coherencia sobre la película como producto en sí mismo. De la misma forma que hacer una adaptación completamente fiel a una obra literaria es una tarea prácticamente imposible, simular o plantear la vida de un persona real en la gran pantalla supone también adoptar ciertas licencias que, sin ir contra la idiosincrasia del personaje real o de la historia que se pretende contar, contribuyan a la narrativa cinematográfica. Por tanto, no es en este apartado donde encontramos las debilidades de la película, dado que para ser conscientes de estos errores deberíamos ser conocedores de la vida de John Nash y esto no es necesario a la hora de ver la película. El punto flaco de Una mente maravillosa es su desequilibrio narrativo.
Un desequilibrio que viene marcado por varios aspectos: la inclusión de multitud de géneros (que van desde el drama romántico hasta el thriller de espionaje, como hemos mencionado) abarcando mucho para contarnos más bien poco, el desarrollo parco de algunos aspectos que tienen relevancia en otros tramos de la película y el brochazo con el que dibuja a la mayoría de personajes secundarios, incluyendo a Alicia.
Sin embargo, si funciona bien es porque logra transmitir la superación de su protagonista, en parte gracias a la actuación decidida de Russell Crowe, que conquista al personaje en su evolución mostrando sus matices, balbuceos y determinaciones. Pero no está solo, Jennifer Connelly se luce en los momentos dramáticos que le brinda la cinta, mientras que Ed Harris o Paul Bettany encarnan a la perfección los personajes estereotipados que se les otorgan. Incluso cabe valorar la aparición de Christopher Plummer en el papel del doctor Rosen, que nos muestra algunos de los equivocados métodos médicos del pasado. Como otro personaje más de la cinta, la música compuesta por el malogrado James Horner, cuya composición bebe de sí mismo, pero logra acompañar a la perfección a la cinta otorgándole una personalidad más lograda.
En definitiva, estamos ante una obra indecisa, que muestra varios rumbos en lugar de haberse centrado en sus ideas principales. Si bien comprendemos que el primer tramo sirve para presentar al personaje, se hubiera podido omitir mostrándolo directamente como profesor y desarrollando mejor la trama del thriller, que sirve de perfecto contrapunto a la realidad en la que vive John Nash. A ello se suma un final con una acumulación de escenas donde se incluye una importante labor de maquillaje para envejecer a los personajes, lo que otorga al espectador cierta sensación de falsedad por la suma de tantos cambios repentinos. Una mente maravillosa contiene una historia de superación que siempre fascina, pero que está demasiado cargada como para que al final queda una idea firme sobre la misma.
Escrito por Luis J. del Castillo
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