Chappie, de Neill Blomkamp

23 marzo, 2015

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La inquietud del ser humano se ha centrado siempre en una triple pregunta: ¿de dónde venimos, adónde vamos y quiénes somos, en definitiva? Muchas y de muy variada índole han sido las respuestas, de la misma forma que tantas han sido las plasmaciones de esas preguntas en nuestras artes, incluyendo, cómo no, el cine. Uno de los géneros que sirve de espejo a todas estas cuestiones es la ciencia ficción, pues desde el alejamiento de nuestro tiempo y de nuestra sociedad hacia otros planteamientos posibles, nos permite ahondar en la reflexión acerca de la humanidad. Pueden servir de ejemplo las novelas Crónicas marcianas (1950), de Ray BradburyCita con Rama (1973), de Arthur C. Clarke, o Soy leyenda (1954), de Richard Matheson. Adentrándonos en esta cuestión, podemos centrarnos en una determinada cuestión: la creación de vida con inteligencia propia. Sobre esta cuestión versa, en gran medida, Chappie (2015), recogiendo el testigo de otras creaciones pasadas, alguna de tan alta estima como 2001: Una odisea en el espacio (Stanley Kubrick, 1968) o Blade Runner (Ridley Scott, 1982), con HAL como representante de la cuestión, y otras de tono más amable, como El hombre bicentenario (Chris Columbus, 1999), o curiosas como A.I. Inteligencia Artificial (Steven Spielberg, 2001).

Se trata, precisamente, de una meditación sobre nosotros mismos a través de otro punto de vista: el de la creación humana que toma consciencia de sí mismo y, por tanto, deja de ser un objeto para tomar partido en su propia vida. Sin embargo, a diferencia de las otras propuestas, Chappie no nos presenta a un robot que sabe que lo es, sino a un robot que nace y aprende como los humanos, a gran velocidad, por supuesto, pero planteándose las mismas cuestiones que un niño, un adolescente y un adulto medio, desde el uso del lenguaje hasta las nociones del bien y el mal, de las consecuencias de nuestros actos y, por último, del amor y el dolor que este conlleva.

Neill Blomkamp es el director tras esta película, que vuelve al mismo género que le dio a conocer en el mundo con Distrit 9 (2009) y en el que prosiguió con Elysium (2013), el mismo que no parece que vaya a abandonar pronto, siendo el nombre detrás de la quinta entrega de Alien. Y de la misma forma que no deja el género en el que más ha trabajado, tampoco abandona los temas con los que trabajó en su ópera prima: la marginación, el sentirse diferente y una narración con muchos elementos de la cultura popular. Vayamos al argumento: Johannesburgo (Sudáfrica) en un futuro cercano, en el que una empresa, Tetravaal, ha conseguido reducir la violencia y la criminalidad gracias a robots con inteligencia artificial que suplen a los policías humanos y, por tanto, reducen la mortandad en el cuerpo a la par que crean un ejército invencible contra el crimen. Tras la creación de estos robots, un joven ingeniero que dedica todo su esfuerzo a mejorar la inteligencia artificial y lograr lo nunca alcanzado: ser capaz de crear una conciencia única.

Neill Blomkamp dirigiendo a Hugh Jackman
La realidad con esta película es que en su campaña publicitaria ha engañado al espectador ofreciendo tan solo una de sus caras: la relacionada con la acción y la cuestión de la inteligencia artificial. Sin embargo, en el otro lado, que sorprenderá a quienes acudan al cine solo con esta expectativa, tenemos la creación de una familia completamente disfuncional basada en personajes extraídos de lo peor de la sociedad: criminales que malviven gracias al tráfico de drogas y envueltos en toda serie de delitos que atentan tanto con la vida humana como con los animales (como se puede observar en la escena de las peleas de perros).

Esta familia está conformada por Ninja y su pareja, Yolandi, ambos actores que se estrenan en la pantalla empleando sus nombres artísticos, relacionados del grupo al que pertenecen, Die Antwoord, de electro rap, con su compañero Amerika (José Pablo Calvillo). La trama que ellos protagonizan se centra en un robo millonario, el último golpe, para solventar una deuda con un peligroso criminal y poder retirarse, aunque no parecen tener grandes ideas para llevarlo a cabo, convirtiendo esta trama en una especie de parodia de películas sobre mafias y robos. En definitiva, unos delincuentes de poca monta, cuya intrusión en las otras tramas es casual y, de manera general, ridícula.


Y ahí encontramos el principal fallo del film. Si bien es cierto que consiguen crear la sensación de una familia completamente disfuncional, donde el creador, el ingeniero, de Chappie, Deon Wilson (Dev Patel), parece funcionar más como un profesor o un maestro moral al que se opone el carácter de Ninja y donde se emplea a Yolandi como contrapunto dulcemente maternal. Pero ni Ninja ni Yolandi son actores realmente ni consiguen hacernos creer a sus personajes, salvo por el aspecto. No pasaría nada si solo aparecieran en pantalla ocasionalmente, pero la película las dedica a ellos gran parte del metraje (pese a que ni siquiera aparecen en el cartel de la película), entre otras cuestiones por ser quienes conviven con el protagonista la mayor parte del tiempo.

