Gabriel García Márquez nos regaló grandes historias a lo largo de su vida. No queremos decir que todos sus libros fueran buenos, pero sí podemos destacar que en su producción encontramos obras que marcaron a los lectores y a la literatura. Si pensamos en el escritor colombiano, no podemos evitar la referencia a Cien años de soledad (1967), considerada su novela cumbre. No obstante, su nombre está vinculado a títulos como Relato de un náufrago (1970), El otoño del patriarca (1975), El amor en los tiempos del cólera (1985) o diversos cuentos, entre los que podemos destacar los recopilados en Doce cuentos peregrinos (1992). Y, por supuesto, la novela corta, la nivola que diría Unamuno, que vio la luz en 1981: Crónica de una muerte anunciada.
Una obra que nos muestra varias de las características más frecuentes en García Márquez, pero que sobre todo deslumbra por su capacidad expansiva y por su creación de interés aún cuando conocemos el final, funcionando así de manera inversa a la novela negra, género del que toma algunos rasgos. En esta crónica existe un afán por mezclar la realidad y la ficción, pues los hechos que se narran sucedieron, con alguna alteración, en los años cincuenta, siendo testigo el propio autor. Esto crea aún más una sensación de rumor, de narración anecdótica que se comparte entre conocidos y que suele crecer o excederse en detalles, de los cuales no se puede tener auténtica certeza de veracidad. Con esto juega en su narración el autor colombiano para reconstruir el asesinato de Santiago Nasar.
El hecho central de la obra está anunciado desde su título y desde la primera línea, pero serán los pormenores, las circunstancias que llevaron a ese hecho y lo que sucedió después, lo que se irá describiendo en la novela de una manera concéntrica. La voz narrativa se propone revisar esta historia, para lo que recurrirá a la memoria, frágil y distorsionada, de los amigos, familiares y demás vecinos de Santiago Nasar. Sin embargo, la objetividad periodística, que se une en esta novela con la ficción novelesca insertada de una forma verosímil, queda en entredicho ante los testimonios poco fiables de unos personajes para los que han pasado veinte años desde aquel fatídico asesinato; podemos destacar las referencias climatológicas tan contradictorias que ofrecen los testigos. Ni siquiera los documentos, que podrían resultar más fiables al haber sido escritos en época cercana a los hechos, resultan completamente veraces: el afán literario del inspector o la inexperiencia de un cura en la redacción de un informe forense son algunos de los datos que revelan este hecho. Estos elementos provocan que la verdad sea falseada, actuando en contra del propósito de una crónica periodística real.
Toda la narración tiene así un aire oral irrefutable, marca del estilo de García Márquez, que siempre presentó este carácter frente a lo que podríamos denominar una literatura académica o normativa; no en vano estamos ante un autor que tiende a la exageración, aunque ello le resulte muy nuestro, en referencia a la realidad americana. En este sentido, logra convertir hechos normales y cotidianos en extraordinarios, convirtiendo a su vez otros más infrecuentes en cotidianos, como la relación entre el sueño y la premonición de Plácida Linero, la madre de Santiago, o la tremenda y a la vez fantástica escena final.
La obra se distribuye en cinco capítulos desordenados cronológicamente, correspondiendo a cada uno un elemento principal de la historia. El magnífico inicio nos narra las horas previas a la muerte de Santiago, acompañando al personaje desde que se despierta hasta que va a ver pasar el barco del obispo, trasladando la acción también a otros personajes en lugar de visualizar su asesinato, que queda reservado para el quinto capítulo. En este primer capítulo encontramos elementos que se repetirán a lo largo de la obra, pero que gozan de cierta emotividad al verlos por primera vez, como la frase "Fue la última vez que lo vio" o la sensación de que podría haberse evitado.
