Muchos descubrimientos se han formulado contra la corriente general, incluyendo el rechazo de la mayoría de iguales científicos. Pero aparte de los grandes descubrimientos que han revolucionado a la humanidad, hay otros a menor escala, porque afectan a un menor número de personas, que pasan desapercibidos, pero que suponen un cambio de paradigma en todo un grupo social del que, muchas veces, sabemos más bien poco. En este sentido, desconocemos mucho de lo que pasa entre las salas de un hospital o de un psiquiátrico, a veces suceden hechos sin explicación, irrepetibles. Tanto para bien como para mal.
Oliver Sacks (1933-2015) dedicó gran parte de su vida a estos fenómenos. Este neurólogo británico se convirtió en divulgador y novelista a partir de la materia médica, trazando un puente entre el arte y la ciencia, mostrando que nunca debieron ser entendidas como rivales, sino como hechos complementarios y necesarios para el ser humano. A partir de la anécdotas clínicas, construyó relatos minuciosos y auténticos en obras como El hombre que confundió a su mujer con un sombrero (1985), Veo una voz (1989) y Un antropólogo en Marte (1995), lo que, por otra parte, le ha valido críticas al considerar que explotaba a sus pacientes o que sus métodos no eran rigurosos, científicamente hablando.
Arriba: Oliver Sacks junto a Robin Williams. Abajo: R. Williams, Penny Marshall y Robert De Niro |
Nos referimos a Sacks porque fue una de sus primeras obras, Despertares (Awakenings, 1973), la que sirvió de base a la adaptación realizada por Penny Marshall (1942-) en 1990, que reseñamos hoy. Pero no se trata de una novela, sino de una autobiografía parcial en torno a cómo Sacks descubrió durante el verano de 1969 los beneficios temporales de la L-dopa en pacientes catatónicos que sobrevivieron a la epidemia de encefalitis letárgica que se produjo entre los años 1917 y 1928. Un caso real documentado también a través de una cámara Super 8 que cobró vida en la gran pantalla de mano de la citada Penny Marshall, actriz en películas como 1941 (Steven Spielberg, 1979) u Hocus Pocus (Kenny Ortega, 1993) y directora de algunas películas taquilleras en los años ochenta, como Jumpin' Jack Flash (1986) o Big (1988).
Despertares (Awakenings, 1990) fue su tercera película y aunque hoy pueda no resultar conocida, obtuvo una buena acogida y estuvo nominada a tres categorías de los Premios Óscar. La obra, tras un inicio en torno a los primeros síntomas de la enfermedad central, nos remite a un episodio en la vida del doctor Malcom Sayer (Robin Williams), trasunto de Oliver Sacks, que comienza a trabajar, a pesar de sus reservas por haber dedicado su carrera a la investigación, en un hospital psiquiátrico de Nueva York, conocido vulgarmente como manicomio, asilo para enfermos crónicos. A pesar de sus reticencias iniciales, un fenómeno curioso servirá para prender la llama de su interés por toda una serie de pacientes que comparten las mismas características: permanecen catatónicos, inmóviles, sin conexión con el mundo que les rodea. A partir de entonces, centrará sus esfuerzos en confirmar sus hipótesis y lograr un tratamiento efectivo, comenzando su investigación con uno de los pacientes, Leonard Lowe (Robert De Niro).
Atendiendo a este argumento, podemos dividir la película en tres tramos evidentes: el primero, centrado en el médico, que atiende su llegada al hospital y sus primeros descubrimientos, el segundo en torno al tratamiento de Leonard Lowe y finalmente del resto de pacientes, y el último tramo cuando se nos muestra el destino de los tratados por el L-dopa. Durante estos tramos, se tocarán diversos asuntos centrados en la convivencia entre médicos, pacientes y familiares, desplegando pequeñas subtramas que convergen en este relato que combina tanto drama como esperanza.