Justo al otro lado, la trama empresarial, donde encontramos la rivalidad entre Wilson y Vincent (Hugh Jackman), mantenida principalmente por el segundo al ver cómo triunfa el primero con su inteligencia artificial, dentro de Tetravaal, la empresa dirigida por Michelle Bradley (Sigourney Weaver). Esta línea argumental, que parecía la principal en un origen, se disipa entre absurdos resultados. Para empezar, los tres auténticos actores de la película, de solvencia experimentada de manera general, están muy desaprovechados. Jackman interpreta a un villano completamente maniqueo, que adquiere un punto sádico casi inesperado en el tramo final. Su motivación se basa en el absurdo de querer vender su droide, el Buey, a la policía de Johannesburgo, contando con el frágil apoyo de la directora de la compañía ante la que es, evidentemente, una mala operación empresarial: el robot, casi un arma de destrucción masiva con toques de los más sádicos, sería mucho más adecuado en su venta a ejércitos, dentro del mercado bélico, que a la policía ciudadana.


De la misma forma, Weaver interpreta a una directora que no sabe lo que sucede en su empresa, algo que en realidad sí encajaría bien como crítica, en cuanto a una empresaria más pendiente de los beneficios que de lo que realmente sucede, pero ni siquiera adquiere la entidad suficiente como para ser un personaje interesante. Patel, por su parte, encarna cómo puede a su personaje ofreciéndonos efectivas muecas de alegría en momentos adecuados y caras de sorpresa en otros tanto.

El enfrentamiento entre Patel y Vincent provoca a su vez la parte de acción que se genera en el último tercio de la película, aunque se reduce básicamente a un espectáculo pirotécnico acompañado por algunas escenas de movimientos confusos de cámara, sonidos de disparos y gritos. Ello sin reducir los cruentos momentos, como el asesinato de uno de los personajes a manos del Buey, que bien le valió la calificación de no recomendada para menores de 16 años (cuestión a la que algunos cines, comprobado de primera mano, no parecen hacer mucho caso), que recuerda a las escenas de la ochentera RoboCop (Paul Verhoeven, 1987), de la que a fin de cuentas hereda varias cuestiones, como la del robot-policía.


La auténtica cuestión válida en esta película es Chappie (Sharlto Copley), el robot más simpático y gracioso de los últimos años que, además, nos enfrenta a las grandes cuestiones de la humanidad a partir de las preguntas que los niños nos lanzan a los adultos y el enfrentamiento moral entre lo que se considera que está bien y lo que está mal. Cuestiones trascendentales como el descubrimiento del lenguaje y del mundo que nos rodea, el conocimiento de la muerte ajena y de la propia mortalidad, la sensación de sentirse traicionado, el dolor de la pérdida, el sentirse querido, la marginación, la confusión ante la vida y la cuestión de la conciencia humana son algunas de las que la película regala al personaje, como descubrimiento de sí mismo.

Sin duda, es el personaje central de la película, con el que más disfrutaremos y del que más nos reiremos, tanto por sus poses macarras como por las contradicciones a las que se enfrenta. Sufriremos con él y sentiremos su dolor, principalmente en la marginación y la incomprensión de los demás, a las que se ve sometido sin comprender la razón. Seguramente la película que ha dirigido Blomkamp merezca la pena por la creación de un personaje como Chappie, que ojalá hubiera legado algo de su desarrollo a los planísimos compañeros de escena. Sin embargo, su presencia no justifica todo lo demás. Incluso el humor simplón, pero efectivo, que transmite el personaje es el único que aparece en pantalla, por lo que la comedia no es nada inteligente.


Pese a ser una narración lineal, Blomkamp se pierde entre los géneros que quería tocar en la película, cede demasiada pantalla a personas que quizás no estaban preparadas para asumir estos papeles o, también debemos señalar, no tenían un desarrollo interesante y novedoso, y desaprovecha a actores solventes en papeles igual de simples. Al menos podemos disfrutar de la partitura de Hans Zimmer, que guarda ecos de su composición para Origen (Inception, Christopher Nolan, 2010) para los momentos de tensión y que tiene un gusto electrónico agradable y perfectamente adecuado para la escena, quitando la inclusión, excesiva en cantidad a mi parecer, de las canciones del grupo Die Antwoord, que parecían no tener suficiente con aparecer en escena.

En definitiva, una película que crea un personaje y un marco de acción perfectos, pero donde el director se ha perdido en la maraña de géneros que ha querido crear, en argumentos tratados de manera inverosímil, sobre todo en el nivel de los personajes encarnados por los actores más relevantes, y cerrando la película con un final a medias entre lo inquietante, lo abierto y lo absurdo.






1 comentario :

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