En cuanto a la novela se refiere, parece que de un tiempo a esta parte se han puesto de moda las “egografías”, es decir, el relato de las experiencias personales como material de ficción. Lo cual no es ni bueno ni malo si están ejecutadas con cierta gracia; libres son los autores de pergeñarlas y libre soy yo de que no me interesen los menesteres íntimos de los demás o los inevitables ajustes de cuentas a propios y extraños; ya que se muestran incapaces de escribir de otra cosa que no sea de ellos mismos.
Sin embargo, hay algo que nadie puede negar, y es que en cada uno de nuestros escritos pervive una parte importante de nosotros, puesto que toda creación artística atesora la facultad de retener elementos estilísticos y ontológicos de su creador.
Por suerte para el lector, aparte de hablarnos indirectamente de sí en sus Novelas ejemplares (1613), Miguel de Cervantes (1547-1616) desea entretener al público con las añagazas y aventuras de unos personajes tan reales como imaginados, a la par de hacernos reflexionar. Ello no obsta para que el escritor considerara que yo soy el primero que ha novelado en lengua castellana… a través de una serie de obras que no son ni imitación ni hurtadas (Introducción), pero sin olvidar por ello el componente lúdico y lúcido de la literatura, de honestísimo entretenimiento, según el beneplácito del rey y con la noble aspiración de ser digna de imitación. Y es que, como bien señala Harry Sieber (1941) en su edición para Cátedra (Letras Hispánicas, 1980-2003), la ejemplaridad puede ser moral o no, pero debe ser extraída por cada uno de los lectores. Ciertamente, Miguel de Cervantes no se recrea pomposamente en su persona, del mismo modo que no predica, sino que ilustra.
Por situaciones novelescas entendemos lo que está más allá de lo ordinario. Cada uno ha de encararse con la realidad tal cual es, y con esta otra vida (la ficción) que quiere proyectar y vivir (pg. 15). Cervantes propone la estética de una moral en la que lo extraordinario del caso se ejemplifica en su desarrollo y resolución. De este modo, el narrador se convierte en un lector más, y las moralejas éticas no se quedan estancadas en un significado unívoco.
De cualquier forma, conviene ponerse en situación -o en modo de lectores de clásicos- al abordar esta y otras lecturas de época: los mecanismos de expresión son otros y, concretamente, en las Novelas ejemplares los parlamentos suelen ser extensos, hilvanando experiencias con pensamientos hablados, en tramas de aparente sencillez pero desarrollos intrincados. En definitiva, es aconsejable vencer cierta tendencia a la dispersión y enfrentarse a la luenga disertación de los prolegómenos a las actuaciones.
La primera de las Novelas es la de La Gitanilla, que narra el descubrimiento del amor de Preciosa, personaje de considerable madurez y raciocinio, cuyo origen se revela hidalgo a pesar de la falsa pista -totalmente intencionada- de su ceceo, adquirido a lo largo del tiempo como un hábito. Preciosa tiene quince años, sabe decir la buenaventura de tres o cuatro formas diferentes y la pretende el joven noble Juan de Cárcamo, que consiente en convertirse en gitano (es decir, a la inversa de Preciosa, pero a sabiendas), haciéndose llamar Andrés Caballero.
Cervantes propone –o nos ofrece- una lectura gozosa y sardónica del amor por vía de lo hiperbólico, no ya por medio de la narración, sino a través del carácter psicológico de los protagonistas; al fin y al cabo, el amor es la ley más fuerte de todas. Pero con el sustancial añadido de que este queda sometido al precepto de la libertad individual. Preciosa lo expresa con claridad cristalina cuando platica con Andrés: dos años has de vivir en nuestra compañía primero de que la mía goces; mi alma que es libre y nació libre, ha de ser libre en tanto que yo quisiere.
Cervantes propone –o nos ofrece- una lectura gozosa y sardónica del amor por vía de lo hiperbólico, no ya por medio de la narración, sino a través del carácter psicológico de los protagonistas; al fin y al cabo, el amor es la ley más fuerte de todas. Pero con el sustancial añadido de que este queda sometido al precepto de la libertad individual. Preciosa lo expresa con claridad cristalina cuando platica con Andrés: dos años has de vivir en nuestra compañía primero de que la mía goces; mi alma que es libre y nació libre, ha de ser libre en tanto que yo quisiere.
