No nos resulta fácil acceder a un humor que no se adapte a nuestras circunstancias actuales, incluso echando la vista atrás podemos entender la gracia que nos transmite un chiste, pero aún así mostrar nuestro rechazo porque no se relaciona con nuestros valores. Por ello, acudir a la comedia del pasado supone asumir un riesgo. No obstante, eso no debe evitar que valoremos y apreciemos a autores que se dedicaron a este género, como sucedió con dramaturgos como Enrique Jardiel Poncela (1901-1952) o Miguel Mihura (1905-1977), en una época donde a través de este medio podían buscar la evasión para su público y, sobre todo, ciertas críticas veladas que pasaban más desapercibidas a través de los chistes.
En ocasiones, la obra de Mihura ha quedado ensombrecida por su obra maestra Tres sombreros de copa (1932), pero su producción fue bastante popular durante los años cincuenta y sesenta gracias a su teatro ligero y agradable, que representan bien estas dos obras: Melocotón en almíbar (1958) y Ninette y un señor de Murcia (1964).
La primera obra podemos entenderla como una parodia del género negro, realizada con acierto y cierta gracia, a pesar de ser una comedia más desconocida que la segunda que comentamos hoy. Una banda de ladrones de joyerías regresan tras un robo en Burgos al piso franco de Madrid que han alquilado a doña Pilar. El grupo, compuesto por cuatro hombres y una mujer, Nuria, finge ser una familia venezolana de visita en España y están asustados por haber podido cometer algún error que les delate. Cosme, alias el Nene, está enfermo, para lo que requiere la atención de una enfermera. A partir de este hecho casual, llegará a sus vidas una peculiar monja, Sor María de los Ángeles, que tiene unas grandes dotes deductivas pese a su apariencia.
Como es evidente, la gracia se encuentra en cómo las impresionantes deducciones de Sor María, expresadas siempre con humildad y con cierto pasotismo, van inquietando a la banda de ladrones, que sospechan que la monja les ha podido descubrir. La parodia del género funciona a la perfección, empezando por la sorprendente detective, pero también por la forma en que va descubriendo todo, las casualidades de las que se va percatando y las acusaciones entrecruzadas de los propios ladrones. Mihura no evita las escenas más absurdas, como la ocasión en que Sor María descubre una pistola y otro personaje trata de convencerla de que se la venda intentando transmitir naturalidad, o la forma de acentuar las características de los personajes, siendo el foco central la monja. Ahora bien, eso no evita que haya ciertas escenas que transmitan ternura, como la conversación entre Nuria y la monja, donde reflexionan sobre el estilo de vida de la muchacha.
En general, el mayor logro y acierto humorístico de Melocotón en almíbar reside en el retorcimiento de los elementos del género negro, incluyendo también su final. Demuestra la habilidad de Mihura para el absurdo y debemos echar en falta que no regresara a este personaje central.
Representación de la obra realizada por Siglo XIII Teatro |
En cuanto a Ninette y un señor de Murcia, pese a su fama, el argumento contiene menor sentido que Melocotón en almíbar o Tres sombreros de copa, pero está imbuido por el absurdo más sorprendente: Andrés, protagonista de la obra y que en varias ocasiones realizará apartes para explicarnos su situación, decide viajar por primera vez a París, con la principal intención de conocer el extranjero y, sobre todo, tener una aventura amorosa que no sería posible en España tanto por el recato del país como por su timidez. Sin embargo, cuando llegue a la casa donde se hospeda, conocerá a una familia española bastante particular, especialmente la hija, Ninette, nacida ya en Francia, que a través de sus encantos conquistará la atención de Andrés y echará al traste con sus intenciones originales.
Mihura recurrirá a varios elementos para el desarrollo de la obra. Por una parte, el uso de tópicos nacionales de la época, tanto referidos a Francia como a España, como la ligereza de las mujeres francesas o la castidad española, que en gran medida funcionan también gracias a su ruptura. Por otra parte, el choque ideológico visto siempre desde la perspectiva del humor, que le permite al autor mostrar ciertas críticas, aunque suavizadas, llegando incluso a mencionar al régimen. Y, por último, el mundo de las apariencias, representado por la forma en que todos los personajes pretenden aparentar una realidad que no se ajusta a sus acciones y hechos, así tenemos a una verdulera que insiste en que ella es una señora, a Armando, que finge tener un éxito en Francia inexistente en realidad, o al propio Andrés, cuyo viaje está motivado por la posibilidad de poder presumir en el Casino murciano.
Representación de Ninette y un señor de Murcia |
Ahora bien, el personaje central de la obra es la enigmática Ninette, cuyo comportamiento es difícil de interpretar, pero que consigue conquistar y mover a su antojo al débil Andrés, falto de voluntad hacia su magnetismo. Hija de dos mundos distintos, se mueve por escena con el poder de conseguir siempre lo que quiere, a pesar de su aparente fragilidad. No obstante, depende mucho Mihura de este personaje también para conquistar al público. Si no entras en el juego de Ninette, será difícil que la obra te encante, a pesar de que a lo largo de la misma hay más elementos aprovechables. Precisamente, la popularidad del personaje llevó a una segunda parte: Ninette, modas de París (1967).
En definitiva, las comedias de Miguel Mihura parten de elementos pequeños y cotidianos para lograr transmitir el absurdo de nuestra existencia a través de unos personajes particulares. En sus obras, encontramos una conjunción adecuada entre la ternura, la falta de voluntad, el deseo y el choque con la realidad unidas al buen uso de la conversación con un fin humorístico, situaciones absurdas y, sobre todo, el uso de perfiles que logren transmitir gracia y con los que el espectador pueda encontrar referentes en sí mismo o en las personas que le rodean.
Escrito por Luis J. del Castillo
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