Sin duda, uno de los aspectos más convincentes de la película es el enfoque de las dificultades para el médico investigador que trata de innovar e implicarse de una forma más humana. Frente a los esfuerzos de Sayer por tratar a sus pacientes y tratar de sanarlos o mejorar su calidad de vida, se encuentran las mofas o la indiferencia de gran parte de sus compañeros o superiores, que consideran su trabajo casi como un depósito de enfermos más que un hospital. A ello se ha de sumar los problemas económicos que se deriva de los tratamientos o el evidente riesgo que nadie quiere asumir para probar alguna solución con los pacientes. Esta última situación nos deja una crítica tanto a los químicos que crean los fármacos como a los médicos, en tanto que ninguno de los dos se atreve a probar los resultados de los medicamentos inculpándose de forma mutua.
A su vez, se muestra la crudeza de la vida de estos pacientes, que son inconscientes incluso del paso del tiempo. Este hecho choca precisamente con la vitalidad que llegarán a desprender, contagiando incluso a las insulsas enfermeras. Como comprobaremos, el despertar de estos pacientes es también el despertar de las personas que les rodean, incluso cuando el primero tenga fecha de caducidad. Precisamente, la evolución de los personajes que no son pacientes es bastante sutil, sobre todo en el caso de Sayer, que está interpretado por un comedido Robin Williams que da la talla en este rol dramático y le otorga una gran entidad humana al personaje. Malcom Sayer se había dedicado a investigar lombrices y resulta evidente en la película tanto sus carencias en sociabilidad como su forma de ser despistada, lo que irá cambiando conforme avance su amistad con Lowe, hasta que al final sea él quien se atreva a dar algunos pasos en su vida. Sobre todo en el campo del amor.
Leonard Lowe es la otra cara de la moneda en esta película: el paciente enfermo, el Lázaro que vuelve a la vida. A través de este personaje se nos trata de mandar un mensaje esperanzador y lleno de ilusión: vivan, vivan porque hay otros que no pueden hacerlo; algo semejante en este sentido a una obra de autoayuda, ¿pero cómo negar esta verdad a alguien que ha pasado tanto tiempo sin poder vivir, recluido en sí mismo? Él se convierte en el foco más lúcido del grupo de pacientes y en el que se fije la historia. Le da cuerpo un Robert de Niro dando una lección de interpretación, mostrando tanto su estado catatónico como su recuperación y, finalmente, la degeneración de su enfermedad. Este último golpe, hilado además junto a una breve y pueril, pero bonita historia de amor, da una intensidad dramática a Despertares que se une a un mensaje aún más fuerte que el mensaje motivador: detrás de cada milagro, hay una realidad. Una realidad que no siempre es satisfactoria.
Ahora bien, a pesar de que la película tiene una motivación interesante, una historia curiosa y de interés y unos protagonistas encarnados por actores de portento, no se libra de ciertos defectos que debemos señalar. En primer lugar, la película tiene ciertos errores de tono, dada su ambigüedad: en ocasiones, pretende incluir cierta comedia, pero salvando algunas ocasiones, no acaba por encuadrar con el argumento que se narra. Incluso se nos proporcionan escenas pesarosas que pretenden ser divertidas o alegres, llegando a adormecer el ritmo de la película hacia la mitad, algo que se produce sobre todo al tratar de abarcar a todos los pacientes en lugar de centrarse en los dos protagonistas.
A ello también se suma una estética y una producción más similar a los telefilmes que a una gran propuesta de mayor nivel, sosteniendo la película sobre todo las actuaciones de Williams y De Niro. Tampoco demuestra una gran maestría en el uso de los recursos ni ofrece ninguna novedad atractiva a nivel cinematográfico, por lo que sus principales virtudes se encuentran entre sus personajes principales y la singularidad de su historia. Incluso otros aspectos, como la bonita banda sonora, en esta ocasión de Randy Newman, aunque bien ejecutados, no resultan especialmente convincentes o atractivos.
Quizás de haberse centrado más en la relación entre médico y paciente, en el descubrimiento del mundo que ha avanzado sin él, sin ceder tanto terreno a tramas que acaban por hacerse pesarosas, estaríamos ante una película más redonda. Despertares tiene la virtud de ser sutil en muchos de sus aspectos, de ofrecernos momentos realmente bellos y de sorprendernos con una realidad que nos resulta tan ajena, y ese es un gran logro que no debemos despreciar. Si os gustan esta clase de historias, que nos acercan a hechos reales y médicos, con momentos esperanzadores, dramáticos y bellos, no os la perdáis.
Escrito por Luis J. del Castillo
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