Pintura de Adrien Moreau |
Inolvidable resulta el personaje del joven poeta Clemente, el paje de las coplas, sobre todo cuando asegura que la poesía no se muestra a todas las gentes y es amiga de la soledad. Sin desvelar en exceso, finalmente se descubrirá que la Gitanilla es Constanza, la hurtada hija de unos corregidores que ahora han de juzgar al propio Andrés por robo y asesinato…
A continuación, la Novela del amante liberal comienza in media res, con la separación de dos amantes y las reflexiones de uno de ellos, el cautivo Ricardo, preso entre las murallas de una Chipre tomada por los turcos. Su rival en amores por Leonisa (otro arrobamiento amoroso) es Cornelio. Pero Ricardo, que ha sido encarcelado con Mahamut (por ser converso cristiano), logra huir con su amigo y arribar a Sicilia. Si la fortuna favorece a los locos, para Cervantes es a los locos enamorados, que cuentan con el bagaje de su incorruptible complicidad.
Destaca en esta novela la narración en flashback de los pesares de Ricardo a su amigo Mahamut, un recurso que desemboca en la resolución en presente de sus destinos. Pero no menos destacable es el hecho de que Cervantes, por medio de sus protagonistas, haga un ostensible rechazo de la mujer considerada como un mero objeto. Muy al contrario, la libertad física se convierte en sinónimo de estabilidad moral y espiritual. Hemos de señalar, por último, que el vocablo liberal se refiere, en este caso, a la generosidad de la persona a la que se alude.
Chicos comiendo fruta, Murillo |
Claro que antes de que esto suceda se hace necesario todo un proceso, cuyo punto de inflexión es la entrada al mundo del trapacero Monipodio. Un ingreso que, no por casualidad, también es lingüístico: Pedro y Diego han de aprender un idioma extranjero, de igual modo que todos los miembros de la banda (o cofradía) de Monipodio están sujetos a un Libro de Memoria en el que se registran los “quehaceres” del grupo.
Pero como queda dicho, y acortando las respectivas distancias, tras el relato de unos hechos que, en realidad, constituyen los preámbulos de otras aventuras que se adivinan sobre el papel, Pedro y Diego acabarán por alejarse de ese ambiente para poder continuar su viaje hacia la libertad (la muerte no es el único color que se dibuja en sus horizontes).
Seguidamente, la concreción narrativa juega a favor de la Novela de la española inglesa, cuya ejemplaridad estriba en que en el amor no tienen cabida las enemistades entre las patrias. Isabel fue llevada a Londres desde muy niña por Clotilda, que a su vez tiene un hijo llamado Ricaredo. Todos ellos son cristianos ocultos, hasta que acontece la repatriación de Isabela (así llamada en Inglaterra) y su encuentro con Ricaredo, que ha sido raptado por los turcos y llega in extremis a Sevilla, tras dos años de prisión. Un dato simpático es el hecho de que en ese clima animoso y fabulesco de jóvenes enamoradizos, de forma irónica pero cariñosa, se equipare la pasión del mozo hacia Isabel con algo parecido a una enfermedad. No en vano, Isabel se ve en el trance de acudir ante la presencia de la reina de Inglaterra, en una corte en la que el conde Arnesto también se prenda de su belleza.
El licenciado vidriera, ilustración de Ricardo Polo López |
Es con esta novela que Miguel de Cervantes refleja una determinada situación social circunscribiéndola con holgura al género de ficción (o al ámbito fantástico), y en la que si algo verdaderamente no muta jamás, no es la forma de los seres humanos, sino su naturaleza. Y aunque al final Tomás acabe sanando, nadie le hace caso como cuerdo (sobre todo en el ambiente cortesano), por lo que habrá de partir hacia Flandes como soldado. Sin duda, para el protagonista de la Novela del Licenciado Vidriera, la realidad depende del cristal con que se mira.
Por su parte, no se anda con tapujos el desalmado jovenzuelo Rodolfo cuando secuestra y viola a la doncella Leocadia en la Novela de la fuerza de la sangre, inflamable material que se reconvierte, gracias al talento inventivo de Cervantes, en un rapto amoroso (cosas más raras se han visto) del que cabe destacar el consuelo que el padre de Leocadia prodiga a su hija “deshonrada” (la joven se nos muestra más atormentada por sí misma que a causa de la familia).
No obstante, los avatares de la vida, o de la pluma, harán que el hijo que tiene Leocadia, Luisico, sirva para que los abruptos amantes se reencuentren y ambas familias se unan en una reconciliación que semeja ser sincera. Una deriva rocambolesca que conviene apreciar bajo su carácter fabulesco y de la que entresacamos otro dato interesante: como si de un suceso real se tratara, Cervantes da a entender que está empleando nombres supuestos. Ya sabemos que, a veces, la realidad supera a la ficción.