El segundo capítulo remite al auténtico inicio de la historia: la llegada de un extranjero, como en Doña Bárbara (Rómulo Gallegos, 1929), Bayardo San Román, quien llega en busca de una novia y queda finalmente prendado de Ángela Vicario. Se desarrolla así una historia de amor que conecta con el género de la novela sentimental. Este romance será fundamental en la obra y su argumento subyace en la obra hasta el final del capítulo cuarto, cuando conocemos su destino final. El amor de estos dos personajes da sentido completo a la historia que se nos narra, provocando que parezca necesaria la muerte de Santiago Nasar para que se permita esta relación. Las consecuencias de la altanería y el orgullo de ambos es lo que acabará siendo crucial en la muerte de Nasar, pero a su vez, ese asesinato será la primera causa fundamental de su futuro amor.
Representación teatral de la novela |
No obstante, el motor del homicidio será el destino, la fatalidad, el fatum de las tragedias griegas, como es el caso de Edipo rey (Sófocles). Esta idea, que ya aparece desde el sueño premonitorio del primer capítulo, se abrirá con fuerza a partir del tercero, donde se describen las acciones de los hermanos Pablo y Pedro Vicario, los asesinos, y que aparecerá con rotundidad al inicio del último capítulo, cuando el narrador confiese que "ninguno de nosotros podía seguir viviendo sin saber con exactitud cuál era el sitio y la misión que le había asignado la fatalidad" (pág. 111, ed. Debolsillo). El capítulo cuarto se centrará en describir de manera descarnada la autopsia del cadáver, así como diferentes acontecimientos que sucedieron tras el asesinato.
Pese a que el lector pueda tener la sensación de que Santiago se puede salvar en algún momento, su destino está escrito desde la primera página y eso impide que alguna de la circunstancia que lo hubiera salvado pueda hacerlo. Algunos ejemplos se perciben en los diferentes intentos por avisarlo sin éxito, en hechos tan circunstanciales como la llegada del obispo que impide que lleve su arma consigo, el cierre de la puerta de casa por la que iba a entrar, la carta que le avisaba pero que no llega a ver, la actitud de las autoridades, la falta de voluntad de sus asesinos que se ve anulada en diversos momentos o, la idea más funesta, el pensamiento de que Santiago Nasar ya está muerto. Esta última aún más impactante en la escena del encuentro entre el hermano borracho del narrador con los hermanos Vicario.
Escena de Crónica de una muerte anunciada (Cronaca di una morte annunciata, F. Rosi, 1987) |
Ese destino se escapa de la racionalidad occidental y tiene mucha relación con el pensamiento americano, donde tiene una gran presencia, especialmente en países como Colombia, Venezuela o Brasil. Esta es una muestra de la unión de elementos culturales que existe en determinadas literaturas hispanoamericanas, con el carácter de transculturalidad, un elemento que también se percibía en el mexicano Juan Rulfo y su novela Pedro Páramo.
Para finalizar, debemos mencionar una propuesta interpretativa tan curiosa como interesante. La novela tiende a descifrar los acontecimientos transcurridos alrededor de la muerte de Santiago Nasar, pero deja en el aire el misterio determinante para que Nasar fuera asesinado y que también forma parte de esa fatalidad: la identidad de la persona que deshonró a Ángela Vicario. En este sentido, el ensayista y crítico Ángel Rama propone al propio narrador, García Márquez, como posible culpable, teniendo en cuenta diversos factores (el vínculo familiar, la capacidad para guardar secretos o la omisión de datos sobre el narrador, pese a que era íntimo amigo de Santiago Nasar y otro testigo) que expuso en el prólogo de la edición que lanzó Círculo de lectores.
Escena de Crónica de una muerte anunciada (Cronaca di una morte annunciata, F. Rosi, 1987) |
El hecho de conocer el final de la obra no debería impedir el acceso a su lectura. Lo importante de este libro es disfrutar el recorrido, conocer los entresijos de sus personajes, pese a que sepamos el hecho crucial del mismo. Y esto debería darnos una lección sobre los clásicos: no importa que los conozcamos argumentalmente, hasta que no los leamos, no descubriremos el fantástico mundo que nos estábamos perdiendo.
Escrito por Luis J. del Castillo
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