Cuadro de Jean-Baptiste Greuze |
Seguidamente, Cervantes nos comunica con tino que el Celoso Extremeño que da título a su siguiente novela, es un tipo que se muestra suspicaz ¡incluso antes de haber contraído matrimonio! En efecto, el maduro Carrizales ha regresado con dineros de América y se ha encaprichado de la joven Leonora, con la que finalmente se casa, convirtiendo su vivienda en una auténtica jaula dorada. Jaula que el apasionado joven Loaysa profana con ayuda de dentro, pero sin consumar el “delito” con la desposada, al menos de forma explícita. Pero el caso es que ambos amanecen juntos y Carrizales acaba dejando hacer a Leonora su santa voluntad… Una vez más destaca la gran capacidad de Miguel de Cervantes para darle la vuelta a la situación.
Otros dos jóvenes mancebitos (sic), Diego Carriazo (trece años) y Tomás Avendaño (catorce), protagonizan la Novela de la ilustre fregona. Tras meses de gozosa picaresca, Diego regresa a su hogar en Burgos cuando traba amistad con Tomás. En esta novela, Cervantes nos sorprende con un cambio de escena (espacial y temporal), por medio de la misiva escrita por uno de los zagales a su criado y ayo. Poco después, en la llamada Posada del Sevillano, conocerán a Constanza, apodada la ilustre “fregona” (eufemismo de doncella o sirvienta), de la que se queda prendado Tomás y a la que, como le sucedía a la gitanilla Preciosa, le atañe un misterio respecto a su origen. Desde luego, Tomás no lo tiene pero que nada fácil con tanto pretendiente revoloteando por la posada…
Fotograma de la película La española inglesa (Marco Castillo, 2015) |
En la Novela de la señora Cornelia, una de mis favoritas, y ejemplar porque el ritmo no desfallece en ningún instante, don Antonio (veinticuatro años) y don Juan (veintiséis) cursan sus estudios en Bolonia (sí), sucediendo que una noche, a Juan le endilgan en unos soportales, por error (uno de esos malentendidos tan caros a nuestro autor), un bebé. La criatura es hijo de Cornelia y el duque de Ferrara, a quien Antonio ha tenido ocasión de conocer a lo largo de una trifulca callejera, haciendo causa común. Equívocos, identidades ocultas y avatares llevados a su paroxismo no eluden el esperado final feliz. Ni más ni menos, que el que merecen estos personajes.
Ha habido personas que han fiado su buena voluntad a los perfiles y fotografías de alguna red social o portal de encuentros, para luego tener que lamentar los resultados... No siempre ocurre así, pero el caso es que algo parecido es lo que le sucede al alférez Campuzano en la Novela del casamiento engañoso, cuya correspondencia amorosa recae, no sin intríngulis por su parte, en una joven que no es lo que prometía ser y que lo deja con dos palmos de narices. Ciertamente, no es buena moza todo lo que reluce, como le narra Campuzano a su amigo Peralta, tras una penosa convalecencia, por medio de un nuevo flashback que da cuenta de su historia y que, en hábil artificio de Cervantes, enlaza con el celebérrimo Coloquio de los perros, novela última de las Novelas ejemplares.
Un coloquio que no sabemos a ciencia cierta si responde a la razón o a la ausencia de esta, por parte del alférez Campuzano. Los canes en cuestión son Cipión y Berganza, que toma la palabra y prácticamente no la suelta, como haría casi todo buen amo que se precia. De este modo, el diálogo despliega las picarescas existencias y reflexiones de Cipión y, sobre todo, Berganza, incluyendo el encuentro de este último con una bruja (una posible explicación al portento fonético).
No es esta vertiente picaresca la única auto-referencia por la que incursiona Miguel de Cervantes, también están la alusión a Monipodio por parte de Berganza y las añagazas de la referida bruja, que nos retrotraen al bebedizo ingerido por el bienaventurado pero desdichado Licenciado Vidriera. Además, otro acierto del gran escritor es dejar la resolución del relato, y sobre todo su naturaleza, en suspenso.
Escrito por Javier C. Aguilera
La Gitanilla me dejò una agradable moraleja sobre las relaciones. Sobre todo desde el prisma de la mujer, que no debe confundir amor con la pasiòn, porque lo primero es duradero y lo segundo, pasajero. Ese control de mente sobre corazòn, o màs bien sobre hormonas es una reflexiòn muy ùtil para los jòvenes de hoy en dìa. Ese cultivar de virtudes, no tienen por què interferir con la diversiòn o la felicidad pero es que en el contexto de la època, los valores eran disintos.
ResponderEliminarTengo El Quijote y no logro empezarlo. Cuando voy por la tercera pàgina, se aparece otro libro y abandono a Cervantes. Espero poder tomarlo en serio muy pronto.
Estimada Leslie, "El Quijote" es una obra de exigente lectura, que se disfruta mejor con cierta madurez. No temas si otros intereses reclaman de momento tu atención; si persiste tu amor por la literatura, "El Quijote" te indicará cuál es el momento adecuado de leerlo, y será una experiencia grata y memorable. Gracias por tus comentarios.
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